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Medusas de todo el mundo

Lo que se ha estropeado

A la hora convenida me siento ante el ordenador de Cinnamon y accedo, tras introducir las contraseñas, al panel de comunicaciones. Tecleo el número de conexión que me ha dado Ushikawa. Tardo cinco minutos en establecer la conexión. Me tomo el café que he preparado, recobro el aliento. Pero el café me sabe insípido y el aire que respiro es cortante.

Poco después, junto con la señal acústica de conexión, aparece en pantalla un mensaje que indica que la comunicación ha sido establecida. Entonces hago «clic» sobre cobro revertido. Tomo precauciones para que el uso que le doy al ordenador no quede registrado. Cinnamon no tiene por qué enterarse de que lo estoy usando (no podría, de todos modos, asegurarlo: éste es su laberinto, yo no soy más que un intruso impotente).

Transcurre más tiempo del que me imaginaba. Al fin aparece en pantalla el mensaje que indica que la persona que está al otro lado acepta la comunicación. En algún lugar, en el otro extremo del cable que corre por la oscuridad subterránea de Tokio, posiblemente esté Kumiko. Allí, ella está sentada, como yo, ante el monitor, con las manos sobre el teclado. Pero lo único que yo alcanzo a ver es la pantalla del monitor que emite unos pequeños ruidos mecánicos. Hago «clic» en el panel, elijo chat mode, tecleo la frase que tantas veces he formulado en mi cabeza.

>Tengo una pregunta. No es una pregunta difícil. Pero necesito una prueba de que eres realmente tú quien está ahí. Antes de casarnos, cuando salimos juntos por primera vez, fuimos al acuario. Dime lo que miraste con más interés.↵

Después de escribirla, hago «clic» en enviar (dime lo que miraste con más interés). Cambio a recibir.

Tras un intervalo de silencio, llega la respuesta. Una respuesta corta.

>Medusas. Medusas de todas partes del mundo.↵

Mi pregunta y la respuesta a mi pregunta figuran en líneas consecutivas en la pantalla del monitor. Clavo la mirada en las dos frases. «Medusas de todas partes del mundo↵». Sin duda era Kumiko. Pero el hecho de que quien esté allí sea de verdad Kumiko me produce, paradójicamente, dolor. Siento como si abrieran mi cuerpo y me arrancaran las entrañas. ¿Por qué sólo podemos hablar de este modo? Por ahora, no tengo más remedio que aceptarlo. Tecleo.

>Empiezo por la buena noticia. El gato volvió, de repente, esta primavera. Estaba muy delgado, pero no tenía ninguna herida, se encontraba perfectamente bien. Desde entonces vive en casa. Ya sé que tendría que habértelo consultado antes, pero le he puesto otro nombre. Ahora se llama Sawara. Como el pescado. El gato y yo nos llevamos bien. Es una buena noticia, ¿verdad?↵

Hay un intervalo. No sabría decir si es un lapso de espera normal o un silencio de Kumiko.

>Me alegro de que el gato esté vivo. Estaba preocupada por él.↵

Tomo un sorbo de café para humedecerme la boca. Tecleo de nuevo.

>Y sigo con una mala noticia. Aparte del regreso del gato, me temo que el resto son todo malas noticias. La primera: todavía no he sido capaz de resolver ninguno de los enigmas.↵

Tras releer lo que había escrito en pantalla, continué:

>Primer enigma: ¿Dónde estás? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué sigues lejos de mí? ¿Por qué no quieres verme? ¿Existe una razón? Hay muchas cosas de las que tendríamos que hablar cara a cara, ¿no crees?↵

Kumiko tarda algún tiempo en responder. Me la imagino ante el teclado, concentrada, mordiéndose los labios. Poco después, el cursor empieza a recorrer la pantalla siguiendo el movimiento de sus dedos.

>Todo lo que tenía que decirte ya lo puse en la carta que te envié. Lo que quiero que entiendas, a fin de cuentas, es que ya no soy la Kumiko que tú conocías. Las personas, por diversas razones, cambian, y en algunos casos se transforman y acaban estropeándose. Por esto no quiero verte. Y por esto no quiero volver contigo.↵

El cursor se detiene, parpadea en busca de palabras. Lo miro con fijeza durante quince o veinte segundos aguardando a que configure nuevas palabras en pantalla. «Se transforman y acaban estropeándose».

>Si puedes, olvídame cuanto antes. Lo mejor para ambos sería divorciarnos oficialmente y que tú empezases una nueva vida. Dónde estoy y qué hago son cosas que carecen de importancia. Lo que sí la tiene es que, por la razón que sea, tú y yo estamos separados, cada cual en un mundo distinto. Y que no es posible retroceder. Querría que supieras que hablar contigo de este modo me desgarra el corazón. (Más de lo que puedas imaginarte…)↵

Releí estas frases varias veces. En sus palabras no se apreciaba la menor vacilación, iban cargadas de una certeza profunda, dolorosa. Posiblemente se las había repetido a sí misma una y mil veces. A pesar de todo, necesito hacer tambalear este sólido muro de convicciones. Aunque sólo sea un poco. Tecleo.

>Lo que dices resulta un poco confuso, no acabo de entenderlo. ¿Qué quieres decir, concretamente, con eso de que «te has estropeado»? No lo entiendo. Se estropean los tomates, se estropean los paraguas. Y esto, por supuesto, sí lo entiendo. Quiere decir que un tomate se ha podrido, que un paraguas se ha roto. Pero ¿qué quieres decir tú con eso? No me viene a la cabeza ninguna imagen concreta. En la carta me escribiste que habías tenido relaciones sexuales con otro hombre, ¿«te has estropeado» por eso? Aquello, para mí, fue un golpe bajo, por supuesto. (Pero me parece que eso está muy lejos de «estropear» a nadie…)↵

Siguió un largo silencio. Empezó a preocuparme la posibilidad de que Kumiko hubiese abandonado la conexión. Finalmente aparecieron de nuevo sus palabras.

>También era aquello. Pero hay algo más.↵

De nuevo, un largo silencio. Ella estaba eligiendo con cuidado las palabras, sacándolas del cajón.

>Aquello sólo fue una manifestación. «Estropearse» es algo que requiere un periodo de tiempo más largo. Esto es algo que se decidió hace mucho tiempo, sin mí, en una habitación oscura en algún lugar. Cuando te conocí y nos casamos, me pareció que se abría ante mí una nueva oportunidad. Creí haber encontrado una salida por la que poder escapar. Pero, al parecer, no fue más que una ilusión. Hay señales para todo, y ésa fue la razón por la que, cuando el gato desapareció, me empeñé en encontrarlo a toda costa.↵

Me quedé observando el mensaje en la pantalla. Pero el signo de enviar no aparecía. Mi aparato permanecía en recibir. Kumiko debía de estar pensando en cómo tenía que continuar. «Estropearse» requiere más tiempo. ¿Qué demonios intenta decirme Kumiko? Me concentro en la pantalla. Pero hay una especie de pared invisible. En la pantalla aparecen más caracteres.

>Me gustaría que pensaras de este modo: que padezco una enfermedad incurable que hace que mi rostro y mi cuerpo se vayan deformando, una enfermedad que me aboca a la muerte. Es sólo un ejemplo, claro. Mi cuerpo y mi rostro no se están deformando. Pero es una comparación bastante cercana a la realidad. Es la razón de que no quiera presentarme ante ti. Es evidente que no puedo esperar que, con un símil tan impreciso como éste, comprendas con exactitud la situación en que me hallo. Tampoco espero convencerte de nada. Pero, sintiéndolo mucho, es lo único que puedo decirte por ahora. Tendrás que aceptarlo de este modo.↵

¿Una enfermedad incurable? Compruebo que estoy en enviar y tecleo.

>Si me pides que acepte esta comparación, lo haré. Pero hay algo que no logro comprender en absoluto. Suponiendo, como dices, que «estés estropeada» o que «padezcas una enfermedad incurable»: ¿Por qué tuviste que acudir a Noboru Wataya? ¿Por qué no te quedaste aquí conmigo? ¿Acaso no nos casamos para esto?↵

Silencio. Un silencio que podía sopesar con la mano, del que podía comprobar su masa y densidad. Con los dedos de ambas manos entrelazados sobre la mesa, respiro despacio, profundamente. Pronto llega la respuesta.

>El hecho de que esté aquí, independientemente de si me gusta o no, se debe a que éste es para mí el lugar apropiado. El lugar en el que debo estar. No tengo derecho a elegir. Aunque quisiera verte, no puedo hacerlo. ¿Crees que no quiero verte, que no tengo ganas de verte?↵

Una pausa, como si contuviera el aliento, luego vuelve a mover los dedos.

>No me hagas sufrir más. Lo único que puedes hacer por mí es olvidarme cuanto antes. Borrar de tu memoria el tiempo que hemos vivido juntos. Es lo mejor para ambos. Estoy convencida de ello.↵

Sigo yo.

>Dices que lo olvide todo. Dices que te deje en paz. Y al mismo tiempo, desde algún rincón del mundo, me estás pidiendo ayuda. Es una voz débil, lejana, pero puedo oírla con claridad las noches silenciosas. Esa voz es, sin duda, la tuya. Pienso que es cierto que hay una Kumiko que intenta alejarse de mí. Y que, ya que lo hace, tendrá sus razones. Pero también hay otra Kumiko que intenta desesperadamente volver a mí, acercárseme. Estoy seguro. Aunque hables así, no puedo dejar de escuchar a la Kumiko que reclama mi ayuda e intenta aproximarse a mí. Digas lo que digas, por legítimas que sean tus razones, no puedo olvidarte tan fácilmente ni expulsar de mi memoria el tiempo que he vivido contigo. Porque eso es algo que de verdad ha ocurrido en mi vida, es imposible borrarlo por completo. Sería lo mismo que borrarme yo. Para hacerlo, antes tengo que conocer una razón legítima.↵

Otro vacío momentáneo. Puedo captar a la perfección su silencio a través de la pantalla del monitor. Ese silencio se escapa por un ángulo de la pantalla y flota a baja altura por la habitación, como el humo denso. Conozco muy bien este silencio de Kumiko. A lo largo de nuestra vida en común he visto y experimentado con frecuencia este silencio. Ahora Kumiko contiene la respiración, concentrada ante la pantalla, las cejas fruncidas. Alargo el brazo, tomo la taza de café, bebo un sorbo. Con la taza vacía entre las manos contengo la respiración; igual que Kumiko, observo la pantalla. Estamos unidos por el lazo de un silencio que atraviesa la pared que separa ambos mundos. Pienso que nos necesitamos el uno al otro, más que a nada. No me caben dudas.

>No lo entiendo.↵↵

>Yo sí.

Dejo la taza de café y tecleo lo más rápido posible, como si aferrara la cola del tiempo que aparece y desaparece.

>Yo sí lo entiendo. Quiero llegar, cueste lo que cueste, al lugar donde estás, hasta la Kumiko que «me pide ayuda». Por desgracia no he descubierto aún cómo llegar hasta allí, ni tampoco qué demonios es lo que me espera en ese lugar. Desde que te fuiste he vivido con la sensación constante de haber sido arrojado a la oscuridad más profunda. Pero estoy acercándome, aunque sea despacio, a la médula del asunto. Estoy acercándome. Quería que lo supieras. Estoy acercándome y pienso acercarme aún más.↵

Aguardo su respuesta, las manos juntas, entrelazadas, sobre el teclado

>No te entiendo, de verdad.↵

Kumiko teclea. La conversación acaba.

Adiós.↵↵↵

La pantalla me indica que Kumiko ha abandonado la sesión. La conversación ha quedado interrumpida. A pesar de ello espero, con la mirada fija en la pantalla, a que ocurra algún cambio. Tal vez Kumiko lo reconsidere y vuelva. Tal vez recuerde algo que ha olvidado decirme. Kumiko no vuelve. Tras veinte minutos de espera renuncio a la idea. Dejo en pantalla la conversación y me levanto, voy a la cocina, bebo un vaso de agua fría. Durante unos instantes, me quedo ante el refrigerador con la mente en blanco, intentando acompasar mi respiración. A mí alrededor reina un profundo silencio. Me da la sensación de que el mundo entero está aguzando el oído para poder escuchar mis pensamientos. No puedo pensar en nada. Lo siento, no puedo pensar en nada.

Regreso frente al ordenador, me siento, releo atento la conversación que aparece en la pantalla azul, de principio a fin. Qué he dicho yo y qué ha dicho ella. Qué le he dicho yo sobre esto, qué me ha dicho ella sobre aquello. Nuestra conversación permanece intacta en pantalla. Hay algo en ella extrañamente vivo. Puedo oír su voz al reseguir con la mirada los caracteres que aparecen en pantalla. Reconocer su entonación, el tono delicado de su voz, sus pausas. El cursor parpadea aún con la regularidad de los latidos del corazón sobre la última línea. Sigue esperando la próxima palabra, conteniendo el aliento. Pero no hay más palabras.

Hago «clic» sobre la carpeta y salgo del panel de comunicaciones tras memorizar la conversación que aparece en pantalla (pienso que es mejor no imprimirla). Indico que no se registre esta operación. Apago el ordenador. Con una señal acústica, la pantalla del monitor muere en vacío. El monótono ruido mecánico queda absorbido por el silencio de la habitación. Como un sueño vivo arrancado por la mano de la nada.

No sé cuánto tiempo ha pasado. Me descubro a mí mismo con la vista clavada en mis dos manos, juntas sobre la mesa. En mis manos quedan huellas de mi mirada impertérrita.

«Estropearse» requiere más tiempo.

¿A cuánto tiempo podía referirse?