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El primer testigo del fiscal era un teniente de los carabineros, el comandante de la sección operativa de Monopoli. Era un joven de unos veintiséis, veintisiete años, de aspecto simpático, poco militar.

El presidente le instó a que pronunciara la fórmula de compromiso. El teniente cogió la hojita desgastada que el ujier le dio y leyó.

—Consciente de la responsabilidad moral y jurídica que asumo con mi declaración, me comprometo a decir toda la verdad y a no esconder nada de cuanto sepa.

—Su nombre completo.

—Teniente Alfredo Moroni, nacido en Brescia el 12 de septiembre de 1973, destinado en la compañía de carabineros de Monopoli. Soy el comandante de la sección operativa y de los coches patrulla.

—Adelante, fiscal, puede proceder con el interrogatorio.

Cervellati tomó una hojita con apuntes del informe que tenía enfrente y empezó.

—Entonces, teniente, ¿quiere referir al tribunal cuál fue su intervención en las investigaciones relacionadas con el secuestro y la muerte del pequeño Francesco Rubino?

—Sí, señor. Bien, con fecha de 5 de agosto de 1999, alrededor de las 19.50 horas, recibimos una llamada en la central operativa, al 112. Se denunciaba la desaparición de un niño de nueve años, llamado Francesco Rubino. Bien, la llamada provenía del abuelo del niño, con quien el pequeño pasaba las vacaciones, porque, si no me equivoco, los padres estaban separados.

—De acuerdo, teniente, olvídese de los detalles superfluos. Vayamos a los hechos significativos.

El teniente estuvo a punto de perder los estribos. No le había gustado aquella interrupción del fiscal. Pero era un carabinero, no dijo nada y, tras un momento de pausa, continuó con su testimonio.

—Recibida la notificación en el centro operativo fui informado personalmente y mandé un coche patrulla al chalet de los abuelos…

—¿Dónde está el chalet?

—Lo estaba diciendo, el chalet de los abuelos estaba… está en el barrio Capitolo, cerca de la playa Duna Beach. Los integrantes de la patrulla, llegados al lugar y confirmada la presencia de los abuelos del niño, se cercioraron de que el hecho podía ser grave, porque el niño había desaparecido desde hacía casi dos horas, y se pusieron en contacto conmigo. Entonces comuniqué la noticia al colega de la comisaría de policía para que participaran en las investigaciones y luego me trasladé al lugar de los hechos junto con el personal del centro operativo.

—¿Cómo fueron organizadas las pesquisas?

—Además de la policía nacional, participaron también los agentes urbanos, es decir, la policía municipal. Obviamente informé del hecho a mis superiores de Bari. Hay que señalar que el capitán estaba de baja por enfermedad y yo era el responsable de la compañía de Monopoli. Sin embargo, desde la primerísima fase de las indagaciones, participaron agentes de la capital de provincia. A la mañana siguiente hicimos intervenir a las secciones caninas.

—¿Surgió algo relevante tras la intervención de los perros?

—Sí, señor. Nosotros llevamos a los perros cerca del chalet de los abuelos y los hicimos avanzar desde el lugar en el que el niño estaba jugando cuando fue visto por última vez. Los perros salieron decididos, atravesaron toda la explanada —que estaba inmediatamente después de la verja del chalet—, llegaron a la callecita interior, que nace en la carretera provincial de Capitolo y lleva a aquel grupo de chalets, recorrieron aquella callecita hasta la carretera provincial y luego se detuvieron. Es decir, que al llegar a la intersección entre la provincial y la callecita interior los perros perdieron la pista del niño. Los llevamos al otro lado de la carretera, luego cien metros de un lado y del otro y nada. El último lugar en el que daban señales de notar el olor del niño era en la intersección entre la callecita y la carretera provincial. De este hecho sacamos la conclusión de que el niño había subido a un automóvil.

—¿Cuándo fue hallado el niño? ¿Y de qué manera?

—Sí, encontramos el cuerpo del niño en los alrededores de Polignano, en un pozo, en el campo cerca de la costa. En el cuartel de los carabineros de Polignano se recibió una información anónima.

—¿Qué dijo la persona que telefoneó?

—Dijo que el niño que buscábamos estaba en un pozo, en la localidad de San Vito, en el territorio del municipio de Polignano. Precisó a qué altura se hallaba aquel pozo, quiero decir que dijo algo del tipo: a la altura del kilómetro… ahora no me acuerdo de cuál. Pero se refería a la nacional 16 bis.

—Puede decirnos si aquella persona tenía un acento especial…

Era el momento de intervenir.

—Protesto, presidente. Prescindo de momento del hecho de que se trata de una llamada anónima y hago notar que el teniente, según me consta, no recibió la llamada personalmente. Estas preguntas sobre el tipo de llamada —admitido y no aceptado que procedan, pero esto lo discutiremos después— deben hacerse al carabinero que recibió la llamada.

El presidente dijo que tenía razón y no admitió la pregunta. El interrogatorio prosiguió de manera monótona, sobre el transcurso de la investigación, hasta el momento del arresto de Abdou. El teniente se había limitado a coordinarla, no había tomado parte en los registros, no había interrogado a los testigos principales y por lo tanto era de importancia secundaria, desde mi punto de vista.

Cuando Cervellati hubo terminado, el abogado de la acusación particular dijo que el interrogatorio del fiscal había sido exhaustivo y que él no tenía preguntas.

Me tocaba a mí, si tenía preguntas, dijo el presidente.

En realidad tenía muy poco que preguntarle al teniente y tranquilamente habría podido prescindir de volverlo a interrogar. Pero era necesario hacer ver al jurado que yo existía. Entonces dije que sí, que tenía alguna pregunta que hacerle al testigo.

—O sea, teniente, usted ha dicho que la llamada en la que se denunciaba la desaparición del niño llegó a su centro operativo a las…

—A las 19.50.

—A las 19.50, gracias. En cambio, la patrulla que usted envió, ¿cuándo llegó al chalet de los abuelos?

—El tiempo para ir, del cuartel de Monopoli hasta Capitolo, diría un cuarto de hora, máximo veinte minutos.

—¿A qué hora había desaparecido el niño?

—¿Cómo puedo decir una hora exacta…?

—Mire teniente, le he hecho esta pregunta porque usted, al contestar al fiscal, ha dicho que la patrulla se había dado cuenta de que el niño había desaparecido desde hacía ya dos horas.

—Sí, claro, quiero decir que fueron mis hombres quienes me comunicaron las circunstancias.

—Entonces, si es tan amable de decir al tribunal, en base a los datos que usted posee, a qué hora más o menos desapareció el niño.

—Un par de horas antes, como ya he dicho.

—¿O sea?

—Hacia las seis, más o menos.

—El niño desapareció hacia las 18.00 y el abuelo llamó a las 19.50, ¿es correcto?

—Son horarios aproximados.

—Sí, aproximadamente el niño desapareció a las 18.00 y el abuelo llamó a las 19.50. ¿Es así?

—Sí.

—¿Preguntaron, incluso informalmente, al abuelo por qué motivo esperó más de dos horas antes de dar la alarma?

—No sé por qué esperó. Posiblemente estuvieron buscando…

—Perdone que le interrumpa, teniente. Yo no le he preguntado su opinión sobre esta circunstancia. Le he pedido que nos diga si el abuelo dijo por qué motivo esperó aquellas —casi— dos horas. ¿Puede contestarme a esta pregunta?

—No recuerdo si lo dijo.

—¿Usted se acuerda de haberlo preguntado, incluso informalmente?

—No, no me acuerdo.

—Es correcto, entonces, decir que usted no sabe lo que ocurrió en aquellas dos horas que transcurrieron entre la desaparición del niño y la denuncia telefónica.

—Oiga, abogado, en aquel momento nosotros nos preocupamos por encontrar al niño, organizar las batidas, etcétera, no de comprender cómo y por qué el abuelo había tardado en denunciarlo, admitiendo que hubiera tardado.

—Sin duda, nadie discute que actuaron correctamente. Sólo le quería formular algunas preguntas más. Usted ha mencionado el hecho de que los padres del niño estaban separados, antes de que el fiscal le interrumpiera…

El fiscal también me interrumpió a mí.

—Protesto presidente, no veo qué tiene que ver con el proceso el hecho de que los padres del niño estuvieran separados.

También Cotugno intervino.

—La acusación particular se suma a la protesta. Es una familia que ya ha vivido una tragedia, no se comprende por qué motivo se han de remover asuntos privados sin ninguna relación con el argumento procesal.

Normalmente no habría insistido. Había hecho la pregunta un poco para sondear el terreno y porque el fiscal había interrumpido al teniente sobre este punto. Ahora, en cambio, la reacción de mis adversarios me parecía excesiva. Entonces pensé en insistir sobre la cuestión un poco más. Para ver lo que ocurría.

—Presidente, yo no comprendo la postura del fiscal y de la acusación particular sobre esta circunstancia. No pretendo en absoluto faltarle al respeto a la familia del niño y al dolor que les ha golpeado y, por otro lado, no comprendo cómo mi pregunta pudiera provocar dicho efecto. Mi único interés es el de comprender lo que ocurrió en los minutos y en las horas inmediatamente posteriores a la desaparición y si los padres del niño participaron en las investigaciones.

—Dentro de estos límites puede continuar, abogado.

—Gracias, presidente. Entonces, estábamos diciendo que los padres del niño estaban —¿o están?— separados. ¿Es así?

—Creo que sí.

—¿Cuándo se enteró del dato?

—Cuando fui al lugar.

—¿Los padres del niño estaban allí?

—No.

—¿Sabe dónde estaban?

—No, es decir, creo que la madre estaba fuera algunos días de vacaciones y el padre no lo sé.

—¿Cómo se enteró de estos datos?

—Me los contó el señor Abbrescia, es decir, el abuelo materno, cuando llegué al lugar.

—¿El señor Abbrescia le dijo si los padres habían sido avisados de la desaparición?

—Sí, me dijo que había localizado a la hija a través del móvil y que la señora estaba regresando, ahora no recuerdo de dónde. O quizá no me lo dijeron. De todas maneras, a última hora de la tarde vi a la madre del niño, siempre en el chalet, que utilizábamos como base para las investigaciones.

—¿Y el padre?

—Mire, del padre no sé qué decirle. Yo vi al señor Rubino al día siguiente, pero no sé cuándo llegó, ni de dónde.

—¿Sabe si estaba también él de vacaciones?

—No lo sé.

—¿Si los abuelos maternos llamaron también al padre, además de a la madre del niño?

—No lo sé.

—En términos más generales: ¿sabe quién avisó al padre del niño?

—No.

—En cualquier caso, la noche de la desaparición la madre había llegado y el padre no. ¿Correcto?

—Es correcto.

—Gracias, yo no tengo más preguntas.

En realidad eran preguntas inútiles. La separación de los padres no tenía nada que ver con la desaparición del niño, con el proceso y con todo lo demás. Probablemente tenían razón el fiscal y la acusación particular al oponerse a aquellas preguntas.

Pero yo tenía poco espacio de maniobra. Muy poco. Y entonces tenía que hacer algo, incluso pegar tiros a ciegas, con la esperanza de oír un ruido y comprender que por aquel lado podía abrirse un camino. Para intentar recorrerlo.

Los manuales para abogados dirían que ésta es una manera equivocada de actuar.

No hagáis preguntas de las cuales no podáis prever la respuesta. No se contrainterroga a ciegas, sin tener un objetivo preciso que alcanzar. El contrainterrogatorio debe ser rigurosamente planificado, sin dejar nada en manos de la improvisación, porque en caso contrario podría incluso reforzar la posición del adversario. Etcétera, etcétera, etcétera.

Me gustaría verles participando en un maldito proceso, a esos señores que escriben los manuales. Me gustaría verles en medio del ruido, de la porquería, de la sangre, de la mierda, de un juicio de verdad. Y quiero verles aplicando sus propias teorías.

No se contrainterroga a ciegas.

Me gustaría verles. Yo tenía que proseguir a ciegas por fuerza. No sólo en el proceso.

Aquella sesión concluyó con otros testigos. Vino el carabinero que había recibido la llamada que permitió hallar el cuerpo del niño. Dijo que el acento del informante anónimo era extraño. El fiscal quería algo más. Probablemente habría querido que el testigo dijera que el acento era senegalés. Pero el carabinero no ayudó mucho. El acento, para él, era simplemente extraño, que quería decir todo y nada.

Llegaron los carabineros de la brigada canina que no contaron nada nuevo respecto a lo que había dicho el teniente. Vino el bombero que había bajado al pozo para amarrar el cuerpo del niño y sacarlo fuera. Fue un testimonio triste e inútil.

Luego oímos a algunos de los habitantes de la playa Duna Beach. Conocían a Abdou, alguno había comprado su mercancía, todos recordaban que a veces el senegalés se detenía a hablar con ellos, en la playa. Dijeron que a veces lo habían visto charlar con el niño. Yo les pregunté cómo se comportaba Abdou y todos dijeron que siempre era cordial y que nunca había tenido actitudes extrañas. Con el niño, parecían casi amigos.

Habríamos tenido que oír al médico forense que había realizado la autopsia, pero no estaba. Había enviado una justificación y pedía comparecer en otra sesión. Al presidente no le disgustaba tener que acabar un poco antes de lo previsto. El juicio fue aplazado hasta el lunes siguiente.

Pensé que para entonces, desgraciadamente, habría llegado el calor. No se podía ser siempre tan afortunado con el clima, en junio.