El mirlo que Liu Feihong le había vendido a mi madre apareció muerto unos cuatro días después y yo quise ver en ello algún designio, así que recogí la jaula con el mirlo sobreviviente y le supliqué a Li Juangqing que me acompañara al sepulcro de mi abuela.
Cerca de las tumbas de mi abuela y mis restantes ancestros había un conjunto de tumbas de otra familia, entre ellas una estela nueva ante la cual Li Juangqing se detuvo con clara curiosidad. Me acerqué a ver qué había atraído a tal extremo su atención. Moviendo apenas los labios, ella daba la impresión de no saber leer, pero esta impresión era equívoca y la actitud en verdad era de asombro. En la lápida hallé un nombre de mujer y un par de fechas: de nacimiento y de muerte. La última fecha era reciente.
¿La conocías?, pregunté.
Fue mi gran amiga de infancia, respondió. Yo la amaba, la admiraba; ella era un par de años mayor y me parecía inteligente y hermosa.
Los ojos de Li Juangqing se nublaron, pero al cabo de un esfuerzo ella pudo controlarse:
Nos peleamos hace veinte años. Nunca más la volví a ver. Y ahora descubro así, del modo más fortuito, que se ha casado y que ha muerto.
De que murió no hay duda alguna, pero no dice en ningún lado que se casó.
Li Juangqing meneó la cabeza, como si mi ignorancia fuera lamentable.
Si no se hubiese casado, dijo partiendo en sílabas cada palabra, no tendría una lápida.
¿Me estás diciendo que los hombres y mujeres que no se casan no tienen derecho a una lápida?
Las mujeres que no se casan, me aclaró.
¿Las mujeres?, reaccioné. ¿Las mujeres no, pero los hombres sí? ¿Por qué?
Porque son hombres, repuso como si eso lo explicara todo.
¿Y entonces?
Entonces, ¡no lo sé!, exclamó. ¿Por qué no ha muerto este pájaro y sí el otro? No todo puede explicarse. Hay cosas que son así.
No me quedé satisfecha con la respuesta, pero empezaba a descifrar esa suerte de acertijo que me había planteado Fangzhi. Mi hermano no podía describir la lápida de la prima, porque no había lápida alguna, porque la prima había fallecido soltera, porque…
Después de ayudarme a quemar dinero en honor a mi abuela, Li Juangqing sugirió que fuéramos al lago con el mirlo sobreviviente. Su propuesta, sigo pensando, no tenía dobles intenciones, pero lo cierto es que terminamos los tres (Li Juangqing, el mirlo «viudo» y yo) a bordo de uno de los botes de alquiler y fui yo quien debió remar.
No necesito decir que a pocos pasos del lago estaban el banco de piedra y los dos sauces debajo de cuya sombra solía refugiarse Xiaomei. Tampoco necesito decir que yo quería que Li Juangqing desconociera ese lugar, tanto como mis encuentros con Xiaomei.
Durante estos últimos años he pensado que mi devoción por Xiaomei empezó a languidecer (o, mejor dicho, a volverse algo menos incondicional) aquella tarde en el lago, mientras yo remaba y remaba, como si me alejara tanto de la orilla como de ella. Más allá de mi propensión, lo sé, a dramatizar las cosas, tal vez estaba en lo cierto al inferir una señal en la muerte del pájaro, pero esta señal ¿era relativa a mi abuela o a Xiaomei?
Al cabo de unos minutos, al percatarse de mis primeras señales de cansancio, Li Juangqing hizo un gesto gráfico para que asomara los remos y los extendiera a los costados del bote, paralelos a la superficie del agua.
Es el premio, proclamó.
¿El premio?, le pregunté.
El golpeteo seco del agua contra el casco, el silencio en el corazón del lago, el bote que sigue moviéndose ebrio de ligera inercia. A esto se refería Li Juangqing, a esta clase de recompensa: un premio para el tesón del barquero.
Hoy veo lo consustancial entre esta idea y la moral de vida de ella, que equivalía a trabajar y trabajar en aras de aquellos oasis en que es posible alzar los remos y concluir: Lo he conseguido con mi sudor, tengo merecido un premio.
Para completar la escena, el viejo mirlo de mi abuela empezó a soltar un canto; parecía feliz, si es que las aves conocen semejantes emociones. También Li Juangqing parecía feliz o, en todo caso, dichosa de abandonar por un momento sus funciones y de verse cuidada, paseada, en fin, casi homenajeada por la inexperta barquera que era yo.
¿De estas fugaces alegrías estaba hecha la vida de Li Juangqing? ¿Envidiaba a esa antigua amiga que, tras ascender socialmente, había logrado casarse? ¿Le horrorizaba saber que en un futuro, ya muerta, no dejaría en este mundo ni una piedra funeraria con su nombre?
Nunca antes me había detenido a pensar a fondo en ella.
Luego pensé en Xiaomei y me puse a observar la soleada orilla del lago con el puente de bambú posado encima de ella como una edificación en miniatura. Luego pensé en Fangzhi y en su ambición de cancelar la boda de mi hermano. Luego pensé en la prima muerta y en la otra prima que, al morir, obtendría una lápida con su nombre en letras de molde. Por fin hablé:
¿Tengo que estar agradecida porque voy a casarme? ¿Debo sentirme afortunada o desgraciada?
Li Juangqing soltó una risa extemporánea.
Esta pregunta te la harás miles de veces en tu vida y es seguro que cada día la respuesta será distinta.
Sí, ¿pero hoy?, quise saber impaciente para mis disquisiciones sobre el futuro.
En tu lugar, me dijo, yo estaría feliz. El casamiento es muy útil, ya se sabe. El señor Zhao es poderoso e influyente, pero su familia no es odiada como otras en similar posición. Y, ante todo, creo que Fangzhi es educado, que te quiere y que nunca te haría daño.
¿Fangzhi?, llegué a balbucear.
Li Juangqing comprendió en el acto lo que ocurría.
¿Cómo? ¿Pensabas que el otro sería tu esposo? ¿De veras? ¿Eso pensabas?