La máscara de la «sinceridad»
Es necesario decir algo sobre las críticas sexuales que se enmascaran tras el disfraz de la «sinceridad». Una total franqueza sexual es algo que los miembros de una pareja se ofrecen el uno al otro —o en lo cual insisten— por su propia cuenta y riesgo, nada desdeñables. Si bien es cierto que una buena relación sexual depende de una comunicación franca y abierta, también hay veces en que el exceso de comunicación puede ser más perjudicial que útil.
«El problema —dice la psicóloga Carol Tavris—, es saber no sólo si hay que ser sincero, sino en qué momento y de qué manera… Hay una sutil diferencia entre no ser sincero y ser falso. Dominar el impulso de decir sin pensarlo dos veces una verdad que resulte hiriente no es lo mismo que mentir. Y la determinación complaciente de ser sincero a cualquier precio puede resultar muy cara.»[8]
Es frecuente que las críticas «sinceras» oculten intenciones poco nobles. Por ejemplo, una mujer pregunta al marido si el contacto sexual que acaban de tener fue agradable para él. Aun cuando no lo hubiera sido, en circunstancias ordinarias, el hombre podría limitarse a decir que sí, o pasar por alto la pregunta. Pero en ese momento está enojado por alguna otra cosa que no tiene nada que ver con lo sexual, y saca partido de su «derecho» a ser sincero, respondiendo:
—No mucho… pero casi nunca lo es. Como amante no eres gran cosa.
O piénsese en la mujer que ocasionalmente no alcanza el orgasmo, y que ante la preocupación de su compañero puede responder:
—Fue muy placentero. Me gusta hacer el amor contigo.
Lo cual sería mucho más leal, desde el punto de vista del vínculo profundo de la pareja, que decir:
—Esta vez no llegué al orgasmo.
Según otra definición, la verdadera franqueza no consiste en optar por decirla cuando uno cree que puede ayudar más de lo que dañe.
El problema, para cada uno de nosotros, reside en saber —o por lo menos en intuir— cuándo la franqueza crítica puede ser menos útil que lesiva. La sinceridad constructiva, dice Tavris, permite hacer saber a nuestra pareja, por un camino de amor, qué es lo que puede hacer para agradarnos; la sinceridad destructiva se limita a decirle que ha fracasado. Es importante, pues, ver qué se oculta bajo el camuflaje de la «sinceridad» antes de verbalizar una crítica. Pregúntese el lector: ¿Por qué estoy diciendo esto? ¿A qué propósito obedecen mis palabras? ¿Por qué soy más «sincero» respecto de un tema sexual, de lo que suelo serlo respecto de otras cosas?
En último análisis, las parejas que pueden decirse sus necesidades y sentimientos sexuales más íntimos —sean o no críticas sexuales— son las que dicen tener las relaciones más gratificantes. «Tratar de ser un amante eficaz para nuestra pareja, y para nosotros mismos, sin comunicamos —dice la terapeuta sexual Helen Kaplan—, es como intentar aprender a tirar al blanco con los ojos vendados». Con la comunicación, la sexualidad se traslada a un nivel superior, a un nivel que muy bien describe la escritora Brigid Brophy en su novela Flesh:
Marcus siempre se había imaginado que cuando, finalmente, hiciera el amor con una mujer, sería en un silencio terrible, interrumpido solamente por los ruidos que pudieran hacer involuntariamente sus cuerpos… Pero Nancy le habló de lo que tenía que hacer, de lo que estaba haciendo, en una voz baja, profunda y rápida, que le despertaba en la piel casi la misma sensación que sus manos. Y cuando penetró en su cuerpo, se sentía guiado por la voz de ella.