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Fases de la partida

Antes de la fase final de la partida, los dioses colocaron la fase intermedia.
SIEGBERT TARRASCH

La primera frase del famoso discurso de Abraham Lincoln «House Divided» de 1858 es una aguda reflexión sobre la necesidad de tener objetivos basados en un plan. «Si primero sabemos adónde vamos y hacia dónde nos dirigimos, podremos juzgar mejor qué hacer y cómo hacerlo». Lincoln podría haber añadido que no se trata solamente de saber adónde vamos, sino de saber dónde estamos. La planificación y la innovación necesitan estar sólidamente enraizadas en el presente.

Ésa es la única forma de saber «hacia dónde nos dirigimos». Debemos ser sensibles a la dirección que toman los acontecimientos y cuáles son las tendencias.

A lo largo de los siglos se han desarrollado incontables teorías que simplificaban el juego del ajedrez para los estudiantes. Una de las más perdurables consistía en la idea de dividir la partida en tres partes o fases: la fase de apertura, la fase intermedia y la fase final. No existe un acuerdo universal que indique dónde empieza una y finaliza la otra, pero no hay duda de que cada fase tiene características distintas, y que cada una de ellas plantea problemas para los que se aplican distintas teorías.

SABER POR QUÉ HACEMOS CADA MOVIMIENTO QUE HACEMOS

La apertura es la fase de la partida en la que se diseña la batalla. Los peones fijan los contornos de una estructura, las piezas abandonan la segunda línea y toman posiciones hostiles o defensivas.

Según la definición estándar, el final de la apertura llega cuando el rey se enroca en el centro para ponerse a cubierto y las piezas abandonan sus casillas iniciales. Es una definición de manual útil, aunque en la era moderna de ajedrez es bastante inexacta. La apertura es mucho más que una movilización trivial de las fuerzas. Establece qué tipo de batalla se preparara, y es la primera y mejor oportunidad de conducir la partida hacia los terrenos en los que estamos mejor equipados para luchar que nuestros adversarios. La apertura es la fase más difícil y sutil de la partida, especialmente en las competiciones de primer nivel.

Primero necesitamos distinguir entre la fase de la partida que denominamos «la apertura» en general y «las aperturas». Usamos el término «aperturas» para describir cientos de secuencias de movimientos específicas que pueden iniciar una partida. Normalmente tienen nombre, como las variaciones Zaitsev y Dragón, anteriormente mencionadas. Esas denominaciones del propio jugador llevan el nombre que creó la variación, la ciudad o el país donde se jugó la partida original, o son una descripción, prosaica o poética, de la posición. (Se dice que la variación Dragón debe su nombre a la forma que adopta la alineación de los peones, parecida a la constelación Draco). Los nombres de las aperturas forman una jerga muy apreciada por los ajedrecistas, que nos permite comentar desde el Dragón Siciliano a Lazo Maroczy, del ataque Marshall al Rey de la India.

Los jugadores, incluso los de un club de aficionados, dedican horas a estudiar y memorizar las líneas de sus aperturas favoritas, basándose en la idea errónea de que uno mismo no necesita pensar si se acuerda de lo que un gran maestro hizo en una posición idéntica allá por 1962. Podemos reproducir las partidas de los grandes jugadores tanto como queramos y, si nuestra memoria es mejor que la del rival, este cometerá un error y se saldrá del camino.

Al menos ésa es la teoría, que raramente se cumple. Mucho antes de que un jugador consiga la maestría, se da cuenta de que la memorización rutinaria, por prodigiosa que sea, está muy lejos de la comprensión real. Sin saber POR QUÉ se hicieron todos esos movimientos, es difícil que sepamos cómo seguir, cuando la partida prescinda inexorablemente de sus antecedentes.

En junio de 2005 ofrecí en Nueva York una sesión especial de entrenamiento a un grupo de jóvenes promesas de Estados Unidos. Les pedí a todos que trajeran un par de partidas suyas para revisarlas juntos, una victoria y una derrota. Un talento de doce años repitió rápidamente los movimientos de apertura de la partida que había perdido, ansioso por llegar al punto donde creía que se había equivocado. Yo le detuve y le pregunté por qué había movido determinado peón en una variable agresiva de apertura, y me dio la respuesta que esperaba: «¡Eso es lo que hizo Vallejo!». Por supuesto, yo también sabía que el gran maestro español Paco Vallejo Pons había empleado aquel movimiento en una partida reciente, pero si aquel joven no entendía la causa de aquel movimiento iba a tener problemas.

Su respuesta me hizo recordar mis sesiones con Botvinnik treinta años atrás. Más de una vez me reprendió por cometer exactamente el mismo error. El gran profesor insistía en que debíamos comprender el razonamiento que había detrás de cada movimiento. Todos los alumnos de Botvinnik aprendieron a convertirse en grandes escépticos, incluso frente a los movimientos de los mejores jugadores. La mayoría de las veces acabábamos descubriendo que tras todos los movimientos de los grandes maestros había una gran idea, pero también aprendimos a mejorarlos.

Para los jugadores que dependen de la memorización, la apertura termina cuando su memoria se queda sin movimientos y han de empezar a pensar por sí mismos. Ello puede suceder en el movimiento número 5 o en el número 30, pero ese método siempre inhibe el desarrollo propio de cada jugador. Una cosa es que un jugador de primer nivel confíe en la memoria; él ya sabe el «porqué» de cada movimiento. Para aprender es mucho más importante pensar por uno mismo desde el principio.

El objetivo de la apertura no es únicamente superar esa fase; se trata de sentar las bases del tipo de fase intermedia que deseamos jugar. También significa maniobrar para conseguir el tipo de partida que nuestro rival no desea jugar. Para eso es indispensable prepararse, estudiar e investigar al oponente. ¿Qué aperturas jugará mañana nuestro rival? ¿Qué pasó las últimas veces que nos enfrentamos? ¿Puedo encontrar una idea nueva para una de esas aperturas que me permita cierta ventaja inicial? ¿Qué clase de posiciones no le gustan a mi adversario? ¿Qué apertura puede conducirnos a esas posiciones? Las decisiones deben ir dirigidas a afinar la perspectiva antes de empezar a profundizar el estudio, porque no es posible prepararlo todo al mismo tiempo. Hay que priorizar.

Hoy día, la creatividad en la fase de apertura suele manifestarse en el calor de nuestras casas más que frente al tablero. Las bases de datos informáticas contienen prácticamente todas las partidas importantes que se han jugado nunca, incluyendo, gracias a internet, las que se jugaron ayer. Podemos revisar toda la carrera de nuestro rival, y descubrir las pautas, debilidades y grietas de su repertorio de aperturas. Luego, en el tablero, nos enfrentaremos con alguien que habrá hecho exactamente lo mismo con nosotros.

Cuando un jugador se conviene en gran maestro, prácticamente ha dedicado todo su tiempo de preparación a trabajar esa primera fase. Las aperturas son la única fase en la que existe la posibilidad de poner en práctica algo nuevo. Podemos encontrar algo que nadie haya descubierto. Aunque el margen disminuye cada año, sigue habiendo mucho territorio disponible para explorar. Podemos ponernos en marcha sin que nadie sepa lo que estamos planeando. Podemos pensar en trampas y en nuevas ideas y más tarde volver de nuestras exploraciones, preparados para sorprender a nuestros adversarios. Ésa es la razón, aunque de hecho no estemos jugando en ese momento, por la que la preparación de las aperturas exige tanto creatividad como dedicación.

Es como un inventor que trabaja en su laboratorio con nuevos aparatos y artilugios. En el siglo XIX había un gran número de inventores amateurs que hoy ya apenas existen. ¿Cuál fue la última vez que dedicamos una parte importante de nuestro tiempo a la investigación creativa por nuestra cuenta, ya sea relacionada con nuestro trabajo o no? Normalmente, nuestro mejor momento creativo no surge cuando estamos en la oficina, ni frente al tablero.

Con esa cantidad de precedentes y preparación, la capacidad de sorprender es mucho más difícil de conseguir y es mucho más efectiva. Una vez establecidas las líneas fundamentales, uno (¡y su ordenador!) puede dedicarse a trabajar y a buscar ideas nuevas para dejar atónitos a nuestros oponentes.

MEJORAR EL PRODUCTO

No hace falta mucha imaginación para darse cuenta del valor universal de la preparación. Solo hace falta investigar un poco para descubrir los precedentes. Cuesta mucho más esfuerzo comprender esos precedentes y mejorarlos.

Cuando una gran empresa desarrolla un producto nuevo, debe dedicar un tremendo esfuerzo al trabajo preliminar. Primero está la investigación que dirige el desarrollo del propio producto. ¿Dónde está el hueco de mercado que puede cubrir? ¿La competencia tiene alguna carencia en esta línea de productos, o la tenemos nosotros? ¿Qué quieren los consumidores? ¿Qué mejoras de los productos que ya están en el mercado les gustarían? Hoy día el trabajo invertido en as pruebas se considera esencial en cualquier terreno profesional, desde la alimentación al cine. En Hollywood, cuando un determinado final no satisface a la audiencia en las pruebas de proyección, se sustituye por otro que les guste más.

El trabajo preliminar y el campo de batalla son absolutamente decisivos en cualquier proyecto. Son esenciales para poner en juego nuestras fuerzas y las debilidades de nuestros adversarios. Uno de los principios de Napoleón era hacer que el enemigo abandonara su posición antes de que empezara la batalla. Si se movía («fuera de su agujero») era más vulnerable al caos.

EL ARTE NACE DE UN CONFLICTO CREATIVO

Hemos llegado a la fase intermedia de la partida, cuando entran en juego las fuerzas respectivas. Las piezas han desarrollado su juego, los reyes están a salvo (o no, y la situación es más excitante) y las líneas de batalla están diseñadas. Es el momento de que las fuerzas se enfrenten y se vierta la sangre. Es el momento de la creatividad, la fantasía y el poderío. Al principio de la partida, las piezas permanecen inertes. En la apertura se tensan las ballestas, las piezas se colocan en sus puestos, dispuestas a poner en juego toda su energía. En la fase intermedia de la partida se producen los encontronazos.

Superada la apertura, es poco usual que un jugador esté exactamente donde desea estar, y es casi imposible que ambos jugadores estén satisfechos. Nuestro rival siempre contrarresta e interfiere en nuestros planes, y viceversa. Eso significa que siempre son necesarias nuevas evaluaciones, procesar de nuevo los informes que llegan desde el frente. Incluso si ya hemos estado en una posición idéntica, es esencial evaluarla otra vez, sobre todo porque nuestro adversario también es consciente de que ya hemos estado ahí antes y puede tener alguna treta preparada. Examinemos el escenario, analicemos los desequilibrios y elaboremos una estrategia.

Nuestro análisis MTC es parecido a lo que en el mundo empresarial llaman informes SWOT (Strengths, Weaknesses, Opportunities, Threats: fortalezas, debilidades, oportunidades, amenazas). Ambas posiciones deben considerarse a fondo antes de formular nuestra estrategia. También debemos estar atentos por si se produce la necesidad de actuar de inmediato. ¿Podemos crear una amenaza que obligue a nuestro rival a ponerse a la defensiva y olvidarse de su plan de juego? ¿Es necesario dejar para más adelante otros asuntos estratégicos de mayor calado para responder a un peligro inminente?

Si no existen consideraciones tácticas urgentes, podemos seguir desarrollando nuestro plan estratégico, y los objetivos inmediatos que nos hemos trazado. Ese proceso empezó, naturalmente, en la apertura. Hay que tener en cuenta que las fases de la partida no tienen límites claros, solo líneas maestras generales que, a medida que mejoremos nuestro nivel de juego, menos útiles serán. Nuestro engranaje cognitivo debe modificarse constantemente en función de la situación que tengamos delante. La estrategia de una partida ideal es un hilo conductor que transcurre a lo largo de todas las fases.

Todos los factores que elevan el ajedrez a la categoría de arte proceden de la fase intermedia. Una apertura mal preparada puede repararse gracias a una táctica brillante. La precisión de cálculo puede armonizarse con ideas audaces. El colapso total está agazapado en cualquier esquina si las piezas maximizan su potencial dinámico. Los mandos en el campo de batalla sustituyen a los generales sentados en sus butacas de la retaguardia. Sobre todo, la fase intermedia recompensa la acción por encima de la reacción. Es la fase de ataque, y la batalla por la iniciativa es primordial.

La fase intermedia requiere estar alerta en general, y en especial prestar atención a los criterios básicos. Es decir, las ideas generales que todo el mundo aprende a base de práctica; cuanto más juegas, más experiencia tienes, y eres más capaz de reconocer dichos modelos y aplicar las soluciones. Sigue habiendo mucho margen para la creatividad. Ésta se manifiesta sobre todo cuando somos capaces de relacionar los modelos con posiciones nuevas para encontrar una solución única: el mejor movimiento.

Los pocos estudios concretos sobre la fase intermedia se derivan de su relación con la apertura, uno de los puntos de transición clave. La apertura establece el perfil de la fase intermedia y puede ser muy útil, incluso esencial, para trasladar el estudio de la fase de apertura al «mundo real» cuando llegue la acción en la fase intermedia. Por eso es tan importante completar los juegos de ajedrez, y no dedicarse solo a los movimientos iniciales. También por eso en las escuelas de negocios se opta con tanta frecuencia por el método de estudiar la casuística en lugar de centrarse en la teoría. Ni todo el estudio ni toda la preparación del mundo pueden enseñarnos lo que sucede realmente sobre el terreno. Observar la puesta en práctica de los planes clásicos, errores y accidentes incluidos, es mucho mejor que planificar desde una torre de marfil.

Con este principio en mente, siempre resulta útil proyectarnos más allá de las consecuencias iniciales de nuestras decisiones. Debemos crear un escenario que incluya varios «y si» que se deriven, lógicamente, de nuestra preparación. Es muy difícil, si no imposible, predecir exactamente lo que va a suceder; el mundo es demasiado complejo para eso, no como el ajedrez. Pero usar los patrones previos de esa manera nos ayudará a desarrollar una experiencia fundamental.

ASEGURAR UNA BUENA PAZ SIGUE A UNA BUENA GUERRA

Si ambos jugadores sobreviven a la pólvora y a las llamas, y a los envites y contraenvites de la fase intermedia, llegaremos a la fase final. Muy apreciada por los escritores como metáfora, por ser obviamente la última fase, la fase final es el resultado del intercambio de piezas. Cuando el potencial dinámico de los ejércitos ha disminuido hasta un nivel mínimo, la fase intermedia ha terminado. La crudeza lógica y el cálculo dominan un campo de batalla en el que apenas quedan supervivientes.

Mucho queda por descubrir de la fase de apertura. La fase intermedia está básicamente dibujada, pero aún hay algunas zonas por delimitar. La fase final está totalmente abierta, y es aceptada por todo el mundo como básicamente un ejercido matemático. En el tablero apenas quedan piezas, y la imaginación se retira a un segundo plano. En su lugar, aparece la precisión de cálculo indispensable en esta fase técnica. No quiere decir que todo esté predeterminado. El resultado sigue siendo incierto y siempre existe la posibilidad de vencer al adversario. Con un juego de calidad en ambas partes, la fase final puede avanzar hacia una conclusión lógica, o se pueden infligir o reparar daños.

El final de la partida representa el tratado de las negociaciones tras el final de la batalla. Talleyrand, maestro de las fases finales, fue capaz de salvar a Francia de la desmembración en el Congreso de Viena (1814-1815), después de maniobrar hábilmente para que Napoleón fuera apartado del poder. Tras la caída de su líder, Francia era una nación ocupada y desacreditada, que apenas tenía esperanzas de influir en el Congreso que modeló Europa después de las guerras napoleónicas. Y aun así, Talleyrand consiguió dividir a las fuerzas aliadas vencedoras y crear nuevas alianzas que preservaron básicamente las fronteras territoriales de Francia. (Aunque tuvieron que redefinirse cuando Napoleón escapó del exilio y gobernó durante los famosos cien días previos a su derrota definitiva en Waterloo).

También puede darse la trayectoria opuesta. Hay pocas cosas más amargas que jugar una apertura potente, una fase intermedia brillante, y luego ver evaporarse la victoria por un movimiento equivocado en la fase final. Eso me pasó a mí nada menos que en el torneo por el campeonato del mundo contra Nigel Short de 1993 en Londres. En aquella ocasión tuve suerte, ya que a mi oponente le pasó lo mismo en la misma partida.

En la apertura tuve que batirme ferozmente en duelo contra una idea nueva que Short introdujo en esa fase inicial de la partida. La apertura acabó con una importante ventaja por mi parte, y en la fase intermedia conseguí resistir los intentos de mi rival de que las cosas volvieran a su cauce. Llegó la fase final con una considerable ventaja material por mi parte. La partida había quedado reducida a una torre para mi oponente, y una torre y dos peones para mí. (No se cuentan los reyes, que permanecen en el tablero hasta el final). Era una posición victoriosa y yo solo esperaba que Short se rindiera, mi primer error. Ambos jugábamos los movimientos finales con el piloto automático, y tuvo que acabar la partida para que alguien me señalara que hacia el final ambos habíamos cometido errores garrafales. Aún con solo dos peones y dos torres en el tablero, resbalé y jugué un movimiento «natural» con mi peón, que permitió a mi oponente realizar una maniobra defensiva que le hubiera permitido acabar en tablas. Pero Short tampoco vio la oportunidad, y respondió con otro movimiento «natural», que al cabo de media docena de movimientos, le llevó a la derrota.

¿Cómo pudieron ambos, el campeón del mundo y el aspirante, cometer un error tan importante al final de la partida, pese a disponer de tan poco material en el tablero que pudiera confundirles? La aridez de la fase final, la falta de dinamismo, lleva a menudo a errores por falta de oportunidades. La fase técnica puede ser aburrida, porque hay pocas posibilidades para la creatividad, para el arte. El aburrimiento conduce a la complacencia y a las equivocaciones.

El juego de la fase final es binario: malo o bueno, con poco margen para el estilo. Los mejores jugadores de las fases finales se inspiran en los detalles, con la precisión adecuada. Puede que los grandes negociadores e incluso los grandes administradores posean dotes innatas para cumplir dichas tareas, igual que los artistas y los jugadores de ajedrez.

Los jugadores cautelosos, pacientes y calculadores brillan en la fase final. Tigran Petrosian y Anatoli Karpov, por ejemplo, eran mejores en esa fase de la partida que Boris Spassky y yo. Para jugadores al ataque, que se crecen con el dinamismo de la fase intermedia y la creatividad de la apertura, la esterilidad del final de la partida se convierte a menudo en un enemigo natural, aunque siempre hay excepciones.

TENDENCIAS DE LA FASE ELIMINATORIA

Intentar establecer categorías entre los mejores jugadores de la historia es una simplificación, puesto que obviamente tuvieron que ser excelentes en todo para llegar a la cima. Confieso claramente que mi destreza en la fase final no estaba a la altura de mis dotes para el juego de la fase intermedia y la apertura. Karpov era mejor en las fases intermedia y final que en la apertura, aunque lo compensaba trabajando con preparadores muy bien escogidos.

Vladimir Kramnik, que me arrebató el título en 2000, puede considerarse la personificación de la última de las combinaciones posibles. Su preparación de las aperturas es excelente y brilla también en la fase final. Pero en el dinamismo de la fase intermedia es donde, siempre en un sentido relativo, la calidad de su juego no es tan consistente.

Podría ser interesante desglosar nuestras aptitudes y actuaciones personales de ese modo, tomándonos ciertas libertades y moviéndonos en el terreno de las generalizaciones. ¿Cuáles son nuestros puntos fuertes? ¿La creatividad en los preparativos? ¿La fluidez de la acción? ¿El cálculo de los detalles? ¿Hay alguna de esas áreas que nos asuste? Muchos jugadores dependen excesivamente de un aspecto o de otro, cosa que limita su progresión y su éxito. Un final de partida aceptable es mejor que una fase intermedia mediocre, pero, si no nos gustan las posiciones estáticas, puede que no nos demos cuenta de ello hasta que sea demasiado tarde. Debemos esforzarnos en descubrir y eliminar nuestros prejuicios.

Para mí, eso siempre se ha traducido en controlar mi ansia de acción y darme cuenta de cuándo podía resultar contraproducente. Mi gusto por la complejidad dinámica a menudo me llevó a evitar la simplificación, cuando quizá era la mejor opción. Esa tendencia sobrepasa los límites del tablero de ajedrez, donde mi instinto solía acertar. Dicha experiencia ha permitido que mi transición a la política fuera mucho más fluida. Me ha ayudado a reconocer el momento de dejar de usar los cañones y recurrir a la diplomacia.

NO LLEVAR UNA NAVAJA A UNA PELEA CON NAVAJAS

La transición entre fase y fase es a menudo inapreciable. Lo importante es no asumir aspectos de la posición que dependen demasiado de las características de una sola fase. Lo que nos beneficia en la intermedia puede perjudicarnos en la final, algo que sucede muy a menudo. También hay casos en los que un jugador opta por un tranquilo final de partida técnico, y de pronto se da cuenta de que su oponente sigue en la fase intermedia.

En la undécima ronda de la Olimpiada de Ajedrez de Eslovenia de 2002, yo jugaba con las negras contra el jugador alemán de élite Christopher Lutz. La partida se redujo poco a poco a una posición sin reinas, y con solo tres piezas para cada jugador. Lutz desplazó sus caballos al extremo del tablero, donde quedaron atrapados en busca de insignificantes ventajas. En una fase final, esa pérdida temporal no hubiera sido un factor decisivo. Pero con sus piezas en el otro extremo, me di cuenta de que tenía la oportunidad de organizar un ataque a su rey, pese a contar con un material limitado.

Incluso cuando quedó claro lo que yo intentaba hacer. Lutz subestimó el peligro. Para él ya había llegado la fase final, y fue incapaz de volver a la mentalidad dinámica de la fase intermedia y reaccionar frente a la amenaza.

Subestimar los factores dinámicos es un error frecuente, no solo en la encrucijada del final de partida. Hay otra serie de problemas psicológicos característicos de esas transiciones clave entre fase y fase. Incluso un jugador bien preparado puede posponer el análisis crítico al principio de la fase intermedia. En la apertura pueden hacerse movimientos rutinarios que quizá nos conduzcan a desagradables sorpresas si nuestro rival está más atento a las líneas de ataque que nosotros. Es decir, si ya ha llegado a la fase intermedia, mientras nosotros seguimos con la mente en la apertura.

Esos errores en la transición tienen un paralelo en todas las áreas que implican planificación y estrategia, porque un buen estratega siempre tiene en cuenta las tres fases. ¿Qué clase de fase intermedia sucederá a la apertura que hemos jugado? ¿Es la que teníamos preparada? ¿Es el tipo de negociación, o batalla, o trabajo, o proyecto para el que nos hemos preparado?

Asimismo, debemos jugar la fase intermedia pendientes de la final. Si hemos sacrificado material para el ataque, es casi seguro que, si este fracasa en la fase intermedia, perderemos la final. ¿Existe un punto de retorno? Habrá un momento en el que todavía hay una oportunidad de actuar y quedarnos en una posición razonable.

El austríaco Rudolf Spielmann escribió que debíamos «jugar la apertura como un libro, la fase intermedia como un mago y la fase final como una máquina». Nuestro objetivo es realizar la transición entre fases de manera coherente, sin limitarnos a hacer lo correcto en cada una de ellas. En el mundo real, dichas fases existen solo en nuestra mente, que las utiliza a modo de guías.

Es el momento de recopilar los resultados de todo este estudio y evaluación, y transformarlos en acción.

Robert James Fischer, EE.UU. (1943)
Una brillante leyenda y un triste legado

Si le preguntamos a cualquiera en la calle por un jugador de ajedrez, lo más probable es que oigamos el nombre de Bobby Fischer. En 1972, mucho antes de internet y de las máquinas que juegan, cuando el ajedrez era aún un juego estrictamente humano, Fischer se convirtió en el jugador de ajedrez más famoso de toda la historia. Sus dotes para el ajedrez solo podían compararse con sus dotes para la controversia, una combinación ideal, o catastrófica, para la primera estrella occidental del ajedrez de la era de la televisión.

Fischer, criado en Brooklyn, fue un adolescente prodigio de primer orden. Tenía una increíble voluntad de ganar, una ética de trabajo incansable y una maestría técnica incomparable. Probablemente, muchas de sus actuaciones permanecerán en la memoria para siempre. Campeón de Estados Unidos a los catorce años; aspirante al título mundial a los dieciséis; vencedor del campeonato de Estados Unidas en 1963, con un tanteo perfecto de 11 a O; ganador de dos torneos de clasificación para el campeonato del mundo, con dos tanteos perfectos de 6 a 0; campeón del mundo, derrotó a Boris Spassky en Reykiavik, Islandia, en 1972. Sin apenas ayuda externa, el iconoclasta Fischer ascendió sin parar hasta arrancar la corona, de manos de los soviéticos, por primera vez desde 1948.

La partida de Reykiavik estuvo precedida de una atmósfera y una polémica perfectamente teatrales. Fischer no tenía intención de jugar; luego sí, luego no, luego estaba en el aeropuerto, no, no estaba… y así sucesivamente. Henry Kissinger llegó a telefonear a Fischer para que cumpliera con su deber patriótico. Incluso tras su llegada tardía a Islandia, la diplomacia tuvo que emplearse a fondo, y Spassky hacer gala de su caballerosidad, para que el evento pudiera celebrarse.

Tras el inicio de la partida, las sorpresas continuaron. Fischer cometió errores garrafales y perdió la primera partida con las negras. Antes de la segunda partida, Fischer volvió a protestar por las condiciones de la sala, su pasatiempo favorito. Había demasiado ruido, decía, demasiadas cámaras. Finalmente, empezó la partida… ¡sin Fischer! Se negó a aparecer y perdió la partida. Perdía por O a 2 y parecía que finalmente el torneo se cancelaría. Tras heroicas negociaciones, el campeonato continuó, pero la partida número 3 no se jugó en el escenario, sino en un local de la parte trasera del edificio, destinado al tenis de mesa. Los espectadores solo pudieron ver a sus ídolos a través de una cámara de circuito cerrado. Fischer ganó aquella partida, su primera victoria sobre Spassky, continuó dominando el resto del torneo y obtuvo el título.

En aquel momento, Fischer tenía el mundo a sus pies. Era joven, guapo, rico, y estaba a punto de conseguir que el ajedrez fuera un deporte muy popular en Estados Unidos. Le llovieron ofertas de patrocinadores e invitaciones de todas partes, pero, excepto un par de apariciones en televisión, lo rechazó casi todo. Y luego, nada, Fischer dejó de jugar al ajedrez y no volvió a tocar un peón en una partida de verdad durante veinte años. Le retiraron el título en 1975, cuando no consiguió ponerse de acuerdo con la FIDE sobre las normas del siguiente torneo mundial. El aspirante, Karpov, fue coronado y Fischer se convirtió en un fantasma.

Constantemente corrían rumores sobre su paradero, rumores que afirmaban que reaparecería en cualquier momento para volver a dominar el mundo del ajedrez. Pero no fue hasta 1992 cuando Bobby Fischer, a punto de cumplir cincuenta años, grueso y barbudo, volvió a jugar al ajedrez. Fue un acontecimiento jubiloso y triste a la vez. Una oferta de muchos millones de dólares le convenció para que volviera a ponerse bajo los focos, para que jugara en la Yugoslavia dividida por la guerra una revancha contra Spassky, que estaba medio retirado y vivía en Francia. Como era de suponer, se jugó un ajedrez bastante oxidado, con algunos destellos de brillantez. Pero lo peor de todo fue que Fischer aparentemente no podía resistirse a lanzar comentarios antisemitas. Su frágil psique se había quebrado durante la larga temporada que pasó alejado del mundo del ajedrez, el único mundo que podía comprender.

Después del torneo desapareció otra vez, y reapareció en 2004, en un lugar aún más peculiar: un centro de detención del aeropuerto Narita de Tokio. El torneo de Yugoslavia había violado las sanciones de la Unión Europea y le retuvieron por viajar con un pasaporte caducado. De pronto, Fischer volvía a estar en los noticiarios. Después de ocho largos meses, los japoneses le devolvieron a Islandia, el escenario de su gran triunfo y donde sigue siendo muy querido.

Pese a su comportamiento y los giros peculiares de su vida, Fischer merece ser recordado por su inmensa contribución al ajedrez. Su permanencia en la cumbre fue desgraciadamente breve, pero brilló por encima de sus contemporáneos como un nuevo Paul Morphy. El éxito de Fischer y su carisma indeleble atrajeron al ajedrez a toda una generación de jugadores, sobretodo en Estados Unidos, donde se produjo un gran «boom Fischer». Yo tenía nueve años cuando el enfrentamiento Fischer-Spassky tuvo lugar, y mis amigos y yo seguimos las partidas con entusiasmo. Aunque sus víctimas fueron mayoritariamente soviéticas, Fischer tenía muchos adeptos en la Unión Soviética. Jugaba un ajedrez de indiscutible brillantez, pero también era admirado por su individualismo e independencia.

Acerca de Fischer: «Fischer siempre me impresionó de una manera especial, por la integridad de su carácter. Tanto en el ajedrez como en la vida. No acepta pactos». (Boris Spassky).

Según sus propias palabras: «Lo único que quiero hacen siempre, es jugar al ajedrez».