La invasión de tierra firme
En 1990, un grupo de paleontólogos británicos, dirigido por Andrew J. Jeram, del Museo del Ulster en Belfast, descubrió los restos más antiguos que se conocen de vida terrestre y calcularon que su edad era de unos 414 millones de años. Es una edad mucho mayor de la que los científicos habían supuesto hasta entonces, pero no altera el hecho de que la vida terrestre es algo relativamente nuevo en el planeta.
La Tierra tiene unos 4500 millones de años, y hace unos 3500 millones, por lo menos, sus aguas estaban plagadas de minúsculas formas de vida en forma de bacteria. Por lo menos durante los 3000 millones de años siguientes, la vida estuvo confinada en sus aguas y los continentes permanecían absolutamente yermos.
Hasta hace 500 millones de años de la existencia de la Tierra los seres vivos no salieron a colonizar tierra firme.
Esto no es sorprendente. Mientras que el agua, sobre todo el océano, es un entorno estable y favorable para la vida, la tierra seca es temible. Para la vida, aventurarse a la superficie, en los alrededores hostiles de tierra firme, era bastante parecido a aventurarse en el espacio exterior en el caso de los seres humanos. Y mientras los seres humanos reciben ayuda de todos los dispositivos tecnológicos que han creado, las formas de vida que invadían tierra firme sólo podían utilizar los cambios, terriblemente lentos, producidos por una evolución biológica debida al azar.
Compárese el mar y la tierra. En el mar no existe relación con la climatología. Las condiciones son estables. Las temperaturas no varían mucho y, mientras la superficie puede estar agitada por las tormentas, las regiones no mucho más profundas están tranquilas. En tierra, las temperaturas suben a niveles nunca experimentados en el océano y se precipitan a bastantes grados bajo cero. Hay viento, lluvia, nieve, aguanieve y todas las múltiples manifestaciones de una atmósfera turbulenta.
En el agua, la capacidad de flotar elimina prácticamente la atracción gravitatoria, de forma que puede haber ballenas que pesan hasta 150 toneladas capaces de moverse libremente en tres dimensiones. En tierra, la gravedad es una atracción constante y los organismos vivos tienen que desarrollar tejidos (madera o huesos) que los sostengan contra esta atracción o están condenados a seguir siendo muy pequeños.
La tierra está seca y las formas de vida tienen que encontrar modos de almacenar agua y utilizar cantidades limitadas de dicho elemento para eliminar los residuos; mientras que en el mar, ningún proceso plantea ningún problema. El resultado es que, incluso hoy en día, después de cientos de millones de años de adaptación a la vida terrestre, los continentes de la Tierra siguen siendo mucho menos ricos en vida que sus aguas.
Por supuesto, también hay ventajas en la vida terrestre. Puesto que el aire es menos resistente al movimiento que el agua, los animales terrestres no tienen que ser aerodinámicos. Pueden desarrollar apéndices, y éstos alcanzan su perfección en el brazo y la mano humanos. Además, la existencia del oxígeno libre en tierra significa que se dispone del fuego -algo que no es posible en el mar- y un elemento con el que los seres humanos hemos construido nuestra tecnología.
Los delfines, dotados de un cerebro semejante, pero sumidos en el mar, no pueden desarrollar algo semejante.
Pero si la tierra era un entorno tan hostil, ¿por qué los organismos vivos la invadieron? No lo hicieron porque «lo desearan», puedo asegurarlo. Lo hicieron porque no les quedó más remedio. El océano estaba superpoblado de vida, basada en el comer o ser comido. Las zonas poco profundas que bordeaban a los continentes eran las más ricas en seres vivos (y siguen siéndolo).
Esto quiere decir que cualquier forma de vida que pudiese arrastrarse de alguna forma hacia la playa y soportar un período de sequedad en la marea baja tenía menos probabilidades de ser comido por sus depredadores, la mayoría de los cuales tenía que permanecer en el agua. Con el tiempo, aparecieron depredadores que también podían resistir durante la marea baja, de manera que había una presión para moverse en zonas de playa cada vez más vastas y permanecer sin agua durante períodos de tiempo cada vez más largos. Al cabo, algunas formas de vida pudieron permanecer en seco de manera indefinida.
La creencia general es que los primeros organismos en invadir la tierra de forma más o menos permanente fueron plantas muy primitivas que no tenían raíces y que estaban formadas por un tallo sencillo ahorquillado y sin hojas. Hicieron su tímida aparición en las orillas de la costa quizá hace unos 450 millones de años.
La vida animal no pudo aparecer hasta que lo hicieron las plantas, a las que utilizaron como alimento. Los primeros animales que se abrieron camino hacia tierra parece que fueron artrópodos muy sencillos, criaturas parecidas a las arañas. La fecha considerada como más temprana de la emergencia a tierra era, hasta hace poco, de 400 millones de años.
No obstante, Jeram y su equipo trabajaban con rocas viejas de la ciudad de Ludlow en Shropshire, Inglaterra. Trataron las rocas con ácido fluorhídrico, que al disolverlas deja detrás de sí pequeños fragmentos de fósiles. Cuando éstos se acoplan con acierto, parecen representar los cuerpos y patas de arañas y ciempiés pequeños y primitivos, que miden aproximadamente un cuarto de milímetro de largo. Puesto que las rocas en que fueron encontrados tenían 414 millones de años (según las técnicas de medición geológicas usuales), también deben tenerlos estas criaturas terrestres.
Hasta 40 millones de años después, sin embargo, no aparecieron en tierra los animales con espina dorsal (los anfibios primitivos). Estos anfibios fueron los antecesores de todos los anfibios actuales, reptiles, aves y mamíferos, incluido el hombre. Nuestra historia en tierra, por tanto, se remonta a unos 370 millones de años.