3
El desván oculto
VLAD se dio la vuelta en la cama y se frotó los ojos. Con cuidado de no pisar a Henry, que todavía roncaba en el suelo dentro de su saco de dormir, atravesó la habitación, cerró la puerta tras él y entró en la biblioteca. De la repisa más cercana cogió un ejemplar de Teoría y práctica de la telepatía y bajó las escaleras, donde el aroma a sangre fría y beicon frito le dio la bienvenida. Hum... el desayuno de los campeones. La tía Nelly estaba frente a los fogones y se giró justo cuando él tomaba asiento ante la larga mesa de listones de madera.
—Buenos días, mi sol.
Vlad la miró sorprendido.
—Buenos días, ácido sulfúrico.
—¿Cómo dices?
—Bueno, ¿te parece bien llamar a un vampiro «sol»?
—Oh, perdona. —Dejó frente a él un vaso lleno de un líquido frío y rojo que Vlad se bebió mientras ella tamborileaba con los dedos sobre el libro—. ¿Ocurrió algo interesante?
Vlad se pasó el dorso de la mano por la boca, manchándose la piel de un rojo borgoña.
—Más o menos. Anoche leí la mente de una persona. Era alguien a quien no conozco.
Nelly se sentó frente a él y dio un sorbo a su café.
—Creía que solo podías leer los pensamientos de Henry.
—Y yo. —Se rascó la barbilla y abrió el libro por una página cubierta con papelitos amarillos.
Nelly parecía pensativa.
—Vladimir, ¿no habrás...?
Vlad echó una ojeada a la página sin prestar mucha atención a su tía. Cuando se dio cuenta de lo que le estaba preguntando, la miró atónito.
—¡No! ¡Jamás le chuparía la sangre a nadie aposta!
—Salvo a Henry, querrás decir. —Nelly volvió a beber su café, mirándolo por encima de las gafas.
Vlad puso los ojos en blanco y se acercó el libro.
—Tía Nelly, yo tenía ocho años. ¿Por qué no lo olvidas de una vez?
—Bueno, según tú, empezaste a leer los pensamientos de Henry después de haber ingerido algo de su sangre. Así que, si no mordiste a nadie, ¿cómo es posible que escucharas sus pensamientos? —Lo dijo con tono tranquilo, pero con cierta desconfianza.
Vlad se inclinó hacia el libro y leyó varias anotaciones sobre la telepatía, teorías e ideas garabateadas en papelitos amarillos.
—Ni idea. Pero bueno, tampoco es que tenga una Enciclopedia Vampírica para consultar. De momento, solo manejo teorías.
Nelly le acercó un plato con bollitos y llenó el suyo con crujiente beicon, huevos revueltos y tostadas. Vlad cogió uno de los bollos y lo dejó en su plato mientras su tía le volvía a llenar el vaso con la sangre que necesitaba para empezar bien el día. Nelly nunca se había mostrado escrupulosa con su dieta. Era enfermera titulada y se las veía y se las deseaba para sacar sangre del hospital para él.
Ahora lo contemplaba con gran interés mientras masticaba un trozo de beicon.
—¿Y qué pasó a medianoche?
—Ni idea. Nos fuimos temprano. —Vlad se encogió de hombros. Luego, al pensar en su invitado, preguntó—: ¿Se podría quedar Henry otra noche? Sus padres no volverán hasta el lunes por la tarde.
—Mientras os las arregléis para ir al instituto el lunes por la mañana...
Como si la mera mención de su nombre lo hubiera despertado, Henry apareció bajando las escaleras y entró en la cocina con el pelo de la coronilla hacia arriba y una sonrisa de satisfacción. La tía Nelly le colocó delante un plato vacío, terminó su beicon y besó a Vlad en la frente.
—Hasta luego, chicos. Hoy tengo turno doble.
Pensativo, Vlad pasó un dedo por el borde de su vaso.
—Eh, Nelly, tenemos que hacer un árbol genealógico para la clase de historia. ¿Me podrías echar una mano?
Su tía revolvió el pelo de Henry al pasar por su lado camino de la puerta.
—¿Has mirado en el desván? Sé que tus padres guardaban varios álbumes de fotos allí arriba. Te serán de más ayuda que yo. —Vlad se la quedó mirando como si no supiera de qué hablaba. Nelly suspiró—. De verdad, Vladimir, ¿llevas viviendo aquí tres años y aún no sabes nada del desván oculto? ¡La puerta está a unos centímetros de tu cama, por amor de Dios! Yo creía que los vampiros teníais una intuición ultrasensible.
Vlad se encogió de hombros y cogió otro bollo.
—¿No crees que si tuviera esa intuición que dices me iría mejor en mates?
Nelly gruñó.
—Esperemos que eso sea el próximo poder que desarrolles.
La puerta se cerró y Vlad y Henry se quedaron solos para el resto del día.
Terminaron de desayunar y se pusieron cómodos delante de la televisión. Estuvieron viendo dibujos animados y salvando al mundo con la PlayStation hasta que la mañana se convirtió en tarde. Henry ya le había ganado dos veces en Race to Armageddon, pero en la tercera partida, Vlad le sacaba ventaja. El premio, por supuesto, era riqueza y gloria, combinadas con el estatus divino de haber sido el androide que derrotara al terrible rey alienígena. Pero justo cuando Vlad blandía su espada láser para acabar con el monarca extraterrestre, Henry le dio al botón de turbo e interceptó el golpe con otro de los suyos. Vlad soltó el mando con un gruñido.
—¡Este juego se me da fatal!
—Sí, pero puedes volar. En algo te tengo que ganar. —Henry dejó su mando en el suelo, junto al de Vlad, y cogió su lata de refresco. El suelo frente a los pufs era un campo de batalla regado de bolsas de patatas y envoltorios de caramelos.
Vlad negó con la cabeza.
—No vuelo, solo floto un poco.
—Volar, flotar, lo que sea... ¡mola! Además, si aprendes a ser invisible, imagina la que podrías montar en el vestuario de las chicas. —Henry alzó y bajó repetidamente las cejas y volvió a beber—. Me pregunto si podrás convertirte en algún animal, o algo así, cuando seas mayor.
Al principio, Vlad pensó que Henry bromeaba, pero cuando lo miró de reojo, se dio cuenta de que su amigo, generalmente bromista, hablaba muy en serio. Negó con la cabeza.
—Qué tontería.
—Piénsalo bien. En todas las historias antiguas y en las leyendas, los vampiros se convierten en murciélagos, lobos, incluso en niebla y cosas así. —Henry se encogió de hombros y fijó la mirada en la alfombra que había entre los dos—. Es posible.
Vlad manejó el mando con el pulgar e intentó no sonar demasiado intrigado. Hacía tiempo que él también se preguntaba lo mismo.
—Quizá, pero no soy un vampiro puro. Mi madre era humana, ¿recuerdas?
Henry habló con voz queda y lo miró con expresión seria.
—Seguro que los echas mucho de menos.
—Todo el rato. —Contuvo la respiración durante unos segundos y luchó contra las repentinas lágrimas que se acumulaban en sus ojos. No había un momento en que no pensara en su padre y en el brillo amable de sus ojos, o en el modo en que su madre lo besaba en la cabeza siempre que lo tenía en su radio de acción. Aquellos tres años sin ellos habrían sido imposibles de soportar sin Nelly. No importaba que en realidad no estuvieran emparentados. Nelly y su madre habían estado más unidas que muchas hermanas y eso, a ojos de Vlad, convertía a Nelly en familia.
—Murieron de una forma muy extraña. —Henry desenchufó su mando y enrolló el cable alrededor.
—Sí. Normalmente la gente no entra en combustión espontánea. —Vlad hablaba con tono desenfadado, pero en el fondo deseó que Henry cambiara de tema. Cogió su mando y se acercó para pulsar el botón de «reset» de la consola—. Vamos a jugar otra partida, pero esta vez yo seré el androide azul.
—Tengo hambre.
Según parecía, Vlad no era el único con la habilidad para leer mentes ajenas.
—Hay pollo frito en la nevera.
Henry desapareció en la cocina y volvió un momento después con un plato de pollo entre las manos y un muslito entre los dientes.
—Me guzta eh poho de Nehy.
Vlad arrugó la nariz y controló las náuseas que le provocaba el olor a carne cocinada.
—Hablando de Nelly... me voy a poner con lo del árbol genealógico. Si saco otro sufi en historia me va a matar. ¿Cuándo hay que entregarlo?
—El viernes. —Henry dejó un hueso limpio en el plato y miró a Vlad—. ¿Cuánto llevas hecho?
Vlad alzó las cejas y resopló.
—¿Escribir mi nombre en la primera página cuenta?
—Creo que no.
—Da igual. Eso tampoco lo he hecho todavía.
No tardó mucho en encontrar la puerta del desván. Cogió una linterna de su armario y franqueó la puerta el primero, con Henry siguiéndolo de cerca. Las estrechas escaleras ascendían pegadas a la pared y luego giraban, conduciéndolos hacia el desván. Arriba, Vlad extendió un brazo con la esperanza de palpar una cuerda que encendiera alguna bombilla que colgara del techo cerca de donde estaba. Dio con ella, tiró y una suave luz iluminó la habitación.
Henry arrugó la nariz.
—Tronco, ¿por qué huele a pis de gato?
—¿Te refieres a tu aliento?
—No me obligues a traer el agua bendita, tío.
Había cajas apiladas y alineadas contra las paredes. Vlad cogió una de las cajas y la dejó sobre el suelo, a los pies de Henry. Cuando se disponía a mover otra, su amigo le preguntó:
—¿Qué estamos buscando exactamente?
—Álbumes de fotos y certificados de nacimiento. Y si tenemos suerte, un árbol genealógico. —Vlad bajó otra caja, se agachó y rompió la cinta carrocera que la mantenía cerrada. En la parte superior no parecía haber nada de interés. Formularios de hacienda y la típica carpeta llena de facturas. Pero en el fondo encontró varias cajas de zapatos llenas de fotos familiares. Las dejó a un lado y siguió buscando.
Tras registrar diez cajas, habían descubierto varios álbumes de fotos, dos estuches pequeños de terciopelo con alianzas de boda, y un libro encuadernado en piel con un extraño símbolo en la cubierta que se mantenía cerrado y de una pieza gracias a unas gruesas tiras de cuero y a dos cierres metálicos. Exhausto por la búsqueda, Vlad se limpió el polvo de las rodillas.
—Creo que con esto bastará.
Con un movimiento de cabeza, Henry se quitó una telaraña de la oreja, cargó con un montón de álbumes de fotos y desapareció tras la puerta.
Vlad avanzaba a dos pasos de él cuando divisó un cilindro que sobresalía de una cajita en lo alto de una de las pilas. Lo cogió y lo examinó. Era pequeño, no mediría más de quince centímetros, su superficie era suave y completamente negra, salvo por un extraño símbolo dorado grabado en un extremo: tres líneas en diagonal dibujadas en su base, enmarcadas dentro de lo que parecía un paréntesis. Se metió el cilindro en el bolsillo antes de apagar la luz y bajar por las escaleras en la oscuridad.
Su amigo lo esperaba en el dormitorio, pero antes de que pudiera enseñarle su curioso descubrimiento, la tía Nelly los llamó.
—Ya estoy en casa. ¿Quién quiere hamburguesas?
Los dos se precipitaron escaleras abajo, con los estómagos rugiendo, y ayudaron a Nelly a preparar la cena. Una vez pusieron la mesa y sacaron las patatas del horno, Nelly colocó sobre la mesa una botella donde se leía la palabra «kétchup». Cuando Henry se dispuso a cogerla, ella lo detuvo y le ofreció un bote diferente.
—Utiliza este, cariño. Ese es para Vlad.
Vlad se sirvió un saludable cuajaron de sangre en el plato, untó una patata frita en él y mordió el extremo. Su hamburguesa estaba cruda y la sangre que manaba de ella empapaba el pan. La cogió con las dos manos, sintiendo crecer sus colmillos ante el aroma, y le dio un mordisco. Henry observó con asco que chorreaba sangre de la hamburguesa, mientras Vlad masticaba alegremente. Aunque lo había visto comer muchas veces, todavía le revolvía el estómago.
Fuera había anochecido, pero tras la cena, los chavales salieron al porche a contemplar las estrellas que se asomaban al manto azul oscuro del cielo. Al salir, Nelly ofreció a Henry uno de esos zumos en tetrabrik con la pajita incorporada a un lado. A Vlad le dio sangre en un recipiente parecido. Disfrutaron durante varios minutos de sus bebidas y de los sonidos de la noche en ciernes hasta que Vlad dijo:
—Me pregunto a quién traerán para sustituir al señor Craig. El director no lo reemplazará durante mucho más tiempo.
Aquella era una de las miles de cosas que pasaban en aquel momento por su cabeza. Desde luego no quería que fuera la señora Bell, con su pelo azul, sus dientes puntiagudos y sus cejas igualmente picudas. Por alguna extraña razón, siempre olía a loción para después del afeitado y a relajante muscular. Lo que hacía que se preguntará qué haría aquella mujer después de clase.
—La señora Bell se encargó de la clase durante dos semanas, cuando el hermano del señor Craig murió el año pasado.
—Pero ahora no puede. Enseña a jornada completa en el instituto. —Henry había atrapado una polilla y contemplaba cómo aleteaba entre sus manos.
Vlad dio un último sorbo a su bebida y dejó el envase sobre las escaleras. Entonces recordó el objeto cilíndrico que había encontrado en el desván, lo sacó del bolsillo y se lo enseñó a Henry.
—Mira esto. Lo encontré arriba.
Su amigo soltó a la polilla y cogió el objeto que Vlad le mostraba. El joven vampiro sintió en ese momento la necesidad de cerrar la mano, pues el cilindro le había dejado una sensación extraña. Henry lo hizo girar, mientras admiraba el símbolo grabado en su base.
—¿Qué es?
Vlad lo cogió de nuevo.
—Ni idea. —Se lo metió en el bolsillo y al instante sintió como si lo arropara una manta de alivio.
Henry bostezó y estiró los brazos hacia el cielo nocturno. Tenía unos enormes y oscuros círculos bajo los ojos.
Vlad también bostezó. Dentro de unas horas serían las seis de la mañana de un día en el que tendría el engorro añadido de soportar a un profesor sustituto. Estirándose, subió las escaleras del porche y entró en la casa con la promesa de un profundo sueño descansando sobre sus pesados párpados.