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La vida imita al ajedrez
EL AJEDREZ EN HOLLYWOOD
Es difícil encontrar un par de imágenes más contradictorias que la idea general sobre el ajedrez como juego y la del jugador de ajedrez. El ajedrez está universalmente considerado como el símbolo del intelecto y la complejidad, la sofisticación y la astucia. Y, sin embargo persiste la imagen del jugador consagrado al ajedrez como la de un excéntrico, quizá incluso psicótico.
En muchas naciones occidentales, el estereotipo del jugador de ajedrez es a menudo sinónimo de un enclenque desnutrido o un empollón inteligente aunque misántropo. Esa opinión sobre el jugador se mantiene, pese a la imagen positiva sobre el ajedrez que utiliza con regularidad Hollywood y Madison Avenue.
¿Quién puede olvidar la secuencia inicial de la película de James Bond Desde Rusia con amor, en la que el villano Kronsteen pasa directamente de vencer en un torneo de partidas de ajedrez a planear el caos mundial? El autor de Bond, Ian Fleming y el director, describen al detalle la partida entre Kronsteen y su adversario «McAdams», basándose en una partida real entre dos grandes jugadores soviéticos, el diez veces campeón del mundo Boris Spassky y David Bronstein, aspirante al título en una ocasión. En la historia, el ajedrez tiene un clara intención metafórica, cuando uno de los colaboradores de Bond le advierte: «Estos rusos son grandes jugadores de ajedrez. Cuando pretenden ejecutar un plan, lo hacen con brillantez. La partida está planeada al minuto, tienen previstos los gambitos del adversario».
En decenas de películas más, se ha usado el ajedrez de modo parecido, para demostrar el talento y el razonamiento estratégico del protagonista. En la película de 1995 Asesinos, Sylvester Stallone y Antonio Banderas son dos asesinos profesionales que durante el día intentan matarse el uno al otro, y de noche se enfrentan en una partida de ajedrez online. En la película de Stanley Kubrick de 1968, 2001, el ordenador HAL 9000 derrota al personaje Frank Poole al ajedrez, anticipando el hecho de que la máquina acabará matándole.
El estereotipo de los jugadores de ajedrez también sugiere que somos criaturas introvertidas, casi obsesivas, incluso autistas. Vladimir Nabokov era un entusiasta del ajedrez, pero le hizo un triste favor al juego en su novela de 1930 La defensa (posteriormente titulada La defensa Luzhin). El personaje principal es un gran maestro anciano y erudito, que no está preparado para vivir en una sociedad de hombres, salvo por su talento para jugar al ajedrez. La versión cinematográfica del año 2000 intentó dibujar una versión más amable, convirtiéndola en una especie de historia romántica.
El austríaco Stefan Zweig también pobló su universo ajedrecístico con personajes excéntricos y deteriorados. Su Novela de ajedrez, publicada póstumamente, es un análisis psicológico y político del nazismo basado en dos partidas entre un campeón mundial de ajedrez que apenas sabe leer ni escribir y un médico enloquecido por haber jugado al ajedrez contra sí mismo cuando fue prisionero de la Gestapo. En el libro, Zweig proporciona esta deslumbrante descripción de la partida:
Pero ¿no es una descripción insuficiente hasta lo ofensivo llamar juego al ajedrez? No es también una ciencia, una técnica, un arte; algo que fluctúa entre esas categorías, como el ataúd de Mahoma fluctúa entre el cielo y la tierra; algo que auna todos los conceptos contradictorios: antiquísimo y eternamente joven; mecánico en la ejecución y, sin embargo, eficaz solo gracias a la imaginación; limitado en un espacio geométrico y a la vez ilimitado en sus combinaciones… como prueba la evidencia, el ajedrez existe y ha perdurado más que todos los libros y las hazañas; es el único juego que pertenece a todas las personas y a todas las épocas; y del que nadie sabe qué divinidad lo legó a la tierra para matar el hastío, agudizar los sentidos y excitar el espíritu… la simplicidad de sus reglas está al alcance de los niños, los más burdos sucumben a su encanto, y, sin embargo, en el interior de ese cuadrado de límites inmutables, se desarrolla una especie peculiar de maestros, que no tiene comparación con ninguna otra, hombres con un talento exclusivo para el ajedrez, genios específicos cuya visión, paciencia y técnica operan con un patrón tan preciso como el de los matemáticos, los poetas y compositores, aunque armonizado en un nivel distinto.
PERSONAJES REALES DEL AJEDREZ
Varios prominentes jugadores del pasado padecieron realmente profundos conflictos psiquiátricos durante o al final de sus carreras. El maestro alemán Curt von Bardeleben se suicidó en 1924 arrojándose por una ventana, el mismo método que utiliza Luzhin en el libro de Nabokov. El primer campeón del mundo oficial, Wilhelm Steinitz, pasó sus últimos años luchando contra la enfermedad mental. Uno de los jugadores de mayor éxito del primer cuarto del siglo XX, Akiba Rubinstein, poco a poco fue víctima de una timidez patológica. Tras realizar un movimiento, se escondía en un rincón de la sala a esperar la réplica de su adversario.
Los dos mejores jugadores de la historia de Estados Unidos abandonaron el juego en el cenit de sus carreras y padecieron sendos ataques de inestabilidad psíquica. Paul Morphy de Nueva Orleans, pulverizó a los mejores jugadores del mundo en su gira europea de 1858-1859, y pocos años después abandonó el juego para batirse en el mundo de la abogacía. Nunca volvió a jugar seriamente al ajedrez y en sus últimos años, el primer ídolo ajedrecístico de América tuvo episodios de locura, que la prensa atribuyó a sus prodigiosas hazañas mentales.
En 1972, Robert (Bobby) Fischer arrebató el título de campeón del mundo a Boris Spassky y a la Unión Soviética, en un torneo legendario celebrado en Reykiavik, Islandia. Después dejó el juego durante veinte años, se negó a defender su título en 1975 y literalmente desapareció durante más de una década. Cuando convencieron a Fischer para que jugara la llamada «revancha» del campeonato en Yugoslavia, que en 1992 sufría una sanción de la Unión Europea, su ajedrez, previsiblemente oxidado, fue acompañado de una vociferante paranoia antisemita.
Pero esos casos excepcionales tanto en la ficción como en la realidad propician que se ignore a una inmensa mayoría de ajedrecistas absolutamente normales, aparte de su capacidad para jugar bien al ajedrez.
EL PEDIGRÍ DEL JUEGO DE REYES
Si el único ajedrez que uno conoce es el pasatiempo del periódico matinal, quizá le sorprenda saber que existe una extensa literatura sobre el juego, que se remonta a centenares de años de historia, incluso miles, si incluimos las variantes míticas del juego, que según los relatos más populares son originarias de la India. Uno de los primeros libros editados por Caxton en el Siglo XV fue The Game and Playe of Chesse. Quinientos años después, algunas de las primeras comunicaciones de lo que más adelante se convertiría en internet contienen los movimientos de una partida de ajedrez entre los científicos del laboratorio de pruebas.
La técnica de reproducir las partidas de ajedrez con símbolos (escritura ajedrecística) permite una detallada historia del ajedrez, y hace posible que millones de jugadores de todas las épocas disfruten y aprendan con las partidas de los legendarios jugadores del pasado.
Si vemos los cambios en la historia del ajedrez como si observáramos un simple trozo de tela, comprobaremos la constante evolución del juego. No me refiero a las normas, que en gran medida son las mismas desde finales del siglo XIII. Las normas han permanecido invariables, pero el estilo y las ideas principales del juego han cambiado radicalmente en los últimos ciento cincuenta años, aunque a base de pequeños cambios evolutivos.
Tras escribir una serie de breves artículos en la prensa sobre los campeones mundiales que me precedieron, me obsesionaba la idea de analizar con detenimiento los cambios del juego a través de las décadas, y cómo las grandes figuras activaron dicha evolución. Tenía en mente una biografía del ajedrez, descrita a través del detallado análisis de las mejores y más trascendentes partidas. Ese proyecto, al cual he dedicado muchísimo tiempo durante los últimos tres años, se materializó en una serie de libros titulados Mis geniales predecesores.
En este momento hemos llegado a la parte 6 de la redacción del texto, y durante todo el proceso he aprendido muchísimo sobre los grandes jugadores del pasado. Cada campeón mundial tenía sus dotes personales, que contribuyeron en gran medida a la evolución del juego. Al estudiar a los doce campeones mundiales que me precedieron y a sus rivales más importantes, me pregunté qué fue lo que hizo triunfar a esos «doce genios». ¿Qué era lo que tenían los campeones, de lo que los aspirantes carecían?
Es natural que los ajedrecistas piensen que la aptitud para el ajedrez es sinónimo de gran inteligencia, e incluso de genialidad. Pero, desgraciadamente, hay pocas pruebas que avalen esa teoría. Tampoco es del todo cierta la percepción generalizada entre el gran público, que considera a los jugadores de ajedrez de élite como computadoras humanas, capaces de memorizar megabytes de información, y calcular de antemano decenas de movimientos.
En realidad, según he podido observar, hay muy pocas pruebas de que los maestros ajedrecistas posean cualidades más allá de las obvias para jugar al ajedrez. Ello ha llevado a generaciones de investigadores a intentar averiguar por qué algunas personas juegan bien al ajedrez y otras no. No existe el gen del ajedrez, no hay ningún patrón de infancia común, y, sin embargo, igual que en las matemáticas y la música, en el ajedrez hay auténticos prodigios. Niños que se convierten en estrellas a los cuatro años, que aprenden a jugar simplemente observando a sus mayores y que a los pocos meses derrotan a los adultos.
De manera que sabemos que existe algo llamado el talento del ajedrez, pero en sí mismo eso no nos sirve de mucho. Aunque uno haya sido bendecido con ese don, puede que nunca se materialice, si no se dan otros muchos factores, y para rentabilizarlos es mejor centrarse en esos factores, conservarlos e influir en ellos.
¿DEPORTE, ARTE O CIENCIA? DEPORTE, ARTE Y CIENCIA
Si le preguntamos a un gran maestro, a un artista y a un experto en informática qué tiene un buen jugador de ajedrez, nos daremos cuenta de que la partida es un laboratorio ideal para el proceso de toma de decisiones. El jugador profesional probablemente coincidirá con el segundo campeón del mundo alemán, Emanuel Lasker, que dijo: «El ajedrez es por encima de todo una batalla». Según Lasker, no importa cómo lo definas, la cuestión es vencer.
El artista Marcel Duchamp era un ajedrecista enérgico y entregado. En un momento dado, incluso abandonó el arte por el ajedrez, afirmando que el juego «poseía toda la belleza del arte, y mucha más». Duchamp confirmó este aspecto del juego cuando dijo: «Personalmente, he llegado a la conclusión de que mientras los artistas no son jugadores de ajedrez, todos los jugadores son artistas». Y es cierto que no podemos ignorar el elemento creativo, pese a que debemos analizarlo en contraposición al objetivo primordial de ganar la partida.
Luego está el aspecto científico, algo que quienes no son jugadores de ajedrez tienden a enfatizar en demasía. La memorización, la precisión en el cálculo y la aplicación de la lógica son esenciales. Cuando los ordenadores que juegan al ajedrez aparecieron en escena en la década de 1950, muchos científicos dieron por supuesto que esos monstruos de acero no tardarían en pulverizar a cualquier adversario humano. Y, sin embargo, cincuenta años después, la batalla por la supremacía entre el hombre y la máquina sigue librándose.
Mijail Botvinnik, seis veces campeón del mundo y mi gran maestro, dedicó los últimos treinta años de su vida a crear un ordenador que jugara al ajedrez. Es decir, no una computadora capaz de jugar, cosa relativamente sencilla y bastante corriente ya en aquella época, sino un programa que generara movimientos en la forma en la que lo hacen los humanos, un auténtico jugador artificial.
Botvinnik era ingeniero y debatió sus ideas con muchos científicos, incluido el legendario matemático norteamericano Claude Shannon, que en su tiempo libre esbozó el diseño de una máquina de ajedrez. La mayoría de los programas de ajedrez básicamente «cuentan bolitas», aunque sean capaces de hacerlo muy rápidamente. Emplean la fuerza bruta para analizar todos los movimientos posibles, y luego escogen el movimiento con la puntuación más alta. Botvinnik quería ir más allá, y diseñar un programa que empleara la lógica para seleccionar los movimientos, en lugar de calcularlos basándose en la fuerza bruta.
En resumen, su proyecto fue un fracaso. Años de dedicación a posiciones sobre el papel y modelos teóricos nunca dieron como resultado un programa capaz de jugar mejor que un principiante humano. (Los programas que se basan en la fuerza bruta alcanzaron cierto nivel de competencia en el juego ya en los años setenta). ¿Cómo podría un ordenador emular la creatividad y la intuición humanas? Incluso hoy día, treinta años después, cuando los ordenadores juegan en el ámbito del campeonato mundial, recurren básicamente a sistemas de fuerza bruta.
Sin embargo, los programadores de ajedrez están empezando a alcanzar los límites de dichos métodos. Para mejorar sus creaciones se ven obligados a examinar algunas de las ideas de Botvinnik. Su propio proyecto fracasó, pero contenía muchas ideas valiosas y que se anticiparon a su época. Hoy nos damos cuenta de que la fuerza bruta no puede derrotar al antiguo juego, y empezamos a recuperar la visión de Botvinnik, que enseñaba a los programas de ajedrez a pensar más como humanos.
MÁS QUE UNA METÁFORA
Sabemos que los ordenadores calculan mejor que nosotros. Entonces, ¿cuál es la razón de nuestra supremacía? La respuesta es la síntesis, la habilidad de combinar la creatividad y el cálculo, el arte y la ciencia, en un todo que es mucho más que la suma de sus partes. El ajedrez es un nexo cognitivo único, un lugar donde el arte y la ciencia se unen en la mente humana, y son depurados y mejorados por la experiencia.
Ése es el camino para mejorar cualquier aspecto de nuestra vida que implique al pensamiento, es decir, todas las cosas. Un consejero delegado debe combinar el análisis y la investigación con el pensamiento creativo para dirigir su compañía con eficacia. Un general del ejército debe aplicar sus conocimientos sobre la naturaleza humana para predecir y contrarrestar las estrategias del enemigo.
También ayuda poseer un vocabulario común con el que trabajar. Si casualmente oímos una conversación sobre «fase de apertura», «plan estratégico» y «ejecución táctica», deduciremos la presencia de una visión corporativa en el horizonte. Pero también puede tratarse de un torneo de ajedrez cualquiera de fin de semana.
Por supuesto, el mundo de los negocios y el terreno militar son ilimitados, si los comparamos con los sesenta y cuatro escaques del tablero de ajedrez. Pero debido a su reducido ámbito, el ajedrez proporciona un modelo muy versátil acerca de la toma de decisiones. En el ajedrez, el éxito y el fracaso se miden con patrones muy estrictos. Si te equívocas en las decisiones, tu posición se debilita y el péndulo oscila hacia la derrota; si aciertas, se mueve hacia la victoria. Cada uno de los movimientos es el reflejo de una decisión, y, con el tiempo suficiente, podría analizarse con perfección científica si esa decisión fue la más eficaz o no.
Esa objetividad nos proporciona una perspectiva detallada de la calidad del proceso de toma de decisiones. El mercado de valores Y el campo de batalla no están tan reglamentados, pero el triunfo en esas áreas también depende de la calidad de las decisiones, sujetas a métodos de análisis comparables.
¿Qué hace mejor a un gerente, a un escritor o a un jugador de ajedrez? Visto que es indudable que no todo el mundo responde al mismo nivel, ni tiene la capacidad para hacerlo, es esencial que encontremos nuestro propio camino para alcanzar nuestra cima, desarrollar nuestros talentos, mejorar nuestras habilidades y buscar y superar los retos que nos catapulten al nivel más alto. Y para hacer todo eso, lo primero que necesitamos es un plan.
Mijail Moiseyevich Botvinnik, URSS/ Rusia (1911-1995)
El patriarca inflexibleEl sexto campeón del mundo (1948-1957, 1958-1960, 1961-1963) nació en Kuokkala, Rusia. Cuando Alexander Alekhine murió en 1946, el título de campeón mundial seguía en su poder y hubo que organizar un torneo entre los mejores jugadores del mundo para nombrar a un nuevo campeón. Botvinnik dominó aquel evento de 1948, y de ese modo se convirtió en el primero de una larga serie de campeones del mundo soviéticos. Botvinnik era también ingeniero en ejercicio, pero el ajedrez fue siempre su prioridad.
Aparte de ser considerado «el patriarca del ajedrez Soviético», Botvinnik podía llamarse también el rey de la revancha. Le derrotaron dos veces en torneos del campeonato del mundo, y las dos veces regresó al año siguiente para pulverizar al campeón. Su habilidad para investigar a fondo y prepararse específicamente para las peculiaridades de sus oponentes, le llevó a establecer un nuevo grado de rigor y profesionalidad en el ajedrez. La habilidad de volver y vencer en aquellas revanchas exigía algo más que tenacidad. Botvinnik era capaz de analizar objetivamente su propio plan, así como rectificar las debilidades que habían beneficiado a sus oponentes en la ocasión anterior.
Mantuvo ese carácter inflexible hasta el final de su vida. En 1994, le pedimos que nos honrara con su presencia en un torneo de ajedrez rápido en Moscú. Botvinnik, de ochenta y tres años, declinó la petición diciendo: «El ajedrez rápido no es serio». Le dijimos que el ajedrez rápido era la última moda y que todo el mundo participaba en aquel torneo, incluso su viejo rival Vasili Smyslov. Él respondió: «Suelo pensar con mi propio cerebro; aunque un centenar de personas piensen de otra forma, ¡no me importa!».
Botvinnik dejó el ajedrez profesional en 1970 para dedicarse a entrenar y al nuevo mundo del ajedrez por ordenador. La escuela de Botvinnik invitaba a figuras del ajedrez juvenil de todo el país dos o tres veces al año, y continuó haciéndolo con varias generaciones de campeones. El primer ejemplo, a principios de la década de 1960, fue el joven Anatoli Karpov. En 1973, uno de sus estudiantes era Garry Kaspárov, de diez años. Cuando llegó el joven Vladimir Kramnik en 1987, la escuela se había convertido en Botvinnik-Kaspárov, y poseía un récord de campeones bastante impresionante.
Acerca de Botvinnik: «Cuando los peligros te acechan por todas partes, el más leve despiste puede ser fatal; cuando una posición requiere nervios de acero y profunda concentración, Botvinnik está en su elemento» (Max Euwe, quinto campeón mundial).
Según sus propias palabras: «¡La diferencia entre el hombre y el animal es que el hombre es capaz de establecer prioridades!».