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La búsqueda continúa

UN hombre vestido completamente de negro alzó la vista de una foto de periódico que sostenía en su mano enguantada y contempló al chico que cruzaba la calle tímidamente frente a él, con una bolsa de Stop & Shop en una mano y una cámara de treinta y cinco milímetros colgada al cuello. Volvió a mirar la fotografía y asintió satisfecho. A continuación, avanzó con sigilo hacia el chaval.

Este se adentró en un callejón oscuro. La luna llena estaba ya muy alta y bañaba la ciudad de Bathory con una pátina azul. Alargadas sombras se estiraban a través de la calle.

El hombre vestido de negro se metió la foto de nuevo en el bolsillo y aceleró el paso.

El joven caminaba absorto, jugueteando con la tapa de la lente de su anticuada cámara, mientras de su otra mano colgaba la bolsa de Stop & Shop.

El hombre lo rodeó y se interpuso en su camino.

Solo cuando chocó con él, se percató de su presencia. Al tropezar, dejó caer la bolsa.

—Oh, vaya. Perdone. No lo... no lo había visto. —Y sonrió tímidamente, a modo de disculpa.

El hombre le devolvió la sonrisa, con cuidado de no exponer sus colmillos tras los labios cerrados.

—No pasa nada. Edgar Poe, ¿verdad?

Eddie se sacudió el polvo de los pantalones y comprobó que la cámara no había sufrido daño alguno.

—Sí. Hum... bueno, en realidad soy Eddie. Nadie me... solo mi madre me llama Edgar, ¿por qué? ¿Lo conozco?

El desconocido contempló la gran vena que pulsaba en el cuello de Eddie y su estómago rugió de hambre.

—Eddie, quizá me puedas ayudar.

El chaval parecía receloso, pero no se movió.

El hombre metió la mano en el bolsillo, sacó la foto del periódico y se la mostró.

—¿Reconoces al chico que está junto a ti en esta foto?

Eddie contempló la imagen.

—Hum... sí, claro. Vlad Tod, ¿no?

El hombre se relamió los labios. Aquel chaval olía a AB negativo. Raro. Delicioso. El champán de los tipos de sangre.

—¿Dónde podría encontrarlo?

Eddie se encogió de hombros y recogió la bolsa del suelo.

—No... no lo sé. En el instituto, supongo. —Evitó al hombre y prosiguió su camino por el callejón.

El estómago del desconocido se estremeció de nuevo. Agarró a Eddie por el cuello de su camiseta y abrió la boca, mostrándole sus relucientes colmillos.

—¡No me dejes con la palabra en la boca! Dime dónde está, ¡vamos!

Aterrado, los ojos de Eddie se abrieron como platos.

—¿Qué es usted?

El hombre lo alzó en volandas y se lo acercó hasta que sus colmillos estuvieron a solo unos centímetros de su rostro.

—Soy el hombre del saco, Edgar. Y he venido a por tu alma. Ahora dime dónde puedo encontrar a Vladimir Tod.

Al principio, el único sonido que salió de Eddie fue el que produjo el hilo de líquido que cayó de sus pantalones al suelo. Luego gritó.

—¡Edgar! —De la casa al final del callejón llegó una voz aguda y alta que solo podía pertenecer a su madre—. ¡Será mejor que vengas aquí ahora mismo, Edgar! Como le diga a tu padre...

El desconocido lo soltó y se escabulló sin que nadie más lo llegase a ver, renunciando muy a su pesar a una comida caliente y a la información que necesitaba sobre el hijo de Tomas.