CUARENTA Y SIETE C. F.
I
TAMBIÉN en Plymouth hace un
invierno muy crudo y hay problemas en el taller. Es un compuesto
inestable, fisionable con resultado hostil. Es un taller nuevo y
las tareas tropiezan entre sí. Nadie sabe muy bien lo que tiene que
hacer.
Es fácil contratar gente que trabaje contigo
y es igual de fácil perderla. Las especulaciones empresariales con
la porcelana lo mismo vienen que se van, y los alfareros tienen
reputación de tercos e independientes. Esta inestabilidad propicia
los contratos cortos, que los alfareros se vayan a trabajar a otro
sitio, tan itinerantes como los hojalateros, que pasan de un sitio
a otro, como los predicadores sin congregación, como los
perros.
Para la nueva fábrica han comprado un juego
de moldes a una factoría de Staffordshire recién quebrada, un juego
de las estaciones, querubines con una cabra, una cordera y su
cordero, una esfinge que se parece un poco a un borrico de Devon.
No son moldes de última moda. De hecho, ya tienen quince años
cuando llegan a la China House y los sacan de las cajas con
revestimiento de paja.
II
Preparan tres piezas, grandes jarras de
sidra, para la próxima cocción de marzo, todas ellas con una
invocación lateral goteada en cobalto. Plymoth
Manufacy, dice con un ligero deje. Vengo de Plymouth, Plymouth
me hizo.
Y todas llevan su pictograma en la base, dos
pinceladas, una especie de número 2 con un trazo vertical cruzando
la pincelada inferior. Es el símbolo del estaño, y viene a ser la
réplica de William a las fanfarronas espadas que llevan los
perfectos platos de Meissen en la base, su modo de decir, como buen
boticario, que sabe de dónde procede.
Las jarras se colocan en el centro exacto de
una irregular gaceta refractaria de arcilla. En principio utilizan
leña para prender el kiln, hasta que el armazón de ladrillos
empieza a temblar por el calor de las llamas, que es cuando
introducen un poco el material, hacen una pausa, valoran, otro
poco. Luego, tras dos horas a este ritmo, viene el cambio y hay que
palear carbón. El sonido cambia poco a poco. Los chicos tendrían
que estar atendiendo los morteros, preparando los moldes para la
semana que viene, limpiando los barriles de caolín, pero todo el
mundo se congrega en torno al kiln, trayendo agua para los
operarios. Se va anotando cada hora. El recorrido por todo el
espectro, del naranja al carmín pasando por el escarlata, hasta
alcanzar el cegador calor blanco, cuando utilizan unas varas
metálicas tan largas como perchas de gallinero para extraer los
anillos de prueba y luego los sumergen en cubos cuya agua hierve.
Tardan cinco minutos en enfriarse, y hay cabezas inclinadas en
torno al cubo, para ver cómo se funde el esmalte. Cada anillo
cuenta. Al principio de la cocción, la superficie está abierta, con
cráteres. Hay poros entre el esmalte y la arcilla. Veinte minutos
más tarde, la superficie se está unificando, pero todavía hay
hoyos. En esta prueba parecen liquen. William da vueltas por el
taller. Todos quieren parar. Esto es demencial. Dieciséis horas
paleando carbón, con el torso desnudo, alimentando este horno,
alimentando la obsesión de este hombre. Mira las notas, esta
cocción es dos horas más larga que la anterior. Pasados otros
veinte minutos extraen otra prueba, el anillo esmaltado se balancea
un momento en el agua y luego se inmoviliza, y es blanco y claro y
brillante.
Esta es la verdad, dice Swedenborg. Verás
abrirse los cielos y blancas serán las vestiduras del Señor.
Y «Los afectos de la mente se translucen en
el rostro».
Se para.
Cruzan ladrillos en la chimenea para que no
se escape el calor. Sellan las puertas con arcilla húmeda. Los
operarios se lavan las manchas de tizne de la cara y las manos y el
pecho en unos barriles colocados a la entrada. Las gaviotas
revolotean en torno. El kiln sigue tarareando. Tienes que salir.
Tienes que darte la vuelta y marcharte a casa, cruzar por Coxside y
luego subir Notte Street y entrar por la puerta lateral y colgar el
sombrero, lavarte en la trascocina, abrir la puerta de la sala.
Abres tu cuaderno y te sientas. Sigues con el pulso alterado.
La paciencia recompensará al hombre
virtuoso.
Y está a punto de amanecer al día siguiente
cuando rompes la arcilla de la parte delantera del kiln, y los
ladrillos están dispersos, no en el ordenado montón que tú
encomendaste y ahí viene la primera gaceta refractaria y la ponen
en el suelo y rompen la tapa y ves inmediatamente que todo ha ido
bien.

Base de la jarra de
porcelana de Cookworthy, 1768; © The Trustees of the British
Museum.
La agarras por el asa. Le das un golpecito.
Resonancia clara. Plymoth Manufacy
abrazando las armas de la ciudad, borroso, y unas borrosas flores.
Plymouth me hizo. Y en la base 14 de marzo de
1768 y las iniciales C. F., Cookworthy
Fecit, en azul cobalto. Cookworthy me hizo.
La tierra blanca se ha trocado en esta
vasija blanca. Es la primera pieza de auténtica porcelana que se
hizo en Inglaterra, y esta jarra de sidra con su asa local y su
inscripción en rizosa cursiva, su borroso símbolo del estaño en la
base, ya está ligeramente trasnochada.
Esta es la vasija blanca de William, mi
tercera.