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—Yo te llevo el bolso—se ofreció Manolo cuando Zarah los hubo alcanzado.

—¡Vamos a celebrar todo el día!—La abrazó su madre esbozando una amplia sonrisa antes de girarse sobre su esposo y plantarle un sonoro beso en la mejilla, como señal de paz.

Zarah estaba tan contenta que no recordaba cuándo había sido la última vez que se había divertido tanto. Comieron y bebieron hasta tarde, jugaron todos los juegos de mesa que trajeron, inclusive aquellos a los que Manolo y Dany les habían perdido las piezas, usando corcholatas en lugar de fichas.

 

Esa noche, mientras se quedaba dormida en la cama alta de la litera que compartía con Maricarmen, Zarah aún sonreía, contenta por su triunfo, su único triunfo deportivo.

Al volver la vista hacia la ventana junto a su cama, alcanzó a percibir la silueta de los campos recortados por el perfil de un árbol cercano a la cabaña. Entonces sus ojos se fijaron en una tenue figura blanca iluminada por la luz de la luna que sobresalía del conjunto oscuro de ramas y hojas; un búho.

Zarah arqueó las cejas al verlo, jamás en su vida había visto uno, al menos no en estado natural, y menos uno tan raro y hermoso.

Se enderezó sobre la almohada, con el cuerpo apoyado en un codo, en un intento de verlo mejor, pero apenas lo había hecho cuando el ave emprendió el vuelo y desapareció en la inmensidad del cielo nocturno.

—Qué hermoso…—musitó Zarah, contenta de al menos haber logrado obtener un atisbo de visión de ese bello animal.

Y con ese pensamiento en la mente, se quedó dormida.

 

 

Esa noche Zarah durmió muy bien, estaba tan feliz que pasó la noche completamente tranquila, soñando algo totalmente diferente a la rutinaria pesadilla: Ahora estaba en un hermoso jardín rodeado de flores, su madre charlaba con su padre y otros dos hombres, reían a viva voz, disfrutando al máximo del momento, mientras ella corría por los jardines tomada de la mano de un niño pequeño.

 

***

 

 

A la mañana siguiente Zarah se levantó temprano, por primera vez tan contenta como los demás por el inicio del día deportivo. Al menos ahora tenía la seguridad de que nadie la molestaría con tener que participar en ningún partido y podría disfrutar la mañana y la tarde charlando con sus amigas y apoyando a los equipos de sus hermanos sin tener encima la preocupación de un nuevo encuentro deportivo.

Así pues, Zarah se preparó para pasar un excelente día y disfrutar al máximo antes de tener que volver a casa esa tarde.

Javier iba a participar en un partido de béisbol, por lo que la familia completa, además de María, Susana y las otras amigas de sus hermanas, quienes por arte de magia habían aparecido allí para acompañarlos, se dispusieron a marchar directo a las gradas para apoyar a su hermano mayor.

Tomaron asiento en unas tribunas lo suficientemente altas como para ver a todos los jugadores, a Javier solía gustarle jugar de jardinero, en la zona más extrema y alejada del área de bateo.

—Es tan fácil distinguir la figura de tu hermano desde cualquier parte—comentó de repente Susana, sin notar los suspiros que emitía entre cada palabra—. Es tan alto y tiene esa figura tan fornida… Pobre de los otros chicos que participen en el equipo contrario.

—No lo creo, mira quien viene entrando para jugar del otro equipo…—María la interrumpió, señalando con la cabeza la dirección por donde venía llegando Allan.

El corazón de Zarah dio un vuelco, como siempre le ocurría al verlo… Pero la sonrisa en su rostro no tardó en esfumarse, al percatarse de que si apoyaba al equipo de Allan, tendría que ir en contra del de su hermano, y viceversa.

—No pongas esa cara, es un juego, no una batalla campal a muerte—Maricarmen voló los ojos.

—Pero si no apoyas a Javier, él se sentirá tanto que no te volverá a hablar hasta Navidad—opinó María José.

—Qué importa, Navidad es en dos meses—replicó Maricarmen.

—Yo en tu lugar, no dudaría en apoyar a mi hermano mayor, y como tú eres como mi hermana, es mi deber apoyar a Javier—intervino Susana, sin dejar de suspirar por Javier.

—Yo creo que si tu verdadero hermano estuviera allí abajo jugando, apoyarías a Javier de todas maneras—replicó María—. Igual como tú Zarah debes apoyar a tu hombre.

—¿Mi quéee…?—Zarah soltó una carcajada hasta que escuchó tronar la voz de su padre a su espalda.

—Exactamente, ¿su qué?

Las cinco chicas, pálidas como el papel, se giraron para encontrar a Miguel de pie tras ellas, llevando varias botellas de refresco entre los brazos, que lo mantenían con las manos ocupadas.  De lo contrario, Zarah dudaba de si habría saltado contra ellas como un gato furioso…

—Es una broma, papá—le explicó Maricarmen a la ligera, quitándole importancia al asunto.

—¿Zarah, tienes novio y no me lo dijiste?—Le preguntó directamente su padre, mirándola con una expresión mezcla de dolor y enojo.

—No, papá, no tengo novio—se apuró en contestar la joven.

—Sólo está loca de amor por ese chico que está en la cancha, Allan—añadió Susana, señalando con el índice al campo en dirección al joven que en ese momento se encontraba en la posición de lanzador.

—No me ayudes, amiga…—musitó Zarah de mal humor.

—No me mires así—le pidió Susana, ocultando el rostro tras su bolso—. Me das miedo cuando miras de esa manera.

Zarah voló los ojos y desvió la vista. Su padre se sentó tras ellas, por la expresión seria que mantenía en la cara era claro que continuaba molesto, pero al menos su madre había llegado a tiempo de la mano de Manolo y Daniela para evitar que el asunto tomara proporciones más grandes.

Se escuchó una ola de aplausos. Allan había ponchado al bateador, y ahora cambiaban posiciones. Al equipo de Javier le tocaba estar en el campo, y al de Allan batear.

—No puedo creer lo aburrido que es esto…—se quejó Marijó, cubriéndose el rostro con su chaqueta negra para protegerse del sol.

—Es natural, los vampiros odian el sol y los días al aire libre—escucharon una voz cercana a ellas.             

Zarah se giró con el ceño fruncido, podría reconocer esas voces en cualquier parte: Fernanda y Paola. Ambas habían estado ocultas bajo las gradas sin que se dieran cuenta de su presencia, y por el fuerte golpe que Fernanda le dedicó a Paola por abrir la boca, era claro que eso era precisamente lo que buscaban: espiarlas para sacar material para crear su veneno.

—Oh, no…—Zarah se puso pálida, recordando las palabras que habían intercambiado hacía unos minutos.

Maricarmen compartió con ella una mirada de preocupación. Eran pocas las cosas que alteraban a Maricarmen, pero su hermana sabía tan bien como Zarah que ese par de arpías podía hacer mucho con esa información cuando se proponían embestir a una presa.

Y ninguna de las dos dudaba que ese par de víboras utilizara esa información en contra de Zarah, las arpías y víboras siempre buscaban nuevo veneno para humillar a sus víctimas.

—Tranquila, no creo que digan nada—le dijo en voz baja María—. A ellas también les gusta Allan.

—¿Y eso qué?—Replicó Marijó, forzándose por mantener moderado el tono de voz—. A la mitad de las chicas de la escuela les gusta Allan.

—Sí, pero ellas no querrán quemarse ante él.

—¿A qué te refieres?—Preguntó Susana—. ¿Crees que a Allan le gusta Zarah, y les salga el tiro por la culata?

—No, se refiere a que él es muy dulce, no permitirá que se burlen de alguien a su costa. Lo he visto defender a varias chicas en esa misma situación, siendo molestadas por ese par—comentó Maricarmen—. A veces me sorprende lo ingenua que eres, Susy. ¿Cómo crees que a ese par le preocupe que él se entere de los sentimientos de Zarah y se le declare? Por favor… —bufó Maricarmen, y en seguida añadió, tomando en cuenta el peso de su comentario—. Sin ofender, hermana, no es por ti, es por él. Es demasiado popular, es poco probable que él se haya fijado en ti.

—Sí, claro, gracias…

—Mira Zarah, va a batear Allan—le dijo Susana, quien era la única que aún mantenía la atención en el juego, aunque sus ojos sólo tenían cabida para Javier.

Zarah no pudo evitar desviar los ojos de su hermano para fijarlos sobre Allan. Era tan guapo, tan atlético, tan perfecto… ¡Cómo odiaba que fuera así! Si al menos Allan hubiese sido un nerd de laboratorio y no una estrella del deporte, habría tenido más probabilidades de llegar a interactuar con él, quizá hasta que él se enamorase de ella…

Pero no, tenía que ser la regla de la vida; enamórate del tipo más imposible de alcanzar en el planeta.

Y eso le había pasado precisamente a ella.

Maricarmen tenía razón. Las posibilidades de que él llegase a fijarse en ella eran casi nulas. Además, él tenía a Raquel a su lado siguiéndole los talones día y noche, ¿por qué iría a cambiar una chica perfecta como Raquel, con quien tenía tanto en común, por ella?

No, esas cosas no pasaban en la vida real.

Debía aceptarlo. Las posibilidades de que Allan se fijara en ella eran tan remotas como que un meteorito le cayera en ese mismo momento del cielo y le partiera la cabeza…

Se escuchó un batazo tan fuerte que todas debieron desviar la vista en dirección al campo justo en el momento en el que una pelota de béisbol volaba a toda velocidad hacia ellas, directo contra el rostro de Zarah.

Y todo se volvió oscuridad…