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En cuanto Zarah regresó a la cancha donde aguardaban las chicas, se percató de que faltaba menos de una hora para el comienzo de su partido de fútbol, y de inmediato sintió un nudo en el estómago.

A lo lejos, sentados en las gradas superiores, alcanzó a divisar a sus padres, y cómo no hacerlo, si su madre prácticamente podría haber detenido el tráfico aéreo con las señas que le hacía desde la tribuna.

—Tengo la ligera impresión de que tu mamá quiere que vayamos a sentarnos con ellos—le dijo María en tono sarcástico, quien había bajado a ayudarla con las botellas.

Zarah asintió, demasiado nerviosa como para decir algo con palabras, y comenzó a subir las escaleras detrás de su amiga para encontrarse con ellos.

—Qué alegría que llegan a tiempo, chicas—les dijo Miranda, atenta al partido con Dany sentada en sus piernas. A su lado, Manolo, Javier y Miguel gritaban a todo pulmón, apoyando al equipo de Maricarmen.

Abajo, Zarah alcanzó a divisar a María José y sus amigas haciendo lo mismo, aunque de manera un tanto más ruda, acompañadas por Susana, quien a falta de pompones se había armado

con un par de playeras viejas del equipo y las sacudía en el aire con tanto empeño como si se le fuera a ir la vida en ello.

Zarah se sentó junto a su familia, acompañada por María. Intentó poner atención en el juego de sus hermanas, pero sus intentos fueron nulos, en lo único que podía pensar era en el juego de fútbol que no tardaría en comenzar.

Sólo faltaban veinticinco minutos, veinticuatro, veintitrés…

¿Es que siempre el tiempo pasaba tan rápido o sólo cuando algo desagradable se aproximaba? Era igual que esa horrible prueba de física, no peor, porque ahora haría el ridículo frente a toda la escuela, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo…

El silbato sonó antes de lo que habría esperado, finalizando el partido y sacándola de sus cavilaciones. El partido de fútbol no tardaría en comenzar.

—Zarah, tu padre te acompañará a tu partido—le informó Miranda, cuando ya se ponían de pie de sus butacas—. Me quedaré aquí para echarle porras a Marijó.

—De acuerdo—contestó Zarah sin mucho ánimo, avanzando en compañía de María, quien parecía tan contenta como ella por ese maldito juego.

Dany saltó de los brazos de su madre y le tomó la mano a Miguel, partiendo junto con ellos.

—Supongo que quiere apoyar a su hermana mayor—sonrió Miguel, intentando animar a Zarah, pero sólo logró provocar una mueca que no llegó ser una sonrisa en el rostro de su hija.

—Hija, quiero hablar contigo—le pidió su padre acercándose tímidamente a ella a unos metros antes de llegar a la cancha de fútbol—. María, linda, ¿te importaría cuidar a Dany un par de minutos?

—Por supuesto que no—contestó María, tomando a Dany de la mano—. Vamos Dany, escojamos buenos asientos para ver el partido.

—¿Qué ocurre?—Le preguntó Zarah a su padre una vez que se quedaron a solas, temiendo que ahora fuera a pedirle que compitiera en algún otro partido o la condenada carrera de patinaje, ¡oh no, eso debía ser! ¡Se había enterado de la maldita carrera de patines de sus compañeros de escuela! Iba a matar a Fernanda y Paola…

—Zarah, no quiero que te enojes conmigo—le pidió su padre, asumiendo que la expresión de irritación que reflejaba su hija en el rostro era debido a eso—. Sé que no te gusta competir, y me siento muy mal de haberte obligado a participar en algo que no es de tu agrado…—las palabras parecían fluir con inmensa dificultad por la boca de su padre—. En fin,  quería decirte que no tienes que hacerlo si no quieres.

La joven lo miró a los ojos con detenimiento y sonrió agradecida, pero en el preciso instante en que iba a aceptar la declinación de su padre, sorpresivamente entendió el significado que tenía para él aquella situación; él deseaba estar presente en los momentos difíciles para ella, apoyarla y ayudarla a enfrentarlos juntos, y de esa manera evitarle tener que enfrentarlos sola después, cuando él no pudiera estar presente para protegerla.

—Está bien, papá…—contestó sin pensarlo mucho al ver ese rostro acongojado—, sí quiero jugar… voy a jugar esta vez, para que estés conmigo y me puedas ver.

Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el rostro de su padre y su pecho se infló de orgullo al oír sus palabras.

—¡Yo te estaré apoyando!—Exclamó Miguel sumamente alegre, abrazándola con fuerza.

—Lo sé, papá – contestó Zarah todavía con cierto desgano—. No lo haría de saber que no es así…

—¡Zarah, ya están llamando a los jugadores!—Le gritó María desde la puerta de entrada a la cancha.

Zarah intentó sonreír, pero el gesto se le heló en el rostro al ver avanzar a Allan directo a la cancha, acompañado por la multitud inseparable de amigos de siempre.

¡Oh, no…! Tendría que jugar con él, ¡haría completamente el ridículo y todos los de quinto la verían! Y peor, Allan Cortaza la vería…

Sintiendo que comenzaba a marearse, Zarah caminó hasta la cancha de fútbol donde un profesor de deportes hacía de árbitro y daba instrucciones a los jugadores que iban llegando.

—…vamos a tener que juntar los equipos por falta de jugadores—él estaba avisando cuando ella se acercó lo suficiente para poder escucharlo—. Alumnos de cuarto, quinto y sexto juntos en un solo equipo.

¿Vamos a jugar contra hombres?—Preguntó una joven con una expresión bastante espantada grabada en el rostro, y Zarah se alegró de que no era la única sin mucha confianza en su talento como futbolista

—No tonta –le contestó su amiga—.Van a ser equipos mixtos. Vas a jugar con los hombres, no contra ellos.

—Si jugamos con ellos, también contra ellos, tonta—la chica recalcó esta última palabra a propósito, obviamente ofendida por el término que usó su amiga con ella. La otra joven, también molesta con su amiga, le sacó la lengua y se cruzó de brazos, aguardando por el resto de la explicación.

—Aquí tengo la lista de chicos inscritos para el partido—continuó hablando el profesor, levantando una tablilla con una hoja donde había varios nombres escritos a mano—. Por favor, acérquense todos al centro de la cancha.

Sintiendo que el nudo en el estómago comenzaba a cobrar vida propia, Zarah se aproximó al centro con los demás chicos, rezando porque esa agonía terminara pronto.

—De este lado hasta aquí—el profesor señaló a un grupo de chicos, terminando su indicación justamente con Zarah—serán del equipo de Zack, y el resto serán de Allan.

La joven sintió una gran desilusión de tener que pertenecer al bando contrario del de Allan, qué diferente habría sido si se hubiera movido un solo  lugar…

Zarah se acercó suspirando a un rincón para cambiarse los zapatos, aprovechando el tiempo mientras su equipo se organizaba. Pero cuando pensaba que ya nada podría ser peor, una voz chillona la hizo dar un respingo.

—Date prisa, Zarah—le dijo Fernanda, pasando a su lado y empujándola a propósito al hacerlo—. El partido no tarda en comenzar y no queremos perder por las lentas.

—De haber sabido que tú ibas a jugar, no nos habríamos inscrito—le informó Paola, barriéndola con la vista—. Antes muerta que pertenecer a tu equipo.

—¿Y qué estás esperando para cumplir tu palabra?—Le espetó Zarah—. ¿No te das cuenta que estamos en el mismo equipo?

La joven se puso sumamente roja por la furia, provocando que una vena en la frente le saltara al tal grado que por un momento Zarah temió que fuera a provocarse un aneurisma.

—¡Hey chicas, dense prisa!—Las llamó el profesor, sin darle tiempo a Paola de contestarle nada.

—Nos las vas a pagar, Zarah—le gritó Fernanda cuando ella pasó por su lado.

—Sí, sí…—masculló Zarah, llegando al centro de la cancha con el resto de los chicos de su equipo.

—¡Zarah!—Escuchó gritar a Susana desde las gradas, y para su asombro—y desdicha—, comprobó que su amiga había ido a presenciar el partido con la intención de apoyarla.

Zarah la saludó con una mano, esperando que no fuera a gritarle nada vergonzoso.

Pero cuando hay una situación mala, siempre espera lo peor…

—¡Ánimo Zarah, no importa que hagas perder a tu equipo, tú eres una ganadora por participar!—Le gritó tan alto que incluso Allan, parado al otro extremo de la cancha, se volvió a mirarla con una sonrisa divertida.

—Trágame tierra—masculló Zarah, avanzando a paso rápido antes de darle la oportunidad a Fernanda y Paola de usar su evidente humillación aún más en su contra.

Pero la movida le resultó peor, porque por la prisa pasó llevar sin querer a una chica, quien, para su mala suerte, resultó ser Raquel.

Si existía alguien peor que Fernanda y Paola, esa era Raquel. Fernanda y Paola eran meros peones del ajedrez del infierno; Raquel era la reina.

—¿Nuevamente vienes a armar problema, chica rara?—Le preguntó ella con voz muy alta para que todos la escucharan—. ¿Dónde está tu hermanita chiqui-drácula? ¿No va a venir a salvarte de nuevo?

—¡No la llames así!—Espetó Zarah, sintiendo que la sangre comenzaba a hervirle.

—Ay perdón, ¿te ofendí?—Fingió tristeza, provocando con su acto melodramático que todos los demás a su alrededor soltaran una carcajada—. Pero si creí que la estaba halagando.

Se escuchó un coro de risas tras ella que provocó que Zarah se enojara en serio.

—¡Mi hermana vale mucho más que tú, víbora de hielo malintencionada! ¡No necesita que le hagas ningún tipo de halago!

Se escuchó un silencio general cuando Raquel cambió de su color pálido habitual a un rojo intenso y luego a un púrpura y, por un momento, Zarah temió que fuera ahora a Raquel a quien le diera el aneurisma.

Pero no se arrepentía de lo que le había dicho, esa arpía no iba a insultar a su hermana.

—Vamos, chicos, comencemos el partido de una buena vez—los llamó Allan quien se había aproximado sin que se dieran cuenta.

Zarah y Raquel se dedicaron una última mirada feroz.

—Mejor cuídate Zarah—le dijo ella en tomo mordaz, antes de alejarse hacia el campo contrario—. No querrás que accidentalmente el balón te dé un golpe en la nariz.

Zarah sintió que la sangre le bullía, ¡esa… pesada sabía de su mala suerte con los balones! ¿Pero cómo? ¿Es que le había prestado atención? O, lo más seguro, se había reído de lindo a costa de su humillación.

—Gracias por advertírmelo—le contestó fríamente Zarah—. No me gustaría terminar desfigurada como tú.

Raquel pareció que iba a adoptar un nuevo color de morado nunca antes visto. Zarah no pudo evitar reírse, no era una santa, Raquel era su enemiga y sacarla de quicio parte de su trabajo, después de todo, ella la había ofendido, y a su familia.

—¡No te rías de mí, mustia…! ¡Ahhh!—Justo cuando daba un paso, Raquel tropezó con un montículo de tierra que no había estado en ese lugar hacía un segundo, o eso creyó Zarah, pues ante sus ojos lo vio aparecer, para enseguida volver a hundirse en la tierra.

El césped quedó plano e inmaculado como siempre, por excepción de Raquel, que ahora formaba parte del panorama, tirada de boca sobre él.

—¡Lo hiciste a propósito!—Chilló Raquel, furiosa por las risas de los demás.

—Vamos, hermana, no seas ridícula—le dijo su gemela, sacándola de allí prácticamente a rastras.

Por un momento Zarah creyó que el enojo de Raquel había llegado al punto de que ella iba a abalanzársele encima, pero antes de darle tiempo de nada, su hermana gemela la llevó del brazo con ella, alejándola de su alcance.

—Zarah está a más de un metro de ti, no tuvo forma de empujarte o ponerte una zancadilla para que cayeras. Ya deja de forcejear y ven conmigo, estás haciendo el ridículo, hermana…

Raquel guardó silencio y se marchó con la nariz en alto.

Zarah se quedó allí, prácticamente tan tiesa como una estatua, incrédula ante lo que había visto…

Seguramente había estado alucinando por el sol. No había otra explicación… ¿O sí?

—No te preocupes, Raquel ladra mucho, pero no muerde.

—Lo sé… gracias—contestó Zarah con una mirada de extrañeza al notar que Allan había estado a su lado observando todo.

—Aparenta ser muy mala, pero en el fondo es muy dulce. Y si se atreve a hacerte algo, se las verá conmigo—le dijo de manera amable, guiñándole un ojo.

Zarah no pudo evitar quedarse allí plantada con la boca abierta en una boba sonrisa, incrédula de lo que acababa de presenciar.

—Aunque no pongo las manos al fuego por ese par…—añadió Allan al divisar a lo lejos las figuras de Fernanda y Paola—. Es una lástima que te tocara estar en el equipo contrario, junto a verdadera escoria.

Zarah soltó una risita, demasiado nerviosa como para hacer algo más.

—Ponte de defensa –le pidió Allan, después de estudiar el terreno—. Así podré tenerte cerca para cuidarte. No querrás que ahora sí el balón te dé en la cabeza, ¿verdad?

—Gracias…—dijo la joven aún extrañada, sintiendo mariposas en el estómago, y llevándose inconscientemente una mano a la cabeza, donde todavía llevaba la gorra que él le había dado—. Así lo haré.

—¡Ella está en mi equipo, Allan!—Apareció Zack en escena—. ¡Yo soy el capitán de Zarah, no tú! ¡Ve a darles órdenes a tus jugadores, ¿quieres?!

—Escoria, ¿no te lo dije?—Allan le guiñó pícaramente un ojo y sonrió... ¿Por qué era tan irresistible cuando hacía eso?—. No le ha dicho a ninguno de sus jugadores dónde colocarse y no soporta que le dé una sugerencia a uno.

—¡Vete a meter en tus asuntos, Cortaza!—Le gritó Zack, furioso.

Allan se encogió de hombros y le sonrió, ignorando olímpicamente a Zack, quien no paraba de gritar barbaridades que ninguno de los dos escuchaba ya.

—Cuídate, Zarah—le dijo antes de dirigirse a su lado de la cancha, haciéndole un gesto con la mano a Zarah para recordarle que la iba a estar cuidando.

Zarah permaneció viéndolo anonadada, sin percatarse de la mirada furiosa que Zack le dirigía, totalmente perdida en la figura de Allan; en su rostro, esos ojos negros y brillantes, esa cautivadora sonrisa…

Fernanda y Paola los observaron desde lejos con los ojos entornados y las bocas abiertas. Sus rostros, rojos y contraídos, parecían a punto de explotar por los celos y la rabia.

—¡Ustedes vayan al centro!—Les gritó Zack a viva voz, sacando a Zarah de su ensimismamiento—. Tú ponte de defensa si quieres—se dirigió a ella en un tono un tanto más suave—, pero seré yo quien te esté cuidando, no él. Que quede claro.

—Está bien…—musitó Zarah, alejándose a paso tranquilo. No entendía nada de lo que acababa de ocurrir, ¿estaba soñando o dos chicos estaban discutiendo por quien iba a cuidarla?

Zarah no pudo evitar sonreír, sintiéndose como una dama en apuros, igual a las de los cuentos a punto de ser rescatada por su príncipe azul y… bueno, lo que fuera Zack en una historia de cuentos de hadas.

—¡Dale duro Zarah!—Gritó Maricarmen desde las gradas, llamando la atención de varios jovencitos a su alrededor y en la cancha, incluidos Allan y Zack.

—Claro, era obvio…—pensó Zarah con amargura, notando al fin la razón del actuar de esos dos. No querían impresionarla a ella, sino a su hermana, quien había llegado a las gradas sin que ella lo notara, pero seguramente sin pasar desapercibida para ningún chico de ese lugar.

 

Sonó el silbato que dio inicio al partido y el balón se movió con rapidez en la cancha.

La familia y amigas de Zarah le gritaban porras para animarla, pero lejos de eso, la ponían mucho más nerviosa.

El balón se acercó a ella en varias ocasiones, pero era demasiado lenta para llegar a él a tiempo antes de que se lo arrebataran, o los jugadores eran tan rápidos, que ni siquiera lograba tocar el

esférico.

Pronto ya estaba tan cansada y aburrida, que terminó actuando como un simple poste, manteniéndose de pie en un solo lugar de la cancha, sin prestarle atención al juego.

—¡Cuidado Zarah!—Se oyó un grito inesperado entre la multitud. Susana le hacía señas desesperadamente en un intento de avisarle algo, pero no lograba a entender qué era.

Alguien saltó frente a ella, prácticamente voló por los aires, y desvió un potente cañonazo que iba directo contra su rostro, actuando a sólo centímetro de ella.

—¿Estás bien?—Le preguntó Allan, poniéndose de pie.

—Sí, gracias…—contestó Zarah con un hilo de voz, blanca como un fantasma por el susto.

—Te dije que te cuidaría, pero es mejor que no te distraigas tanto…—le pidió él, sin dejar de sonreír, y provocando con ello distraerla aún más del juego.

Zarah se sintió avergonzada por su actuar, pero antes de que pudiera decirle nada, el joven ya había vuelto a su posición en el juego. Aún espantada, miró con desconcierto alrededor del campo y descubrió a Zack rojo del enojo, profiriendo gritos y amenazas contra Allan, quien regresaba a su posición sin prestarle la más mínima atención.

El juego continuó, los deportistas se movieron alrededor de la cancha. La vista de Zarah pasó de un jugador a otro, hasta posarse sobre Allan, y por poco se le para el corazón al percatarse de que él también la observaba desde la distancia, pero en cuanto sus miradas se toparon, él desvió la vista y regresó al juego.

—¿Necesitas guardaespaldas, Zarah?—Escuchó mofarse a dos voces agudas desde el otro lado de la cancha.

Zarah se giró hacia Fernanda y Paola, paradas como auténticos postes en un sitio cercano a la portería contraria. Se las habían arreglado para quejarse al punto de que el árbitro las había cambiado de equipo, y logrado con ello estar en el lado de Allan. Aunque todo el partido se habían mantenido fuera del juego, no se habían movido de sus lugares ni para intentar estar cerca de Allan, permaneciendo apoyadas espalda contra espalda y criticando a todo el que pasaba cerca de ellas.

—¡Lo que necesito son tapones para los oídos para no escuchar su horrible voz!—Le respondió Zarah, harta de esas dos—. ¿No han pensado en trabajar para la milicia? Sé que usan sonidos horribles para torturar a los prisioneros de guerra. Su voz haría un excelente trabajo.

—¡Pagarás por eso!—Chilló Fernanda, subiendo el tono de voz a un grado que parecía imposible.

—¡Yo te haré pagar, Zarah!—Amenazó también Paola, levantando el puño en el aire.

—Uy, qué miedo—se burló Zarah, fingiendo una mueca de susto—. Me pregunto qué dolerá más, tu golpe o el sonido de tu voz al quejarse cuando se te rompa una uña.

Las dos chicas, obviamente ofendidas, dejaron de recargarse una en la otra para echarse a correr contra la joven, pero al intentar dar el primer paso, ambas cayeron de bruces contra el pasto, llevándose de paso un buen bocado de éste.

Todas las personas alrededor de la cancha comenzaron a reír burlonamente. Las dos chicas intentaron ponerse de pie, pero de inmediato volvieron a caerse, ahora de nalgas, y la gente rió con más fuerza aún.

De alguna manera sus agujetas se habían enredado entre sí, impidiéndoles caminar. Furiosas, ambas chicas comenzaron a desatarse los amarres que las mantenían unidas, volteando a su alrededor con miradas amenazantes de odio.

Zarah rió también, hasta notar la mirada perpleja que les dirigía Allan a las dos jóvenes tiradas en el piso, para enseguida fijarla sobre ella. Sus ojos brillaban intensamente, sabía que algo pasaba por su mente, pero Zarah no pudo obtener nada de esa mirada inescrutable…

 

El juego se reanudó y Zarah se sintió con más confianza para participar del partido, hasta unos buenos pases logró dar  y ya no necesitó que la protegieran de ningún balón, que ahora, en lugar de un enemigo, actuaba como su aliado.

Unos minutos antes de terminar el encuentro algo increíble sucedió. El balón llegó directo a Zarah y, sin detenerse a pensarlo, corrió lo más rápido posible hacia la portería contraria, esquivando sin ningún problema a todos los jugadores que se ponían en su camino… Hasta que apareció Allan de la nada, le arrebató el balón y se dirigió a toda velocidad a la cancha contraria.

Entonces, a sólo unos pasos del arco, vio claramente a Daniela, su  pequeña hermana, parada cerca de la portería…

Allan dio un pase, un chico de sexto lo recibió y apuntó directo al arco, en el preciso momento en el que su hermana pasaba frente a él.

El balón le iba a dar directo, Zarah pudo verlo con claridad; su hermanita llorando, adolorida y herida a causa del terrible pelotazo recibido en el rostro… Igual que tantas veces a ella le había ocurrido, sólo que Dany era pequeña e inocente, no entendía nada del peligro que corría… ¡No podía permitirlo!

Zarah debía actuar y hacerlo rápido.

Corrió tan veloz como le permitieron las piernas para interceptar el balón…, y para su sorpresa, y la de todos los demás, ¡lo consiguió!

Sin detenerse a pensarlo dos veces, corrió a toda velocidad hacia la portería contraria, buscando alejar el balón de su hermana pequeña más que intentar atacar la portería rival.

No obstante, al ver próximo el arco, más cerca de lo que pensaba, y entremedio a Fernanda y Paola paradas, dispuestas a interceptar su pase como única jugada del partido, un brillo singular se encendió en sus ojos…

—Ya qué…—musitó con una mueca ladeada, pateando el balón con todas sus fuerzas.

El esférico surcó el aire como si poseyera vida propia y… fue a dar directo a la cabeza de Fernanda.

Con el rebote, la pelota golpeó a Paola recto contra el rostro, consiguiendo en el golpe el impulso y el ángulo precisos para entrar limpiamente en la portería.

Se escuchó un eco atronados de ¡gooool!!!, de parte de todos sus compañeros de equipo, su familia y amigas en la tribuna.

Los chicos comenzaron a saltar de gusto y aglomerarse a su alrededor para felicitarla, sin tomar en cuenta a Fernanda y Paola, tiradas y chillando adoloridas en el césped, exigiendo una tarjeta roja por ese ataque directo contra ellas.

El árbitro las ignoró tanto como todos los demás y pitó el final del partido, para gloria de Zarah y sus compañeros, que con ese gol habían logrado la victoria.

—¡No se vale, fue autogol!—Se quejaba Paola, sobándose la cara enrojecida y con unas marcas amoratadas en el sitio donde las costuras del balón habían dado contra la piel.

—Sí, ¡tuyo, idiota!—Le contestó Raquel, fulminándola con la mirada, y para milagro de todos, logrando hacer callar por fin a esas dos con su sola mirada.

Todos sus compañeros de equipo felicitaron a Zarah, inclusive Allan se acercó para darle un abrazo, dejándola con una sonrisa de oreja a oreja.

Su padre no cabía de orgullo, sin dejar de repetirle (muy fuerte para que lo escuchara su esposa, quien había alcanzado a llegar al final del partido con el resto de la familia) cómo él había tenido razón en pedirle participar en el juego. 

Javier no paraba de besarla en la mejilla, para envidia de sus amigas, quienes habrían dado lo que fuera por encontrarse en su lugar en ese momento.

Maricarmen y Marijó, ayudadas por Susana y María, le organizaron una porra improvisada en compañía de sus otras amigas.

Y su madre, invadida por la emoción del momento, prometió preparar pozole para todos a manera de festejo en cuanto regresaran a su casa.

Dany, la causante y motivo de todo aquel alboroto, se encontraba junto a su madre. Sonreía tan angelicalmente como siempre, y por un momento Zarah dudó si no habría sido todo una artimaña de la pequeña para conseguir que ella lograra ese éxito…

No era la primera vez que cosas extrañas sucedían en derredor de Dany. Muchas veces Zarah se había llegado a preguntar si no sería una especie de brujita demasiado poderosa como para notarla…

—Mamá, tengo hambre—replicó repentinamente Manolo, sacándola abruptamente de sus pensamientos.

—Tienes razón, no hemos comido y ya es tarde—comentó Miranda—. Vamos a la cabaña chicos, les prepararé algo delicioso para la comida.

—¿No podemos pedir pizza?—Preguntó Marijó.

—Estamos en medio de la nada, ¿de dónde te van a traer una pizza?—Replicó Maricarmen, partiendo junto con sus hermanos rumbo a la cabaña.

Ya comenzaban a marcharse cuando Zarah recordó que había dejado sus zapatos junto con sus cosas del lado contrario de la cancha antes de iniciar el partido. Corrió en busca de su bolso, aún contenta al sentir por primera vez el gusto de la victoria.

Tomó el bolso y emprendió el camino de regreso. En el trayecto se detuvo a admirar una vez más ese campo que tanto orgullo le había otorgado aquella tarde, donde por primera vez había logrado obtener un triunfo personal.

Fue entonces cuando lo vio. Parado al otro extremo de la cancha, solo. Allan.

Él la miraba fijamente. La miraba de una manera que ella no pudo lograr interpretar, esos ojos eran tan intensos como inescrutables. Sin embargo, algo había en su mirada que le provocó calosfríos…

Zarah desvió tímidamente la mirada y se agachó fingiendo recoger algo del suelo, pero cuando volvió la vista hacia él, se percató de que Allan aún la observaba, como si la estudiara detenidamente desde la distancia, sin mostrar ni la más mínima discreción para disimular lo que hacía, ni siquiera cuando ella también lo miró directamente.

—¡Zarah, te estamos esperando!—La apuró Javier desde la entrada.

—¡Ya voy!—Contestó a la ligera, volviéndose en la dirección por donde su hermano la llamaba.

Al voltear una vez más hacia Allan, él ya no se encontraba allí…