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La está teniendo, puede sentirla, está viniendo a por ella. Es como un rumor, un reverbero, un temblor que coge fuerza en las paredes de su cabeza, en el vientre bajo, en los hombros. Debe guarecerse, ponerse a cubierto, porque no habrá nada que pueda hacer cuando el temporal arrecie. Le ha ocurrido otras veces, aunque hace mucho tiempo que no con esa intensidad. Y está sola, no hay nadie en la planta, ni siquiera la Monja. Puede sentirla, en sus dedos, en sus sienes, viene a por ella, es una de sus crisis.
—Por favor, Lorenzo. Necesito verte ahora mismo.
Sí, Estabile puede ayudarla, él sabe cómo hacerlo. Es inútil que tome la perforadora de la mesa y la arroje a la papelera, es ridículo que barra de un manotazo todos los papeles que se dispersan por el escritorio, o que arranque sin parar los días del calendario de mesa, seis, siete, ocho de noviembre. Todo ahora se confabula contra ella, todo el mundo contra Marta Pineda, y ella sola allí, amordazada por la presión, por el miedo, por el colapso, un colapso que no es de los de pega, como de costumbre, sino que parece auténtico. Sí, es auténtico, lo sabe porque la boca se le seca y le cuesta respirar, no le sirve de nada que cierre los ojos y se imagine, como hace habitualmente, en su diáfana cápsula, desnuda, lozana, a salvo de las amenazas. La cápsula está muy lejos y ella está en Monsalves, podrida, sucia, jodida.
Creía que no volvería. Hace al menos dos años, la última vez, consiguió superarlo finalmente sola, pero no cabía duda de que la experiencia del yoga, del que acabó renegando, la había ayudado hasta el punto de considerar que había logrado asimilar algunos de sus principios terapéuticos básicos. Y ello a pesar de que Martita había aguantado en la terapia apenas dos meses. Demasiada incompatibilidad de horarios, demasiada formalidad, sacrificios. Pero ya después de abandonar las clases, durante al menos dos o tres meses más, se había ejercitado cada mañana con el Saludo al Sol y sus tónicos movimientos de entrenamiento y concentración. Tendría que volver a ello, tendría que ajustar cuentas con sus chakras maltrechos, especialmente con el chakra Muladhara, el primero de los chakras, localizado en el centro basal, entre el ano y los genitales, y cuyo desequilibrio es la causa del estreñimiento, la ira o el sobrepeso.
En todo este tiempo, había sustituido el ejercicio por otras terapias menos sacrificadas. La televisión era un indicador infalible para detectar que su chakra Muladhara andaba descompensado. Lo percibía al ver cualquier programa de telerrealidad, especialmente ese en que adolescentes descarriados exhibían conductas miserables y a pesar de ello recibían el abrigo y el perdón de sus abnegados padres. Aquello la hacía llorar, llorar hasta el berrinche, y también aquellos otros programas de personas que no se sentían bien con su aspecto, y a los que les cambiaban la vida con una simple modificación de look. Lloraban aquellos concursantes, al mirarse al espejo y comprobar su nuevo aspecto, y también lloraban las cantantes feas pero con bonita voz cuando el jurado se daba la vuelta en sus sillones y las aplaudían, como lloraba la familia en pleno que regentaba el restaurante infame al que el famoso e histriónico chef le había dado la vuelta modificando la carta y transformando el local en poco menos que una discoteca. Lloraban todos, pero la que más lloraba era ella, Marta Pineda, allí sola, en su sofá, embutida en su pijama, con las persianas encajadas y su necesaria tableta de chocolate 70% puro mordisqueada. Con esa terapia el chakra Muladhara volvía a su sitio, aunque después, frente al espejo desnuda, comprobaba que su cuerpo se iba resintiendo, especialmente las nalgas. Con todo, la prioridad era restablecer el equilibrio, y para eso el chocolate 70% puro resultaba insuperable. Otras veces el problema estaba en el segundo chakra, el chakra Svadhisthana, ligado al hueso sacro y localizado sobre los genitales. Era el chakra sexual, asociado a la inseguridad, al desequilibrio en las relaciones, y también al deseo. La forma de repararlo, como le había enseñado aquella arrugada monitora que parecía escapada de Woodstock, era mediante la Postura de la Diosa. A ella la satisfacía más masturbarse, lo había hecho en algunas ocasiones con alguna película pornográfica, aunque al terminar se sentía avergonzada y también un poco vacía. El porno solía ser vulgar, soez, explícito, y sobre todo demasiado masculino, todo era un carrusel de pollas, todo estaba orquestado para la eyaculación masculina, las mujeres solían ser comparsas y su satisfacción en líneas generales resultaba poco sincera. Prefería recrearse mentalmente con algunas imágenes del cuerpo masculino, o de caricias sobre el cuerpo de las mujeres. Cerraba los ojos y fabricaba el cuerpo del hombre a su medida, la textura del pene, la forma ondulada de los hombros, la curvatura discreta y compacta de los glúteos. Aun así, seguía resultando mucho más estimulante reparar el chakra sexual con una buena tableta de chocolate 70% puro maridada con su película favorita, Pretty Woman. Sólo se le acercaba, aunque muy lejanamente, El diario de Bridget Jones. No se cansaba de ver Pretty Woman, había memorizado diálogos completos, pero aun así seguía fascinándola el desparpajo de Julia Roberts y, sobre todo, la caballerosidad de Richard Gere. Además le resultaba una película tan familiar que casi sentía que vivía en ella. Y era fantástico vivir allí, en aquella habitación de hotel, sintiendo casi el olor del apuesto Richard, el tacto del raso y el satén, el sabor del champán caro. Sólo dos noches antes, el sábado anterior, había vuelto a ver la película, y después de una tableta de chocolate completa se había marchado a la cama como a bordo de una mullida nube. Por la mañana, eso sí, ante el espejo desnuda, antes de meterse en la ducha, se había sentido dominada por el remordimiento. Ajna Chakra, el sexto chakra, también llamado chakra frontal o tercer ojo, y relacionado con la visión, estaba en serio riesgo.
Tendría que volver. Se lo había prometido a sí misma, y también a la vieja y al resto de sus compañeras de terapia. Y ahora que se sentía sobrepasada, esperando la necesaria llegada del coach, deseaba más que nunca reanudar cuanto antes las sesiones. La habían hecho desistir la pereza y también, un poco, el ambiente extraterrestre de las propias clases. Le costaba reconocerse en aquel grupo de mujeres raras, en su mayor parte desequilibradas, que participaban en las sesiones. Y aunque al principio la monitora, con sus maneras de vieja hippy, con su aire de Janis Joplin senil, le había resultado curiosa, al final había acabado cargándola. Ella era Marta Pineda, directora de Marketing y Comunicación de Monsalves, no era como el resto. No, ella era distinta de aquella mujer mayor y viuda que en los descansos estaba siempre recreándose en su desgracia familiar —pérdida de un hijo en accidente de tráfico a los veinte años— y que era incapaz de rematar ninguno de los ejercicios por mera incapacidad física. También era muy distinta de aquella otra mujer divorciada y verborreica que conjugaba con desastroso resultado colgantes de Bimba & Lola con mandalas, atrapasueños y demás quincalla barata. Esta última le había resultado especialmente irritante, porque quizá por cercanía de edad se había sentido interesada en establecer vínculos con ella más allá de las clases. Había sido un error por parte de Marta confesarle durante un café que estaba soltera. Enseguida la mujer divorciada había propuesto una salida nocturna, un despeje, y sin pudor le había narrado algunos detalles de su activa vida sexual recuperada tras el matrimonio gracias al milagro de Internet. Quien no folla ahora es porque no quiere, tía, le había confesado, explicándole que gracias a Tinder, Meetic, Ashley Madison y eDarling (simultaneaba su actividad en varias webs de contacto, eso le permitía diversificar su target), su móvil no dejaba nunca de recibir avisos. Era fantástico sentirse querida, era fabuloso que te desearan. La divorciada, no cabía duda, era fogosa, aunque Marta estaba convencida de que sobreactuaba un poco. Lo había deducido en una de las sesiones, en el momento del Canto del Om. El Om era el mantra que cerraba cada sesión de yoga, un sonido cósmico, como decía la monitora, un ojo de buey abierto al infinito, con el que generábamos una vibración que nos permitía acoplarnos a la vibración de la Madre Naturaleza. El Om debía prolongarse en nuestro pecho, a través de una expulsión de aire sostenida, favoreciendo el relajo de todos nuestros músculos. Y a la divorciada, que había dilatado su Om más allá del resto, hasta que casi le temblaba la voz, el Om le había provocado un orgasmo. Tenía los ojos llorosos, y una lágrima le corría por la mejilla, cuando compartía con el resto de las compañeras aquel momento. Había sido, sí, mucho mejor que cualquier polvo por Tinder. La vieja entonces había reído, como lo hacía habitualmente ella, indulgente, relajada, como perdonando la vida. Veis, había dicho, sin perder la sonrisa, ahí tenéis otro posible beneficio del yoga: también puede ayudaros a estimular vuestra vida sexual. Y en aquel momento, Marta estaba convencida, seguía convencida después de año y medio, de que la monitora flower power la había mirado como si aquel comentario fuera por ella.
Pero no, Marta no era como las demás, no era como el resto, su vida era excitante, su vida estaba llena de estímulos y por supuesto de actividad social. Claro que no exenta de escollos, de algunos problemas, y el problema siempre era el mismo, hombres. ¿Por qué no eran posibles hombres como Richard Gere? ¿Por qué, en cambio, lo más habitual eran comemierdas miserables como el comercial de Locales, aquel simio que había pretendido humillarla y que acabaría pronto —ella ya se encargaría— saliendo de Monsalves? El chakra sexual, definitivamente, estaba descompensado, habían montado una fiesta dentro de su cuerpo, un insoportable carnaval que la había conducido al borde del colapso.
—¿Qué te aflige?
Menos mal, por fin había llegado, acababa de entrar por la puerta, con su inconfundible pelo blanco, con su rutilante sonrisa, con sus ojos. Tenía unos ojos muy bonitos Estabile, la relajaban de inmediato, y también su voz, su timbre calmo, le recordaba a la voz de su padre cuando le contaba cuentos a los pies de la cama esperando a que ella se durmiera.
—Estoy muy mal, Lorenzo. No puedo respirar, tengo algo aquí dentro, en el pecho, que no se me va.
Marta empieza de repente a llorar. Ver a Estabile en el umbral ha sido como volver a encontrar a los padres en un centro comercial después de haber deambulado durante minutos sola, perdida. Como atisbar la orilla a lo lejos después de dar brazadas en un océano desierto pero poblado de amenazas submarinas.
—Tranquila, Pineda. Espera. Ven.
Estabile se acerca a la directora de Marketing y Comunicación. La agarra por los hombros y la observa de cerca.
—Mírame. Mírame de frente.
Marta jadea, y con el llanto la boca se le espesa de saliva. Le cuesta respirar.
—Vamos, vamos. Tranquila —le dice, y toma otra silla y la sitúa bajo sus piernas, fabricando un diván—. Reclínate —le dice—, imagina que estás en tu cama, relaja la espalda, cierra los ojos.
La voz de Estabile entra dentro de ella, es como si su solo timbre rebuscara en sus entrañas y reajustara con precisión de relojero sus chakras.
—Ábrete la camisa, deja entrar aire —sugiere el coach, y Marta siente uno de sus dedos desabrochando los botones altos de su blusa. Sí, es mejor así, ahora hay un poco más de aire, se ha abierto una ventana en su cabeza y penetra la brisa—. Abre los ojos, Pineda —le pide.
Cuando lo hace, tiene enfrente a Estabile, sentado sobre su escritorio, observándola, con su mirada cándida y apacible. No hay miedo ahora, la orilla aún queda lejos pero ella debe seguir nadando.
—El estrés, qué puñetero. Nuestros cuerpos son contenedores, Marta. De vivencias, de sentimientos, de emoción. Y esos contenedores a veces se desajustan, se desequilibran, y es necesario entrar en ellos y poner un poco de orden.
—Los chakras.
—Los chakras, sí. —Estabile sonríe, como correspondiendo a una gracieta infantil—. El yoga nunca viene mal. Pero hablo de ir más allá. Rebirthing.
—¿Rebirthing?
—Justo. ¿Has oído hablar de la memoria celular?
No, Marta no había oído hablar de aquello. Y para ser sincera, tampoco lo entendía demasiado. La memoria celular, explica el coach, es el cómputo de todas las células que contienen las emociones de nuestro cuerpo, y donde se genera la energía vital. Para reajustar nuestro cuerpo hay que entrar en la memoria celular y acceder a las emociones, extirpando aquellas que nos hacen daño. Marta no entiende pero está de acuerdo, lo que proponga Estabile le parecerá bien, así que se presta sin reparos.
—Tienes que aspirar profundo y respirar profundo. Eso al principio.
Y Marta, por supuesto, aspira e inspira, mientras el coach habla. Lo hace quedamente, como si contara una historia de miedo junto a una fogata a un grupo de boy scouts. Tenemos que buscar el equilibrio, hay que potenciar la energía vital. El Praná es el aire que inspira la energía universal, es el Orgón, tu poder.
—Y ahora tienes que aspirar y respirar sin transición. Rápido.
Cuánto bien le hace Estabile, cuánta sabiduría hay en este hombre, piensa Martita Pineda, ahora que exhala e inhala sin descanso, con jadeos breves, desde fuera es como si estuviera sufriendo espasmos, desde fuera es como un exorcismo, pero también desde dentro, porque es justamente eso, un exorcismo, una extirpación, y Estabile es el chamán, Estabile es el salvador, el redentor, el mago, Richard Gere asomado a la escalera de incendios, guapo, apuesto, viril, mostrando su ramo de rosas, mientras de fondo suena la banda sonora de Pretty Woman. Richard Gere, inspira, espira, el Om del orgasmo, el Saludo al Sol, la tableta de chocolate 70%, faldas de Tiffany, reloj de Cartier, tacones de Manolo Blahnik, complementos de Vuitton, y la perfección de su cuerpo desnudo en su cápsula aséptica, sin rastro de grasa, sin estrías ni piel de naranja. No hay peligros ahora, ninguna amenaza, ese mandril del departamento comercial ya no está en Monsalves, y la convención ha salido perfecta, ningún problema con el pantone de las corbatas. Los siete chakras alineados, con el Praná y el Orgón y también con Estabile haciéndole cosquillas en el vientre a través de su voz, que es la voz que le pone al hombre que ella se fabrica como un collage a partir de jirones de películas porno. Ahora Estabile le pide que pare, y al abrir los ojos y observar al coach, que sigue allí, sentado en el escritorio, siente que todo ha desaparecido, se ha abierto la puerta de su garganta, todo vuelve a fluir agradablemente. Por eso sonríe, y el coach también lo hace, y Martita siente ganas de abrazar al mago, de corresponderle, de hacerle sentir que, de alguna manera, acaba de salvarle la vida.
—Muchas gracias, Lorenzo. Me siento mucho mejor.
—No hay de qué. Tú solita has reseteado tu memoria celular.
Definitivamente, todos los chakras vuelven a estar en su sitio. De momento, el yoga podrá esperar.