CAPÍTULO IV

DOS HOMBRES ASPEROS SE ENFRENTAN

Un grupo de vaqueros vocingleros y nada corteses penetraba en el amplio comedor del cobertizo, empujándose unos a otros y gastándose bromas pesadas. Llegaban sudorosos, cubiertos de tierra, con los rojos pañuelos al cuello, flojos y húmedos; los sombreros echados hacia atrás, mostrando las revueltas greñas sobre la frente y taconeando con virilidad sobre la madera del piso, que hacía tintinear sus espuelas con metálicos sonidos. Hambrientos y cansados se sentaron donde les pareció más a mano. Christian dejó pasar la turba para no chocar con ninguno y penetró de los últimos precedido por Dick y otros tres peones.

El capataz tenía su asiento a la cabecera de la larga mesa. Las escudillas de metal, las hogazas de pan moreno, los cubiertos de latón y las jarras con la cerveza, se alineaban a lo largo del bruñido tablero. El joven tomó asiento algo alejado de Dick y esperó.

Cuando el capataz tomó asiento, se destocó, hizo girar en la mano su sombrero lleno de polvo y lo lanzó con habilidad al gancho de una larga percha clavada en la pared. El adminículo, bien dirigido, giró como una rueda sobre el gancho y quedó sujeto a él.

—¡Bravo, capataz! —comentó uno—. Maneja usted el sombrero como el «Colt»… En el próximo rodeo tenemos que establecer un concurso de arrojar sombreros a una percha. Se llevará el premio nuestro equipo.

El capataz desdeñó el elogio e hizo un gesto, gritando:

—Un momento de silencio, señores. Tengo que decirles algo importante.

Todos enmudecieron de repente. Dick, en pie, señaló a Christian, diciendo:

—Como habréis observado, tenemos un nuevo compañero en el equipo. Me lo ha enviado esta mañana el coronel para que le pongamos a prueba. Aún no me ha dicho su nombre, pero podemos llamarle Jim.

—¡Hurra por Jim! —gritaron, a coro, los vaqueros.

Christian se levantó suavemente, y replicó:

—No hace falta que oficie usted de padrino, capataz. Tengo un nombre que me pusieron a los pocos días de nacer, y no me gusta usar ninguno postizo. Me llamo Christian High.

—Bien, ya lo sabéis. Se llama Christian y es un compañero más. Espero que le acojáis como a tal. Es gusto del coronel y…, si no me engaño, de su hija también.

Hubo guiños expresivos ante el comentario. Christian, sintiéndose molesto por la alusión, replicó:

—Es gusto del coronel, simplemente. Al parecer, necesita hombres duros, y me admitió por eso.

—¡Bravo! —comentó, irónico, Dick—. Eso está bien. Los hombres blandos aquí no tienen nada que hacer, pero en cambio deben demostrar que son duros. Espero que llegará ese momento.

—Me prepararé para ello, capataz. Cuando haya llevado a mi estómago dos docenas de patos salvajes y algunas pequeñeces por ese estilo, estaré dispuesto a la prueba.

—Eso quiere decir que por esos caminos se come muy mal.

—Eso quiere decir que necesito eso para estar en condiciones.

—Muy bien; esperaremos a que sea así. No nos gusta que nadie haga pruebas con desventaja.

—Gracias. Es lo único que pido.

El cocinero apareció con una humeante cacerola de porotos con carne y tocino. Cuando repartía en las escudillas, Dick le advirtió:

—Sam, como extraordinario servirás a nuestro compañero un buen pollo asado. Supongo que lo habrá.

—Claro que lo hay, capataz.

—Y así, por espacio de quince días. Creo que anda un poco desnutrido y necesita superalimentación.

—Bueno, lo tendré en cuenta.

Siguió repartiendo los cazos de porotos y cargó la mano en la escudilla de Christian. Éste acometió el guiso con virilidad.

La conversación sobre el nuevo peón pareció agotada, y sus compañeros, desentendiéndose de él, siguieron su charla y sus bromas, mientras devoraban el condumio con chasquidos impresionantes de mandíbulas recias manejadas fieramente.

Cuando el pastel de manzana hubo sido repartido y las pipas empezaron a humear con satisfacción, Dick que había almorzado en silencio, se dirigió bruscamente a Christian, diciendo:

—Oiga, High; ya tengo trabajo para usted.

—Muy bien. Estoy a su disposición.

—Al tiempo, quiero advertirle algo que no debe olvidar.

—Tengo una memoria excelente. Diga lo que sea.

—No es mucho. Durante las horas de faena, los, peones no conocen a nadie en los pastos más que a mí o al coronel. ¿Me entiende?

Christian le había entendido, pero quiso obligarle a hablar más claro.

—No me gustan las medias palabras, capataz.

—Pues hablaré más claro. Al parecer, le ha caído usted en gracia a la hija del patrón, y…

—Un momento. Hable con un poco más de respeto hacia ella, se lo ruego.

—¿Le he ofendido, caballero andante? He dicho que, al parecer, le ha caído usted en gracia, pues acaba de llegar y ya pasea con ella por los pastos. Esto no lo ha hecho ningún peón, y como no quiero precedentes, se lo advierto. Espero que ahora lo entienda.

—Entendido, pero con una aclaración. No seré yo quien moleste a la señorita Victory en ningún momento; pero si es ella la que se dirige a mí para algo durante el, trabajo y fuera de él, no habrá nadie que me impida ser todo lo cortés que ella se merece. ¿Hablo claro?

—Sí; pero la hija del coronel no es nadie en la hacienda de puertas para fuera de ella. Es orden del patrón que nadie ha discutido nunca, y no va a ser usted el primero. No sería muy bien visto que las mujeres interviniesen en cosas que no les importa.

—No discuto nada de eso, capataz. Me limito a decirle que no seré yo quien le salga al paso en ningún momento; pero si es ella quien se dirige a mí, no habrá quien me impida atenderla… A menos que sea el propio coronel quien me lo prohibiese.

—Yo le represento aquí. ¿Lo olvida?

—Es usted un mandatario suyo para cuestiones de trabajo. Si mi conducta en ese sentido no le pareciese bien, puede quejarse a él. Yo sabría decirle lo que viniese al caso.

—Quizá, pero no ha venido usted a enseñarme mi obligación sino a que yo le enseñe la suya. He dicho lo que tenía que decir y es bastante.

—Creo que hemos dicho los dos lo que necesitábamos.

—Bien, pero no lo olvide. Me molestaría tener que hacerle entrar en razón de otra manera, sin tiempo a que ingiera esa cantidad de patos silvestres que necesita.

—No le inquiete eso, Dick. Con patos y sin patos sacaría fuerzas de algún sitio. ¿Algo más referente al trabajo?

—No. Cuando sepa lo que puede usted dar de sí, hablaremos.

—Creo que tendré que asistir a algún curso especial que dé usted para aprender bien mi obligación. Mis condiciones de vaquero junto a un maestro así deben estar en tono muy bajo, pero como soy bastante estudioso espero ponerme al corriente en seguida.

Y se levantó abandonando el cobertizo sin esperar la respuesta.

Los peones se miraron con sorpresa. No eran hombres cobardes ni tardos en las respuestas, pero ninguno se hubiese atrevido a dar la réplica de aquella manera a Dick, conociéndole como le conocían.

Quizá por esto mismo se mostraron extrañados de que el áspero capataz hubiese encajado aquellas respuestas tan rudas y desafiantes. Posiblemente, no estaba muy seguro del terreno que pisaba respecto al interés del coronel hacia el nuevo peón y no quería aventurarse a ir más lejos.

Pero de lo que estaban seguros era de que no dejaría en el olvido las secas respuestas de Christian. Cuando este menos lo pensase, tendría un serio tropiezo con él y del tropiezo podría salir muy mal parado.

Poco más tarde, la campana anunciaba que la sobremesa había concluido. Los peones se dispusieron a reanudar sus tareas y Dick, llamando secamente a Christian, le encomendó el trabajo que debía ejecutar. Cuando el peonaje se repartió por los pastos, Dick montó a caballo y antes de cerciorarse de si el nuevo vaquero servía o no para su oficio, se encaminó a la hacienda.

Quería hablar con el coronel, tantear a este sobre el interés que poseía por Christian, hasta dónde podía alcanzar su protección y qué papel pintaba Victory en aquel asunto. Cuando hubiese tanteado el terreno, sabría hasta dónde se debía arriesgar en intentar imponer su áspera autoridad.

El coronel se hallaba trabajando en su despacho, cuando le anunciaron la visita del capataz. Dio orden de que le hicieran pasar y preguntó:

—¿Alguna novedad, Dick?

—Pues… hasta cierto punto sí, mi coronel.

—Bien, veamos de qué se trata.

—Hoy me ha enviado usted un nuevo peón.

—En efecto, ¿qué sucede, no sirve?

—No puedo decirlo aún, mi coronel. Cuando se presentó a mí yo estaba muy ocupado apartando las reses como usted ordenó y le dije que se pasease hasta la hora del almuerzo, que le buscaría trabajo.

—Muy bien, ¿qué más?

—Ahora le he dado algo que hacer y veré si sirve, aunque es posible que sí, pero se trata de algo más delicado que afecta a la disciplina del equipo. Cuando sonaba la campana apareció en compañía de su hija. Los dos charlaban amigablemente y se despidieron con un apretón de manos. Quisiera saber si se trata de algo especial que debe ser mirado como cosa quebradiza.

—¿Qué quiere usted decir con eso, Dick?

—Que podía ser un protegido de usted o de ella a quien han colocado aquí para favorecer, en cuyo caso debo pasar por alto lo que haga de bueno o de malo.

—Yo no recomiendo nulidades en mi hacienda, Dick, usted lo sabe bien. Si no le sirve, le despediré, pero… si no…

—Bien, pero hay más. Le advertí que a la hora del trabajo no admito distracciones. Le he prohibido que durante ellas se distraiga sea con quien sea, incluso con su propia hija; La contestación ha sido que él no se cruzará en su camino pero que, si ella es la que se dirige a él, no habrá nadie que le impida corresponder a su llamada.

—¿Y qué?

—Simplemente preguntarle si debo pasar por esa impertinencia…

—Usted es el capataz y debe saber cuál es su obligación. Mi hija sabe hasta dónde puede llegar en estos casos y a no ser por algo justificado, ella no tiene por qué distraer a mis hombres en su trabajo. Creí que no necesitaba decírselo de nuevo.

—Claro que no, pero… ese hombre podía significar otra cosa distinta. Me ha extrañado que su hija…

—No comente sin razón. Por lo que observo, mi hija no ha cometido imprudencia alguna. High estaba libre de trabajo y nadie podía impedirla que hablase con él si era su gusto. Por otra parte, le diré, por si le interesa, que ese hombre salvó su vida ayer cuando ella iba a precipitarse en una sima. Christian detuvo la yegua a tiempo y evitó el drama. Esto me ha movido a admitirle como peón, pero siempre que demuestre que sirve para ello. No quiero gente inútil a mi lado, porque antes tasaría su servicio en dinero y se lo entregaría.

—Bien, coronel, era lo que quería aclarar. Después de sus palabras sé cuál es mi obligación.

—La justa nada más, Dick. No quiero tampoco que se vaya, del seguro y trate de hacerle la vida imposible por una niñería. Si vale y es disciplinado, no admito represalias tontas, y ya me conoce usted bien.

—Lo tendré en cuenta, coronel.

Dick salió del rancho bastante contento. Si Christian servía, tendría que seguir soportándole, pero ¡ay de él si osaba llevar adelante su fanfarronada! No sólo le despediría, sino que le haría tragarse a puñetazos sus insolencias.

Aquella misma tarde, el coronel aprovechaba un momento para hablar con su hija.

—Me han dicho que esta mañana has paseado a caballo con tu protegido, Victory.

—Y bien, ¿qué sucede, papá? No le habían dado trabajo y me encontré con él. Creo que no hice nada censurable.

—No, no te reprocho por ello, pero a cuenta de eso ha sucedido un pequeño choque entre él y Dick.

—¿Ya está Dick provocando peleas?

—No lo sé, pero sí habló sinceramente, la cuestión es una. Le advirtió que durante las horas de trabajo no admitía distracciones y que no le toleraría que hablase contigo ni con nadie. Él ha contestado, que, por su parte, no lo intentará, pero que, si tú te diriges a él, no habrá nadie que le impida atenderte. ¿Te das cuenta de lo que significa esa contestación?

—Sí, papá. Significa que ese hombre no es un cobarde que admita imposiciones, ni un descortés que por miedo a un tipo como Dick se muestre grosero con una mujer.

—Sí, pero aparte de eso, hay una consigna de trabajo. Si el caso se produjese, tú tendrías la culpa.

—¿De qué?

—De que esos dos hombres se enfrentasen.

—No te gustaría, ¿no es eso?

El coronel la contempló intensamente y repuso:

—No, porque… saldría perjudicado él.

—¿Nada más que por eso?

—Nada más.

—¿Y si todo sucediese al contrario?

—Entonces… me sentiría satisfecho.

—Gracias. Ya sé que no tienes muchas simpatías por él. He de decirte que esta mañana le advertí la clase de individuo que era Dick. Me contestó que si llega el caso le administrará un poco de la medicina que él empleó con su antecesor. Dice que necesita reponerse para estar en condiciones de ello, pero que en cuanto lo consiga presiento que tendrá que enseñarle un poco de educación. ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

—Sí, pero escucha una cosa. Si es como él dice, deja que el choque se produzca entre ellos sin que tú intervengas para nada, primero, porque podías hacerlo en el peor momento para él y segundo, porque se podía pensar que había sido algo premeditado. Si está escrito que se enfrenten, que lo hagan por su propia cuenta. Quizá ese tipo tenga en sus manos el cargo de capataz general, dentro de unos días.

—Dice que no anhela cargos. Que va a estar aquí muy poco tiempo.

—Deja lo que diga. Si ascendiese, quizá le tomase gusto al cargo y pensase de otro modo. Me gustaría saber quién es y qué hace aquí. Es un derrotado, pero parece duro y hasta da la impresión de buena persona.

—Su madre fue maestra de escuela.

—¿Y él?

—No ha querido hablar de él. Es un ser misterioso.

—Eso es lo malo. Quisiera tener la seguridad de que se trata de un hombre que no esté marcado. Sabes que hace tiempo busco ese hombre ideal en quien descansar un poco esta esclavitud.

—Lo sé, pero no sé qué decirte. Quizá algún día se sienta franco y hable. Parece como si buscase algo que no encuentra…, quizá a algún hombre a quien le interesa descubrir. No hagas caso, porque son suposiciones sin fundamento, pero ese interés por seguir adelante parece justificado. Es tejano, no puede negarlo, y si ha dejado Tejas a su espalda recorriendo tantas millas, hay algo grave que le impulsa a seguir adelante.

—Bien, no anticipemos acontecimientos. Ahora lo que me interesa es vigilar las maniobras de Dick. Podría intentar algo al margen de la disciplina, aunque le he advertido que cuide mucho cómo se mueve.

—Es capaz de cualquier superchería.

—Por eso te digo que estaré al tanto. Siento curiosidad por saber cómo se desenvuelve ese hombre y me cuidaré yo mismo de constatar sus habilidades como peón cuando esté seguro de que sirve, no valdrán subterfugios para eliminarlo.

Victory salió del despacho tensa y un poco inquieta. Sentía un terrible recelo contra Dick y parecía adivinar que emplearía toda suerte de juegos sucios para hacer saltar a Christian.

Pero sin saber por qué, sentía confianza en éste. No le parecía uno de tantos y aquella contestación que le halagaba era suficiente para juzgarle.