Capítulo 7

 

EL BARCO llevó a los invitados de la boda, junto con un fotógrafo y un sacerdote, todos ellos con credenciales para asegurar que ningún miembro de la prensa rosa se había colado entre los invitados.

Suzanne no pudo menos que admirar la determinación de Trenton de lograr que su boda resultara un asunto privado.

Los recién llegados tenían tiempo de instalarse y cambiarse, comer juntos y dar un paseo por la isla antes de la ceremonia al aire libre que se celebraría por la tarde.

Trenton y Sloane se unieron a sus invitados en el restaurante mientras Georgia y Suzanne comían juntas en el bungalow de la primera.

De esa manera tendrían tiempo de sobra para peinarse, arreglarse y vestirse, además de estar juntas y solas un rato más.

Georgia estuvo lista antes de tiempo. Su aspecto era impresionante a pesar de un incipiente nerviosismo. Suzanne tuvo que tranquilizarla de nuevo y abrazarla antes de ponerse el vestido azul que había elegido para la ocasión.

Se había comprado unas sandalias a juego y decidió dejarse el pelo suelto. Añadió un chal beis y se maquilló lo mínimo, sólo los ojos y un poco de rosa pálido sobre los labios.

Entonces, echó un vistazo al reloj.

—Ya es hora —sonrió a su aprensiva madre—. ¿Estás bien? —no parecía muy convencida, pero Suzanne sabía que era el temor a enfrentarse a sus invitados lo que la paralizaba y no las dudas sobre su matrimonio.

Georgia sonrió débilmente.

—Dentro de media hora estaré muy bien.

Suzanne se acercó a su madre y la tomó del brazo.

—Pues vamos allá de una vez.

Caminaron juntas hasta el vestíbulo del hotel. Habían dispuesto una carpa en el jardín, con tres filas de sillas para los invitados y una alfombra roja que llevaba hasta el lugar donde Trenton esperaba con el sacerdote, bajo un arco decorado con flores.

Sloane los esperaba en la entrada y Suzanne sintió que se quedaba sin habla ante la sonrisa cálida, lenta, que le dedicó el hombre antes de tomar la mano de Georgia y acompañarla entre las filas de invitados puestos en pie.

Suzanne los siguió y al llegar al arco de flores donde esperaba el oficiante, se puso junto a Sloane, mientras Trenton daba la mano a su futura esposa.

Un sol glorioso, una brisa suave, un grupo de amigos y parientes cercanos y una isla de ensueño, 6qué más podía pedirse para una celebración?

Nada, pensó Suzanne ante la expresión radiante de Georgia, y no pudo evitar un sentimiento de envidia, mezclado con la alegría por la felicidad de su madre.

Georgia estaba guapísima y parecía mucho más joven que los cuarenta y siete años que tenía.

Cuando el oficiante comenzó a entonar la letanía del matrimonio, respondió a las preguntas con voz clara y Trenton la siguió con similar determinación. Su beso al terminar la ceremonia, increíblemente tierno, llegó al corazón de Suzanne, ya agitado por todo lo sucedido.

Fue inmediatamente a felicitar y abrazar a la pareja, observando entre sus propias lágrimas, los ojos húmedos de su madre.

Sloane se acercó a Suzanne e, inesperadamente, la besó, breve pero intensamente, ignorando la mirada de sorpresa y censura de la joven.

Su sonrisa no mostraba la menor disculpa, y Suzanne permaneció a su lado, anclada junto a él, mientras saludaban y besaban a los invitados, compartiendo comentarios sobre la felicidad de la pareja.

La caída del sol hizo que todos pasaran al salón interior y fue el momento de la conversación y las sonrisas. De hecho, Suzanne sonrió tanto, que los músculos faciales empezaron a dolerle.

—Lo estás haciendo muy bien —le susurró Sloane mientras Suzanne daba un trago de champán.

—Gracias. Estoy preparada para la vida social.

—Y no se te escapa una.

Suzanne le dedicó una mirada directa.

—Igual que a los demás. Mientras hablamos, se están llevando a cabo grandes negocios y grandes dramas. Observa a dos de los hombres de negocios más importantes del país. Algo preparan —sus ojos brillaron malévolamente—. Sus respectivas acompañantes, bajo su apariencia sofisticada, llevan una lucha a muerte por mostrar cuál de las dos se ha gastado más en la ropa.

—Las acompañantes son segunda y tercera esposa, respectivamente —corrigió Sloane mientras Suzanne ladeaba la cabeza con interés.

—¿Sandrine Lanier y Bettina...? —alzó la ceja con curiosidad—. ¿A quién se le ha ocurrido casarse con Bettina?

Sloane besó levemente su sien.

—No te sienta bien el cinismo.

—Ah, pero puede ser muy divertido en el entorno apropiado —declaró solemnemente Suzanne.

—Sandrine lucha por ser la esposa perfecta.

Era verdad. La antigua actriz era una mujer encantadora y se dedicaba a causas sociales de forma incansable. Era además una excelente anfitriona, dispuesta siempre a entretener a los amigos y socios de su marido. Michel Lanier era un hombre afortunado.

Bettina, por el contrario, era una especie distinta. La rubia llena de glamour había frecuentado todos los lugares de la alta sociedad a los que Suzanne había acudido con ella. Y no había perdido ninguna oportunidad de flirtear abiertamente con él, ignorando la presencia de Suzanne. Lo cierto era que coqueteaba con todo macho con dinero que pasara cerca.

—¿A quién ha elegido Bettina? —pues nadie podía dudar de que ella eligiera.

—Frank Kahler. Se casaron hace dos semanas.

No necesitaba preguntar.

—Fuiste a la boda -dijo.

—Sí —la sonrisa de Sloane mostraba la ironía hacia una celebración que había sido demasiado exagerada para ser considerada de buen gusto.

¿Qué excusa habría dado para justificar su ausencia?

—Estabas en Brisbane con tu madre.

Suzanne miró sus ojos brillantes y dejó que su mirada descendiera por las mejillas hasta los labios sensuales y la firme barbilla.

—Lógico, dadas las circunstancias, ¿no crees?

Muy lógica asintió Suzanne sin hablar.

—Podrías haber dicho que nuestra relación había terminado.

—¿Y por qué iba a hacer eso?

—Porque así era. Así es.

-No.

—Qué quiere decir no?

Se inclinó y la besó en los labios, ligeramente. Después la miró con sus ojos tan oscuros, que Suzanne perdió momentáneamente el hilo.

El corazón empezó a latirle con fuerza, hasta que tomó aire y lo expulsó despacio para volver al mundo real.

—¿En serio creías que iba a conformarme con la explicación que me diste? —preguntó Sloane y vio cómo sus ojos se dilataban con algo parecido al temor, rápidamente controlado.

—No te pareció posible, claro está, que me diera un ataque repentino de celos ante el número de tus admiradoras y decidiera largarme?

Sloane enseñó sus blancos dientes en una sonrisa de lobo.

—¿Un ataque de celos? Lo dudo mucho, querida.

—Por qué?

Los ojos de Sloane se hicieron más negros y algo que Suzanne no supo definir se movió en ellos.

—No es tu estilo, Suzanne.

Claro que no lo era. Ni era una mujer que actuara por impulsos.

—Tampoco la nota era tu estilo —continuó Sloane en un tono peligrosamente suave.

—Pero ya sabes por qué me fui —se defendió Suzanne.

—Cualquiera que fuera el motivo, estuvo mal.

—Sloane, Suzanne, os necesitamos para las fotos

—la voz profunda de Trenton los interrumpió, y Suzanne tuvo que hacer un esfuerzo para olvidar la conversación y sonreír al fotógrafo.

El hombre era un profesional y sabía lo que quería. De manera que les llevó un buen rato colocarse y tomar las actitudes requeridas. La cámara no mentía y Suzanne pensó que deberían haberle dado un premio por su papel de la enamorada prometida del hijo del recién casado.

Después, empezaron a circular bandejas de entremeses y aperitivos mientras el champán corría. La música acompañaba las conversaciones que se iban haciendo más encendidas.

—Sloane, qué alegría verte, querido.

Suzanne se dio la vuelta ante la ronca y femenina voz y preparó una sonrisa para la tercera esposa de uno de los amigos de Trenton.

—Bettina —saludó Sloane—. ¿Conoces a Suzanne?

La risa de Bettina era lo más parecido a una campanilla que Suzanne había escuchado.

—Claro que sí, cielo.

Una gatita, pensó Suzanne. Una gata muy sofisticada y culta. Con una minifalda de escándalo y una chaqueta moderna demasiado ajustada. El cabello y el maquillaje eran sencillamente perfectos, las uñas una obra de arte, y las joyas que llevaba encima debían costar una fortuna. Una mujer aburrida y amante de las aventuras frívolas.

—Qué idea tan graciosa casarse en una isla —puso la mano impecable sobre el brazo de Sloane y agité las pestañas—. Bailarás conmigo, ¿verdad? —hizo una mueca mimosa—. A Frank no le gustan las fiestas.

Frank Kahler era un hombre trabajador, serio y rico, reflexioné Suzanne y sintió cierta piedad por el hombre entrado en años cuyo dinero y prestigio había ambicionado Bettina.

—No creo que Suzanne quiera compartirme —declaró Sloane con una sonrisa soñadora.

—Oh, tesoro, claro que tienes que bailar con Bettina

—dijo Suzanne con reproche coqueto y sus ojos brillaron sensualmente—. Al fin y al cabo, me tocará a mí llevarte a casa.

Sloane le tomó la mano y besó sus dedos.

—Desde luego —entonó dulcemente.

Oh, era bueno. Un gran actor. Casi parecía sincero. Aunque no debía olvidar que ella también estaba fingiendo.

—Me gustaría otra copa de champán —Bettina lanzó una mirada llena de coquetería a Sloane—. ¿Puedes traerme una?

«Interesante», se dijo Suzanne, pensando que el truco era viejo. Los ojos de Sloane brillaron y Suzanne encontró cierto placer en decirle:

—Yo también quiero una copa. Gracias, querido —el énfasis era leve, pero reconocible.

—Es guapo, ¿verdad? -dijo Bettina suspirando cuando Sloane se dio la vuelta para buscarles la bebida.

Ya empezaba.

—Sí -dijo la joven, esperando el momento en que Bettina lanzara el puñal.

—Sloane vino solo a mi boda. ¿Estabas enferma o algo así, querida? —se le hizo un hoyuelo en la mejilla aunque no había ironía aparente en su pregunta—. Por un momento, pensé que ya no estabais juntos.

Suzanne odiaba mentir, pero no pensaba dar la menor satisfacción a Bettina contradiciendo la historia de Sloane.

—Estaba en Brisbane con mi madre.

—Vaya golpe —los ojos verdes de la mujer se estrecharon—. Madre e hija saliendo con padre e hijo.

—¿Verdad? —la sonrisa de Suzanne era perfecta y parecía completamente feliz.

—¿Debió ser difícil conseguirlo?

—¿Imposible, verdad, que Georgia y Trenton se enamoraran sinceramente? —Suzanne habló con el mayor encanto y calma.

—Oh, vamos, Suzanne, nadie se enamora sinceramente de un hombre acaudalado. Llevarles al matrimonio exige siempre la más cuidada estrategia.

—Manipulaciones, quieres decir? —en el juego social no había reglas, y aunque odiara entrar en el juego, no pensaba dejar la victoria a Bettina—. ¿Así lograste cazar a Frank?

—Satisfago sus necesidades.

Suzanne se hizo merecedora de un premio a la interpretación cuando señaló el reloj de diamantes en la muñeca de Bettina.

—Y claramente hay recompensa. Quizás debería probarlo.

—Qué deberías probar?

Suzanne giró para encontrarse con la mirada indolente de Sloane. Aceptó la copa de champán mientras le tendía otra a Bettina.

—Bettina y yo hablábamos de cómo satisfacer las necesidades de un hombre —sus ojos brillaron con deliberada frivolidad—. Mi coche ha estado jugándome malas pasadas, querido. Me apetece un Porsche. Negro —hizo un pequeño gesto infantil y se llevó un sugerente dedo a los labios henchidos en un puchero—. ¿Podríamos negociarlo? Más tarde...

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando Sloane le tomó el dedo, se lo llevó a los labios y lo besó antes de soltarlo. Sus ojos reflejaron una pasión poco disimulada.

—Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo

¿Qué estás haciendo?, dijo una voz en el interior de Suzanne. ¿No ves que juegas con fuego?

—¿Parece que estáis pensando en casaros pronto?

—Los planes de Georgia y Trenton se han antepuesto a los nuestros —informó Sloane a Bettina, provocando su risa frívola.

—Pues no esperes mucho, querido. Más de una estaría encantada de sacar a Suzanne de la competición.

Los ojos de Sloane adquirieron un brillo extraño y Suzanne pudo sentir cómo se tensaba todo su cuerpo.

—Si alguien hiciera tal cosa, tendría que vérselas conmigo —su voz era dulce, pero latía en ella una amenaza que no pasó desapercibida.

—Figurativamente hablando, querido. No sé qué habías pensado.

La expresión de Sloane no cambió.’

—Me alegra oírlo —sus ojos lanzaban llamas—. Tomaré muy en serio cualquier amenaza, deliberada o frívola.

El sentido de sus palabras era evidente y Bettina pestañeó nerviosamente.

—Claro —bebió un trago y sonrió ampliamente—. Si me perdonáis, debo volver con Frank.

—No te has pasado un poco?

La mirada de Sloane seguía siendo dura cuando miró a Suzanne.

—No.

Esta abrió la boca, pero un beso intenso se la cerró.

—No discutas.

 

Estar con todos y con nadie era un arte social y Sloane un maestro en su ejecución. Circularon entre los invitados, preguntando por la familia o los negocios, recordando o bromeando en el tono adecuado con cada cual.

Sirvieron la cena a las siete. Habían dispuesto las mesas en un cuadrado, para que todos se vieran, y los platos, además de abundantes, fueron soberbios.

Hubo dos discursos: en el primero, Sloane felicitó a su padre y dio la bienvenida a Georgia a la familia. Después, Trenton dijo unas palabras en respuesta.

La tarta nupcial era una obra de arte, un trabajo complejo con flores de helado tan perfectas, que daban ganas de tocarlas para comprobar si eran auténticas.

Lo cortaron, aplaudieron y Sloane probó del suyo para después ofrecerlo a Suzanne, en un gesto tan sensual que ésta tuvo que responder, para alegría de la audiencia y desconcierto propio.

El beso que siguió fue otra cosa. Provocador, dulce, y tan sentido que Suzanne tuvo que contenerse para no lanzarse a sus brazos y perder la cabeza.

Cuando Sloane se apartó, Suzanne lo miró con dolor reflejado en los ojos y vio en los suyos algo que parecía melancolía, pero que se borró al instante.

Trenton y Georgia abrieron el baile.

—Nosotros seguimos —dijo Sloane y se puso en pie, tendiéndole la mano.

Aquello era muy peligroso, pensó Suzanne mientras se dejaba abrazar. Era como volver a casa. Era la gloria. Su cuerpos casaban a la perfección y Suzanne supo que en su interior latía algo sobre lo que tenía poco control.

Sexualidad. La más encendida sexualidad. Una alquimia poderosa. Si el amor era un río, aquellas aguas eran profundas y peligrosas. Llenas de rápidos.

Suzanne no podía ocultarse su respuesta y, apretada contra él, tampoco pudo ignorar la de Sloane.

Resistió la tentación de besarlo y sus ojos se llenaron de bruma cuando Sloane le acarició la sien con los labios. La joven oyó la risa de u madre y las dos parejas hicieron una pausa y reanudaron el baile tras el cambio.

—Es una boda preciosa —comentó Suzanne mientras bailaba un vals con Trenton. Otros invitados se unieron a ellos en la pista.

—Georgia es una mujer hermosa. Por dentro, que es lo que cuenta -dijo Trenton con amabilidad—. Como tú.

Era un halago lleno de encanto.

—Gracias.

—Te prometo que cuidaré de ella.

—Ya lo sé —y era cierto—. Y también sé que vais a ser muy felices juntos.

Dieron otra vuelta a la pista y después Sloane reclamó a su pareja. Siguieron otros y durante la hora siguiente, Suzanne bailó con casi todos los invitados varones.

Bettina lo dispuso todo para lograr bailar con SIoane. Suzanne observó sus maniobras y tuvo que reconocer su habilidad.

A ojos de los demás, no era más que una invitada alegre, y nadie podría decir nada de ella que no fuera que parecía divertida y estaba muy guapa. Pero a los ojos más atentos de Suzanne, no escapaba la mirada lasciva de sus ojos verdes, los gestos deliberadamente casuales con que rozaba la pechera de su pareja con sus senos operados y generosos, la invitación de aquellos labios rojos, y tuvo que hacer un esfuerzo para no darle una bofetada.

¿Cuánto duró aquello? ¿Tres o cuatro minutos? Suzanne sintió que eran eternos hasta que Sloane se las arregló para volver a su lado.

Se situé entre sus brazos con cierta rigidez y apartó la cara cuando Sloane fue a besar su mejilla.

—Bettina —murmuró Sloane con asombroso acierto.

—Qué perceptivo eres.

—Es un rasgo personal —sonrió el hombre—. ¿Sabes que cuando te enfadas parece que echas humo?

¿Humo? Deseó pegarle.

—No me digas?

Cuál de los dos querías matar?

—A Bettina —declaró Suzanne con vehemencia y le oyó reír.

—Pero no te das cuenta de que es una tontería?

—Ten cuidado —le advirtió Suzanne—. Todavía no me he calmado.

Se dejó ir contra él y oyó el latido de su corazón, sintió la fuerza de su cuerpo y decidió disfrutar del momento. Después fue a charlar con su madre y se re- tiró al baño de señoras para refrescarse.

Cuando regresó, la mayor parte de los invitados se habían sentado a charlar en las mesas y Sloane estaba enfrascado en una conversación con el marido de Bettina, Frank. Suzanne aprovechó para salir a la terraza a tomar el fresco.

En aquella época del año, el clima de las islas era perfecto. Días soleados y cálidos, noches suaves y poca lluvia. Ideal para los que vivían en el sur, sometidos a inviernos crudos y a vientos huracanados que recorrían las avenidas de las ciudades grises.

En dos días, Georgia estaría en París, la ciudad de los amantes, con su hermosa arquitectura y sus impresionantes colecciones de arte. Buena comida, alta costura y perfecta compañía. Suzanne volvió a sentir envidia, ella que había soñado tanto con París.

Pero no era del todo cierto. Siempre había objetivos en la vida, algunos por los que valía la pena luchar y otros meras ilusiones. Había que luchar por los sueños, pero sin perder de vista la realidad.

Y en aquel mundo había también avaricia y egoísmo, lo que era deplorable, además de superficialidad y arrogancia. Y había personas que luchaban por ello con ahínco. Y veían cómo los sueños morían, el amor era destruido, las vidas se perdían o corrompían en la persecución de la riqueza y sus placeres.

Un estremecimiento recorrió su delgada espalda. Ella había probado ese mundo, había sentido su frío aterrador y había elegido apartarse. ¿Había acertado ocultando la verdad a todo el mundo? Sus dudas emergieron de pronto con fuerza.

—¿Quieres estar sola o estás huyendo?

Suzanne se puso recta al oír la voz de Sloane y no se movió cuando le rodeó la cintura para abrazarla por detrás.

—Ambas cosas —reconoció.

—¿Quieres contármelo?

Se mordió el labio al oír la tierna pregunta. ¿Compartir con él sus más profundos pensamientos? Eso sí sería peligroso.

—Prefiero no contarlo.

Sintió cómo la barbilla de Sloane se apoyaba en su cabeza.

—Eres consciente de que voy a insistir? Sí, lo haría. Pero no inmediatamente.

—¿No deberíamos entrar?

—He salido a buscarte —dijo Sloane—. Georgia y Trenton piensan retirarse pronto.

—Ya? No sé que hora es.

—Son las doce.

Cómo había volado el tiempo.

—El tiempo vuela cuando te diviertes —dijo Suzanne en tono frívolo y sintió un temblor cuando Sloane deslizó una mano por su cintura y la acarició lentamente.

Sabía que les podían ver desde el salón.

—No lo hagas —dijo.

—Pues vamos dentro a despedir a nuestros padres respectivos.

Alejarse de la tentación, eso era. Pero no por mucho tiempo. Tarde o temprano volverían a la habitación que compartían. ¿Qué pasaría entonces? No podría resistir el éxtasis de una noche de amor, seguida de la agonía de una separación definitiva.

Sin una palabra, se liberó de su abrazo y se dirigió al salón.

—Oh, estás aquí, cariño —le dijo Georgia al verla—. Trenton y yo pensamos marcharnos pronto —se acercó y abrazó a su hija—. Ha sido una fiesta espléndida, ¿verdad?

—Una maravilla —asintió Suzanne tomando las manos de su madre.

—Hemos quedado con los invitados en vernos a las nueve para un desayuno con champán. Os esperamos, claro está.

—Claro, mamá.

—Y ahora vámonos de aquí -declaró Trenton mirando a su mujer con apasionamiento.

Las mejillas de Georgia estaban encendidas y sus ojos azules brillaban de gozo.

Trenton dio las buenas noches y sacó a su mujer de la fiesta sin más contemplaciones.

—Quieres un café? —preguntó entonces Sloane.

—Por favor —asintió Suzanne y al momento se reunió con ellos Bettina que estaba llevando el acoso un poco lejos para el gusto de la joven

—Frank quiere acostarse, pero los demás hemos pensado dar un paseo por la playa y quizás darnos un baño. ¿Os venís?

¿Para contemplar las espléndidas formas de Bettina a la luz de la luna, volviendo loco a más de uno?

—Gracias, pero no -dijo Sloane, dulcificando la negativa con una sonrisa amable—. Tenemos otros planes.

—¿Una fiesta?

—Para dos —respondió Sloane con objetividad, mientras dejaba la taza de Suzanne en una mesa cercana y luego agarraba su mano—. ¿Nos perdonáis?

—Deberíamos —protestó Suzanne débilmente—... despedirnos de los invitados.

—Lo haremos. Rápidamente.

—Y no se extrañaran de que huyamos de esta forma?

—¿Quieres quedarte?

No. Pero tampoco quería volver al bungalow. Y desde luego no quería darse baños de luna con Bettina.

—No.

Diez minutos más tarde, estaban en su bungalow. Suzanne lo miró mientras se quitaba la chaqueta, la dejaba en una silla y se soltaba la corbata y los primeros botones de la camisa.

Después, fue al frigorífico, abrió una botella de champán fría, sirvió dos copas y le tendió una. Antes de beber un trago, rozó su copa con la de Suzanne en un brindis silencioso.

Suzanne estaba tensa, consciente de cada uno de sus gestos. La atracción que sentían se había apoderado de la escena y despertaba un ansia profunda en su interior.

Casi podía sentir la sangre circulando en sus venas, el temblor de su piel despierta y el calor que iba creciendo en su cuerpo.

Imaginar cómo sería estar entre sus brazos la excitaba y paralizaba a un tiempo. Un mes sin él había sido una eternidad, un desierto de noches en que despertaba aterida por el deseo y por la soledad. No era capaz de resistir otra prueba como aquélla.