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Una reunión de monstruos

VLAD se estaba echando la crema protectora sobre la cara cuando Henry llamó a la puerta del baño.

—Ahora salgo. —Se extendió un poco por la nariz hasta que toda la crema quedó absorbida y luego abrió la puerta. Henry estaba sentado a los pies de su cama con cara de pocos amigos.

—¿Así que aún estás leyendo el estúpido diario? —Echó un vistazo al libro que sobresalía de la mochila abierta de su amigo.

Vlad la cogió y lideró la marcha hacia las escaleras.

—No es estúpido.

Recorrieron el sinuoso camino al colegio sin decir ni una palabra. Cuando llegaron al aula 6, Henry rompió el silencio:

—Espero que no te hayas olvidado de alguien. —Señaló con la cabeza a Meredith, que estaba intercambiando regalos de San Valentín con sus amigas Kara y Melissa.

Parecía como si Cupido hubiera vomitado por toda la clase. Vlad torció el gesto al ver los lacitos, los corazones rojos y rosas, y los niños alados que abarrotaban las paredes. Se acercó a su pupitre y se sentó. El señor Otis entró en el aula justo tras él. No llevaba ningún disfraz. De hecho, estaba pálido y tenía mala cara. Dejó el maletín sobre su escritorio y se sentó.

Mike Brennan sostuvo en alto uno de los cupidos de papel que se habían caído y gritó desde el fondo de la clase:

—Eh, señor Otis, ¿toca hoy hablar de las hadas?

Todos los chavales rompieron a reír, pero el profesor permaneció serio. Su voz sonó áspera.

—Hoy dejaré que trabajéis en vuestras presentaciones.

Vlad se relajó en su asiento y leyó absorto el diario de su padre durante gran parte de aquella hora. Después de un rato, llegó a una anotación un tanto extraña.

21 de septiembre

Me ha bastado un año de estudio. Ahora sé que la profecía elysiana se cumple en Vlad. Será un gran hombre, de eso estoy seguro.

Vlad dio un respingo en su asiento cuando la voz del señor Otis, ronca como si estuviera acatarrado, resonó en el aula.

—Eso no parece su presentación, señor Tod. —Y con un gesto le indicó que se acercara. Vlad, tras suspirar profundamente, llevó el diario a la mesa del profesor. El señor Otis miró la cubierta durante un momento y luego hojeó sus páginas brevemente. Apretó los labios y miró a su alumno a los ojos—. Quédese después de clase.

Los minutos restantes se le hicieron eternos. El señor Otis pasó el rato con la mirada perdida sobre el escritorio u ojeando el diario de Tomas, lo que molestó profundamente a Vlad. Culpable o no, tenía derecho a algo de intimidad. Después pensó que seguramente para el profesor aquel diario no sería más que un texto de ficción, así que intentó calmar su enfado con respiraciones prolongadas y profundas, sin apartar los ojos del reloj.

Sonó el timbre y sus compañeros abandonaron el aula. Vlad se acercó a la mesa del señor Otis, listo para aguantar el chaparrón. A través de la puerta entreabierta, podía ver a Henry en el pasillo, hablando con Meredith. Ella jugueteaba enrollando un mechón de cabello en el dedo índice mientras miraba a su amigo a los ojos, luego bajaba la vista al suelo y vuelta a los ojos. Henry tenía las manos en los bolsillos y su sonrisa «marca de la casa» en los labios. Debió de decir algo gracioso porque Meredith rió y le tocó el brazo.

Vlad se estaba poniendo malo.

Entonces, como si aquella tortura no fuera suficiente, Meredith sacó una tarjeta de San Valentín de su libro de lengua y se la entregó a Henry.

El corazón le golpeaba con fuerza las costillas, como si estas fueran barrotes de hierro que lo aprisionaran dentro del pecho. La vida tenía un modo muy feo de ser cada vez más injusta.

Metió la mano en la mochila y sacó una patética caja de bombones. Frunció el ceño al ver su retorcida letra: «Para Meredith, bombones para un bombón. Vlad». Con un movimiento de muñeca, la tiró a la papelera que estaba junto a la mesa del señor Otis.

El profesor miró la caja de bombones y luego a Vlad con evidente expresión de lástima.

—Cuando estés en mi clase, Vladimir, haces lo que yo te diga. No leerás cosas que no tienen nada que ver con los deberes que os he puesto. ¿Queda claro?

El diario de Tomas estaba abierto sobre la mesa del señor Otis. Vlad retiró su atención del libro y miró a su profesor a los ojos.

—Clarísimo.

Otis bajó la vista. Su tono se suavizó bastante.

—Si no es demasiado personal, Vlad, ¿te puedo preguntar por qué vives con tu tía y no con tus padres?

—Mis padres... —Vlad tenía un nudo en la garganta. Raramente hablaba de Tomas y Mellina con nadie, ¿y por qué el señor Otis le hacía esa pregunta?—. Murieron hace tres años.

Otis se movió en la silla. Un gran peso pareció asentarse sobre sus hombros y se apoyó sobre el respaldo.

—Lo siento mucho, ¿qué ocurrió?

—Fue un accidente, un incendio en casa. —Vlad pasó su peso de un pie a otro—. ¿Por qué lo pregunta?

Otis negó con la cabeza, sumido en sus pensamientos.

—Es terrible. Seguro que los echas mucho de menos. —Se le quebró un poco la voz con algo que parecía empatía—. ¿Estabas muy unido a tu padre?

Ya estaba bien. Vlad apretó los labios y lanzó a su profesor una mirada firme.

—¿Me puede devolver el diario, por favor?

—Pero esto no es un diario, Vladimir, en realidad no. —La voz del señor Otis se había suavizado aún más hasta convertirse casi en un susurro. Acarició las páginas del libro con cariño antes de devolvérselo—. Debe tener cuidado con lo que cree, señor Tod. El mundo está lleno de monstruos con rostros amables.

Vlad cogió el diario y columpió la mochila sobre su hombro. Le hervía la sangre. Sin inmutarse, sintió que los colmillos comenzaban a arañarle la cara interna del labio inferior. Cuando llegó a la puerta, se detuvo, dio media vuelta y con cuidado de mantener los colmillos ocultos dijo:

—Gracias por el consejo, pero sé de monstruos más de lo que se imagina.

El señor Otis simplemente asintió.

Mientras abría su taquilla, miró alrededor en busca de Henry, pero no estaba por ninguna parte. Sin embargo, Meredith sí. De hecho le sonrió y se acercó a él.

—Feliz San Valentín, Vlad.

Vlad carraspeó. Aún estaba enfadado porque había estado coqueteando con su mejor amigo, pero enfadarse con chicas guapas es fácil, lo complicado es conservar ese enfado.

—Gracias, feliz San Valentín a ti también.

—No te he visto después de clase de lengua, así que le di la tarjeta que tenía para ti a Henry. —Meredith alzó la mano y enrolló un perfecto mechón castaño alrededor de su dedo.

Vlad se derritió.

—Oh... yo me he dejado la tuya en casa.

Un ligero rubor coloreó sus mejillas.

—No importa, no tenías por qué comprarme nada.

—Pero te compré una cosa. Muchas... muchas gracias. —El pasillo se estaba vaciando, lo que significaba que ya no quedaba nada para que sonara de nuevo el timbre. Vlad consiguió sonreír sin ponerse demasiado rojo—. Bueno, será mejor que me dé prisa o llegaré tarde a mates.

Meredith gruñó.

—El señor Harold es lo peor. Yo lo tengo a cuarta hora.

Vlad asintió.

—Sí, es horrible.

—Hasta luego, Vlad.

—Vale. —Cerró su taquilla y flotó por el pasillo hasta la clase de mates del señor Harold.

Vlad dio por terminada la lectura del diario por esa noche y marcó la página con un clip antes de cerrarlo. A pesar de las objeciones de Henry, había aprendido mucho de lo que su padre había escrito en él. Se incorporó y acercó la silla de jardín a una de las ventanas en arco del campanario. El pueblo de Bathory estaba extrañamente silencioso y el aire parecía cargado de cierta inquietud. Incluso los chavales góticos habían abandonado su lugar en las escalinatas del instituto aquella noche.

Apagó las velas y salió al alféizar. Contempló el pueblo desde aquella altura y sintió algo extraño. Tomas hablaba de un mundo enteramente poblado por vampiros. Y de uno en particular al que temía más que a los otros. Un vampiro empeñado en hacerle pagar su traición aniquilando a su familia. La idea de que hubiera más seres como él hizo que se estremeciera. Le parecía aterrador y emocionante al mismo tiempo. Pero además, el diario le había proporcionado todas las pruebas que necesitaba para convencerse de que sus padres habían sido asesinados.

Un sonido grave, como de voces, llegó a sus oídos. Se volvió hacia el aparcamiento del instituto, dos manzanas más allá. Dos hombres discutían en voz alta. Guardó el diario en el bolsillo de su chaqueta y descendió flotando hasta un roble cercano. Inclinó el cuerpo hacia delante y avanzó de árbol en árbol hasta que se situó sobre el tronco retorcido de un gran roble, justo encima de los dos hombres.

El señor Otis abrió la puerta de su coche. Su habitual sonrisa había sido reemplazada por un desagradable rictus. Dejó caer su maletín en el asiento delantero y se volvió al hombre vestido de negro.

—No tengo nada más que hablar contigo.

—No me trates como a uno de tus alumnos, Otis. —El hombre entornó sus ojos oscuros. Sus palabras eran niebla en el aire frío—. ¿Y Tomas?

Vlad alzó una ceja, perplejo. Ese hombre no podía referirse a su padre. Avanzó con cuidado hasta una rama, se sentó y escuchó.

—No puedo proporcionarte información que yo mismo ignoro. —Otis miró al suelo y bajó tanto la voz que Vlad tuvo que esforzarse para escuchar algo—. El crío me llevará hasta él. Necesita tiempo.

El hombre de negro dio un paso hacia delante; su cuerpo de repente se puso tenso, como anhelante.

—¿Has encontrado al pravus?

El profesor miró al hombre a los ojos con expresión obstinada.

—Sí, he contactado con Vladimir, sí.

Vlad se inclinó tanto ante la mención de su nombre que tuvo que agarrarse con una mano a otra rama o habría caído sobre el señor Otis. Eso sí que habría sido una situación embarazosa.

Tras un momento de silencio, el desconocido posó un brazo sobre el techo del coche del Otis y tamborileó con los dedos con evidente impaciencia.

—¿Por qué no me dejas leer tus pensamientos, Otis? ¿Encuentras una conexión con Tomas, tras catorce años de búsqueda por parte del Consejo, y no informas a nadie? ¿Por qué? ¿Qué tramas?

Otis alzó la vista hacia la rama donde se ocultaba Vlad. El joven contuvo la respiración. No lo podía ver desde aquella distancia, sobre todo con el cobijo que le ofrecía la oscuridad. Sin embargo, habría jurado que había sentido sus ojos sobre él.

Tras un largo y desquiciante momento, Otis concentró de nuevo su atención en el hombre que había frente a él, pero no añadió nada.

El desconocido agarró a Otis por el cuello de la chaqueta y dijo entre dientes:

—Espero que no le dieras a esa gente el amuleto tego para bloquear mi telepatía...

Otis rió, pero su postura sugería que estaba listo para defenderse si fuera necesario.

—Te preocupas demasiado. Estoy de tu lado, ¿recuerdas? Quiero encontrar a Tomas tanto como tú.

El hombre soltó a Otis y dio un paso hacia atrás.

—Pues explícame qué está pasando aquí.

El profesor sonrió y le dedicó una mirada de reprimenda.

—¿Se te ha ocurrido que quizás Tomas le pudo haber entregado el amuleto tego a cualquier habitante de Bathory? Después de todo, se oculta de nosotros.

El hombre buscó en los ojos de Otis y asintió.

—Supongo que es posible.

Vlad sintió un extraño cosquilleo que había empezado en los dedos de los pies y que ahora se extendía por el resto del cuerpo. Se le había dormido un pie. Se sentó e intentó que la sangre volviera a circular por él. La rama crujió suavemente bajo su peso.

Los ojos del hombre se clavaron en el árbol. Una vez más, Vlad contuvo el aliento.

—¿Has oído eso?

Otis posó una mano sobre el hombro del desconocido y lo condujo hacia la acera.

—Tanto tiempo lejos de Elysia te está volviendo paranoico, D´Ablo. Vuelve a casa. Descansa un poco. En cuanto localice a Tomas, te avisaré.

Cuando D´Ablo hubo desaparecido calle abajo, Otis regresó y se acercó al árbol. Miró hacia arriba, a la rama del gran roble, con ojos escrutadores.

Desde los arbustos cercanos a la acera, Vlad suspiró con tenso alivio.