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—¡Debe estar por aquí!—Escuchó una gruesa voz, pero no vio nada.

A lo lejos alcanzó a escuchar el sonido de gritos aterrorizados.

—¡Busquen por todos los rincones, no dejen nada en pie!—Tronó una nueva voz, más intensa que la primea—. ¡Si la dejan escapar no saldrán vivos de aquí…! 

Zarah sintió miedo, no podía ver nada y se mantenía pegada a la pared, escondida de ellos. Era pequeña, apenas una niña, de otra manera no habría cabido en ese agujero.

—No te muevas por nada del mundo—le susurró una voz muy fina a su lado—. Yo intentaré distraerlos.

—Quiero a mi mamá…—sollozó Zarah, sintiéndose apretada entre los escombros y ladrillos que la rodeaban por todas partes.

Ella no ha de tardar, pequeña –la tranquilizó la misma voz—. Ahora quiero que te quedes aquí calladita y no hagas ningún movimiento, ¿de acuerdo?

La niña asintió con la cabeza, aunque apenas podía moverla, al igual que todo su cuerpo. En seguida vio una luz plateada emerger de la nada y elevarse rápidamente por los aires, lejos de ella.

—¿Qué es eso?—Oyó preguntar a una de las voces—. ¿Lo atrapo Flagpaom?

—¡Buscamos a una niña, ¿cuántas veces debo repetírtelo, pedazo de idiota?!—Le gritó el de la voz más gruesa, obviamente el que llevaba el mando.—. ¡Muévanse o los voy a hacer picadillo!

Hubo un destello plateado que alcanzó a vislumbrarse hasta el sitio donde Zarah se encontraba, seguido de varios golpes secos, como si varios costales cayeran al suelo al mismo tiempo.

—¡Rápido cariño, salgamos de aquí!—La apuró la luz plateada que volvía hacia ella en ese instante—. El efecto de mi luz no durará mucho, tenemos que huir enseguida. Ellos despertarán en cualquier momento.

Zarah sintió como si se despegara de los ladrillos al tiempo que de alguna forma emergía de la pared, avanzando sobre el suelo agujereado y repleto de escombros.

Siguió a la luz plateada fuera del agujero hasta un hueco en la pared donde ella apenas cabía, por primera vez agradeció ser tan pequeña. Lo atravesó sin mucho inconveniente y logró llegar del otro lado. Afuera, un amplio jardín se extendía ante ella. En otro tiempo debió ser sumamente hermoso, pero ahora estaba cubierto de hoyos y restos de escombros.

—¡Vamos!

Siguió a la voz a través del prado. La oscuridad era tal que Zarah estuvo cerca de caer en varias ocasiones en una de las zanjas abiertas en la tierra.

Llegaron a la orilla de un risco, donde un destartalado puente colgante se extendía ante ella. Zarah puso pie en el primer tablón y el piso se movió al tiempo que el puente se mecía sin control de un lado al otro. Abajo corría un caudaloso río, no lo veía, pero podía escuchar el estrépito de la corriente.

—¡No mires hacia abajo!—Le ordenó la luz plateada, aproximándose a su rostro hasta prácticamente posarse frente a su nariz.

Zarah soltó una exhalación al lograr ver la forma de esa figura plateada, ¡era un hada! Y sin duda, era preciosa; con cabellos y ojos tan plateados que apenas se les podía mirar directamente, y sus alas transparentes desprendían un polvo plateado que dejaba una estela de luz a su paso.

—Sígueme con mucho cuidado–le pidió el hada—. ¿Crees que puedas volar?

Yo creo que no…—contestó por ella una voz colmada de furia, golpeando con fuerza al hada contra uno de los postes que sostenían al puente.

—¡Nooo!—Gritó Zarah al ver apagarse la luz al tiempo que la diminuta figura caía inerte en el suelo.

 

 

—¡Nooooo!—Despertó gritando Zarah, empapada en sudor y con lágrimas en los ojos.

—¡Aquí estoy amor!–Exclamó Miranda, su madre, entrando apresuradamente en la habitación.

—¿Mamá…?—Preguntó Zarah, aún medio dormida, atisbando la silueta de la mujer aproximarse en la penumbra hasta su mesita de noche para encender la luz de su lámpara.

Entonces los ojos claros de Miranda quedaron a la vista, al igual que su inconfundible sonrisa.

—¿Qué sucedió?—Le preguntó Zarah, haciéndole lugar en su cama para que ella se recostara a su lado—. ¿Estuve gritando entre sueños nuevamente?

—Gritar, llorar, y lo de siempre—Miranda se encogió de hombros al tiempo que se sentaba a su lado en la cama, echándole un vistazo a la habitación completamente desordenada—. Doy gracias de que Javier haya accedido a dejarte su habitación y mudar sus cosas al ático al mudarse a la universidad, o Maricarmen ya estaría con los pelos de punta con este desorden.

Zarah miró en derredor con el ceño fruncido, se había asegurado de poner todo en perfecto orden antes de dormirse, ¿cómo es que siempre su habitación lucía desordenada al despertar?

—Bebe un poco de chocolatl (chocolate), corazón, esto te calmará…—le pidió su madre, tendiéndole una taza con chocolate caliente.

Miranda, ya acostumbrada a las pesadillas nocturnas de su hija, siempre tenía preparada y a la mano una taza de chocolate que le llevaba todas las noches para ayudarle a tranquilizarse y volver a conciliar el sueño una vez que se encontrara más calmada.

—Gracias mamá…—dijo la joven y tomó la taza con manos temblorosas para beber un sorbo.

—Al parecer fue muy malo esta vez…—comentó su madre al observar el desastre a su alrededor.

Por alguna extraña razón, siempre que Zarah despertaba gritando después de una pesadilla, todo a su alrededor se encontraba fuera de su lugar; si algún objeto había estado en un mueble, terminaba en el suelo, y si se encontraba colgando de un clavo o hilo, acababa columpiándose intensamente, como el “atrapasueños” que tenía sobre su cama.

Miranda era la única de la familia que le creía cuando Zarah aseguraba no ser quien provocaba ese desorden, al menos no a propósito. Tenía la teoría de que Zarah podía ser sonámbula, o quizá tuviera algún tipo de don sobrenatural, como la telequinesis, y fuera ese el motivo por el que todo terminaba patas para arriba cuando la chica despertaba de una pesadilla.

Sin embargo, sus teorías no ayudaban a menguar la irritación de sus dos hermanas cuando despertaban con todas sus cosas tiradas en el suelo y la habitación convertida en un verdadero desastre. Maricarmen se ponía histérica, y a pesar de que podían ser las dos de la mañana, no tardaba en llegar al cuarto con una escoba y un trapeador dispuesta a dejarlo todo impecable en el acto. María José intentó una solución más sencilla después de que su madre le informó que no podía atar a Zarah a la cama como lo había estado haciendo sin que ella lo notara, en vano, porque las cosas continuaron apareciendo fuera de su sitio cuando Zarah despertaba con manos y piernas atadas a la cama, y optó por guardar todas sus cosas en cajas durante las noches para evitar que su hermana fuera a romperlas.

Con la partida de Javier, su hermano mayor, a la universidad, la habitación quedó disponible para ella, y a partir de ese momento los conflictos con sus hermanas terminaron, porque ahora eran las cosas de Zarah, y únicamente las de ella, las que terminaban tiradas en el suelo.

Aunque la explicación de tales sucesos continuaba sin llegar…

—¿Cómo te sientes?—Le preguntó Miranda amorosamente, limpiándole el sudor frío de la frente.

—Mejor, gracias…—susurró la joven, sin poder dejar de temblar.

—¿El mismo sueño?

—Sí, pero ahora fue peor…—contó la joven. Un par de lágrimas brotaron de sus ojos, rebeldes ante su intento de mantenerse serena—. No entiendo por qué debo siempre soñar con guerras y situaciones horribles, huir de alguien que me persigue…

—Los sueños son confusos hija. No te angusties por ellos. Creo que lo mejor es que dejes de pensar en ellos, ¿no es lo que te recomendaba la terapeuta que veías de pequeña?—Le preguntó Miranda, besándola en la frente—. Vive tu vida plenamente, y verás cómo las respuestas a tus preguntas llegarán solas, no te acongojes buscándolas.

—Sí, tienes razón… —reconoció Zarah tras un momento de silencio, abrazando a su madre con sumo cariño, contenta de poder contar con esa mujer, de aspecto dulce e inocente, pero tan fuerte e inteligente, que siempre le inspiraba calma.

—Ahora duerme, mi cielo–Miranda la besó una vez más en la frente–. Mañana tienes que levantarte temprano para ir a la escuela.

Zarah sonrió, dejando la taza de chocolate en su mesita de noche antes de volver a recostarse sobre las almohadas.

—Descansa…—se despidió Miranda, cerrando la puerta tras ella.

La sonrisa de Zarah se borró al instante, al tiempo que su mirada se volvía en dirección a la ventana. Las ramas del árbol del jardín se mecían suavemente a causa del viento, iluminadas por la luz de la luna.

Zarah poco a poco cerró los ojos, dejándose llevar por el vaivén de las ramas, buscando su paz y quietud, y con ellas, poder dejar finalmente atrás el terrible tormento de esas pesadillas que la habían seguido desde que tenía memoria…