Capítulo 10

 

NO FUE un error.

—Sloane...

—¿Qué excusa vas a probar ahora, Suzanne? ¿Que tomaste demasiado champán cuando todos sabemos que bebiste dos copas? ¿Que no pensaste en nada? —la miró con dureza de obsidiana—. ¿Qué?

Oh, señor. Suzanne cerró los ojos y volvió a abrirlos.

—No he dicho eso.

—Pues explícame qué fue lo de anoche.

Fue magia, euforia. Una sensación devastadora. Intentó alzar los hombros y no lo logró.

—Dejé que la simulación se hiciera real —realmente sólo había deseado estar en el paraíso por última vez.

—Y piensas que me lo voy a creer? —la voz de Sloane era peligrosamente tranquila.

—Por Dios, Sloane, ¿qué quieres ahora? ¿Un maldito análisis de mis sentimientos?

—Quiero la verdad.

—¿Qué verdad?

—Éramos dos en la cama. Y tú estabas conmigo en cuerpo y alma si no recuerdo mal.

—Y qué prueba eso, aparte de que eres un buen amante?

—¿Quieres decir que responderías a cualquier hombre como a mí?

No. Lo sabía. Tan profundamente, que no pudo ni pronunciar palabra.

—¿Suzanne?

Los ojos de Sloane lanzaron llamas.

—No has contestado a mi pregunta.

Suzanne alzó la barbilla y lo miró retadoramente.

—¿Qué harías s te dijera que sí?

La expresión de Sloane era una clara respuesta:

—Tendría la tentación de darte una paliza.

—No eres un hombre violento —Suzanne habló con seguridad, aunque sabía que la calma aparente de Sloane ocultaba un volcán de emociones que podía escapar a su control.

—Prueba —la voz del hombre era suave como la seda, y un estremecimiento recorrió la espalda de Suzanne.

Poco quedaba de la frialdad del brillante abogado. Tampoco estaba allí el sofisticado miembro de la alta sociedad. En su lugar, había un hombre dispuesto a luchar con palabras y gestos para salir vencedor.

Suzanne movió los hombros con un gesto lleno de alarma.

—¿No podemos esperar a la mañana? —la luz del día les ayudaría a salir de aquello.

—No.

—Sloane

—No —reiteró sin un temblor en la voz.

Suzanne se sentía sin fuerzas, agotada física y emocionalmente, deseosa sólo de meterse en la cama y dormir mucho tiempo.

Pero cuando se despertara por la mañana, el largo fin de semana habría terminado. Tendría que volver a Sydney, a la monotonía, al trabajo y a la vida sin Sloane.

—¿Qué quieres de mí? —el grito escapó de su corazón.

Un músculo tembló en la mandíbula de Sloane.

—A ti. Sólo a ti.

A Suzanne, la garganta le dolía por la emoción y hubiera jurado que su corazón había dejado de latir.

—Como mi esposa, mi compañera, la mitad de mi alma. Para el resto de mi vida.

Suzanne lo miró en silencio, intentando encontrar palabras con sentido.

Pero Sloane no le dio la oportunidad de hablar.

—He traído los papeles para la boda —declaró—. Lo único que tienes que hacer es firmar antes de la ceremonia de mañana.

La voz de Suzanne salió a duras penas.

—¿Mañana? —su pregunta no fue más que un gemido—. ¿Te has vuelto loco?

—Estoy más cuerdo que nunca.

Suzanne sintió que necesitaba sentarse.

—No podemos...

—Claro que podemos —insistió Sloane—. Conoces tan bien la ley como yo —hizo una pausa y luego acarició la mejilla de Suzanne con dulzura—. Georgia y Trenton serán testigos.

—Crees que voy a aceptar todo esto? —su pregunta fue muy débil.

Sloane la miró durante largos minutos, casi eternos, examinando el cabello rubio, los ojos cristalinos, tan hermosos sin maquillaje, la piel translúcida. Y jugó su última carta.

—Podemos volver a Sydney mañana y planear con calma el evento social del año. Decidir la fecha, el vestido, la lista de invitados, las relaciones con la prensa. Si es lo que deseas, lo haré. Feliz y sin rechistar —hizo una pausa y dulcificó el tono—. Haré todo para obtenerte —volvió a acariciarle la mandíbula—. O podemos casarnos tranquilamente mañana —su sonrisa era cálida, amorosa—. Tú eliges.

La vida con Sloane. La vida sin Sloane. No había la menor elección. Nunca la hubo.

—Mañana? —repitió Suzanne con asombro.

—Mañana —insistió Sloane.

La mente de Suzanne empezó a correr locamente.

—Lo habías planeado así —dijo con la voz temblorosa—. ¿Verdad?

—Había planeado casarme contigo —reconoció Sloane—. El cómo y dónde era irrelevante.

Lo miró fijamente y encontró la familiar determinación.

—La boda de Trenton y Georgia, una isla perdida

—olvidó hablar, perdida en sus pensamientos—... Sus planes facilitaron los tuyos.

—Esa es la verdad —terminó Sloane.

—Pero qué pasaría si...

Hubo un temblor de tensión bajo el aspecto seguro de sí mismo de Sloane. Perderla un tiempo había estado a punto de volverle loco.

—Dijiste que necesitabas tiempo y espacio —comenzó lentamente—... Y decidí dártelo. Un tiempo razonable.

Suzanne asimiló las palabras y comprendió su sentido profundo.

—Tenías tanta confianza en mí?

Un ligero temblor en la voz de la joven le hizo sonreír, y alzó la mano para retirarle un mechón de la cara.

—Sí -declaró.

Suzanne leyó la pasión en los ojos castaños y sintió que sus huesos empezaban a derretirse.

—Gracias -dijo con sencillez.

La sonrisa de Sloane fue amplia y feliz. Luego, se inclinó hacia ella y la besó en el cuello, ascendiendo hasta rozar sus labios.

Sin vacilar, Suzanne le echó los brazos al cuello y separó los labios para un beso que le robó el alma. Mucho tiempo después, se separaron y Sloane murmuró:

—Tenemos que organizar una boda.

Los ojos de la joven brillaron y decidió burlarse un poco de él:

—No puedo casarme. No tengo vestido.

—Claro que sí.

Suzanne intentó recordar qué ropa había metido en la maleta.

—¿Sí? —el vestido azul que había llevado el día anterior bastaría para una ceremonia sencilla.., si es que la limpieza y la plancha operaban milagros.

—Confía en mí.

Suzanne abrió la boca y volvió a cerrarla. El gesto hizo sonreír a Sloane.

—Debo tomar esa respuesta como un sí?

Suzanne intentó hablar solemnemente, pero no pudo:

—Depende de a qué esté diciendo que sí.

Sloane se inclinó de nuevo a besarle la mejilla, el cuello, y los labios. La besó hasta dejarla sin aliento, sin la menor duda de lo que quería de ella. Todo.

—Cásate conmigo.

La boca de Sloane y sus manos estaban jugando con ella, haciéndola perder el sentido, recorriendo sus senos y sus caderas.

—Mañana.

Sí, gritó Suzanne en silencio. Deseaba hablar y hacer promesas y decir lo que sentía.

—Sloane.

Las manos del hombre se detuvieron al oír su tono de voz y su boca se separó de su garganta. Alzó la cabeza para mirar sus ojos muy abiertos.

—Te quiero —era lo que necesitaba decir. Palabras sencillas con las que entregaba su alma.

A Sloane le temblaron ligeramente las manos por la emoción y su expresión fue completamente sincera.

Alegría, amor, pasión por ella. Eso decían los ojos negros de Sloane.

—Gracias —murmuró.

Toda la rabia, la desesperación y el temor que habían teñido las últimas semanas habían desaparecido. Y Sloane supo que no quería volver a sentir lo mismo.

No permitiría que nadie amenazara u ofendiera el sentimiento que había entre ellos. No dejaría que las dudas les hicieran daño, no permitiría que la inseguridad los afectara. Se ocuparía de ello personalmente. Cada día de su vida.

Suzanne observó las emociones en su rostro y supo comprenderlas. La resolución, la ternura. El amor.

El pulgar de Sloane acarició su labio inferior con una adoración que casi la hizo llorar.

—Soy tuyo —dijo en voz baja—. Para siempre —su sonrisa se hizo más tierna—. Siempre —repitió.

Suzanne tuvo que pestañear para ocultar la humedad sospechosa de sus pupilas.

—¿Qué van a pensar Georgia y Trenton?

Sloane le besó la punta de la nariz.

—Estarán felices.

Suzanne se dejó ir contra él, encantada de poder al fin buscar refugio en su fuerza sin sentir temor al futuro.

—Vamos a...

Se detuvo y Sloane terminó la frase, después de acariciarle la espalda.

—... Hacer el amor? —su voz y sus gestos eran infinitamente sensuales.

—Vamos a dar un paseo por la playa —ahora que no quedaban invitados en la isla, quería disfrutar de la hermosa noche bajo la luna, de aquel lugar alejado de la ciudad donde todo había vuelto a ser mágico.

—Claro. Después -dijo Sloane.

—A condición de que nos quede energía —rió Suzanne y su risa fue interrumpida por un beso intenso que prometía placeres sin fin.

—¿Estás planeando agotarme, eh? —bromeó Sloane mientras subían y se tumbaban en la cama.

Mientras se desnudaban, los ojos de Sloane eran oscuros y hermosos, llenos de vida, de una pasión que cortó el aliento de Suzanne. Lentamente, con una sensualidad que no era teatral, la joven se quitó el top y lo dejó caer junto a la cama.

Sloane se puso de rodillas frente a ella y Suzanne le besó el hombro, siguiendo hasta el pezón y luego la línea oscura del vientre. Acarició con la lengua la potente erección cubierta aún por los calzoncillos de seda. Tomó estos con los dientes y comenzó a bajarlos, lentamente, hasta dejarlos enrollados en los muslos.

Las formas masculinas eran hermosas, y la promesa del placer intensa. Suzanne se sentía como si quisiera llorar y reír al mismo tiempo, feliz por estar con el hombre al que amaba. Quería decirle, o mejor expresarle, que al fin se sentía en casa, y que no había nada de lo que se arrepintiera.

Y así lo hizo. Con infinita ternura y pasión, sin la menor reserva o pudor.

 

No hubiera podido decir cuándo Sloane recuperó el control y la tomó. Sólo que ambos compartieron sensaciones y emociones que los llevaron hasta el amanecer.

Suzanne se estiró mientras los incansables dedos de Sloane le acariciaban el vientre con amor. No quería moverse. Tampoco se sentía capaz de moverse.

—Supongo que el paseo a la luz de la luna tendrá que esperar.

El tono divertido de Sloane junto a su aliento cercano hizo que Suzanne abriera los ojos, observando la claridad grisácea de la aurora.

—Bueno —dijo—, siempre podemos damos un baño matutino.

La risa suave de Sloane le acarició la sien y lo miró, encontrando la calidez de su generosa sonrisa y sus ojos casi líquidos de pasión. Arrugó la nariz para decir:

—No me crees capaz?

La sonrisa se intensificó, creando pequeñas arrugas alrededor de sus ojos.

—Tendría que ir contigo por si te ahogas.

—¿Mientras que tú, por supuesto, estás lleno de energía, como siempre? —llevó la mano al vientre de Sloane y lo acarició.

—Ve más abajo y no me hago responsable de las consecuencias —le advirtió Sloane roncamente.

—Sólo quería comprobarlo —la sonrisa de Suzanne era coqueta, pero tuvo que gemir cuando Sloane la hizo ponerse de espaldas, se puso sobre ella con todo el peso de su cuerpo enardecido y tomó su boca.

Se abrazó a él y se unió a su pasión, a una fiereza que terminó en algo increíblemente dulce.

—Un baño —dijo con una sonrisa débil Suzanne—. Nos hace falta un baño o nunca saldremos de aquí.

Se levantaron, se pusieron los bañadores y tomaron las toallas mientras Suzanne se cubría con un vestido de algodón.

Fuera todo estaba en calma, y no había un solo sonido. Ni siquiera los pájaros habían empezado a agitarse. Sólo se oía el rumor del viento en las copas de los árboles y el ruido de las olas.

Un nuevo día, se dijo Suzanne soñadoramente, mientras los colores se iban haciendo más intensos. La arena blanca, crujiente, el cambiante color del mar, azul primero, cada vez más verdoso, tan definido frente al cielo que empezaba a clarear. El aire era cálido, aunque sin la pesadez de las horas de sol.

Mientras avanzaban por la arena, el sol se iba elevando sobre el mar y los pájaros volvían a su agitada y cantarina vida.

Sloane observó los gestos de Suzanne, el brillo de sus ojos y la forma en que su sonrisa recibía el nuevo día.

—Quieres que caminemos por la orilla?

Suzanne se volvió hacia él. Sus ojos estaban llenos de alegría.

—¿Mojar los pies y jugar con las piedras y las caracolas?

—¿Volver a la casa y sacrificar el baño a cambio de una ducha caliente? —propuso Sloane, siguiendo el juego.

Suzanne rió y tomó su mano.

—Cobarde —dijo--. Un buen baño en el agua fría y un buen desayuno —sonrió—... Es lo que necesitamos para empezar el día —sus ojos brillaron de humor—... Tonto el último —pero no pudo correr, pues Sloane la agarró y la cargó sobre sus hombros—... ¡Sloane! ¿Qué haces? ¡Suéltame!

El agua estaba fresca, no fría, y definitivamente deliciosa. El desayuno vino después de una ducha caliente y compartida.

Las cosas fueron luego muy rápidas. El oficiante había regresado, dispuesto a iniciar otra ceremonia. Georgia y Trenton estaban completamente felices con la noticia. El gerente del hotel no tuvo ningún problema en preparar un festín para cuatro.

Suzanne soltó una gozosa exclamación cuando Georgia sacó un vestido de novia color marfil de su armario y se lo tendió. Era el plan de emergencia previsto por Sloane. Evidentemente no faltaba el velo ni los zapatos de raso.

Suzanne acarició la tela exquisita de satén.

—Es precioso —y la talla era perfecta—. ¿Tú has ayudado?

Georgia negó con la cabeza.

—Te juro que lo hizo solo.

—¿No vas a preguntarme si tengo dudas?

—No hace falta —dijo su madre suavemente_, Sé que mi hija no iría a casarse si tuviera dudas de algún tipo.

No, pensó Suzanne, contemplándose en silencio mientras arreglaba su maquillaje y se recogía el pelo.

A las once, terminó de ajustarse el velo y se miró en el espejo del baño.

—Estás impresionante —dijo Georgia con una sonrisa trémula.

—No se te ocurra llorar —le advirtió Suzanne sonriendo a su vez—, O yo lloraré también y tendremos que maquillarlos de nuevo y llegaremos tarde. Y Sloane enviará a su padre a buscarnos, y organizará un escándalo —sus ojos brillaron malévolamente_. No quiero ni imaginar la escena, todos llorando, incluido el sacerdote. Tampoco queremos que esta ceremonia tan presurosamente organizada aparezca como un rapto a ojos de alguien que alerte a la prensa. ¿Te imaginas lo que escribirían en las revistas de cotilleo?

La boca de Georgia volvió a temblar mientras tomaba la mano de su hija y la apretaba con gratitud.

—Sería impensable.

Habían retirado las mesas de un extremo del restaurante y colocado un elegante arco de flores exóticas bajo el cual esperaban los hombres. Habían colocado una alfombra roja entre las filas sin invitados y la música escapaba de algún oculto lugar.

Suzanne tomó aire, sintió el apretón cariñoso de su madre que la llevaba del brazo y comenzó a avanzar lentamente hacia el lugar donde esperaba Sloane.

Padre e hijo eran similares en peso y estatura, ambos elegantemente vestidos y ambos giraron casi al tiempo para mirar a las mujeres de su vida.

Suzanne sintió que el tiempo se detenía. Sus ojos se encontraron con los de Sloane y allí permanecieron, mientras el resto del mundo se disolvía.

La expresión de aquellos ojos hablaba de un amor tan completo, que Suzanne dejó de respirar, a punto de tropezar ante la admiración y dulzura de su sonrisa.

Cuando llegó a su lado, Sloane le tomó la mano y se la llevó a los labios para besar cada dedo, haciendo que el tiempo se detuviera de nuevo.

Apenas se fijó en que Georgia se había colocado a su lado y sólo recuperó la atención cuando el oficiante inició las palabras que les convertirían en marido y mujer.

—Puede besar a la novia.

Sloane levantó el velo con cuidado y tomó su rostro con las manos para besarla.

Después, brindaron con champán, posaron para el fotógrafo que había permanecido en el hotel, tomaron asiento en una mesa bellamente dispuesta, y disfrutaron de una comida exquisita seguida de una tarta nupcial deliciosa que precisó más champán y nuevos brindis de felicidad. Después, tomaron café.

En cuestión de bodas, aquella debía de ser la más íntima y discreta de la historia, se dijo Suzanne mientras se despedían de los padres, daban las gracias al personal del hotel y se dirigían al bungalow.

Por desgracia, el fin de semana romántico estaba a punto de terminar, pues el barco dejaba la isla en menos de una hora y tendrían que regresar a Sydney.

Una vez dentro de su villa, Sloane le tomó las manos y la acercó a él.

—No tenemos tiempo para eso —dijo Suzanne con una risa ahogada por los besos.

—Depende de qué sea «eso» —bromeó Sloane, besándola en la comisura de los labios y mordiendo su labio inferior.

Un gemido escapó de la garganta de Suzanne, que abrió la boca para facilitar una posesión completa.

Tardaron mucho en separarse y cuando lo hicieron, los ojos de Suzanne parecían brumosos de deseo.

—Creo -dijo con un temblor— que debemos hacer las maletas.

Sloane sonrió.

—Cambiarnos estaría bien, pero no hace falta hacer las maletas —le besó la sien y permaneció con los labios pegados a ella—. Nos quedamos aquí.

—¿Qué dices? Tenemos que trabajar mañana —abrió los ojos—. Y tú debes de tener algún juicio —su voz se hizo un susurro—. No es posible.

Sloane se alejó para vigilar su expresión con divertida languidez.

—Sólo tuve que hacer unas llamadas.

—Pero no puedes...

—Lo he hecho.

—Mi trabajo...

—Está asegurado —rió Sloane—. No hay problema.

Suzanne tomó aire y lo soltó para calmarse.

—¿Qué les has dicho?

Sloane le acarició el cuello antes de hablar:

—La verdad —dijo—. Y tienes una semana de vacaciones, además de la bendición de tus jefes.

Era cierto que su trabajo podían hacerlo entre sus compañeros. Pero Sloane era otra cosa.

—¿tú?

—Yo he planeado esto con tiempo —declaró Sloane y se encogió de hombros—. He pedido unos cuantos favores, y renunciado a algunos casos.

—Cuánto tiempo?

No podía ser más de un día o dos.

—No me esperan hasta el viernes.

Suzanne deseó abrazarlo y besarlo al mismo tiempo.

—Te quiero -dijo con pasión—. Y más tarde, te demostraré cuánto.

—Promesas?

Suzanne le dedicó una sonrisa amplia.

—Oh, sí, claro que son promesas —dijo—. Pero ahora tenemos que cambiarnos e ir a despedir a Georgia y Trenton.

La boca de Sloane se curvó sensual y burlonamente.

—¿Y luego?

—El día de la boda de una chica es algo muy especial —Suzanne lo miró con perversidad—. Algo para recordar toda la vida —alzo la mano y contó—. Está el champán, el vals, el ramo de la novia —el humor hizo más azules sus ojos—. Has planeado la primera mitad del día. ¿Me dejarás hacer la segunda a mi manera?

Sloane tomó sus manos y las besó antes de soltarla.

—Supongo que sí.