
© Frédéric Beigbeder
Justo antes de pedir a Lara en matrimonio, la llevé a Mediano, en Aragón. ¿Conocéis Mediano? Es como el lago de Génova en pequeño. Mediano es un pueblo sumergido de los Pirineos. Sólo el campanario de la iglesia sobresale en las aguas del lago. El pueblo submarino puede sobrevolarse en barca. Remas flotando por encima de las antiguas casas en ruinas. La construcción de la presa de El Grado sobre el Cinca inundó la población en 1973. Los árboles se elevan en el agua turquesa. Si te asomas, te imaginas las callejas sepultadas, la tienda de comestibles, los bares, el cementerio, el ayuntamiento, todas las antiguas construcciones habitadas por peces, invadidas por el lodo y las algas. En esa Atlántida minúscula vivían personas, y ahora puedes remar por encima de ella, como si sobrevolaras una realidad sumergida, un recuerdo verdoso, opaco y desdibujado. Mediano es una Pompeya acuática que se visita sobre una alfombra chapoteante de agua clara. En la orilla del lago artificial, las ruinas de las casas abandonadas confieren al paisaje un aspecto grecorromano. Unas ramas blancas flotan sobre las pequeñas olas, que lamen el lodo y los guijarros. Las copas de los fresnos sobresalen en el agua; el bosque sumergido sigue viviendo; en el centro del lago, un islote rodeado de pinos y juncos inclinados. Remamos alrededor del campanario sin campana, que aun así, según una leyenda local, suena a veces, en las noches de luna llena, alrededor de medianoche.
Como estaba terminando este libro, le daba la lata a Lara con la vida de Oona O’Neill. Al final, se exasperaba:
–¡Quieres más a Oona que a mí!
–Pero ¡si lleva treinta años muerta!
–¡Necrófilo!
–Oye, en la mitología griega las Musas eran nueve. Considérate afortunada de que yo sólo tenga dos.
Podemos conformarnos con ser afortunados, a caballo entre dos siglos, mientras esperamos la próxima guerra. «La felicidad es un sólido, mientras que la alegría es un líquido», escribe Salinger en «El periodo azul de DaumierSmith». Navegaba sobre una alegría translúcida, a bordo de una barca neumática, con Lara de los ojos multicolores, y mis párpados parecían dos bombas de agua, siempre al borde de la lluvia. Los melilotos floridos atraían a las fochas y los porrones moñudos. Mi crisis de la mitad de la vida había durado diez años. Acepté mi adolescencia interminable, mi destino de hombre inmaduro, incompleto; toda la vida sería un mocoso en un cuerpo de viejo. Lara se asomó para contemplar una vez más cómo danzaban las algas sobre los muros flotantes del pueblo submarino, los árboles vivos junto a los árboles muertos, los escombros fláccidos, glaucos, bajo nuestra canoa volante. Luego se quitó la camisa para zambullirse en el agua. De pronto, solté un grito de asombro. Un instante antes de que saltara al lago, pude leer en la espalda de su traje de baño el logotipo de una famosa marca californiana de ropa de surf: O’Neill.
Me podrán decir una y mil veces que fue una coincidencia...; yo prefiero creer que Oona me lanzó un último guiño desde los años sumergidos. Nuestras vidas no tienen importancia, se hunden en el fondo del tiempo, pero hemos existido y eso nada lo puede impedir: por muy líquidas que sean, nuestras alegrías no se evaporan nunca.
Guéthary, Pau, Ginebra, 2010-2014