23

 

La débil iluminación de las farolas proyectaba sus sombras unidas por las manos, como si fueran un único elemento. Caminaban a paso lento por Quail St., saboreando el cálido contacto el uno del otro. La música se oía de fondo acompañándoles en el recorrido mientras perdía intensidad a cada paso que daban. Hoy Jack estaba dándolo todo de sí, como si aquél fuera el concierto de su vida, el que iba a catapultar su carrera musical al estrellato nacional. Un despliegue de fuerza y talento digno del trascendental acontecimiento que reunía de nuevo esa noche a la banda. Sin embargo, los prolongados truenos, cada vez más continuos, ahogaban los acordes, transformando la melodía en un sonido infernal, como si se hubieran propuesto echar por tierra el potencial musical del grupo.

Brad alzó la vista al cielo. Un relámpago iluminó la calle durante un segundo. Sintió cómo Emilie apretó su mano con fuerza. De pronto, percibió en ese gesto su fragilidad femenina y cómo nacía en él un instinto protector, un incipiente deseo de abrazarla y hacerla ver que a su lado nada tenía que temer. Aquellas latas de cerveza estaban logrando que su cabeza pareciese ir montada en un tiovivo, pero por otro lado, le concedieron el suficiente valor como para echar su brazo por la espalda de Emilie rodeando su cintura. Emilie se dejó arrastrar hacia él y apoyó su cabeza en su hombro. Es el momento, vamos Brad, es ahora o nunca. Párate y bésala. Su mente achispada obedeció sin ofrecer resistencia. Se detuvo antes de llegar al cruce con Prescott St. y se giró hacia ella. Dios mío, ¿qué haces? Sabía que ahora era demasiado tarde para echarse atrás. El primer paso había sido dado como si su cuerpo hubiera tomado el control de sus actos. Su corazón se aceleró en un instante. Emilie imitó su iniciativa y le miró a los ojos. Sus rostros estaban tan solo a la distancia de un beso. Brad sintió volar, un placentero cosquilleo en su estómago, una sensación tan excepcional que sabía que no olvidaría hasta el último de sus días. Notó la tierna respiración de Emilie sobre su boca, no estaba totalmente seguro, pero le pareció que olía a frambuesas, un agradable aroma afrutado que lo invitaba a saborearlo. Había llegado el momento, ese anhelado instante. ¿Cierro los ojos o los dejo abiertos? La duda lo asaltó, pero su cuerpo, una vez más, supo lo que hacer. En la oscuridad, la sensación se multiplicaba por diez. Sus parpados se cerraron, ladeó la cabeza y acercó sus labios a los de Emilie. El contacto fue como la colisión de dos mundos en el espacio infinito. Saboreó la textura de sus labios, se dejó envolver por el calor que desprendían, sus movimientos pausados e inexpertos explorando los suyos. Permanecieron así, fundidos como una única existencia, hasta que un impetuoso trueno rasgó el cielo. Emilie, sobrecogida, dio un respingo y se separó de él apenas unos centímetros.

―Te ha costado decidirte ¿eh? ―dijo con una voz tan suave que casi consigue derretir a Brad.

―Lo siento ―dijo sonriendo―. Ya sabes cómo soy. La timidez y yo vamos cogidos de la mano.

Emilie lo miró fijamente y sonrió. Acarició suavemente la nuca de Brad.

―¿Sabes que me gustas mucho? ―susurró como si fuera un secreto de confesión.

―Tú también me gustas mucho, Emilie. Desde hace ya dos cursos. ―Brad sintió algo de vergüenza al decir aquellas palabras, pero ahora ya daba igual. Era como si se hubiese derrumbado el muro de separación entre Emilie y él, como si a partir de ese momento tuviese carta blanca para liberar todos sus sentimientos.

―Bueno, más vale tarde que nunca, ¿no? ―dijo Emilie y le dio un corto beso.

Un nuevo relámpago resplandeció sobre ellos. El rayo se bifurcó en decenas de ramas como una raíz incandescente.

―¿Me acompañas a casa? ―preguntó Emilie―. Pronto comenzará a llover y mis padres seguro que se van de la fiesta.

―Claro, no hay problema ―contesto Brad. Tuvo la extraña sensación de que ese repentino deseo de irse a casa era un rechazo hacia él. No pudo reprimir el lanzarle una pregunta de constatación. ―¿Nos veremos mañana?

Emilie sonrió.

―¿Tú qué crees? ―Esta vez el beso fue más duradero. A Emilie le apetecía jugar al píllame si puedes, pero tratándose de Brad, lo mejor era no crearle ninguna duda, por si acaso.

Brad suspiró y sonrió. Las palabras que brotaron de los labios de Emilie eran precisamente las que necesitaba escuchar. Cariñosamente, la abrazó contra su cuerpo. Su cabeza seguía dando vueltas, pero ahora no era tan intenso. Los efectos del alcohol ingerido iban desapareciendo gradualmente. De pronto, miró hacia el cruce con Prescott St. Aquel individuo que venía caminando a paso ligero, moviendo los brazos al compás de sus piernas como un soldado de las fuerzas especiales, parecía... Las nubes, incapaces de contener más tiempo el agua, comenzaron a dejarla caer levemente en forma de gotas gruesas que estallaban al tocar la superficie.

No supo por qué, quizá un instinto primitivo, pero cogió de la mano a Emilie y corriendo la guió hasta un seto decorativo. Allí se ocultaron.

―¿Se puede saber qué haces? ―preguntó extrañada Emilie.

―Espera. Mira ese hombre que viene por allí. ¿No es el padre de Ronny? ―Asomaron la cabeza por encima del seto. Afortunadamente la escasa iluminación ayudaba a que el escondite fuera perfecto. Emilie entrecerró los ojos para ayudarse a enfocar mejor. Las enormes gotas de lluvia entorpecían su visión como una cortina molesta en sus retinas.

―Creo... creo que sí ―musitó de forma casi inaudible.

El hombre, que caminaba de forma tan segura a la vez que extraña, avanzó por Prescott St. y cuando llegó a un punto lo suficientemente cerca de los setos como para poder apreciarse con más claridad sus rasgos, Brad no tuvo dudas.

―Sí que es él ―afirmó en voz baja―. Es el señor Olson. ¿No decía Ronny que se había quedado en casa durmiendo? ¿Qué hace solo por aquí?

―No sé, Brad. Igual se encontraba mejor y ha salido a ver si encontraba a Ronny y a su madre ―conjeturó Emilie―. Puede que no los haya visto y se vuelva a casa.

―Joder, camina de una forma muy extraña, ¿no crees? Además, por ahí no se va a casa de Ronny. ¡Agáchate! ¡Agáchate!

Eric Olson, al que parecía no afectarle la lluvia, se detuvo de repente y se giró lentamente hacia la posición de los chicos.

―¿Nos habrá visto? ―preguntó Emilie, que sin darse cuenta había comenzado a temblar.

―Shhhh, calla. ―Brad asomó la cabeza hasta la altura de los ojos. Eric continuaba allí, inmóvil en la misma posición en dirección al seto. Desde esa distancia Brad no podía apreciar si estaba mirando hacia el improvisado escondite.

―¿Por qué nos escondemos? ―susurró Emilie. Quizá fue por la sorprendente reacción de Brad, pero en esos momentos estaba muerta de miedo.

―¡Que viene, que viene! ―murmuró Brad. Se dejó caer al suelo y apoyó la espalda en el seto. Abrazó a Emilie con fuerza, esperando a que en cualquier momento Eric asomase la cabeza por encima de los arbustos. No sabía el motivo, quizá por ese extraño caminar tan impropio de él ya que lo conocía sobradamente, o quizá por las inquietantes palabras de Ronny durante la fiesta, pero algo en su interior le decía que debían evitar cualquier encuentro con el señor Olson.