Capítulo VIII

BRETT RECIBE UN BUEN CONSEJO

Fue a hacer una visita a Dan al día siguiente, Ana, acompañada de su tío. La sorpresa de la muchacha al tener noticias de que Nesta estaba allí, fue grande.

Y como apreciaba mucho a la joven, corrió a saludarla.

—¡Nesta! —exclamó al verla—, ¡qué cambiada estás! Te encuentro más saludable y más morena, pero, ¿cómo por aquí tan pronto?

—Ya lo ves. Prometí volver en seguida, y aquí me tienes.

—¿Y tu marido?

—En el rancho.

—Ya, mucho trabajo allí. ¿Cuánto tiempo piensas estar aquí, Nesta?

—¿Aquí? No lo sé, posiblemente todo lo que me resta de vida.

—¿Qué quieres decir? ¿Es que… no piensas volver al rancho?

—Me temo que no. Eso quien tiene que decirlo es él.

—¿Y por qué él? ¿Acaso no es su mayor deseo que no te separes de su lado?

—Quizá lo sea, pero, tendrá que demostrarlo viniendo a buscarme. Han sucedido cosas, Ana, cosas que acaso yo sólo encuentre justificación para ellas, pero como soy la interesada, la tienen. Se negó a venir alegando que tenía mucho trabajo y pretendía que demorase la visita a mi padre mes y medio. Le dije que no, y entonces me propuso que viniese una semana. Hubiese transigido, pero se negó a venir a buscarme pasada esa fecha. Entonces le dije que vendría sola, pero no volvería si no venía en mi busca. Me juró que no lo haría, y eso es todo.

—Vamos, Nesta, ésas son locuras de niña mimada. ¿Dónde vas a estar mejor que al lado de tu marido?

—En el infierno, tú lo sabes… En fin, no quiero hablar de eso. Sobre todas las cosas hay algo que puede conmigo y a lo que no me aclimato. Odio aquellas costumbres, aquella tosquedad, aquel ambiente plebeyo tan extraño a lo nuestro. Siento la sensación de haber sido trasplantada a un mundo primitivo que ha retrocedido cientos de años y me creo en una amplia cárcel rodeada de valles, pero que me aherroja. No, no puedo con aquello y no me sacrificaré. Le propuse que vendiese la hacienda y se viniese aquí, pero se negó en redondo. Si a mí me ahoga el valle, a él le ahoga la ciudad. ¿Dónde está la solución en este caso, Ana?

La muchacha, tras un momento de meditación, repuso sencillamente:

—En el cariño, Nesta. El que más hondo quiera será el que claudique.

—No lo creas. A veces, el amor propio, el orgullo pueden más.

—¿Lo piensas así por ti?

—Y por él. He empezado a conocerle.

—¿Y tú crees que el motivo es suficiente para que adoptes esa actitud? ¿Qué importaba venir ocho días y volverte luego? Si él está agobiado de trabajo es lógico que no quiera dejarlo así de golpe. Después de todo, no se negó a venir, sino que te pidió un aplazamiento. ¿No crees que te has excedido?

—No, Ana, pasan muchas cosas íntimas que… Bueno, mejor es dejarlo así.

—Si tú que eres la interesada así lo crees, no puedo rebatirte, pero, si eso se prolonga, cállatelo y no digas a nadie lo que va a suceder.

—¿Por qué?

—Por muchas razones. Las que te envidiaron, que fueron muchas, se alegrarán de tu fracaso y las que no, tendrán motivos para murmurar más de la cuenta. Lo triste es que fingirán compadecerte cuando hablen contigo sin perjuicio de divertirse por detrás.

»Tú, que tanto has echado de menos esto, quizá te arrepientas de ello. Por mi parte, con franca sinceridad te digo, que, si la elegida hubiese sido yo, habría dado gracias a Dios por sacarme de este pozo y llevarme allí a gozar de aquella calma y de aquella paz. Con cariño y sin faltarme nada me hubiese considerado la mujer más feliz del mundo.

—Se habla bien desde lejos. Yo también creí que llegaría a serlo y, sin embargo, la realidad fue otra. En fin, quiero olvidarlo todo. Estoy dispuesta a no moverme de aquí si él no viene en mi busca y así será pase lo que pase.

—Bien, querida, no te digo más porque sé que los consejos en estos momentos no sirven de nada. El tiempo es el que obra los milagros y él lo dirá todo. Sólo te diré una cosa; será una pena que por motivos nimios que no afectan al corazón seáis una pareja de desgraciados, cuando podíais ser un matrimonio modelo. Quizá todo esto estribe en una sola cosa.

—¿En qué?

—En que esto se ha encendido demasiado pronto. De haber ocurrido más tarde y tener anuncios de un hijo, otra cosa hubiese sido.

Nesta miró a su amiga con asombro. Era algo en lo que no había pensado, porque en la pugna, sólo habían jugado ellos dos.

Nesta no salió ni un solo día de su villa. Agobiada por la situación, asustada de las palabras de su padre y de Ana, no quería fomentar las murmuraciones y los comentarios insidiosos. Debía esperar cuando menos a que transcurriesen los ocho días que su marido le había dado de plazo para volver. Si cuando transcurridos éstos, él comprendía que estaba decidida a no volver y quería dar el primer paso para la reconciliación ella le acogería con los brazos abiertos, pero si él, firme, se mantenía en su amenaza, entonces, no sabía cuál sería su actitud a tomar.

Y transcurrieron los ocho días. Nesta no había vuelto a hablar con su padre del agobiante problema, ni el viejo Dan había querido comentar nada sobre él. No era prudente, mucho más, cuando las espadas estaban en alto. Si la crisis había de estallar con violencia, entonces sería llegado el momento de volver a intervenir.

Pero estudiaba a su hija hasta en sus más mínimos movimientos, pretendía adivinar sus reacciones y por ellas, llegar al fondo de su alma. Solamente sabiendo a ciencia cierta qué había dentro de aquella cabeza y de aquel corazón, su intervención final podría tener un éxito si éste era posible.

Los días siguientes a la terminación del plazo fueron terribles para Nesta. Hora tras hora las iba contando hasta que llegó el convencimiento de que nada tenía que esperar. Emmett había sabido mantenerse todo lo firme que un hombre es capaz de hacerlo cuando juegan en su interior el amor propio y la dignidad y la quisiera como antes o no, no parecía dispuesto a someterse a sus imposiciones.

Ya no había un medio camino a recorrer por partes iguales. El que iniciase un paso hacia adelante tendría que hacerlo, pero recorrerlo por entero él solo.

Durante tres días más, Nesta, abrumada de dolor, apenas abandonó sus habitaciones. No quería ver a nadie, ni hablar con nadie, ni saber nada del mundo.

Cerrada con llave en su dormitorio, se pasaba las horas, inmóvil y muda entregada ella sólo sabía a qué clase de pensamientos.

Dan se asustó. La cosa se ponía seria y había que hacer algo para buscar una solución.

Pero una mañana, el viejo sintió la más extraña sensación de su vida al ver aparecer a su hija en el comedor para desayunar. Las huellas de sus lágrimas y tristeza habían desaparecido y una sonrisa dulce, aquella sonrisa que él casi había olvidado verla florecer en sus labios, había vuelto a dibujarse en ellos. Sin poder contenerse, preguntó:

—¿Cómo estás, Nesta?

—Muy bien, papá.

—Parece que te has tranquilizado un poco.

—Sí, estoy muy tranquila y muy contenta, te lo juro.

—Me alegro. ¿Puedo saber el motivo?

—Creo que no. ¿No te basta que esté alegre?

—Mucho me alegra, pero no resuelve nada.

—No importa. Lo resolverá el tiempo. Bueno, papá, esta mañana voy a salir.

—¿También eso?

—Sí, tengo que hacer unas compras y, por otra parte, ya estoy harta de encierro. He pensado que el asunto no merece la pena de preocuparse tanto de él. El dolor hizo crisis y, ya lo ves, soy otra.

—Bueno, hija mía, nunca fui astuto para resolver charadas y me gusta más que me las den resueltas.

—Creo que es lo mejor que puedes hacer.

—Sí, pero hay algo que soy yo el que tengo que solucionarlo y con tus ambigüedades no resuelvo nada.

—¿A qué te refieres?

—Al asunto del préstamo que me hizo tu marido.

—No te preocupes. Si intentases devolvérselo, quizá te lo tirase a la cara. ¿No te das cuenta del orgullo que le devora?

—De acuerdo, pero mi deber…

—Déjalo por ahora, ya que aún es prematuro. La última palabra aún no está dicha.

—¡Ah! Eso es otra cosa —y no quiso insistir en el tema.

Nesta salió a la calle y en ella encontró a algunas amigas que se extrañaron de verla.

Tras saludarla y asegurar hipócritamente que estaba más guapa y de mejor color, una preguntó:

—Y tu marido, ¿dónde le has dejado?

—En el rancho. Es una época muy ruda y no podía moverse de allí.

—Entonces, estarás poco tiempo aquí…

—No lo sé, depende de algunas cosas. No hemos tratado de la cantidad de días que hemos de estar separados —y no quiso decir más, pero todo lo dijo alegre, sonriente y como si se sintiese la mujer más feliz del mundo.

La noticia de su estancia en Santa Fe se corrió entre sus amistades. Brett se enteró y un día abordó a Ana preguntándole cuánto tiempo llevaba Nesta en la ciudad.

—Tres semanas —dijo ella.

—¡Hum! ¿Tres semanas? ¿No te parece demasiado tiempo para una recién casada?

—Quizá.

—¿Es que ya se ha cansado del rancho y del zafio de su marido?

—¿Por qué no se lo preguntas a ella?

—No me importa nada hacerlo. Estaba seguro de que así había de suceder. Nesta no nació para pasar la vida entre reses y vaqueros.

—¿Sabemos cada cuál para qué hemos nacido?

—Tú, para tonta, ¿no lo has comprendido ya?

—Y tú, para fatuo. No te pregunto si lo has comprendido también porque lo eres tanto, que no te darás cuenta de ello nunca.

El rio divertido y se separaron, pero Brett se entregó a meditar sobre la noticia.

El hecho de que Nesta llevase tres semanas allí separada de su marido, parecía darle la razón. Por otra parte, había adivinado que Ana, discreta, no quiso decirle nada, pero que sabía las causas de aquella estancia de la joven en Santa Fe.

Y como aún le escocía el puñetazo recibido de Emmett y las amenazas que se habían cruzado, decidió ir directamente al asunto. Si comprobaba que Nesta se había separado de su marido… No se sentía con ánimos de ir a cumplir su amenaza, pero sí le escribiría una carta que sería para él peor que recibir un tiro.

Y frívolamente se presentó en casa de Dan a saludar a éste y a interpelar a Nesta.

Esta le recibió, sonriente:

—¡Hola! Brett, ¿cómo te va? Observo que ya se te curó el efecto de aquel mareo del día de mi boda. Supongo que no habrás vuelto a beber lo que no eres capaz de digerir y que te habrá servido de saludable ejemplo.

Él se sintió molesto por la broma que consideró de mal gusto y replicó:

—¿Tiene algún doble sentido el comentario?

—Uno sólo, querido. Que yo no soy tonta, aunque te las des de listo. En seguida comprendí que el objeto duro con que habías tropezado fue un puño.

—¿Te lo dijo él?

—¿Quién, el puño? No. Fue lo suficientemente discreto para no hablar, porque los puños actúan y no charlan de más. No les sucede lo que a algunas personas.

—Entonces, ¿cómo lo sabes?

—Porque lo supuse y no pudo ocultármelo.

—En ese caso, te diría lo ridículo que fue el provocar el lance. Es tan salvaje, que estimó que mi modo de bailar contigo no era decente.

—Quizá no lo fuese a su modo de entender.

—En ese caso…

—En ese caso, un hombre cuando le pegan con razón o sin ella, replica con las mismas armas, pero no es tan villano que a falta de mejor valor para devolver el golpe lanza por su boca acusaciones y asertos de los que no está seguro. Fuiste tan miserable, que precisamente en aquel día solemne sembraste en su alma la cizaña de la duda. Tuviste la avilantez de asegurar que yo no le quería, y que sólo me había casado con él por su dinero. Aún más, aseguraste que de haber tú querido hubieses sido mi marido, pero que si así no había sido, sólo se debía a que yo no valía en peso el dinero que tu padre posee.

»Te has envanecido demasiado asegurando cosas que no eran ciertas. Ni con todo el dinero de tu padre, añadiendo el del Tesoro, hubiese cargado con un necio como tú, porque en la balanza hubiese habido un desnivel demasiado duro a mi favor.

»Los hombres que presumen de serlo deben tener algo más que la lengua y un padre idiota que trabaja mucho para que el vago de su hijo no trabaje nada y gaste como si fuese el dueño de una mina. Esos hombres carecen de valor para mujeres de mi temple y aunque tú no lo creas, yo no he mirado el dinero de mi marido, aunque no lo desdeñe y sí le he mirado a él.

»Y él, a tu lado, es algo que carece de comparación. Será un hombre del valle, un zafio según aquí se entiende, pero es eso… un hombre con corazón, sentimientos y capaz de valerse por sí solo y no necesitar que nadie se lo dé ganado.

»Apostaste algo demasiado serio a que ganabas y te fue aceptado el reto. Brett, si estimas tu vida en algo, pídele a tu padre unos miles de dólares de esos que tú no sabes ganar y busca un lugar tan alejado que sea imposible de descubrir por mi marido, porque si sabe dónde te escondes, te buscará como a una alimaña y te aplastará sin escrúpulo alguno.

»Me has causado un perjuicio grande con el veneno vertido, pero no te divertirás con ello. Sigue mi consejo si no quieres verte con el rostro de tal manera, que ya no puedas presentarte delante de ninguna mujer porque huirían de ti como de un monstruo.

»Es cuanto tenía que decirte, Brett. Espero que después de esto, si no te vas, al menos no aparezcas por aquí más. Me repugna tenerte delante de mis ojos,

Brett, pálido y rabioso, no sabía qué contestar. Dan, que estaba presente, pero sin intervenir en nada, le contemplaba con burla. Estaba adivinando una serie de reacciones desconocidas en su hija y aquélla era una de las que más le agradaban.

Corrido de vergüenza y un tanto impresionado por la advertencia de Nesta, dio media vuelta y abandonó la villa. Se había equivocado y la equivocación no tenía nada de agradable.

Cuando hubo desaparecido, Dan comentó:

—Bien, creo que no ha salido muy bien parada la representación social de Santa Fe. Parece que la atmósfera se va aclarando.

—No eches las campanas al vuelo aún, padre, porque esto no significa nada de lo que supones. Emmett y yo estamos cada uno en el sitio que estábamos el día que salí del rancho; lo que sucede es que este fatuo vertió demasiado veneno donde no debía hacerlo y era necesario hacerle tragar una dosis de su propia medicina. Mi marido y yo podemos quedar separados para toda la vida, pero eso no es razón para que yo admita el insulto de que me casé con él sin quererle y por su dinero solamente.

—De acuerdo, pero si le querías y le quieres…

—Ese es otro asunto. Si él me quería y me quiere, debe demostrarlo. Es él quien ha de hacerme comprender que la insidia de ese tipo no ha influido en sus sentimientos y que cree en mí, a pesar de todo.

—¿Y eso?

—El tiempo lo dirá.