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Innovación

LA ORIGINALIDAD EXIGE MUCHO ESFUERZO

La creatividad es una de las muchas cualidades humanas que a menudo se define como algo innato e inmutable, algo con lo que uno nace, o que debe limitarse a envidiar en los demás. A menudo oímos hablar de alguien con «la mente fértil», «rebosante de ideas», y no podemos menos de maravillarnos de la suerte de dicho individuo con tal material genético.

En cuanto aparece en público alguien con una idea nueva o un invento, no cesan de preguntarle sobre la procedencia de dicha idea. A los músicos, incluso a los malos, se les pregunta de dónde sacan las ideas para sus canciones. Después de una partida, a los jugadores de ajedrez se les pregunta cómo se les ocurrió determinada idea, o cómo dieron con el movimiento que les otorgó la victoria. (O peor aún, suelen preguntarnos la razón de determinada metedura de pata).

Como el talento que no se explota, si la imaginación no llega a expresarse es como si no existiera. Las ideas solo tienen influencia si se lanzan al espacio, donde se mezclan con otras, y encuentran una aplicación práctica. Cada cerebro se enfrenta a cada problema de una forma particular, causada por una serie de experiencias concretas que cada persona experimenta. Como hemos visto antes, las tendencias y el estilo también desempeñan su papel en las decisiones que tomamos. Pero ello no significa que las soluciones y las innovaciones provengan obligatoriamente de la persona adecuada, en el momento preciso, como si nos las enviaran empaquetadas desde arriba. Si trabajamos y perseguimos un objetivo, la creatividad estará en nuestras manos.

Para empezar, examinaremos tanto el poder como las limitaciones de la innovación. No todas las novedades tienen el mismo valor, y vale la pena pensar en un par de fiascos, además de en grandes éxitos, así como en las diferentes clases de innovación que existen.

La primera categoría es la que está directamente relacionada con la creación y la invención. Tiene un impacto inmediato, soluciona un problema, desarrolla un producto tipo, o responde a una pregunta. Pensemos en Arquímedes saliendo de un salto de la bañera y gritando ¡Eureka!, al descubrir el concepto de flotabilidad y densidad. Pero ese modelo de creatividad «Eureka» genera muchos malos entendidos.

La segunda categoría se refiere a las ideas a largo plazo, las que generan transformaciones evolutivas. Puede que durante generaciones sus efectos no sean evidentes, lo que significa a la vez que las causas tampoco se detectan. Primero, nos centraremos en el tipo más inmediato, los descubrimientos e invenciones que aparecen en los noticiarios y no solo en los libros de historia.

MEJORAR NUESTRA CAPACIDAD DE INNOVACIÓN

Repasando ejemplos de famosos innovadores, llegaremos a acumular más que una recopilación de historias curiosas. Podremos obtener tanto inspiración como clarividencia, aplicarlas en nuestras vidas y aumentar «el nivel de innovación». Debemos preguntarnos: «¿Existe una forma distinta de abordar este asunto?». Pensemos primero en el objetivo, luego en los medios, y permitámonos considerar ideas nuevas y experimentar métodos alternativos. Todos conocemos muy bien nuestros propios problemas, de modo que nadie está mejor cualificado para descubrir soluciones innovadoras para ellos. No sucederá de la noche a la mañana, pero si seguimos esforzándonos, acabará sucediendo.

Es tan poco veraz la historia de la manzana que le cayó encima a Isaac Newton como la leyenda americana sobre Washington y el cerezo. (Además, la mitología nos proporciona una historia de sobra conocida sobre el fruto aciago.) A todos nos gustan las buenas historias, especialmente las que evitan mencionar los enormes esfuerzos que exigieron esos supuestos golpes de genialidad. A los seres humanos nos gusta destacar los aspectos divertidos y triviales de la grandeza. Si buscamos a Newton en internet, nos parecerá que sus inventos de la gatera y el cálculo fueron igualmente trascendentes para la humanidad.

Ya hemos hablado de la enorme capacidad de trabajo de Thomas Edison, y ese ejemplo es la clásica refutación del mito de Eureka. Todos y cada uno de los grandes descubrimientos son la suma de conocimientos previos, trabajo duro y reflexión sistemática. Creer en los milagros sirve para los cuentos infantiles, pero no nos sirve como inspiración. Podemos esforzarnos en emular la constancia de Newton, pero no podemos competir con una manzana de la suerte.

Incluso las ideas más asombrosas, que refutan completamente axiomas tradicionalmente aceptados, proceden de algún sitio. La conciencia interiorizada de lo anterior es imprescindible para avanzar. Tal como hemos visto, el primer campeón del mundo de ajedrez, Wilhelm Steinitz, contribuyó enormemente al desarrollo del juego. Sus textos del último tercio del siglo XIX fueron los primeros en desmenuzar los componentes de una posición, y en elucidar las tramas de la estrategia. Steinitz racionalizó sus descubrimientos y a lo largo de su carrera los aplicó a sus partidas, transformando el caos del ajedrez romántico en orden científico.

Esos conceptos revolucionarios, sin embargo, estaban firmemente basados en el análisis de un material anterior. Solo tras un detenido análisis y comprensión del viejo estilo pudo Steinitz embarcarse en una exitosa dirección nueva. Él fue el primero que, en lugar de aceptar lo establecido, examinó el pasado con ojo crítico. Incorporó sus nuevas ideas a su propio juego, y ganó el primer torneo por el campeonato del mundo en 1886.

EL PODER DE LA NOVEDAD

Las innovaciones en partidas de ajedrez concretas, al contrario de las teorías generales, están muy bien definidas. Surgen cuando se juega un movimiento que nunca antes se ha jugado en esa posición, lo que llamamos una «novedad teórica», o su abreviatura «TN» o «N», tal como suele aparecer en las anotaciones ajedrecísticas. Dada la exhaustiva preparación profesional y el uso de bases de datos informáticas, se podría pensar que las innovaciones son difíciles hoy día. En algunas variaciones se puede sobrepasar el vigésimo movimiento, lo que suele suponer más de la mitad de los movimientos de una partida, antes de divergir de partidas y análisis ya conocidos.

Debo señalar que solo porque una variación ya se haya jugado no significa que ambos jugadores sean conscientes de ello. Una base de datos de varios millones de partidas puede mostrar instantáneamente dónde divergieron las partidas anteriores, pero incluso el gran maestro mejor preparado puede llevarse una sorpresa, y comprobar más tarde que se ha pasado varias horas en el tablero reinventando la rueda; repitiendo los movimientos de una vieja partida.

El ajedrez es suficientemente variado y complejo para asegurar que esas cosas son las excepciones y no la regla. Muchas partidas consiguen posiciones originales antes de quince movimientos, y a veces se abren verdaderos caminos nuevos antes del décimo movimiento. Como una ciudad, el ajedrez tiene sus avenidas principales y sus calles secundarias. Aún queda mucho campo para la originalidad en los caminos vírgenes, que también son los más arriesgados. ¿Qué escogeremos, la seguridad de la calle Mayor o la incertidumbre de los callejones?

Una idea potente es cómo disponer de una nueva arma en el campo de batalla, o aparecer en el mercado con un nuevo producto. El factor sorpresa maximiza la ventaja competitiva. El arco inglés fue un arma admirada y temida en el siglo XV, comparable al revólver Colt y los rifles de repetición Winchester en el salvaje oeste. No todas las armas nuevas son tan temibles como aquéllas, pero el miedo a lo desconocido es un arma en sí misma. Los cohetes V que los nazis usaron hacia el final de la guerra, sobre todo contra Inglaterra, eran menos efectivos que las bombas desde un punto de vista militar, pero causaban terror porque eran silenciosos y era imposible defenderse.

El valor de la sorpresa en el tablero de ajedrez es fácilmente comparable a la del campo de batalla. El famoso estratega militar de la antigüedad china, Sun Tzu, subrayó constantemente la importancia del engaño y la sorpresa en El arte de la guerra. En el tablero de ajedrez hay poco margen para el engaño directo, aunque no debemos despreciar ciertas tácticas psicológicas.

Digamos que hemos tenido una taimada ocurrencia sobre la defensa favorita de nuestro adversario. ¿Seguimos jugando rápida y confiadamente para ganar tiempo, aunque quizá le hagamos sospechar que tenemos un as en la manga? ¿O nos lo tomamos tranquilamente para no levantar sospechas? Y cuando llega el momento de jugar el nuevo movimiento, ¿lo acompañamos con un gesto teatral para que sepa que ha caído en la trampa que le habíamos preparado? ¿O jugamos después de fingir que pensamos un rato, para que no pueda estar seguro de si habíamos analizado la posición en casa? Es difícil descubrir la verdad, porque en el tablero hay demasiadas señales en juego para que un profesional los pueda detectar. Ante cualquier movimiento nuevo y potente, sospechará que estaba preparado, especialmente si ya hemos jugado en esa línea.

Mi opinión sobre todo esto básicamente coincide con la de Bobby Fischer, cuando dijo: «Yo no creo en la psicología. Yo creo en los buenos movimientos». Nunca he sido partidario de esconder mis emociones frente al tablero y, si se me ocurría una novedad interesante, no me importaba que mi rival lo supiera. Si era un movimiento bueno, el saberlo no podía ayudarle.

DOMESTICAR A UN TIGRE

El poder de una simple innovación quedó demostrado en el campeonato del mundo de 1995 que disputé contra el indio Viswanathan Anand. El torneo empezó muy ajustado con ocho tablas consecutivas. Siempre que jugué con las blancas, probé distintas aperturas para sondear posibles debilidades y darle a mi equipo y a mí mismo material de análisis. El paso decisivo llegó antes de la novena partida, cuando di con una vía de sacrificio espectacular para atacar a Anand, que había optado por la apertura de defensa Ruy López, que ya había utilizado con éxito en la sexta partida. Fue su principal defensa en los torneos clasificatorios del campeonato del mundo, de modo que ambos esperábamos que apareciera en el enfrentamiento final. Mis intentos previos con las blancas, en las partidas 2, 4 y 8, sortearon aquel baluarte. Había llegado el momento del ataque frontal.

Por supuesto, yo estaba muy excitado con aquel nuevo descubrimiento y no podía esperar a usarlo. El problema fue que en la novena partida yo jugaba con las negras, y no con las blancas. Estaba tan pendiente de la décima partida, que perdí la novena, y quedé en desventaja en la clasificación. ¡Sin duda fue la primera vez que una novedad me explotaba en las narices, incluso antes de que la pusiera en práctica! En aquel momento, era doblemente importante que mi nueva idea funcionara bien en la siguiente partida.

En la décima partida, jugué la primera parte de la nueva idea en el movimiento 14, cuando, de hecho, seguí un consejo que Mijail Tal me había dado hacía mucho tiempo. Claramente, Anand estaba preparado para aquello, y solo necesitó cuatro minutos para pensar la réplica. Sin embargo, tras mi siguiente movimiento, se pasó sus buenos tres cuartos de hora pensando, probablemente un tiempo récord para aquel gran maestro, famoso por su rapidez. El cepo estaba preparado y no había escapatoria. Casi inmediatamente seguí jugando todos los movimientos, encantado de que por fin pudieran pasar de mi cabeza al tablero.

A su favor hay que decir que el «Tigre de Madrás» jugó como un digno candidato al título y tras caer en la trampa, sobrevivió a mi primera oleada de ataques. Solo cuando la niebla se disipó y mi ventaja fue evidente, bajé un poco el ritmo para asegurar que me llevaría el título a casa. Hubiera sido espantoso desaprovechar aquella nueva idea tan maravillosa. Un juego de precisión me permitió arañar una victoria, igualar una partida que, como he dicho, acabe ganando. Aquella victoria valía un punto, pero el efecto psicológico fue devastador. Debido a la novedad, Anand se vio obligado a dejar en el cajón su defensa primordial durante el resto del torneo. Con la comodidad que da ver las cosas en perspectiva, algunos sugirieron que él no debió usar de nuevo la apertura de defensa Ruy López en la décima partida, a pesar del éxito que obtuvo la primera vez. Pero Anand acababa de ponerse por delante en el torneo, quiso enfatizar su poder, y no pudo ganar la guerra psicológica de la apertura.

Para descubrir aquella novedad y calcular todas sus complejidades, mi equipo y yo estuvimos varios días dedicados al análisis. Fue un tiempo indispensable para asimilar completamente la base material y las sutilezas de la variación. No es como sentarse a trabajar sabiendo con exactitud dónde está el problema. La clave de cualquier buena solución consiste primero en identificar correctamente el problema, como saben todos los científicos. De acuerdo con el principio GIGO (garbage in, garbage out, «basura dentro, basura fuera»), un experimento da resultado en función de los datos que utiliza y de las preguntas que esos datos plantean. Incluso las grandes mentes pueden ofuscarse tanto buscando respuestas que no son capaces de hacer preguntas lógicas. Vale la pena recordar que el propio Isaac Newton dedicó la mitad de su vida a la espuria búsqueda de la alquimia.

De modo que la receta básica es impregnarnos, primero, de todos los aspectos del problema X, luego, identificar las pregunta que necesitan respuesta. Las mentes más creativas normalmente son las de quienes conocen mejor el problema que tienen entre manos.

LA MERA INNOVACIÓN NO EQUIVALE AL ÉXITO

Ser un innovador no siempre significa conseguir un gran éxito, tal como se entiende en el mundo de los negocios o el deporte. Es decir, en términos de dinero y victorias. La historia está tan llena de inventores que murieron en la pobreza que esa imagen se ha convertido en una caricatura. Reconocer la importancia de una innovación es fundamental, como lo es la voluntad y la perspicacia para explotarla.

El ajedrez también tiene su lista de pensadores originales que no consiguieron llegar a la cumbre como jugadores. Es difícil considerarles fracasados, puesto que contribuyeron muchísimo al desarrollo del juego. Varios de esos jugadores se dedicaron a lo mejor aparte de ganar, encontraron una válvula de escape para su creatividad, ayudando a que otros ganaran.

Anatoli Karpov y Viktor Korchnoi son nombres que cualquier aficionado al ajedrez conoce. Se batieron en dos torneos mundiales consecutivos, 1978 y 1981, y en ambos casos venció Karpov, el aspirante más joven. (De hecho, ya se habían enfrentado en 1974, cuando Karpov le arrebató a Korchnoi el derecho a luchar por el título mundial frente a Bobby Fischer. Aquel enfrentamiento se convirtió retroactivamente en el campeonato del mundo de facto, cuando Fischer renunció al título sin jugar.) Menos conocidos son los nombres de los preparadores que les ayudaron en esas partidas, enriqueciendo su juego con ideas para las aperturas.

Yacob Murey fue uno de los asistentes de Korchnoi e Igor Zaitsev colaboró con Karpov. La naturaleza de sus relaciones se diferenciaba de un modo que a menudo también se da en la vida real. Korchnoi era un jugador muy creativo, y rara vez trabajaba con la misma persona durante mucho tiempo. Necesitaba gente nueva a su alrededor que encendiera la chispa de sus propias ideas, igual que él lo hacía con las de los demás. Por el contrario, Karpov cultivaba sus ideas con un grupo estable de colaboradores, que estuvieron con él durante su prolongada carrera. Tenía una enorme capacidad para asimilar y sintetizar ideas nuevas, y sacarles el máximo rendimiento. Podemos observar ese contraste de actitudes en los negocios y en la política. ¿El gabinete del primer ministro está formado por sus colaboradores de siempre para conseguir una estructura de poder cómoda, o se rodea de personas relativamente desconocidas que estimularán su mente, y que puedan llegar incluso a contradecirle?

Ni Murey ni Zaitsev llegaron a jugar entre la élite mundial, pero ambos se dedicaron a buscar formas originales de juego para la fase de apertura. Como muchos grandes creadores ajedrecísticos, prestaron su experiencia y creatividad a jugadores más potentes, proporcionándoles un empujón inicial, como los que «empujan» al equipo de bobsled, antes de entrar de un salto y esconder la cabeza.

¿Qué tenía esa gente que otros no tuvieran? ¿Por qué algunos jugadores, algunas personas, son más creativas que otras? En primer lugar, comparten cierta carencia de practicidad. En el tablero, eso es un problema, pero también es una ventaja para obtener nuevas ideas que una mente más firme pueda atemperar. Fabricaban ideas sin preocuparse de los posibles errores. Quizá el número de éxitos inicialmente no fue muy alto, pero crearon tantas ideas que, a fuerza de equivocarse, consiguieron un porcentaje de aciertos que crecía constantemente. Establecieron una rutina de creatividad, por llamarlo de alguna forma. La producción constante de ideas nuevas, alimenta y perfecciona la intuición.

Algunas de sus creaciones fueron tan importantes que han quedado asociadas a sus nombres. La variación Zaitsev de la Ruy López fue probablemente el último sistema importante reconocido como tal que se introdujo en el juego cuando su epónimo inventor lo desarrolló a mediados de la década de 1970. Lamentablemente, no existen patentes de los movimientos del ajedrez, de modo que Igor consiguió únicamente el reconocimiento de los jugadores de todo el mundo que ponen en práctica sus ideas.

Existen, sin embargo, muchas similitudes entre las innovaciones ajedrecísticas y los inventos del mundo real. Ambas se han visto radicalmente afectadas por el incremento del flujo de información de la globalización.

LA TRANSICIÓN DE IMITADOR A INNOVADOR

Cuando Amazon.com crea una nueva imagen para sus páginas web, el resto del mundo se hace inmediatamente participe de ello. Programar páginas web no es como la fórmula secreta de la Coca-Cola o un invento como el reproductor de DVD. Otras páginas web, competidoras directas de Amazon, pueden copiar fácilmente, si no el código exacto, sí el concepto y la imagen misma. Eso ha creado comprensibles pero cada vez más absurdos intentos de patentar cualquier tipo de ideas, por muy obvias o simples que sean.

El concepto de derechos sobre la propiedad intelectual es un elemento importante en el intento de asegurar que los inventores vean compensados sus esfuerzos. Pero ¿qué hay de intentar patentar cosas como el uso de caritas sonrientes en los correos electrónicos, o la posibilidad de comprar productos en la web con un simple clic del ratón? Tanto Microsoft como Amazon, respectivamente, lo han intentado. Está claro que este tipo de cosas no son para las que se crearon en un principio las oficinas de patentes. Pero, entonces, ¿qué hay qué hacer ante la creciente conversión de la información en una materia prima? Si todo está disponible para todo el mundo, rápidamente y sin coste alguno, ¿qué sentido tiene innovar?

Por supuesto, si todo el mundo pensara así, seguiríamos viviendo en cuevas, pero la sociedad también necesita a los imitadores. Si no podemos permitirnos un iPod, podemos conseguir un reproductor Mp3 que podamos pagar. La historia de la tecnología deja claro que nunca sabremos qué se convertirá en un éxito. Algunas ideas fracasan y hemos de contar con que algunas tendrán fallos. Tal como dijo Thomas Watson, fundador de IBM: «Si quieres triunfar, dobla tu porcentaje de errores». Si no te equivocas al menos de vez en cuando, es porque no estás corriendo los riesgos necesarios para ser un innovador.

La razón menos evidente pero aún más crucial para invertir en investigación es que, para causar un verdadero impacto, debemos movernos al borde del precipicio. No pasaremos de pronto de seguidor a líder, porque solo el líder es capaz de ver lo que nos espera tras la curva del camino. Incluso los imitadores de más éxito acabarán convirtiéndose en innovadores, si quieren expandir sus dominios y conseguir mayores éxitos. Aquéllos que no lleguen a dar ese cambio, serán suplantados por otros innovadores. Por muy arriesgada que sea la innovación (uno de mis refranes favoritos es «Los pioneros acaban cubiertos de flechas»), el riesgo de no innovar es aún mayor.

La transición de imitador a innovador es algo muy común a todos los niveles. Durante muchos años, los norteamericanos consideraron que los productos japoneses eran copias malas y baratas de los productos europeos y norteamericanos. «Made in Japan» era sinónimo de «baratija» en todos los campos, desde las radios a los automóviles. La invasión del mercado con productos baratos e imitaciones provocó un cambio drástico en la industria de los artículos electrónicos. Las nuevas imágenes y la tecnología punta no eran tan importantes en el mercado de la televisión como unos costes de producción más bajos, que se traducían en un abaratamiento del precio de venta. Incapaces de adaptarse con la suficiente velocidad, la mayoría de los fabricantes norteamericanos abandonaron rápidamente el mercado o dejaron por completo el negocio en manos de las compañías japonesas. Los japoneses se vieron entonces frente a la necesidad de producir modelos de calidad, y con la imagen renovada que deseaban los consumidores. Al poco tiempo, los imitadores pagaron a los japoneses con su propia medicina. Corea y Taiwan entraron rápidamente en el mercado de artículos de baja calidad, mientras que las compañías japonesas se gastaban el dinero en investigación y desarrollo. Los japoneses se vieron obligados a convertirse en innovadores.

El único modo de sobrevivir es seguir escalando la pirámide. No podemos quedamos en la base, donde la competencia es demasiado feroz. Siempre habrá recién llegados con ventajas que disputarán esa base. Igual que el principio de Darwin en la naturaleza, la innovación es prácticamente indispensable para la supervivencia. Para sobrevivir hay que seguir evolucionando.

LAS INNOVACIONES DE LA EVOLUCIÓN

Es fácil convertir inventos como la bombilla o la televisión en símbolos del pensamiento innovador. El impacto de esos aparatos en la sociedad de las generaciones futuras ya no es tan fácil de medir. Las innovaciones más importantes son relevantes, en el sentido de que tienen un efecto en cadena sobre nuevas formas de vida y pensamiento. Ser consciente de esos efectos, de lo rápido que se producen y de la dirección que toman, es parte intrínseca de la condición de innovador.

Somos pocos los que necesitamos la visión global de un director ejecutivo o de un primer ministro. Tampoco necesitamos estar al corriente de las últimas novedades, como los médicos. Lo cual no significa que no nos beneficie en el futuro estar al tanto de las tendencias que afectan a nuestras vidas. Por ejemplo, como padres necesitamos conocer las nuevas pautas y orientación de la educación. A menudo intentamos pasar con la menor información posible, en lugar de esforzarnos por averiguar más. ¿Qué sabemos de las últimas tendencias en las áreas que nos afectan, o que afectan a nuestro trabajo, o a nuestra familia? Cuanta más información tengamos, más capaces seremos de encontrar caminos nuevos y mejores para aumentar nuestra calidad de vida.

Todos tenemos un amigo que siempre tiene el último artilugio, el último invento tecnológico en el bolsillo y en la cocina, y que se renueva constantemente con los últimos modelos. Comamos lo que comamos, él siempre acaba de leer un nuevo estudio que prueba lo perjudicial que es; hasta que, al mes siguiente, otro estudio prueba lo contrario. Ese cómico personaje ilustra la escasa diferencia que a veces existe entre ser un innovador y limitarse simplemente a seguir las últimas y pasajeras tendencias de la moda. Comprarse el juguete de moda y creerse las últimas teorías no es lo mismo que reflexionar sobre el significado de las mismas. En otras palabras, las implicaciones de un invento son a menudo una medida más fiable de su valor que su propia utilidad.

El viejo eslogan de Microsoft, «Un ordenador en todos los despachos y en todos los hogares», hoy, cuando es una verdad casi literal, suena a anticuado. No ha pasado mucho tiempo desde que muchos expertos en tecnología se mostraban escépticos sobre el futuro de los PC. En 1977, Ken Olsen, presidente de Digital Equipment Corporation (DEC), afirmó frente al público en la convención World Future Society: «No hay razón para que un particular tenga un ordenador en su casa». Esa afirmación se hizo el mismo año que Steve Jobs y Steve Wozniak pusieron a la venta el ordenador personal Apple II, que inició la revolución de los PC. Claramente, el presidente de DEC, y no solo él, erró al considerar las implicaciones de una tecnología en la que era un experto.

Todos estamos rodeados de adaptaciones e innovaciones, aunque a menor escala. Por ejemplo, el ubicuo iPod. Cuando todo el mundo empezó a comprar reproductores Mp3, un escaso grupo de gente se preguntó qué podía significar que un notable porcentaje de la población se paseara por todas partes con aquel aparatito a cuestas. En lugar de usarlos únicamente para escuchar música, se creó un nuevo sistema de distribución de la información, la transmisión por iPod.

COMPRENDER LAS IMPLICACIONES DE LOS INVENTOS

Como la evolución en la naturaleza, esos efectos más profundos emergen muy lentamente comparados con las innovaciones individuales. Para seguir con la analogía, los efectos a largo plazo revelan la evolución de las ideas, mientras que los cambios singulares y los inventos son comparables a las mutaciones. Si enraizan y sobreviven en la selva, la suma de esas singularidades puede traducirse en grandes cambios, y consecuentemente provocar cambios en el futuro.

Los mayores hitos de la distribución de la información son buenos ejemplos de dichos efectos. Todos significaron una contribución crucial al avance de la sociedad humana. La invención del alfabeto y de la palabra escrita sacó al hombre de la Edad de Piedra. Las leyes escritas, los inventarios y los contratos permitieron la existencia de documentos objetivos y permanentes que revolucionaron la vida política y los negocios. Más adelante, la prensa escrita democratizó la difusión de la información, dificultando su control. La humanidad alcanzó la era de la modernidad científica y la información se convirtió en verificable e universal y se crearon referencias comunes.

Internet es el paso siguiente en el camino del acceso universal a la información. Va en camino de conseguir el acceso ilimitado e instantáneo a la suma de conocimientos de la humanidad y la comunicación instantánea, con cualquiera, en todo el mundo. Su impacto en nuestra sociedad ya ha sido radical, pese a que todavía ha de llegar a las zonas subdesarrolladas del planeta, donde sus efectos serán aún mayores.

Oímos tantas cosas sobre internet, y se ha convertido en una parte tan intrínseca de nuestra vida cotidiana, que a menudo no somos capaces de apreciar el impacto real que ha tenido en el mundo. Nuestros hijos crecerán en un mundo distinto del nuestro. Su educación será, o al menos debería ser, totalmente diferente. Consideremos el potencial para la educación primaria, para métodos profesionales alejados de la ortodoxia, o lo que significa para un niño de seis años ser capaz de encontrar, literalmente, cualquier cosa sobre cualquier tema en cuestión de segundos.

Sin duda, es algo maravilloso, pero ¿qué pasa con las consecuencias tanto positivas como negativas? ¿Qué significa para el desarrollo de la capacidad crítica de nuestros hijos? ¿Para su deseo de dedicar tiempo a estudiar un tema con detenimiento? La capacidad de obtener respuestas instantáneas, ¿atrofiará los músculos mentales, igual que nuestros bíceps y cuadríceps se vuelven flácidos si estamos sentados en un escritorio todo el día? ¿Puede alguien en Bangladesh hacer nuestro trabajo a más de diez mil kilómetros de distancia? O según una visión más optimista, ¿podremos trabajar desde casa para empresas que estén en Alemania, Brasil o la India?

Ser simples conocedores y usuarios de la tecnología es muy distinto de considerar sus implicaciones e incorporar dichas consideraciones a nuestra estrategia vital. Durante mis treinta años como ajedrecista profesional, siempre intenté preguntarme cómo afectarían las innovaciones a mi mundo, al mundo del ajedrez. Normalmente, podemos obtener la respuesta viendo las noticias o hablando con amigos informados. A veces llegan de lugares completamente inesperados.

Y UN NIÑO NOS GUIARÁ

En 1985, yo tenía veintidós años y acababa de ser coronado con el título mundial de ajedrez. Uno de los beneficios de mi nuevo estatus era la posibilidad de obtener un primitivo ordenador personal, uno de los pocos que había en Bakú, mi ciudad natal. No se podían hacer grandes cosas con él por lo que recuerdo, pero aun así me pareció fascinante. Un día recibí un paquete por correo de un desconocido llamado Frederic Friedel, un aficionado al ajedrez y autor de textos científicos que residía en Hamburgo, Alemania. Me enviaba una carta de admiración, y un disquete con varios juegos de ajedrez, incluido uno llamado Hopper.

Los juegos de ordenador aún no eran el fenómeno en el que se han convertido en Estados Unidos, y yo acepté aquel nuevo reto con entusiasmo. Admito que durante las semanas siguientes dediqué gran parte de mi tiempo libre a practicar con el Hopper y a conseguir cada vez puntuaciones mejores.

Al cabo de unos meses viajé a Hamburgo para un torneo de ajedrez y me ocupé de localizar al señor Friedel en su casa de las afueras. Conocí a su esposa y a sus dos hijos, Martin de diez años y Tommy de tres. Me hicieron sentirme como en casa y a Frederic le encantó enseñarme los últimos logros en su propio ordenador. Conseguí sacar a relucir en la conversación que había superado por completo uno de los jueguecitos que me había enviado.

—Sabe usted, soy el mejor jugador de Hopper de Bakú —le dije, omitiendo la total inexistencia de competidores.

—¿Qué puntuación máxima ha conseguido? —preguntó él.

—Dieciséis mil —repliqué, un poco sorprendido al ver que aquella extraordinaria cifra le dejaba imperturbable.

—Impresionante —dijo Frederic, pero en esta casa no es una puntuación muy alta.

—¿Cómo? ¿Usted la supera? —pregunté.

—No, yo no.

—Ah, vaya, Martin debe de ser un genio de los videojuegos.

—No, Martin no.

Vi la sonrisa en la cara de Frederic, y me quedé hecho polvo al comprender que el campeón del Hopper era su hijo de tres años. No podía creerlo.

—¡No me diga que es Tommy!

Mis temores se confirmaron cuando Frederic acompañó a su hijo menor al ordenador y nos sentamos a su lado mientras él abría el videojuego. Como yo era el invitado, me dejaron jugar primero; me esforcé para la ocasión y conseguí 19.000 puntos, mi récord personal.

Pero fue una victoria efímera; hasta que le llegó el turno a Tommy. Yo apenas conseguía ver sus deditos, que no tardaron en llegar a los 20.000 puntos y luego a los 30.000. Pensé que debía aceptar la derrota, antes de quedarme allí sentado mirando hasta la hora de la cena. Mi causa era claramente una causa perdida.

Mi amor propio encajó mejor que me ganara un crío al Hopper que cualquier derrota contra Anatoli Karpov, pero aun así me dio que pensar. ¿Cómo iba a competir mi país contra una generación de pequeños genios educados en Occidente? Allí estaba yo, una de las pocas personas de toda la Unión Soviética que tenía un ordenador, y un niño de guardería me daba una paliza. ¿Y qué implicaciones tenía aquello para el ajedrez? ¿Qué pasaría si pudiéramos archivar y estudiar partidas de ajedrez en nuestros PC como escribíamos cartas y guardábamos documentos? Aquélla sería un arma poderosa, y yo no podía ser el último en tenerla.

Pero mi primera oportunidad de emplear lo que había aprendido de aquella lección no tuvo nada que ver con el ajedrez. Cuando firmé un acuerdo de patrocinio con la compañía de ordenadores Atari, conseguí como pago cien máquinas, que llevé a un club juvenil de Moscú, el primero de esas características de la Unión Soviética. No podíamos quedarnos en la Edad de Piedra, mientras Tommy y sus compañeros de dedos ágiles conquistaban el mundo.

También tuve la oportunidad de discutir el otro aspecto de la cuestión con Frederic. Cómo convertir un ordenador doméstico en una herramienta ajedrecística. Nuestras conversaciones derivaron en la creación de la primera versión de ChessBase, nombre que hoy día es sinónimo de software profesional de ajedrez, gracias a la compañía del mismo nombre de Hamburgo, de la que Frederic fue cofundador. ChessBase fue el resultado de sumar la innovación al seguimiento constante de las tendencias y las posibilidades. (Y aunque Martin y Tommy no han conseguido dominar el mundo hasta la fecha, ambos son diseñadores y programadores informáticos profesionales de éxito).

LOS ORDENADORES DESARROLLAN UN JUEGO HUMANO

Aunque presentí la importancia de disponer de una herramienta como una base de datos de ajedrez, no fui capaz de ver el potencial de otro aspecto de la influencia de la informática en el juego. Pese a ello, cuando lo recuerdo, es duro ver que podía haber previsto el impacto que los «artilugios de juego», el término para denominar los programas, tendrían en el ajedrez. Los programas y las máquinas de ajedrez eran casi ridículamente rudimentarias en la década de 1980. Todos comprendíamos en cierto grado que evolucionarían más, y que acabarían por superar incluso al campeón del mundo, pero pocos consideraron lo que significaría para el deporte en un sentido más amplio.

Quizá disculparían mi infravaloración del potencial de esas máquinas si hubieran estado presentes en el torneo de Hamburgo de 1985 en el que participé. Jugué contra treinta y dos ordenadores de ajedrez distintos, todos a la vez, lo que llamamos una exhibición simultánea. Me paseé de uno al otro realizando mis movimientos durante un período de más de cinco horas. Las cuatro marcas líderes habían enviado sus mejores modelos, incluyendo ocho de Saitek que llevaban mi nombre. El hecho de que a nadie le sorprendiera demasiado mi victoria, con una puntuación de 32 a 0, es una muestra del nivel del ajedrez por ordenador de aquella época, pese a que pasé por un momento bastante incómodo.

Hubo una partida en la que me di cuenta de que me estaba metiendo en problemas, y fue contra un ordenador modelo «Kaspárov». Si aquella máquina se apuntaba una victoria, o conseguía tablas, la gente diría inmediatamente que me había dejado ganar la partida para hacerle publicidad a la empresa, de modo que tuve que redoblar mis esfuerzos. Finalmente, encontré una forma de engañarla a costa de un sacrificio que la máquina debería haber rechazado. Ah, aquellos tiempos cuando jugaba con ordenadores…

En la actualidad, por cincuenta dólares puedes comprar un programa ChessBase para PC, como Fritz o Junior, que pulverizará a la mayoría de los grandes maestros. En 2003 jugué contra las nuevas versiones de estos programas que funcionan con enormes, aunque disponibles comercialmente, servidores de multiprocesador; partidas en serio; una sola partida cada vez, por supuesto. En ambos casos, quedamos empatados. Muchos observadores y programadores predijeron ya hace décadas que ese día llegaría de forma inevitable. Pero ninguno comprendió las ramificaciones de disponer de un superGM en un ordenador portátil y concretamente lo que ello significaría para los jugadores profesionales.

La proliferación de las máquinas provocó predicciones, como sobre la cantidad de gente que perdería el interés por el ajedrez, dignas del juicio final. Otros dijeron que los ordenadores encontrarían una fórmula matemática para ganar desde el principio de la partida. Ninguna de esas lúgubres predicciones se ha cumplido, ni se cumplirá nunca. Pero ha habido muchas consecuencias imprevistas, tanto negativas como positivas, a la rápida proliferación de potentes software de ajedrez.

A los niños les encantan los ordenadores y juegan con ellos con toda naturalidad, de modo que no es sorprendente que suceda lo mismo si combinamos ajedrez y ordenadores. La aparición de un software superpotente hizo posible que un jovencito tuviera un contrincante de primer nivel en casa, sin necesitar un preparador profesional que le iniciase. Países con poca tradición ajedrecística y con pocos preparadores disponibles pueden producir genios, y lo han hecho.

El masivo uso del análisis por ordenador ha impulsado el propio juego en muchas direcciones. A la máquina no le interesa el estilo, ni las pautas establecidas por teorías centenarias. Suma el material, analiza miles de millones de posiciones, y suma de nuevo. Carece totalmente de prejuicios y doctrinas, y ello ha contribuido al desarrollo de jugadores que prescinden de los dogmas casi tanto como las máquinas con las que practican. En el juego moderno, el lema es: «Enséñame». Cada vez más, un movimiento no es bueno o malo porque lo parezca o porque no se haya hecho nunca de esa forma. Simplemente, si funciona es bueno, y malo si no funciona. Aunque seguimos necesitando de la intuición y de la lógica en gran medida para jugar bien, los humanos empiezan a jugar más como ordenadores.

LAS IDEAS SON UN REFLEJO DE LA SOCIEDAD

Ésta es tan solo la última fase del desarrollo de un juego antiguo. El ajedrez ha evolucionado muchísimo a lo largo de los siglos. La moderna versión europea del ajedrez —que no hay que confundir con el Shogi y el Xiangqi, llamados a menudo ajedrez japonés y chino respectivamente— debe de ser el juego popular de la actualidad cuyas reglas escritas son las más antiguas. Solo con un poquito de imaginación podemos trazar un paralelo entre su evolución y la de los conocimientos de la humanidad.

El hecho de que el primer juego intelectual de occidente sea un reflejo de la sociedad en muchos aspectos no debería sorprendernos. Se han establecido paralelismos similares con las bellas artes, la música y la literatura. Los primeros grandes jugadores surgieron en Italia y en España, en pleno Renacimiento. Lucena, autor del manual del juego de ajedrez más antiguo que se conserva, estudiaba en la Universidad de Salamanca cuando escribió su libro en 1497. En él documentaba la transición des las primitivas formas del juego a las normas modernas, que apenas han cambiado en un período de 500 años. España es también el lugar donde la reina expandió su poder —en el juego antiguo era una pieza débil—, mientras que en el ajedrez moderno es, con diferencia, la más poderosa. En 2005, nuevas y más detalladas investigaciones demostraron que esa fundamental transformación se produjo en Valencia a finales del siglo XV, y rápidamente se extendió por el resto del mundo.

El primer gran maestro, el francés François-André Danican Philidor, que intentó elaborar una teoría del juego posicional vivió en la época de la Ilustración y del racionalismo filosófico. Incluso su memorable afirmación «Los peones son el alma de la partida» se considera como un inquietante anuncio de la Revolución francesa.

En la primera mitad del siglo XIX, el ajedrez se modeló en función de la realidad geopolítica y fue escenario de continuas batallas por la supremacía entre Francia y Gran Bretaña. Hacia mediados de siglo emergió un legendario jugador de ataque alemán, Adolf Anderssen. Su espectacular y temerario estilo de juego sacrificial ejemplifican el triunfo de la mente sobre la materia. Como ya hemos visto, solo fue superado, y por muy poco tiempo, por el meteórico norteamericano Paul Morphy En solo dos años, 1857―1858, Morphy irrumpió de pronto en la escena con una enérgica combinación de pragmatismo, agresividad y precisión de cálculo que personificaba las características de su país, y se convirtió en el primer campeón del mundo norteamericano de manera inapelable.

El primer campeonato del mundo oficial se celebró en 1886 en Estados Unidos. Esa pequeña anécdota a menudo sorprende a los norteamericanos, que en su mayoría no consideran al ajedrez un auténtico deporte. De hecho, muchas pruebas para el primer campeonato del mundo se celebraron en Estados Unidos, y atrajeron a bastantes patrocinadores, además de la atención de la prensa nacional. Se llegó a apostar la fabulosa suma de dos mil dólares por cada jugador, una cantidad doscientas veces mayor que el salario semanal medio de la época. Aquel primer campeonato legendario viajó de Nueva York a Saint Louis y a Nueva Orleans, la ciudad natal del gran Morphy, que acababa de morir. Los competidores eran los máximos exponentes tanto de la vieja como de la nueva escuela de juego. Johann Zukertort representaba el juego de ataque de la edad romántica, mientras que Wilhelm Steinitz era el primero en desarrollar la maestría posicional.

La decisiva victoria de Steinitz fijó un modelo para los jugadores futuros y selló definitivamente el ataúd de la época romántica. El primer campeón mundial siguió adelante con sus nuevas teorías sobre el dogma posicional. Debe decirse que en ocasiones de forma demasiado rigurosa.

El ajedrez dio el paso siguiente con la escuela hipermoderna, posterior a la Primera Guerra Mundial. Iconoclastas como Aaron Nimzowitsch y Richard Reti desafiaron los conceptos tradicionales del juego clásico que fijaron sus antecesores. El siguiente símbolo viviente fue Mijail Botvinnik, símbolo del estilo soviético de frialdad científica. En 1972, Bobby Fischer fue, como Morphy una breve y potente explosión de individualismo americano que hizo temblar al mundo e impulsó al ajedrez a un nuevo nivel.

La etapa actual del ajedrez, llamada moderna o dinámica, o computarizada, es la máxima representación de la exitosa aniquilación de las «grandes mentiras» y los mitos del siglo XX. Los dogmas ideológicos estrictos han quedado atrás, así como las doctrinas anticuadas sobre el tablero. Sigue habiendo tendencias, pero la única regla auténtica hoy día es la ausencia de reglas. Examinemos la actualidad del mundo que nos rodea, y el dinamismo que lo impregna todo, desde la tecnología de la información hasta los transportes y la guerra. ¿Quién puede decir que el ajedrez no imita la vida?

TEMER EL CAMBIO ES PEOR QUE CAMBIAR DEMASIADO DEPRISA

Ser un innovador tiene pocos inconvenientes, a pesar del ocasional y publicitado fiasco. Ver un poco más allá de la curva, más allá del mercado, en ocasiones se volverá contra el innovador, pero incluso esas experiencias tienden a tener efectos positivos más amplios, aunque no siempre para la persona o la empresa que ha cometido el error en cuestión. Pueden extender las semillas de una nueva forma de pensar y, como muchos errores, sirven al menos para mostrar lo que no funciona, algo que suele ser tan valioso como mostrar lo que sí funciona. Como me decía siempre mi madre, «Un resultado negativo también es un resultado». Como ingeniera, tenía una actitud mucho más práctica y visceral frente a los contratiempos que un deportista.

El científico John Carew Eccles pasó mucho tiempo al inicio del su carrera intentando demostrar que las reacciones sinápticas del cerebro eran eléctricas y no químicas. Resumiendo, se equivocaba. Pero sus razonamientos y experimentos condujeron a importantes descubrimientos que desvelaron los motivos de su error; posteriormente, sus estudios sobre el sistema nervioso merecieron un premio Nobel. Thomas Edison resumió muy bien esa idea cuando dijo: «Yo no me he equivocado, simplemente he encontrado diez mil fórmulas que no funcionaron».

Por supuesto, en el mundo de la alta tecnología abundan las implementaciones que no han estado a la altura del gran potencial de las ideas que tenían detrás. Después de la Segunda Guerra Mundial, la corporación Northrop diseñó un avión militar, «veloz como el viento», para el ejército de Estados Unidos, que según todos los puntos de vista era más eficaz que cualquier competidor. Pero tenía un aspecto muy peculiar y demasiadas características innovadoras para contar con la confianza de los responsables de las decisiones. Alguien dijo que era «más avanzado de lo que debía ser», una extraña afirmación en el terreno de la tecnología, pero apropiado cuando hay que tener en cuenta consideraciones de mercado realistas. Tras varios contratiempos iniciales, el proyecto de diseño se desechó hasta la década de 1980, cuando regresó con éxito y se convirtió en el sigiloso bombardero B-2.

Las cosas también pueden resultar «demasiado nuevas» para el comprador medio. El mercado de consumo ha cometido a menudo el error de lanzar un nuevo producto para acabar vendiéndolo por piezas diez años después. Los pequeños cambios en un producto y en la cultura pueden marcar la diferencia entre el desastre y una revolución del mercado.

Algunos de los expertos en ordenadores con los que colaboré para fundar el club de ordenadores de Moscú en 1986 estaban desarrollando un software de reconocimiento de escritura que al final vendieron a Apple Computer, que lo usó para crear el primer PDA, el MessagePad, que más adelante se llamó Newton. Hoy día, rodeados de Palm Pilots, BlackBerries y decenas de imitaciones, todo el mundo conoce el Apple Newton. El Newton se vendió entre 1993 y 1999, pero nunca tuvo mucho éxito. Era muy caro y demasiado grande para llevarlo en un bolsillo, un inconveniente decisivo para un aparato portátil.

El primer Palm Pilot llegó al mercado cuando el Newton estaba a punto de desaparecer. Un poco más barato, algo más pequeño, y con un reconocimiento de escritura mejor, el Palm Pilot fue un éxito inmediato. (Dicen que uno de sus creadores, Jeff Hawkins, llevaba en el bolsillo un pedazo de madera del tamaño de un Pilot para probarlo en la práctica). De modo que en este caso, el imitador consiguió un gran éxito y el innovador un fracaso relativo. Pero el propio mercado, los consumidores, la industria tecnológica avanzaron gracias al «fracaso» de Apple. Como Eccles, mostraron primero lo que no funcionaba y abrieron el camino hacia lo que sí funcionó.

A la evolución no le preocupa otorgar los méritos a quien los merece. No le importa que se infrinjan las leyes sobre patentes o las leyes del mercado. Le preocupa la supervivencia de las mejores ideas, de una forma u otra. Las «silenciosas» innovaciones de Northrop se aplicaron posteriormente a muchos otros diseños, igual que los mejores elementos del Newton sobrevivieron en otros productos. Las buenas ideas casi siempre permanecen, aunque sus aplicaciones originales no lo hagan.

Anticiparse demasiado en un sentido estratégico puede costar muy caro, sobre todo si dichas ideas no consiguen enraizar o provocar una reacción. La falta de innovación, el hecho de no impulsar cambios evolutivos, tanto debidos a las condiciones como por simple cobardía, puede ser catastrófico.

El Conde Mijail Speranski era el primer ministro del zar Alejandro I de Rusia a principios del siglo XIX. Idealista y reformador, promovió la creación de un complejo sistema constitucional nuevo, con elecciones regionales y representantes democráticos en el ámbito local y estatal. Aunque fue muy influyente, en aquel tiempo sus fantásticas ideas apenas consiguieron nada. Speranski perdió la batalla contra los grandes intereses del momento y acabó, literalmente, en Siberia al cabo de muy poco tiempo.

Rusia siguió soportando un sistema feudal hasta las reformas zar Alejandro II en 1861, que incluían la liberación de los siervos, forzada por la devastadora derrota de Rusia en la guerra de Crimea. Aquélla fue la grieta por la que se colaron libertades que el zar no estaba dispuesto a aceptar, e inmediatamente reprimió los primeros síntomas de un movimiento revolucionario; lo cual derivó, a su vez en intentos de asesinato contra él. En 1881, un grupo terrorista consiguió asesinar a Alejandro II, el mismo día en el que firmó un documento anunciando su intención de llevar a cabo la reforma constitucional, que finalmente no se aprobó. A partir de aquel momento crucial, la evidente necesidad de profundas reformas en Rusia fue siempre superada por el temor de los zares a no ser capaces de controlar las consecuencias. La instintiva desconfianza hacia el cambio condujo de forma más o menos directa a la toma de poder de la revolución bolchevique en 1917.

Estados Unidos también sufrió en gran medida su incapacidad de llevar a cabo cambios evolutivos en las etapas iniciales de su historia. La cuestión de abolir o no la esclavitud salió a la luz constantemente en los primeros días de la república y siempre se dejó que las futuras generaciones se ocuparan de ello. Thomas Jefferson, famoso propietario de esclavos, a menudo expresó su repulsión frente a tal institución, pero acabó considerando la esclavitud como un problema inabordable. Hacia el final de su vida, se resignó hasta el punto de afirmar en una carta de 1817: «Lo dejo, por tanto, al tiempo». Aunque entre los Padres Fundadores había grandes pensadores, no fueron capaces de reunir el coraje necesario para desgarrar la rudimentaria confederación esclavista. El debate sobre la esclavitud se pospuso, hasta que estalló con la no menos polémica cuestión de los derechos de los estados. Los Padres Fundadores no fueron capaces de abordar ninguno de los dos asuntos, pero la consecuencia de posponer la confrontación fue una guerra civil devastadora.

Esta serie de anécdotas son mucho más que una serie de fábulas. Ilustran nuestra capacidad para establecer paralelismos útiles, analizando los acontecimientos, tanto si provienen de los libros de historia como de los titulares de prensa, o de nuestras propias vidas. Estos rasgos comunes nos ayudarán a desarrollar pautas que nos sirvan para decidir.

LA VALENTÍA DE DEJARSE LLEVAR

El primer paso para llegar a ser un innovador y continuar siéndolo es ser consciente de los cambios y avances que suceden a nuestro alrededor. Estar al día de los últimos progresos en un terreno determinado a menudo significa avanzar en un área totalmente distinta. Las tendencias y las ideas avanzan en masa, y no por una coincidencia. Se llega a un punto crucial del conocimiento, e ideas similares e innovaciones empiezan a expandirse por todo el mundo. Hemos de seguir observando las tendencias si queremos sacar partido de ellas y crear las nuestras.

Es mucho más fácil hablar de apartarse del dogmatismo ideológico que hacerlo. La originalidad requiere mucho esfuerzo y valor. Como escribió el psicoanalista norteamericano de origen alemán Erich Fromm: «La creatividad requiere el coraje de olvidarse de las certezas». Nos mantenemos en lo que ya conocemos, confiados y sintiéndonos orgullosos de ello. Ir un paso más allá de nuestros conocimientos para pensar y resolver los problemas de manera original requiere soltar un poco las amarras de esa sabiduría, sólo lo suficiente para verlo desde un nuevo ángulo, desde una perspectiva novedosa. La inspiración adecuada en nuestra búsqueda de creatividad no debe hacernos olvidar la importancia de evaluar correctamente lo que ya tenemos, antes de lanzarnos a la búsqueda de algo nuevo.

Una vez que hayamos asimilado lo conocido, podemos apartarnos con toda confianza, alejarnos lo suficiente como para obtener una visión global. Desde ahí podremos ver caminos nuevos y establecer conexiones nuevas. Aparecerán nuevos significados, la vieja información nos parecerá nueva, y la innovación pasará a ser la norma en lugar de la excepción.

Sir Winston Churchill (1874-1965)

Este gran estadista y escritor que lideró a la Gran Bretaña en tiempos de guerra no necesita presentación. Le cito para destacar la importancia personal que tiene para mí, así como mi percepción de su grandeza. No solo los niños tienen héroes.

En la Unión Soviética, Churchill inspiraba cierta suspicacia. Veíamos al líder británico en películas sobre la guerra, pero era una imagen sesgada que incluía algunos aspectos positivos a la vez que criticaba ferozmente su anticomunismo. Lo que todos los soviéticos sabían de Churchill era su discurso de Fulton, incluso más que su papel de líder durante la Segunda Guerra Mundial. En 1946, siendo huésped del presidente Truman en su propiedad familiar de Missouri, Churchill advirtió al mundo sobre el inminente «Telón de Acero».

Por supuesto, la historia de la Segunda Guerra Mundial se veía de forma muy distinta en la Unión Soviética. Según nuestros libros de historia, los aliados lucharon en lo que nosotros llamábamos el segundo frente y nos apoyaron muy poco, porque querían que los nazis mataran a muchos soviéticos y que los soviéticos mataran a muchos nazis. Todo se presentaba de tal manera que pareciera que la Unión Soviética ganó la guerra en solitario. Pero, gracias a los relatos de mi tío y mi abuelo, supe muy pronto que había una laguna entre la propaganda oficial y la realidad.

A principios de la década de 1990 empecé a leer más en inglés y descubrí muchas de las impactantes citas de Churchill. Aquello me llevó a descubrir sus libros de historia, y a partir de ellos empecé a admirarle profundamente.

Para mí, el punto clave era la capacidad de Churchill de no ceder ante la opinión pública, y hablar en favor de las grandes ideas. Hay tres momentos de su carrera que, en mi opinión, ilustran lo acertado que estuvo en los asuntos realmente importantes. En primer lugar, sus advertencias sobre el peligro del bolchevismo y su llamada a «matar a ese niño en la cuna, antes de que empiece a gatear» (una frase que en la Unión Soviética se citaba a menudo como prueba de los prejuicios antisoviéticos de Churchill). Lo siguiente fue su resistencia frente a Hitler y los nazis, para la que hizo causa común incluso con Stalin. Luego el discurso de Fulton, proclamando la amenaza que la Unión Soviética suponía para Europa tras la Segunda Guerra Mundial: «Me siento obligado a describir la sombra que, tanto en el oeste como en el este, se cierne sobre el mundo».

En el primer asunto, le ignoraron y aún hoy pagamos las consecuencias. En el segundo, le escucharon, pero no a tiempo para salvar al mundo del cataclismo de la Segunda Guerra Mundial. En el tercero, le escucharon a tiempo para influir en Truman a fin de que actuara con mayor decisión y contuviera la amenaza soviética, y salvara de ella a Europa occidental, así como a Corea del Sur y Taiwan.

Descubrí a Churchill en el momento oportuno. El hundimiento de la Unión Soviética dejó obsoletas las viejas batallas y yo iba en busca de nuevas ideas. Me inspiró para encontrar un papel activo en un mundo en el que los políticos parecen incapaces de resistir la presión de la opinión de las urnas.