32
Nunca antes Zarah se sintió tan nerviosa al esperar a que el reloj marcara las diez de la mañana. La familia completa, con excepción de Dany y Manolo, a quienes habían dejado esperando arriba en su cuarto para mantenerlos ajenos de la discusión, aguardaban sentados en la sala de la casa, atentos al tic tac del segundero del reloj cucú.
La manecilla llegó al diez y el pajarito salió de su escondite, dando a conocer la llegada de la nueva hora, así como el pronto arribo de sus visitantes.
El timbre de la puerta se escuchó al instante, provocando que todos dieran un brinco en sus asientos.
—Yo voy—dijo Javier, poniéndose de pie para dirigirse a la entrada.
Zarah inspiró una honda bocanada de aire, mirando a los demás con sumo nerviosismo. Estaba segura de que ese sería el día más importante de su vida, el día que se decidiría su destino…
Había presenciado en carne propia de lo que eran capaces esos Capadocia, los había visto pelear contra esos monstruos gigantescos y poderosos, los Kinam, y habían salido vencedores. Sabía que nada
podrían hacer contra ellos si las cosas se ponían feas… Y no podía permitir que la situación llegara a ese punto. Su familia estaba primero,
lo había estado pensando toda la noche, si tenía que decidir entre renunciar a ellos o quedarse y ponerlos en peligro, se marcharía. No había duda. No permitiría que ni los Kinam ni los Capadocia les hicieran daño.
La puerta se abrió en ese momento y por ella entró… ¡¿Zack?!
—Buenos días—saludó el joven, vestido con las galas más elegantes que Zarah había visto en una persona.
De por sí era conocido en la escuela por ser un “niño rico”. Iba a la escuela conduciendo un auto deportivo de lujo, su ropa era de marca, y siempre traía las mejores y más caras mochilas y cuadernos. Sin embargo, nada de eso era equiparable a la facha que llevaba ese día. Era como ver a un príncipe vestido para visitar a la plebe.
—¿Qué estás haciendo tú aquí?—Le preguntó Marijó, tan desconcertada como su hermana de verlo.
—Disculpen la intromisión—tras él entró Ruperto, acompañado por Aníbal y Allan. Ruperto colocó una mano sobre el hombro de Zack, llevándolo con él hacia adelante—. Les presento a mi hijo, Zackarías.
—¿Zack es su hijo?—Preguntó Maricarmen, dedicándole una mirada despectiva al joven para enseguida ver al padre con cierta compasión.
—Así es. Era mi deber presentarlo ayer, pero me temo que Zack se encontraba demasiado indispuesto como para venir—Zarah notó cierta molestia en la voz del hombre, al tiempo que le dedicaba una mirada molesta a su hijo.
—No tiene que presentarlo, ya lo conocemos—bufó Marijó—. Va a la escuela con nosotros.
—Mi padre se refiere a presentarme como Capadocia y miembro honorífico del Círculo de la Estrella—habló Zack, moderando el enojo en el tono de su voz—. Hoy me siento mejor, bien pude quedarme en cama, pero sé que es mi deber estar aquí, y no faltaría por nada del mundo a mi obligación, princesa Zyanya.
—Es Zarah—lo corrigió Allan, quien se había quedado atrás, observando a Zack con el ceño fruncido.
—Es la princesa Zyanya, y será mejor que se acostumbre de una vez a su verdadero nombre, ya que vivirá entre nosotros—replicó Zack, sin disimular en absoluto el tono despectivo en su voz.
Por el rabillo del ojo, Zarah notó la presencia de Raquel, Rebecca, Patrick, Alessandra y Jaqueline, aunque ellos, en lugar de entrar, aguardaron afuera. Un hombre joven, al que no conocía, se adelantó, y se quedó esperando cerca del umbral de la puerta. Debía bordear los treinta años, aunque conociendo a los Capadocia, bien podía equivocarse. Era bastante guapo, de piel morena, tostada por el sol, y ojos de un azul intenso. Tenía el cabello de color negro, y lo llevaba anudado en una coleta bajo la nuca.
No parecía notar la discusión de los demás, pues sus ojos se fijaron directamente sobre los de Zarah, y de ahí no los movió.
Zarah sintió un estremecimiento en su interior al contacto con esa mirada, pero no la esquivó, como solía hacer generalmente. Al contrario, le gustó… Había algo en ese hombre que la hacía sentir en confianza.
—No creo que discutir frente a la princesa y su familia adoptiva sea el mejor modo de entablar una relación amistosa—intervino el hombre,
tomando por primera vez la palabra.
—Le encuentro toda la razón, Tanek—contestó Ruperto, y dirigiéndose a Zarah y a su familia, añadió, señalando al hombre que acababa de hablar—. Por favor, permítanme presentarles a Tanek Ruffian. Él es miembro del Círculo de la Estrella y el representante personal del rey Ahren de los Blancos.
—Un gusto conocerla al fin, princesa—Tanek se inclinó para hacer una reverencia—. Es un honor estar en su presencia.
—Se lo agradezco…—Zarah sintió que el rubor encendió sus mejillas, ¿de dónde habían venido esas palabras tan elegantes con las que habló de repente?
—No tiene nada que agradecer—le dijo él, sonriendo ligeramente—. Es mi deber y un honor escoltarla de regreso a su hogar, princesa.
—Respecto a eso—Miguel se puso de pie—, hemos hablado con Zarah, y ella ha decidido quedarse con nosotros.
—¿Disculpe?—Zack se dirigió a Miguel con el mismo tono de voz que le había dedicado a Allan—. Zyanya es una princesa Capadocia, pertenece a la realeza del Círculo de la Estrella de los Cinco Picos. Ella va a regresar con nosotros, no es una pregunta.
—¡Sobre mi cadáver!—se adelantó a decir Javier, preparado para pelear a los puños contra Zack.
—¡No molestes, homo!—Zack, antes de que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, apareció de la nada una cuerda plateada con la que envolvió el cuerpo de Javier como si se tratara de una anaconda enrollando a su víctima.
Javier cayó al piso con un ruido sordo, jadeando en su lucha por conseguir oxígeno.
—¡Suéltalo!—Rugieron Zarah y Allan al mismo tiempo, sobresaltando a los demás con su sincronizado desenfreno cuando ambos corrieron en ayuda del joven. Allan alzó una mano que al momento de tocar la cuerda se había convertido en garras y rasgó la gruesa cuerda de plata como si se tratase de mantequilla, liberando a Javier de su aprisionamiento.
—¡Javier, ¿te hiciste daño?!—Le preguntó Zarah, tomando la cabeza de su hermano entre sus manos.
—¿Estás bien, Javier?—Le preguntó Miranda, hincándose a su lado y abrazándolo—. Por favor, dime si estás bien…
Javier asintió, llevándose una mano al cuello, como si todavía le costase trabajo tomar oxígeno.
—No es nada, sólo fue un ataque sencillo que no lastimaría ni siquiera a un insignificante Homo como tú—espetó Zack.
—¿Cómo pudiste atacarlo?—Allan lo encaró, furioso. Sus ojos se habían tornado rojos, y ahora eran sus dos manos las que lucían como garras.
—Allan, será mejor que esperes afuera—intervino Aníbal.
—¡No!—Zarah se puso de pie y ante la sorpresa de todos, corrió a embestir a Zack con una tremenda cachetada.
Incluso Marijó pareció sorprendida ante la violenta reacción de su hermana, por lo general, pacífica.
—¡Vuelve a tocar a mi hermano y te haré tragarte tu maldita cuerda plateada, ¿me escuchaste?!
Allan arqueó las cejas, notablemente sorprendido, y compartió una mirada de idéntica sorpresa con Javier, quien en ese momento se ponía
de pie con ayuda de su familia.
—¡No te vuelvas a acercar a él! –continuó gritando Zarah, ajena a la conmoción que se suscitaba a su alrededor. Incluso Raquel la observaba de manera renovada, sin dar crédito a esa furia desenfrenada que había emergido de pronto en su hermana—. ¡No te acerques a nadie de mi familia, o te… o te…!—De pronto, Zarah se encendió en una flama azul que hizo retroceder a todos a su alrededor, incluido Zack, quien la observó boquiabierto.
Allan, por el contrario, se aproximó a ella. Con calma posó una mano sobre su hombro y le habló al oído.
—Creo que lo ha entendido ya, Zarah. Déjalo. Lo estás asustando.
La llama desapareció tan rápidamente como había aparecido.
—Espero que lo hayas entendido—le dijo Allan a Zack, sin disimular la sonrisa divertida en su rostro.
—Como ordene, princesa—Zack hizo énfasis en esa palabra, dejando por sentado que no era a Allan a quien obedecía.
Zarah le dedicó una mirada despectiva y se giró para buscar a su hermano.
—¿Cómo está?—Le preguntó a su madre, quien se encontraba al lado de Javier, observándola boquiabierta—. ¿Se ha lastimado?
—No, estoy bien…—el joven también la miraba pasmado, sobándose la mandíbula adolorida por el golpe.
—¿Qué sucede?—Zarah frunció el ceño al notar que su padre, Maricarmen y Marijó compartían la misma expresión de sorpresa en el rostro. Sorpresa mezclada con miedo…—¿Por qué me miran así?
—¿Qué fue lo que hiciste?—Le preguntó Maricarmen, la única que pareció recordar cómo se usaban las palabras.
—¿Cómo que fue…?—Zarah miró a Zack—. Le grité, ¿es que no puedo enojarme de vez en cuando?
—Tú… tú te encendiste…—le dijo Miguel, señalándola con el dedo—. Te encendiste como una vela.
—Realmente eres uno de ellos…—musitó Marijó, viendo de arriba abajo a su hermana, como si la estuviera observando por primera vez en su vida.
Zarah no supo qué decir o cómo actuar. Miró a Allan en busca de ayuda, y él pareció gustoso de ese gesto, porque se acercó y volvió a posar una mano sobre su hombro.
—No lo notaste, pero te encendiste en una flama azul, de la misma manera como yo me enciendo en una roja, Zarah.
—¿Qué yo qué…?
—Has comenzado a liberar tus poderes—le explicó Tanek, aproximándose a ella—. Puede que sea difícil de comprender ahora, pero lo harás a su debido tiempo. Llegará el día en el que te encuentres en pleno uso de tus facultades, y podrás utilizar tus talentos como cualquiera de nosotros, o inclusive mejor.
Zarah agachó la vista, demasiado conmocionada para continuar mirándolo por más tiempo a los ojos. No entendía… ¿De verdad se había encendido como Allan?
—Pero para que eso sea posible—continuó hablando Tanek—, tienes que venir con nosotros, princesa. Sólo con tu gente podrás aprender a usar tus talentos como se debe.
—¡Ella no quiere ir!—Escucharon un grito desde arriba, y al girarse,
vieron a Manolo de pie en la escalera. Tenía el rostro bañado de lágrimas y sin importarle reclamos o reprimendas, corrió hasta el sitio donde se hallaba Zarah y la abrazó por la cintura, soltándose a llorar de lleno—. ¡Diles lo que nos dijiste ayer, Zarah! ¡Diles que te quedarás con nosotros para siempre!
Los ojos de Zarah se llenaron de lágrimas mientras abrazaba a su hermano, hipando de manera afligida mientras le rogaba que se quedara a su lado, sin soltarla.
—Sé que es duro para ustedes dejarla ir—intervino Allan—, pero deben estar conscientes de que si Zarah no aprende a dominar sus poderes, podrían volverse contra ella y…
—Matarla—Zack terminó la frase, y todos se giraron hacia él con miradas airadas.
—¡Eres un bestia, Zack!—Le gritó Marijó, abalanzándose sobre él.
—¡No, Marijó!—Miranda la detuvo por el brazo antes de que pudiera tener el mismo destino que su hijo mayor.
—Zack, tu comportamiento está provocando una situación que no buscamos—le dijo Ruperto, volviendo a posar una mano sobre el hombro de su hijo—. Creo que será mejor que te vayas.
—¡Por supuesto que no me iré!—Bramó Zack, quitándose la mano de la padre como quien se sacude una mosca—. Soy representante del Círculo de la Estrella, es mi derecho y mi deber estar aquí presente.
—Yo también represento al Círculo de la Estrella, y al rey Ahren en persona—habló Tanek—. Por mi parte, confío plenamente en el juicio de Ruperto. Si el general cree que no tienes que estar aquí, será mejor que te vayas.
—Yo soy un miembro honorífico…
—Y yo soy un miembro real—bramó Tanek—, y tengo autoridad sobre ti. Así pues, o te atienes a las normas y respetas a los presentes, o te vas.
Zarah arqueó las cejas, sorprendida de ese despliegue de autoridad.
—Es mi deber estar aquí, y aquí me quedaré—siseó Zack, con el orgullo adolorido.
Zarah lo miró con cierta lástima. No le gustaba Zack, pero sabía lo que se sentía ser atacado por un grupo completo, como él lo estaba siendo ahora. Y también sabía que buena parte del enojo que todos sentían por la situación que vivían lo estaban descargando sobre él, incluida ella…
—No te importó mucho tu deber ayer, cuando estabas cayéndote de borracho—espetó Raquel.
—No era por borracho, era por la resaca—dijo Rebecca, secundando en el tema a su hermana—. No es la primera vez que le pasa. Fue igual en la fiesta de Maricarmen. Quizá de haber estado un poco más sobrio habría podido ayudarnos a proteger...
—¡Eso es culpa de Allan!—Zack señaló directamente al joven—. Él nunca me dijo nada sobre la existencia de la princesa, de haber sabido yo que…
—Me refería al Alma Pura, no a Zarah, pelmazo—le dijo Raquel, dedicándole a Zarah una mirada despectiva de paso—. A ver si te vas poniendo al corriente…
—¿El Alma Pura?—Preguntó Miranda.
—Es como llamamos a los niños especiales—le explicó Ruperto—.
Cuidamos de ellos, en especial de los niños con autismo. Se cree que poseen un gran poder oculto, y que entre ellos encontraremos al Alma Blanca, el Alma más poderosa de todas, que vendrá a cambiar el mundo.
—¿De qué están hablando?—Preguntó Miguel, comenzando a impacientarse.
—Es una larga historia, y creo que lo mejor será que nos sentemos para que puedan escucharla—les dijo Ruperto.
—Por supuesto, por favor…—Miranda señaló los sillones, pidiéndoles con el gesto que tomaran asiento—. Ustedes también, muchachos, no se queden allí parados—se dirigió a los que esperaban en la puerta.
—No les digas muchachos, mamá—le dijo Maricarmen al oído—, son más viejos que la independencia.
—¿Qué…?
—¿Por qué no comenzamos?—Las interrumpió Ruperto, tomando la palabra—. Supongo que han de tener muchas preguntas que hacernos, como lo del Alma Pura. Como les decía, cuidamos a todos los niños con autismo, y en su hija Dany vimos una cualidad especial, un don, podría llamarse.
—Es bruja, siempre lo dije—asintió Miranda.
—Algo así—rió Ruperto—, es esa la razón por la que un equipo estaba encargado de protegerla.
—¿Un equipo?—Miguel arqueó las cejas—. ¿Todo un equipo por una niñita?
—Como le dije, hay algo especial en Dany. El equipo estaba conformado por Raquel, Rebecca y Zack. Este año también se integró
Allan…—miró al joven de pie tras ellos, mudo como una estatua—. Fue gracias a su intervención que supimos de los raros dones que poseía Zarah.
—¿Cómo…?—Zarah miró directamente a Allan.
—Yo me di cuenta que eras especial, una Capadocia—le contestó Allan, sabiendo que era su deber responderle esa pregunta—. Como te expliqué, todas las extrañas cosas que sucedían a tu alrededor: los balones siguiéndote, los movimientos de puertas o de tierra cuando te enojabas…
—¿Esas cosas no son normales?—Preguntó Marijó, mirando de forma diferente a su hermana.
—No, son habilidades Capadocia—contestó Aníbal—. Pero no fue eso lo que hizo que Allan diera a conocer tu paradero a La Capadocia, ¿no es así, hijo?
Allan negó con la cabeza, bajando la mirada.
—¿A qué se refiere?—Preguntó Miranda.
—En La Capadocia tenemos manera de “rastrear” a estos niños especiales, los que formarán parte de La Capadocia. A Zarah no pudimos rastrearla gracias al bloqueo que los Kinam pusieron en su mente. Cuando suceden esta clase de casos, si un Capadocia nota la existencia de un humano que pudiera poseer el talento necesario para entrar en la orden, tiene el deber de dar aviso a sus superiores para contactarlo para una posible integración.
—¿Y tú no la denunciaste?—Miranda le preguntó directamente a Allan, hablando con una voz llena de agradecimiento.
Allan se limitó a negar con la cabeza.
—Era su deber, no cumplió con él. Debió hacerlo, y merece un castigo por ello—dijo Zack con saña.
—Allan debió tener sus motivos para no hacerlo, ¿no es así, hijo?—Ruperto se dirigió a Allan con más cariño con el que trataba a su propio hijo.
—De todas maneras, es algo que hablaremos en cuanto lleguemos a Tierra de Libertad—intervino Aníbal.
—Eso es otro tema, coronel—dijo Ruperto, buscando retomar el tema—. El hecho es que, como les dije ayer, de no haber sido por Allan, no sabríamos cuál pudo ser el destino de Zarah. Por lo que sabemos, de alguna manera los Kinam se enteraron del paradero de Zarah (probablemente siempre la mantuvieron bajo vigilancia, desde el día que la secuestraron y borraron la memoria), y por alguna razón, que todavía no conocemos, intentaron raptarla una vez más en la fiesta.
—Probablemente les llamó la atención el Capadocia que no se le despegaba—espetó Zack de manera mordaz, mirando a Allan por el rabillo del ojo.
—Como fuera—continuó Ruperto, sin hacerle caso a su hijo—, de no ser porque Allan estuvo allí para defender a Zarah, no habríamos sabido jamás que ella era la princesa Zyanya de los Blancos, perdida hace tantos años. De caer en manos de los Kinam, no quiero ni imaginar la suerte que habría tenido nuestra estimada princesa perdida…
—¿Pudo haber muerto?—Preguntó Miguel, mirando con ojos renovados a Allan.
—Sí…—Ruperto bajó la mirada.
Miguel se puso de pie sorpresivamente y caminó en dos zancadas la distancia que lo separaba de Allan.
—Yo… no tengo palabras para agradecerte, muchacho—le dijo Miguel antes de abrazarlo de forma efusiva.
Marijó soltó una risita por lo bajo, volviéndose a mirar a Zarah y Maricarmen, tan impresionadas como ella por el gesto.
—No fue nada, señor—Allan lo miró a los ojos cuando el hombre lo hubo soltado—. Jamás en la vida habría permitido que algo malo le sucediera a Zarah.
Zarah lo miró absorta, deseando ponerse de pie y ser ella quien lo abrazara, y llenarlo de besos, además.
—Entonces, retomando el tema—habló Miranda —, Allan sabía que ella era una de ustedes, pero no quién era, ¿comprendo bien?
—Exactamente—asintió Ruperto—. Allan nos explicó quién era ella después del ataque, hasta ese momento nosotros no sabíamos nada sobre Zarah, ni por qué los Kinam la buscaban.
—En ese caso, ¿cómo es que se enteraron de quién era ella?
—Yo contestaré a eso—Allan se adelantó. Ruperto lo miró y asintió con la cabeza, permitiéndole hablar—. Como le expliqué a Zarah, comencé a sospechar que ella no era una simple Capadocia no encontrada por el rastreo de los ancianos, cuando vi, dibujado en sus cuadernos, los antiguos jeroglíficos de nuestro pueblo. Jeroglíficos desconocidos para cualquier ser humano común y corriente.
—Bueno, teniendo una madre estudiosa de las culturas antiguas, bien Zarah pudo haberlos visto en alguno de mis apuntes…
—No, lo siento, pero es imposible—contestó Allan—. Estos jeroglíficos jamás han sido vistos por humanos, es más, sólo una parte selecta de La Capadocia los conoce; los de El Círculo de la Estrella de los Cinco Picos. Fue por esa razón que comencé a seguir la pista de que Zarah podía ser una Capadocia perdida de nuestro mundo, pues la única forma de que ella conociera esos jeroglíficos, es que haya vivido entre nosotros.
—Pero si perdió la memoria, ¿cómo es que pudo recordarlos?—Preguntó Maricarmen.
—Quedó grabado en su subconsciente—Allan se tocó la cabeza con el índice—. Las memorias siguen en el cerebro de Zarah, aunque ella no pueda acceder a ellas.
—¿Y sólo con eso supiste quién era ella?—Preguntó Miranda.
—No, pero me dio la primera clave para seguirle la pista. Como les expliqué, sólo una selecta parte de La Capadocia tiene acceso a esos jeroglíficos, y la lista de personas desaparecidas de la realeza son escasas.
—De hecho, Zarah es la única—bufó Zack, cruzado de brazos contra la pared.
—Le hice a Zarah una prueba con un aparato especial que mide la presión de la mano de la escritura, la cual nunca cambia, y al mismo tiempo las huellas digitales y el ADN. Es una prueba infalible.
—Ya lo creo…—musitó Maricarmen, mirando a Zarah de manera extraña—. Después de eso, dudo mucho que cualquiera pudiera negar su verdadera identidad.
—Así supe quién era ella—Allan la miró a los ojos—. Como le expliqué a Zarah, nunca antes la conocí, no tenía forma de saber quién era ella sin esa prueba.
—Muy inteligente, muchacho, muy inteligente—lo felicitó Ruperto—. Sin tu ayuda, jamás habríamos logrado dar con la princesa. El rey Blanco te estará por siempre agradecido.
—¿El rey Blanco?—Preguntó Zarah, frunciendo el ceño—. ¿Se refiere a mi abuelo, no es así?—Zarah se sintió extraña pronunciando esas palabras. Aún le resultaba tan difícil creer que tenía otra familia de la que nada sabía…
—¿Por qué se llama rey Blanco?—Preguntó Marijó.
—Es algo un tanto complicado de explicar—contestó Ruperto—. Dentro de los primeros fundadores de La Capadocia, los cinco descendientes directos de Adah, la primera Capadocia de la que se tiene conocimiento, formaron la orden como la conocemos hoy en día. Se dividieron en cinco grupos: Los Blancos, los Amarillos, los Rojos, los Pardos y los Negros. Los cinco picos de la Estrella.
—Qué interesante—confesó Miranda, y ante la mirada dura de su marido, se guardó la sonrisa que había surgido en sus labios.
—Son ellos los más altos dirigentes de La Capadocia, ellos junto a los integrantes del Círculo: las Almas Azules Renacidas.
—¡¿Las qué cosa?!—Preguntó Marijó.
—Es una larga historia, y mejor no nos desviemos del tema—apuntó Ruperto—. El punto es que es debido a los cinco descendientes y el círculo de Almas Azules que se forma “El Círculo de la Estrella de los Cinco Picos”, los dirigentes de La Capadocia.
—La realeza—añadió Allan, sin dejar de mirar a Zarah.
Ruperto asintió con la cabeza.
—Tú, Zarah, eres hija de Elizabeth, hija de Ahren, descendiente directo de Adah—posó ambas manos sobre sus hombros, de manera solemne—. Al igual que tú.