20

 

 

«El destino reparte las cartas, pero tú eres quien las juega.»

 

WILLIAM SHAKESPEARE

 

 

Había resultado imposible no oírlos. Aunque se notaba que intentaban contenerse, no había sido suficiente para que sus susurros no trascendieran al cuarto contiguo, y el coraje invadía cada parte de Becca de una forma visceral. Luchó con las ganas de ponerse a berrear. Se sentía impotente, casi derrotada. Su corazón tembló a un ritmo loco al rememorar sus propósitos.

Al llegar a Estados Unidos sabía del amplio estado de sábanas de Brian Moore, y había supuesto que meterlo en su cama sería una tarea muy fácil, un simple juego de niños. Sin embargo, cuando planeó reconquistar al ahora famoso modelo, no había contado encontrarse con que a su lado había una mujer que no era otra de sus conquistas fáciles, sino que por el contrario parecía ocupar un lugar importante en su corazón.

—¡Maldición! Justo ahora has tenido que enamorarte.

Se sentía frustrada; a pesar de tener a Benjamin y Geraldine de su parte, sabía que eso no ayudaba demasiado, puesto que ya había comprendido un poco la relación que ellos tenían con su hijo.

No estaba equivocada: esos dos eran los causantes de todas sus desdichas. Su egocentrismo y manipulación no había cambiado y seguían siendo los mismos de antes. Estaban acostumbrados a tejer y entretejer según su propio beneficio.

Brian, en cambio, la había sorprendido. No se parecía al joven que ella guardaba en el recuerdo. Había crecido al igual que ella y poco quedaba del muchacho dócil y manejable que había conocido. Su espíritu ahora estaba moldeado y tenía firmes convicciones. Los hechos parecían indicar que no sería tan fácil volver a formar parte de su vida. El gran problema era que ella carecía de tiempo para una seducción lenta.

Durante los meses en que planeó su regreso, había estudiado su perfil por medio de las revistas donde a menudo salía: todo indicaba que se trataba de un «rebelde del amor» que jamás se implicaba con sentimientos; sin embargo, ver cómo defendía a Alexa le había demostrado que eso ya no era así. La liebre se había topado finalmente con el cazador y ahora era presa fácil de aquella mujer.

«Quién iba a decir que Brian Moore, finalmente, encontraría su igual.»

Rebecca sintió envidia de Alexa Smith. Ella necesitaba tanto sentirse protegida y acompañada, necesitaba tanto tener un hombro donde llorar... Tal vez ahora él podría ser todo lo que ella alguna vez soñó. Solo tenía que volver a meterse en su corazón y quizá entonces encontraría a su lado un poco de sosiego, un poco de alivio ante tantas responsabilidades, un poco de compañía para tomar decisiones.

De inmediato, el terror invadió su cuerpo. Se desdijo rápidamente de sus pensamientos: había venido buscando otro fin y no debía apartarse de su propósito.

«Déjate de falsas ilusiones. Deja de soñar como si fueras una adolescente, como si alguna vez hubieras tenido oportunidad de hacerlo. ¿Acaso olvidas por todo lo que has tenido que pasar sola? Siempre has sido tú y Aaron contra el mundo, y así seguirá siendo.» La joven lanzó un suspiro.

Rebecca Mine no era una floja: la vida, los golpes, las circunstancias que le había tocado afrontar a lo largo de sus casi veintiséis años la habían hecho una dura mujer con un corazón de hierro, sin tiempo para enamoramientos.

Sin embargo, pensar en él, recordar lo que habían vivido, fomentaba sus ilusiones, esas que toda mujer tiene pero que a ella le habían sido arrebatadas muy temprano. Lo cierto era que jamás lo había olvidado. Para Rebecca lo que había pasado entre ellos no había sido solamente sexo: Becca aún estaba enamorada de Brian Moore y él ocupaba un sitio muy importante en su corazón.

Cuando lo había visto en la boda de su hermana, había vuelto a sentir la sensación de estar flotando y de ser nuevamente quinceañera. Su corazón abrigó sueños. Brian era un hombre muy guapo y la visión completa de él era espléndida. Cada parte de su cuerpo estaba repujada con verdadera gracia y vigor masculino. Sin embargo, esos sueños pronto se vieron empañados y hechos añicos cuando vio de la forma en que miraba a Alexa; entonces se dijo que lo único que tenía que hacer era centrarse en su plan original y no pensar más en cursilerías baratas, porque el amor era un sentimiento que no figuraba en su glosario. Al menos no el amor que existe entre un hombre y una mujer.

 

 

Por la mañana Brian se despertó antes que Alexa, y fue una sensación indisociable de deleite y lujuria la que percibió su corazón al verla a su lado. Sorprendido de que nuevamente tuviera ganas de amarla, cedió finalmente a la intensidad de su deseo. «Esta mujer va a secar mi vesícula seminal», pensó mientras la abrazaba y pegaba su erección a su cadera. Iba a disfrutar antes manoseándola un poquito. Delicadamente, corrió sus mechas doradas y comenzó a darle besos suaves en el cuello y en el oído, mientras que con sus manos acariciaba sus caderas y se aventuraba a meterle mano bajo las bragas.

—Déjame dormir, Brian. Me duele cada músculo del cuerpo.

—A mí también me duele tremendamente un músculo en particular, y necesita que tú le des alivio.

En aquel momento, unos golpecitos en la puerta vinieron a interrumpir sus planes. El desayuno.

Con gesto cansino, Brian se sentó en la cama y, tras darse cuenta de que debería esperar a más tarde para enterrarse en Alexa, se levantó y fue al vestidor a por una bata.

—Adelante, Lily —dijo mientras abría la puerta para dejar pasar a la mujer, que traía una buena cantidad de manjares sobre una bandeja—. Yo me ocupo. Gracias.

Tras cerrar la puerta, empujó el carro del desayuno hasta el costado de la cama y, a continuación, se subió a horcajadas sobre el cuerpo adormilado de su chica.

—Vamos, bella durmiente, despierta. Mira todas las cosas ricas que nos han traído para comer— le decía engatusándola mientras desperdigaba besos por su rostro, cuello y el nacimiento de sus senos, que amenazaban con escaparse por el escote del pijama de seda.

—Humm, ¿qué hora es? Tu cama es muy cómoda.

—La hora adecuada para que desayunemos y vayamos a hacer lo que anoche te dije que haríamos.

Alexa abrió los ojos y los sintió pesados. Dejó escapar un profundo suspiro y lo miró hechizada.

—Tus labios lucen muy tentadores cuando despiertas. Se ven más carnosos aún. —Se los recorrió con los dedos y Brian no pudo evitar la tentación de caer sobre ellos.

Se dieron un beso exigente, que a punto estuvo de hacer olvidar el desayuno y el resto de los planes que Brian tenía para ambos.

—Tan solo cinco minutos me costaría sumergirme en ti y conseguir un orgasmo. Empiezo a pensar que no es normal que provoques en mi cuerpo estas ansias locas de vivir dentro de ti.

Alexa metió la mano por entre la abertura de la bata y le acarició los testículos. Sintió en su mano cómo su polla palpitaba ante sus caricias.

—Ahora la que no está jugando limpio eres tú.

—Rara vez juego limpio —repitió su frase—. Creo que has sido un buen maestro.

—Pero esto tendrá que esperar. Ahora desayunemos o se hará tarde.

—¿Adónde iremos?

Se acercó a su oído, le chupó el lóbulo de la oreja y le dijo:

—El capitán Moore te llevará a navegar.

—¿Tú pilotarás? —preguntó ansiosa y entusiasmada. Él se carcajeó por cómo lo dijo y la corrigió.

—Yo timonearé.

—Siendo tus padres dueños de astilleros, no me extraña que sepas hacerlo.

Brian ya estaba listo, pero Alexa aún continuaba arreglándose.

—Me adelanto para ir preparando todo para salir a navegar.

—Está bien. Ya casi estoy lista.

—No tardes.

Brian bajó y se dirigió al comedor, donde estaban a punto de desayunar sus padres y Rebecca.

—Buenos días. ¡Feliz cumpleaños, mamá!

Se acercó a Geraldine Mayer y le dio un beso en la mejilla al tiempo que extendía una caja azul de joyería con las letras de HW.

—Oh, hijo. Un Harry Winston.

—Aún no lo has visto.

—Ver esas iniciales en la caja ya me garantiza que será hermoso.

Geraldine abrió el estuche de joyería y quedó embelesada con el brazalete que su hijo le regalaba.

—Es perfecto. Lo estrenaré esta noche —comunicó mientras se ponía de pie y lo abrazaba.

«¡Vaya! Tal vez debería hacerte más a menudo estos regalos. Al menos así consigo un sentimiento de ti», caviló Brian con desidia y frustración ante la superficialidad de su madre.

—Mira, Benji. Brian se ha lucido este año con su regalo.

—Pues estaba esperando a que él bajase. Toma. Nos hemos puesto de acuerdo este año para que estés preciosa en tu fiesta.

Benjamin Moore se levantó y de un mueble cercano sacó otro estuche de la misma joyería, que abrió él mismo. Un collar y unos pendientes que hacían juego con el brazalete que le había regalado Brian resplandecieron, pero no hasta el punto de opacar la sonrisa de satisfacción de aquella mujer.

—Oh, Dios. No puedo creer cómo me miman mis hombres. Gracias, querido —le dijo a su esposo al tiempo que le daba un deslucido beso en los labios.

—Toma, Geri. Este es el mío. Espero que te guste. —Se trataba de un reloj de pulsera—. Es un auténtico Olivia Burton, traído de Londres especialmente para ti. Sus diseños son muy chic para usar a diario.

—Me encantan los diseños de sus cuadrantes con mariposas. Son muy originales. Gracias, querida. Es precioso.

—Hay algo más. Un clásico en Londres. Toma. Es una combinación de fragancias.

Geraldine rompió el envoltorio y se encontró con un estuche de perfumería de una conocida marca londinense.

—Oh, adoro los perfumes de Jo Malone, y los detalles personalizados de las botellas. Tengo entendido que ahora hay tiendas en Nueva York. Gracias por el detalle de grabar mis iniciales y la fecha en la botella. Me halaga saber que has pensado en mí antes de venir.

—Siempre, querida. Puedes aplicarlos solos o combinados, y crear de esta forma una nueva fragancia.

—Eres fabulosa, Becca. Ahora, sentémonos a desayunar.

—Yo ya he desayunado con Alexa. Voy a preparar el bote para salir a navegar. Ella se está terminando de arreglar.

Geraldine en aquel momento iba a sugerirle que invitara a Rebecca, pero Benjamin disimuladamente le tocó la pierna para detenerla.

—El día está hermoso para un paseo en el mar —acotó su padre—. Quisiera enseñarte los cambios que le he hecho al bote.

—Sí. Ya he mirado el tiempo y es más que propicio para dar un paseo.

Salieron hacia la terraza y ambos subieron al lujoso yate.

—Espero que te guste cómo ha quedado. —Subieron al puente superior—. Mira. He cambiado el joystick y la palanca por una doble con la apariencia de los controles de un avión. Esta tiene cambio (DTS) y el acelerador digital es lo último en control suave y preciso. Ya verás lo giros auténticos que podrás dar y lo fácil que será pilotarlo. También he reemplazado los motores. Ahora tiene tres que alcanzan una velocidad máxima de 32 nudos. Ya sabes... Por si tienes que enfrentarte a algún imprevisto de viento en el mar, y... mira, todas las pantallas indicadoras son instrumental de última generación. La instalación eléctrica es nueva.

—¡La cabina ha quedado fabulosa, papá!

—¿Has visto? El flybridge está equipado con lo mismo que la cabina interior; echa un vistazo al GPS. También es nuevo, como el radar. Hice instalar uno con más potencia de frecuencia. Verás que todo es de más fácil lectura que los anteriores instrumentales. Las pantallas tienen la tecnología que estamos utilizando ahora en nuestros astilleros. Todo es touch screen. El software ha sido diseñado por Industrias Miller. Comprobarás por ti mismo lo suave que ha quedado la dirección con todos estos cambios. Te darás cuenta además del equilibrio que ha ganado la embarcación. Me habría hecho ilusión que lo probáramos juntos —le puso una mano sobre el hombro, que Brian miró extrañado—, pero seguramente no tendrás problema en el manejo de nada. Eres un gran timonel.

—He tenido un gran maestro, no puedo negarlo. Recuerdo que navegar ha sido de las pocas cosas que hemos compartido tú y yo.

—No empieces, hijo. Estoy tratando de que tengamos una mejor relación. Ya habrás notado que las últimas veces que nos hemos encontrado no te he hecho ningún reproche.

—No creo que sea precisamente porque me entiendas.

—Estoy intentándolo, hijo.

Brian lo miró calculando.

—No eres el único que lo intenta. ¿Qué te traes entre manos, Moore? Porque sé que algo estás planeando; si te conozco un poco, sé que es así. Estás engatusándome con Neptuno. Sabes que amo el bote que me dejó mi abuelo.

—Estoy haciéndome mayor, Brian. Aunque me siento con todas mis facultades y energías muy plenas, los años pasan y tal vez sea tiempo de dejar de pelear contigo y aceptar tus propias elecciones.

—Sería bueno que comprendieras por fin que mi vida es mía y no una extensión de la tuya.

El silencio los invadió, pero Benjamin se encargó de romperlo.

—Ven. Vayamos bajo la cubierta. Quiero que veas cómo han quedado remozados los interiores. Me hubiera gustado cambiar el barco por uno nuevo, ya que su ergonomía difiere con los acabados. Podría haber traído directamente uno de los que fabricamos ahora, pero sé que le tienes cariño a este porque te lo regaló tu abuelo.

—Te agradezco que lo hayas mantenido. —Bajaron a la cabina interior.

—Guau. No parece el mismo bote. Todo luce muy moderno.

—¿Te gustan la tapicería y la madera?

—Han quedado fabulosas —aseguró Brian mientras pasaba la mano por todas las nuevas texturas y admiraba la combinación del roble oscuro con la tapicería en color natural.

—Mira la cabina del armador. ¿Qué dices? ¿Te gusta cómo ha quedado?

—Asombroso. Muy lujoso.

—Hice poner todos los interiores del Mayer 50 Flybridge de este año. Hay más espacios de almacenaje. Bajo la cama hay uno encubierto. El baño tiene un nuevo diseño; la ducha es más espaciosa y con un asiento. Ven a ver el puente inferior. Hice que nuestros ingenieros te adaptaran una plataforma sumergible.

—No puedo creer lo que han hecho con mi bote.

—Trabajamos duro. Prácticamente quedó el casco pelado y lo hemos ensamblado todo como si se tratara de un último modelo; sabía que vendrías para el cumpleaños de tu madre y quería que estuviera listo para estos días.

—Gracias. Aprecio el trabajo que habéis hecho. Me has sorprendido.

—Me alegra saberlo. —Se fundieron en un abrazo con palmadas en la espalda.

—Iré a decirle a Lily que nos prepare provisiones para almorzar a bordo. Me muero por probarlo. Vuelvo enseguida.

—Deja. Ya se lo digo yo. Quédate descubriendo los detalles.

Brian estaba disfrutando de la nueva apariencia de su bote, cuando sintió que alguien subía a bordo.

—¿Alexa, eres tú? Estoy en la cabina inferior.

—No es Alexa, soy yo.

—Hola, Rebecca.

—¿Puedo?

—Adelante, pasa.

—Guau. Este bote ha cambiado mucho desde la última vez que estuve en él.

—Mi padre lo ha remozado recientemente.

—Veo que aún llevas a tus chicas a navegar; dicen que el zorro pierde el pelo pero no las mañas.

Brian frunció la boca y entrecerró los ojos calculando las derivaciones de sus palabras, pero no le contestó.

—Aún tengo muy presente nuestra primera vez. Fue aquí, ¿lo recuerdas?

—¿Adónde quieres llegar Becca? ¿Por qué has de hablar del pasado ahora? ¿Tiene alguna importancia acaso?

 

 

Mientras tanto, adentro, Alexa había bajado; llevaba puestos un bikini dorado y un pareo negro anudado al cuello.

—Buenos días...

—Buenos días, Alexa —contestó Benjamin, que estaba sentado en la terraza leyendo. Bajó el periódico y la estudió por entre las gafas.

Geraldine bajó la revista de moda que hojeaba y le destinó una mirada que la recorrió de punta a punta.

—¡Feliz cumpleaños, Geraldine! —Alexa se acercó a saludarla y a ella no le quedó otra que aceptar el cumplido.

—Muchas gracias.

De inmediato, la joven hurgó en su bolso playero y sacó un estuche.

—Espero que te guste. Es una joya de la época victoriana. Creo que quedará muy bien en tu cuello.

Las manos de Alexa estaban sudando y aunque intentaba contenerse se sentía temblorosa.

Geraldine Mayer se cruzó de piernas, y con total parsimonia dejó a un lado la revista que sostenía para tomar de manos de Alexa el estuche. Se demoró con inusitada intención, obligándola a dejar el brazo extendido más tiempo de lo normal.

El collar se veía imponente. Era una conjunto vintage de brillantes y rubíes. No eran muy puros. Se notaba en la transparencia de las piedras, pero era arte del siglo XIX y, por extensión, una pieza de gran valor monetario.

—Se ve exótico, pero las piedras no son muy buenas, ¿no?

—Es arte de la época victoriana. Te puedo asegurar que tiene el mismo valor de un Tiffany’s o de un Winston, pero si no te gusta...

—Oh, no, no. Es una hermosa pieza, pero... qué manía tenéis tú y mi hija de regalar cosas viejas.

—Lo siento. Creí que te sentirías halagada. Es una pieza única. Si entendieras un poco de arte sabrías el valor que tiene. Estaba convencida de que eso era importante para ti, el valor monetario.

Alexa dio media vuelta para irse.

«Vieja perra. Me gasté hasta lo que no tenía. No sé cuándo le terminaré de devolver el dinero a Edmoncito. Y eso que él me lo advirtió, pero soy una estúpida que aún cree que todo es como en el país de las maravillas.»

Sin embargo, tras comprender que no podía dejar que la siguieran pisoteando, se volvió; sencillamente no podía dejar las cosas así. Ese no era su carácter y estaba cansada de aguantar sus groserías. Sabía Dios que lo había intentado, pero el volcán que había en su interior no se aquietó y todo terminó estallando:

—Lamento mucho no caerte en gracia. Sé que no me soportas, pero al menos podrías hacerlo por tu hijo; yo tampoco te soporto, pero lo intento por él. El amor significa sacrificios, y pisar tu suelo te aseguro que significa un gran sacrificio por mi parte. ¿O acaso crees que me muero por estar en tu MANSIÓN? Si hubiera sido por mí no hubiera venido, y menos gastado un céntimo en ti, que no lo mereces. ¿Te crees muy superior a mí? Pues lo cierto es que no creo que seas superior a nadie solo por tener una cuenta abultada en el banco. El apellido que llevas me lo paso...

—Oh...

—Sí. Asústate de mi mal vocabulario, pero espera que termine la frase, así te asustas más: me paso tu apellido por el culo, Geraldine Mayer. Y usted no se haga el que no oye lo que estoy diciendo. Su apellido también me lo pasaría por el mismo lado, pero lamentablemente es el que lleva Brian y solo por él no lo maldigo. No olvido todo lo que usted me dijo en la boda de su hija. Sé de sobra lo hipócritas que son ustedes dos.

»Y deje de mirarme el culo, Benjamin, que es lo que hace cada vez que le doy la espalda. A ver si atiende un poco mejor a mi suegro, querida suegra; se ve que anda necesitado el abuelo Moore.

Salió de allí hecha una furia. Necesitaba serenarse antes de ver a Brian; no quería que se enterara de su pelea; sabía que los Moore no dirían nada. Respiró profundamente y contó hasta diez, y ensayando una enorme sonrisa se preparó a subir al bote.

Las voces que provenían desde dentro, la de Brian y Rebecca, la detuvieron. Se escondió para escuchar la conversación y rogó por que Brian no se la estuviera tirando. Con los nervios como los tenía, estaba dispuesta a tirarlos a ambos por la borda.

 

 

—Entrar aquí me ha hecho recordar... Éramos dos adolescentes inexpertos. Yo más que tú. Estaba muy asustada ese día, pero solamente quería estar contigo y hacerte feliz, ser todo lo que esperabas de una chica. No quería desilusionarte. Cuando empezaste a desvestirme yo estaba temblando de miedo, pero fuiste muy caballero. Me ofreciste parar si no estaba segura. Te dije que lo estaba; simplemente temía no superar tus expectativas. Eso me lo callé. A esa edad no se es tan audaz y uno tiene miedo de hacer papelones. Tú eras de los chicos más populares del colegio y todas las chicas morían por ti —ella sonrió mientras le pasaba un dedo para delimitar su mandíbula—. Eso no ha cambiado. Te has vuelto más popular con tu profesión. Fueron meses muy bonitos los que vivimos. Nunca he vuelto a sentir las mismas cosquillas en el estómago que sentí cuando estaba a tu lado.

Alexa permanecía en silencio y oculta, y pugnaba porque las lágrimas no se le escaparan.

—Tú lo has dicho. Fue muy bonito el tiempo que duró.

—Tal vez si lo hubiéramos intentando con más ganas, no nos habrían separado.

—Nos separamos porque así lo quisimos.

—Tú y tus padres lo querían...

—¿Tú no? Y además jamás regresaste.

—¿Acaso tenía sentido hacerlo? Me querías fuera de tu vida, todos me queríais lejos.

—Rebecca, creo que no tiene sentido regresar al pasado estos días. Para mí está enterrado hace mucho.

«Chúpate esa mandarina, huerfanita arrastrada», pensó Alexa con orgullo.

—No quisiera decir cosas que te hagan sentir mal, porque, como bien has dicho, lo que tuvimos fue hermoso el tiempo que duró. Pero también es cierto que no estábamos preparados para afrontar la responsabilidad de una familia. Éramos demasiado jóvenes.

»Y por si no te has dado cuenta, quiero aclararte que estoy con Alexa y me parece una falta de respeto estar hablando de esto; si ella llegara en este preciso instante, no sería agradable. Lo nuestro es pasado, y en mi presente estoy profundamente enamorado de ella. Te pido que no toquemos más este tema. Creo que también es una manera de no faltarnos el respeto nosotros, por lo que tuvimos Becca, por lo que fue.

«Oh, Dios, voy a ponerme a llorar. —Alexa se tocó los ojos—. ¿Cómo haré para que no se den cuenta que lo he oído todo?»

—Ya estoy lista. —Fingió asombrarse con la presencia de Becca—. Hola, Rebecca —dijo Alexa haciendo una aparición muy jovial. Brian estaba pálido y había enmudecido de golpe. Ella lo cogió con ambas manos del rostro y le estampó un beso bastante lascivo en los labios.

—Hola, Alexa. Que disfrutéis del paseo. No os entretengo más. Sé que Brian está deseando alejarse y fondear en mar abierto; conozco el ritual con sus chicas. Nunca es un simple recorrido. Él se encarga de hacerlos muy memorables.

»¿Dónde tienes planeado llevarla? Es de suponer que no quieres a nadie cerca. Recuerdo muy bien los planes de navegación que tenías conmigo.

Alexa estaba contando hasta veinte de ida y vuelta para no lanzarla por estribor, en el momento en que Brian la frenó con un tono de advertencia.

—Es muy desagradable lo que estás haciendo, Rebecca. Será mejor que esta conversación termine. Queremos irnos.

—No te preocupes. Brian está intentando ofenderme pero no lo hace. Sus comentarios no me molestan. Todos tenemos un pasado, ¿verdad?

»Querida Rebecca, no te esfuerces por desagradarme, ni tampoco en demostrar que tuviste algo con él, porque lo único que me interesa es que soy su presente. El pasado es simplemente una concatenación de recuerdos enterrados que a mí me traen sin cuidado.

Brian estaba a punto de resguardar sus partes íntimas cuando Alexa contestó tan tranquilamente. Ella lo había sorprendido con una respuesta calmada y estaba actuando muy sosegadamente; se preguntó si debería sentir miedo, porque sabía que cuando ella estallara habría una reacción en cadena y nada quedaría en pie. Se pasó la mano por la frente.

—Entiendo que te sientas especial a su lado. Sé lo que Brian hace sentir —apostilló Rebecca.

—No me cabe duda de que lo sabes muy bien. Sé que estuvisteis a punto de tener un hijo. —Rebecca la miró con mucho odio. No podía soportar que hablara tan livianamente de la familia que casi habían formado. El comentario la había pillado por sorpresa—. Por consiguiente, sé que has sido alguien muy especial en su vida. Sin embargo, aunque te crees con no sé qué derecho a hacer ciertos comentarios, déjame iluminarte para que no te sientas tan especial: tú —le hincó un dedo en el pecho— fuiste dueña de su inexperiencia. Lo que tuvo contigo fue exactamente un error de cálculo. En cambio, yo soy dueña de toda su experiencia, y ten por seguro que se ha superado. Lástima que no lo podrás probar. ¿Qué pasa, Becca? Cuando el sarcasmo va dirigido a uno mismo ya no es tan agradable ser protagonista, ¿verdad?

—Basta ya, por favor. Esto es realmente muy incómodo y para nada agradable. Ambas estáis actuando de forma muy necia —dijo él intentando poner punto final a la conversación.

—Estoy adulándote, Brian. Y no es un cumplido. Además, no olvido que estás aquí a mi lado. Si no fuera así, ella ya estaría calva.

—Alexa, por favor.

—Mejor me voy —dijo Rebecca.

—Sí, mejor vete, si es que no quieres esta noche ir a la fiesta con peluca, porque estoy a punto de no dejarte un pelo en la cabeza.

Rebecca los miró a ambos y sonrió mordaz. Luego salió hacia cubierta y la rubia quiso ir tras ella para cumplir su promesa. Sin embargo, Brian logró detenerla.

Finalmente, cuando Becca estaba bajando del bote, les dijo:

—Aún no he jugado mi última carta. No te sientas tan triunfal. Mira que puedo tener un as en la manga.

—¿Qué has dicho, larva inmunda?

Brian la sostuvo con más fuerza.

—Vete de una vez, Rebecca —gritó él—. No entres en su juego —le habló a Alexa—. Solo quiere molestarte.

—Déjame, Brian. No sabe con quién se ha metido y te juro que estoy harta de guardar las formas con todos.

—Lo siento, lo siento. ¡Qué fin de semana de mierda! No es justo que te haya traído aquí y te haya hecho pasar por todo esto. Primero mi madre y ahora ella. Lo lamento mucho —le explicó al oído mientras la abrazaba por detrás.

Ella lo sintió tenso tras su espalda, y en su voz se advertía lo apenado que estaba. Intentó calmarse. Se dio la vuelta, lo agarró del cuello y hundió su rostro en él.

—¡Qué familiares de mierda nos han tocado en suerte!

—¿Familiares? —Brian se puso alerta—. ¿Acaso te han hecho algo más mis padres?

—No, no es eso. Era una manera de hablar.

—Si quieres nos vamos. No es justo que nos quedemos. Debí haberte hecho caso y que nos fuéramos a un hotel. Quería que ellos tuvieran oportunidad de conocerte, y no pensé jamás que Rebecca actuaría así, pero evidentemente, después de tantos años, ella es una desconocida y...

—Se nota a la legua que aún te tiene ganas. Te lo dije anoche. No me hagas recordar, porque me bajo y le arranco todos los pelos. —De pronto recapacitó—. Esto es denigrante. Jamás he peleado por ningún hombre, pero que no me busque.

—Cálmate, rubia. Solo me gustas tú.

—Lo sé. Escuché todo lo que le dijiste. Lo siento, no pude evitarlo. —Se acariciaron el rostro mientras permanecían abrazados—. ¿De verdad estás enamorado de mí?

—¿Tú que crees? Jamás he estado tan colado por nadie.

Se besaron.

—¿Quieres que nos vayamos? —volvió a preguntarle Brian cuando se separaron.

—Sé que es importante para ti que tus padres y yo nos llevemos bien, aunque no lo quieras reconocer; sé que para ti es significativa su aprobación. Así que no, no nos iremos. El amor es sacrificio y entrega, y... yo estoy dispuesta a hacerlo todo por ti, y a entregarte todo lo mejor de mí.

—Oí alguna vez que en una pareja siempre es un cincuenta y un cincuenta: estoy empezando a entender a qué se referían.

Ella respiró muy profundamente. Cerró los ojos y, cuando los abrió, le dijo:

—Lo que siento también es nuevo para mí. Nunca antes había sentido algo parecido... también creo que estoy enamorada de ti. Ya está. Lo he dicho. Aunque me parece un poco cursi esta romanticonada, entiendo que necesitas oír lo mismo que me gusta escuchar a mí.

—Antes también creía que decir palabras bellas era cursi o síntoma de debilidad. Sin embargo, a tu lado no lo siento así. Gracias por hacer el esfuerzo. —Brian levantó la mano, y Alexa sonrió echando la cabeza hacia atrás—. Cincuenta y cincuenta.

Ella levantó su mano y la chocó con la de él.

—Cincuenta y cincuenta.

—Bueno, ahora vayamos a navegar.

—A sus órdenes, capitán Moore. Seré su marinerita.

 

 

Rebecca pasó delante de Benjamin y Geraldine bastante desencajada. Sus planes para reconquistar a Brian cada vez estaban más complicados.

—Oh, pero, ¿qué le habrá pasado? Estaba con Brian, ¿no?

—Sí, Geraldine, pero a tu hijo le gusta la grasa de las capitales, y prefiere eso a comer caviar. Debemos actuar rápido, y hacer que se olvide de Alexa. Dios —levantó las manos hacia el cielo—, tu hijo y tu hija van a matarme de un infarto.

—Ni me lo digas. ¿Qué pensarán nuestros amigos cuando se enteren de que tiene amoríos con la empleada de su hermana?

—Eso es lo que menos me preocupa. La gente está acostumbrada a sus correrías amorosas por las revistas y, por mucho que nos pese, se han habituado. Pero lo necesito de nuestro lado, y ya has visto que esa no nos soporta y no hará más que ponerlo en nuestra contra: debemos sacarla de nuestro camino. Brian debe ser el próximo heredero del sillón presidencial de los astilleros. Debe ceder y acceder a perfeccionarse para llevar nuestra empresa, pero para eso necesito que su mentalidad cambie. Necesito que empiece a pensar como un hombre de negocios y se deje de historias absurdas. Debe entender que cuando uno lleva a cuestas un apellido con historia y poder, el corazón no cuenta.

 

 

Becca había entrado en su habitación. Desde la ventana, fue testigo de cada una de las acciones de Brian. Su musculatura brotaba exuberante con cada movimiento y resaltaba bajo los rayos del sol, al tiempo que se encargaba de levantar las defensas del lado de babor y soltar amarras. Verlo tan despreocupado la llenó de ira y el rencor que había acumulado durante años pareció acrecentarse. Estaba desesperada porque nada de lo que ella hacía para llamar su atención parecía ser lo correcto, y el tiempo se agotaba. Estaba furiosa y la tomó con Alexa.

«Maldita infeliz. La odio, la aborrezco con toda mi alma. La quitaré de mi camino como sea.»

Casi ocho años atrás, Brian y su familia se la habían sacado a ella de encima como quien se deshace de una ropa que ya no piensa usar más, y entonces Rebecca no había tenido más remedio que huir con su pequeño secreto; ahora había regresado a por la revancha.

En un acto de franco desconcierto emocional, probó sacudir la cabeza para aclarar sus ideas pero no parecía conseguirlo. Cogió con las manos su cabeza atormentada y sintió ganas de gritar y de echarse en la cama a llorar, pero aunque sentía que sus fuerzas y determinación la abandonaban, no podía darse ese lujo. Había llegado a Estados Unidos con un plan muy bien orquestado, pero ahora todo estaba yéndose al garete.

Miraba con determinación a través de la ventana. Cada vez que podía Brian tocaba a Alexa. Habían subido al puente superior y él la tenía sentada en sus rodillas, su mano anclada en el muslo mientras le explicaba para qué servía cada pantalla y cada palanca de mando. Le hablaba muy de cerca y la seducía con su aliento. Rebecca conocía muy bien su ritual. Sin temor a equivocarse, sabía que ahora le haría coger el joystick, y ella, bajo su supervisión, sería la encargada de mover el bote y lo alejaría de la orilla.

Al advertir que la embarcación comenzaba a moverse, una punzada en el estómago pareció atravesarla: se iban juntos, despreocupados de todo lo que a ella le pasaba. Sin darse cuenta sus lágrimas brotaron, pero no se permitió llorar. No podía darse el lujo de ninguna debilidad. Aaron la necesitaba fuerte; además, había prometido hacía mucho que ningún otro Moore la haría llorar.