Capítulo 33
Maximiliano no podía creer la providencia
que le favorecía, lo que Aurora le había confesado lo hacía feliz,
ambos sentían lo mismo y podían corresponderse pero aún había algo
más que lo atormentaba y sabía que no era justo para ella. En ese
momento todo le pasó muy rápido y ya no supo cómo es que estaban en
esa situación, tan cerca y unidos que temía que la magia se acabara
y no se equivocó. Justo en el momento en que pudieron besarse por
primera vez el teléfono sonó, asustándolos a ambos y haciéndolos
reaccionar.
—Debo contestar —susurró él sin
remedio.
—Y yo ir a vestirme, el tiempo pasó muy
rápido y mi ropa ya debe estar seca —evitó desilusionarse.
—Ve —la instó él ante el escandaloso de la
mesita que no se callaba—. Seguramente la llamada es de Los Ángeles
para confirmarme.
—Suerte —sonrió.
Aurora se levantó y se dirigió a la
secadora, ya su ropa estaba lista, sacó los zapatos de detrás del
refrigerador y luego caminó hacia la habitación de Maximiliano
mientras él atendía su llamada.
Se miró frente al espejo de su armario, era
otra y no se arrepentía de lo que había dicho, ¿para qué negarlo?
¿Por un tonto orgullo que ya no tenía? Sonrió mientras se
desvestía, era una lástima quitarse la pijama de Maximiliano pero
no había remedio, la dobló con esmero y perfección dejándola en la
cama. Se vistió rápidamente sintiendo que en cualquier momento él
podía tocar la puerta y ya no quería darle más motivos para
fantasear con ella. Sonrió otra vez sintiéndose traviesa.
Luego de estar lista, de calzarse con unos
zapatos placenteramente tibios, peinarse de nuevo su cabello y de
arreglarse un poco frente al espejo gracias al maquillaje que
andaba en su bolso se sintió lista para salir. A través del espejo
notó un pequeño librero que el médico tenía en una esquina cerca de
la cama y quiso saber —como buena curiosa— qué clase de lectura era
de su gusto, sin contar sus libros de medicina. Se acercó y comenzó
a ver, en efecto había tomos de medicina veterinaria que
seguramente consultaba por las noches, también otros de medicina
general y hasta de psicología por eso ya no le extrañó su forma
“intelectual” de ser y que le encantaba a ella. También había
libros de Tolkien, C.S. Lewis y G.R.R. Martin, sonrió al notar unas
pequeñas figuras de Woody y Buzz, también de Simba, Timón y Pumba y
hasta del Rayo McQueen que tenía, suspiró y entendió lo del alma de
niño por lo que también él había comprendido a Diana.
—Es un precioso niño —se dijo muy
sonriente.
Pero antes de retirarse del librero en la
parte alta miró otros libros sobre medicina alternativa, natural y
hasta oriental que no le extrañaron, salvo uno que si llamó su
atención.
“El amor y erotismo
según el Tao” decía el lomo, cuando Aurora miró el libro le
pudo la curiosidad no por lo que era el libro que lo sabía a la
perfección sino porque estaba dentro de la colección que
Maximiliano tenía en su estantería y quiso saber por qué. Se empinó
aún más en sus tacones, lo sacó y lo hojeó, la primera parte del
índice no le mostraba nada del otro mundo, lo que era el Tao y su
breve historia y sus principios, cosas que a ella poco le
interesaban porque no era muy dada a la cultura asiática salvo por
alguna decoración y en la comida, en las dietas saludables para un
mejor estilo de vida porque en lo demás nada. Sólo las películas de
uno que otro reconocido actor asiático le gustaban pero de eso a lo
demás pasaba, no eran su tipo de hombre, no hallaba atracción
física en ellos pero al seguir mirando la segunda parte el índice
del libro se dio cuenta del porqué del título del mismo: 1) La
técnica del masaje erótico taoísta. 2) El horóscopo sexual basado
en el ying/yang. 3) La caricias preliminares entre pareja. 4) ¿Qué
y cuál es el beso erótico? 5) Ritual del beso en el cuerpo. 6) El
arte de acariciar los pezones. 7) El arte del sexo oral; ¿Cómo debe
ser entre hombre y mujer? 8) ¿Cómo debe ser el sexo oral en la
pareja para llegar a la cumbre del placer? 9) La importancia de los
sentidos a la hora del sexo. 10) Haciendo el amor; ¿conoces las
mejores posturas? 11) El placer de la penetración profunda. 12)
Reacción a la excitación femenina y masculina. 13) La señal del
deseo y sus respuestas. 14) La masturbación. 15) El placer del
orgasmo.
Aurora ya no podía ni con el índice menos
con lo que todo el libro podía contener, lo medio hojeó y vio que
también era ilustrado, tragó disimuladamente, no creyó encontrar
algo así entre sus cosas pero al menos entendía lo del gusto por el
bonsái y el breve masaje que le había hecho.
Rápidamente observó si por casualidad no
estaba también el Kamasutra, pero al escuchar que Maximiliano se
acercaba puso el libro en el estante otra vez y corrió a pararse
frente al espejo fingiendo arreglarse.
—¿Aurora? ¿Todo bien? —tocó él la puerta al
preguntar.
—Sí claro, pasa —contestó con naturalidad,
no podía mostrarse nerviosa.
Al verlo entrar en un reflejo apretó las
piernas.
Verla él de nuevo como la ejecutiva lo hizo
temer porque hubiese algún cambio en ella y que, lo que acababa de
pasar no significara nada, se sintió apenado.
Aurora terminó de ponerse un poco de perfume
y sonriendo se acercó a él. ¿Cómo era posible que a simple vista
pareciera un hombre tímido teniendo mucho conocimiento en materia
sexual como buen médico que era? No sabía si era imaginación de
ella pero parecía no encajar.
—Es una lástima que debas irte —suspiró él
al verla.
—Siento lo mismo pero no tengo remedio, si
no atiendo a esta mujer…
—¿Tan importante es?
—Eso dice, el caso es que… debo hablar con
ella a solas primero antes de que… es algo familiar, no te
preocupes. Esta mujer puede decirme cosas que yo no sé y aunque a
veces es mejor no saber… creo que en este caso debo arriesgarme. Es
por el bien de mis hermanas.
—Bueno pues siendo así no te atraso más —le
indicó que saliera primero de la habitación—. Sólo quiero que sepas
que si necesitas algo… más…
—Lo sé —se giró ella para verlo—. Sé que
puedo contar contigo.
—Llámame a la hora que llegues a tu casa
—insistió él—. Sólo sabiéndote en tu casa yo estaré tranquilo, no
importa la hora, yo estaré despierto hasta pasada la media
noche.
—Está bien, no creo pasarme de las nueve o
diez pero está bien, te agradezco el que te preocupes.
Atravesaron la sala a la vez que él le daba
instrucciones de apretar el interruptor interno de su apartamento
cuando ella llegara a la entrada del edificio, para así él saberlo
y de la misma forma abrirle la puerta para que saliera del mismo.
Recordó que había olvidado decirle lo mismo a Diana, pero
seguramente tuvo la suerte de salir cuando alguien más lo hacía o
entraba. Antes de llegar a su propia puerta y abrirle a la chica,
ella misma lo detuvo sujetando su mano.
—Max… —lo miró a los ojos sin
parpadear.
—¿Sí?
—No he cambiado de parecer —le hizo saber
con seguridad como si adivinara sus pensamientos, él sonrió—. Sigo
sosteniendo lo que te dije.
—Yo también —susurró él.
El haberla visto llorando, así tan frágil y
vulnerable con eso se daba por satisfecho para saber que bajo su
apariencia de mujer fría, existía un ser muy diferente y que podría
ser su complemento.
Aurora sonrió y sin decir más se acercó para
darle un beso en la mejilla, lento e intenso, luego con el pulgar
acarició ese punto y abriendo la puerta salió. Al hacerlo él pudo
suspirar extasiado.
Ahora ella se dirigía a otro lugar, a uno
muy diferente a la calidez que le había demostrado el médico y su
estado de ánimo estaba cambiando otra vez. Con Maximiliano podía
sacar lo bueno de ella pero con otras personas era todo lo
contrario y sabía que con la dichosa “tía” podía sacar lo peor de
ella y hacerle salir canas de todos colores por el coraje que iba a
pasar. Aún no le perdonaba a esa mujer el que como “pariente” nunca
las buscara ni aún muriendo sus padres, pero sabía que ese asunto
ya lo iba a saber por fin y si de algo estaba segura era de no
poder justificarle nada.
Quince minutos más tarde llegó a la
dirección que tenía. Era una residencia en las afueras de la ciudad
muy lujosa, privada y bastante grande, evitó impresionarse al ver
el alto muro de piedra cubierto por hiedra que poco dejaba ver la
roca. Se estacionó y bajó. Tocó un timbre.
—¿Diga? —salió un guardia de
seguridad.
—Busco a la señora Raissa McQueen, soy
Aurora Warren y está esperándome.
—Pase adelante —le indicó la entrada.
La chica caminó unos cuantos metros de
angosto camino empedrado que la llevaba directo al pórtico de la
casa, la misma tenía un clásico estilo italiano como las
edificaciones de la Toscana.
Luego de tocar el timbre de la puerta —que
sonó igual al Bing Ben— una sirvienta salió y la invitó a pasar y a
sentarse. Le ofreció algo de tomar pero la chica se negó, minutos
después una regia, elegante y fría mujer bajaba los escalones para
encontrarse con ella, se saludaron a distancia como dos completas
desconocidas y después de invitarla a pasar a un despacho, se
encerraron allí. Era el momento de la verdad.
La visita resultó ser algo que jamás esperó
y poco después de las diez de la noche, Aurora regresaba a su casa
con una serie de sensaciones que la tenían abrumada y con el mismo
peso, de ser quien decidiera hablar con las demás chicas sobre la
mujer que había llegado a sus vidas. Exhaló intentando controlarse
y no mostrar evidencia anímica de no sentirse bien. Luego de entrar
a su casa y cerrar la puerta no se esperaba que sus hermanas
estuvieran despiertas y atentas a su regreso, al menos rogaba no
volver a hablar en lo que restaba de la noche y meterse de un solo
a su cama pero no le había resultado así gracias a la curiosa de
Diana, que por poco y le cae encima de un brinco.
—Aurora dime, dime por favor —la llevó a la
sala donde también estaba Minerva ya en pijamas—. Dime cómo te fue
con él, quiero saberlo todo.
—Esto que hiciste hoy no te lo dejo pasar
Diana, te excediste.
—Ay no exageres, más bien agradécemelo, ¿lo
conociste más? —se sentó en el sofá.
—¿Quieres saber si estuve con él? —Le
levantó una ceja, Diana asintió mordiéndose los labios—. Pues no
Diana, lamento decepcionarte, ambos nos comportamos a la altura, no
hubo sexo, ni siquiera besos, ¿contenta?
La cara de alegría de la benjamina se
transformó en todo lo contrario ante lo que había escuchado por
boca de Aurora.
—Aurora voy a ¡¡¡¡MATAAARTEEEE!!!! —gritó
Diana a la vez que mordía con fuerza uno de los cojines del sofá
acuclillándose en posición fetal.
Tanto Aurora como Minerva se taparon los
oídos, a veces los arrebatos de Diana eran como para darle de
nalgadas y recordarle que ya estaba bastante grandecita para hacer
esas escenas. Todo el escándalo era porque esperaba tener noticias
“positivas” de su hermana que obvio no obtuvo.
—Diana no exageres —le dijo la gemela
mientras se sentaba en otro sillón.
—Es que ni Ariadna va a perdonarte esto, es
más, ella no hubiera sido tan tonta ni perdido el tiempo, ella si
hubiera captado mi mensaje —le reprochó molesta.
—¿Mensaje? Mira niña aquí la que te puede
dar de nalgadas soy yo, utilizaste un truco muy gastado para hacer
que Maximiliano y yo quedáramos solos.
—¿A ver? —Comentó Minerva por fin sentada en
otro sillón dirigiéndose a Diana ya que sólo se había limitado a
escuchar—. Quiero saber los pormenores del asunto ya que me hiciste
salir de la cama y esperar a que llegara Aurora.
—Mina es que ni te imaginas lo que… —comenzó
a decir Diana ofuscada sentándose otra vez y encogiendo las
piernas, ni siquiera sus Backstreet Boys iba a poder contentarla—.
Ay!!!!!! Es que lo planeé tanto.
—Já, lo confiesas —atacó Aurora achinándole
los ojos.
—¿Y qué planeaste Diana? —inquirió Minerva
con tranquilidad.
—Pues nada más y nada menos que Aurora
tuviera un tiempo a solas con su doctor, que pudieran conocerse
mejor y que… también lo terminara probando de una vez.
Las dos mayores abrieron la boca ante lo que
Diana decía, vaya que era descarada al confesar.
—¿Quieres decir que terminara en la cama con
él? —insistió Minerva siendo más específica.
—Sí, eso mismo, ay Mina es que si lo
hubieras visto… es alto, mucho, con un cuerpo atlético, una piel
nácar que dan ganas de acariciar, el azul intenso de sus ojos es
divino a pesar de sus lentes pero eso lo hace más interesante.
¡¡¡Ay!!! y su manera de hablar, el timbre de su voz…
—Parece que la enamorada eres tú —le dijo
Minerva.
—No sé qué diablos tiene Aurora en la cabeza
—insistía enojada—. ¿Es que piensas volverte monja o qué? —se giró
hacia la gemela.
Aurora le torció la boca sin querer
contestar.
—Hasta me metí a una página del horóscopo
para saber más de Tauro —insistió Diana—. Dice que es tierno,
apasionado, sensual, amante de las caricias y que adora tomarse un
preámbulo antes del sexo el cual disfruta como él quiera. Le gusta
sentir que la temperatura le suba de a poco, tiene una mente
abierta y está dispuesto a probar todo, ¿y sabes que es lo mejor?
Que es perfectamente recomendado para Libra y seguirle el
ritmo.
—Diana dime una cosa —se metió Minerva otra
vez evitando reírse—. ¿Piensas que porque Aurora y ese doctor son
amigos deban ya… meterse a la cama?
—Pues es él o Alonso. ¿Qué signo será? Voy a
averiguarlo, creo que debe ser Aries, estos son dominantes en la
cama.
Aurora resopló maldiciendo el momento en que
el dichoso horóscopo obsesionara a Diana y Minerva sonrió por las
ocurrencias de la menor.
—Es que… —rugió Diana llevándose las manos a
la cabeza ofuscada—. No me cabe en la cabeza el que estuvieran
solos más de dos horas y no hubiera ni siquiera un beso, ¿sabes
qué? —Se volvió a la gemela otra vez señalándola—. Mis planes no
saldrán mal.
Se levantó acercándose al teléfono.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntaron al mismo
tiempo sus hermanas.
—A llamarlo e invitarlo a cenar.
—¡No! —Aurora se encontró con ella
arrebatándole el teléfono.
—¿Te volviste loca? —le dijo Minerva a su
hermana menor.
—No harás eso Diana, mira la hora, es muy
tarde —le dijo Aurora molesta—. No es hora de cenar, además él no
puede dejar solos a los cachorros que tiene a su cuidado, uno de
ellos está recién operado, ¡¿puedes madurar por Dios?!
Diana bramó taconeando el suelo y volvió a
sentarse cruzándose de brazos, sus mejillas infladas las tenía muy
sonrojadas y era por el enojo.
—Ya basta por favor, no peleen —les dijo
Minerva cansándose del asunto—. Diana no es tu deber hacerla de
Cupido ni buscar excusas si crees que Aurora necesita un hombre y
tú Aurora… —se volvió a la gemela—. Será mejor que no te engañes ni
te hagas del rogar, ¿cuál de los dos te gusta más? ¿Alonso o el
médico?
La gemela miró a su hermana mayor con
asombro mientras Diana seguía dando cuerda.
—Sí confiesa, ¿cuál de los dos eh? —la
provocó.
—¿Esa es la manera que tienen para apoyarme
en lo que decida? ¿Creen que mis sentimientos son un juego? —las
miró con decepción.
—Yo sólo te recuerdo que un ex tuyo anda
loco y suelto y para colmo gracias a él también hay un Alonso
golpeado, ¿puedes manejar eso? —Le hizo ver Minerva—. Me parece que
te guste o no tienes un compromiso con él.
—¿Mina insinúas que Aurora debe decidirse
por Alonso y corresponderle? —le preguntó Diana.
—Yo no sé qué pensar de todo esto, sólo sé
que hay dos hombres interesados en un témpano con cuerpo de mujer
que es la indiferencia andante y un tercero dispuesto quien sabe a
qué —evitaba ofuscarse también—. Aurora… —se volvió a ella otra vez
ya en una súplica—. Por favor, ya estás bastante grandecita como
para dejar a un lado tu aversión al género masculino y darte otra
oportunidad. Agradece lo que la vida te brinda, pesa en una balanza
lo que sientes por uno y por el otro y sencillamente lánzate al
agua por el que quieras. Nunca lo sabrás hasta que lo
intentes.
—¿Tú me dices eso? —Inquirió con seriedad—.
¿Tú que estabas dispuesta a vestir un luto toda tu vida?
Minerva la miró sin poder evitar un golpe en
su corazón al escucharle decir eso, Diana también se sintió mal
pues las cosas estaban poniéndose más tensas gracias a ella misma y
si había algo que no soportaba, era que entre ellas estuvieran
peleadas.
—No chicas… —se metió intentando arreglar la
situación.
—Tienes razón Aurora. —Minerva le contestó
obviando el nudo que comenzaba a formarse en u garganta, si algo
tenía claro era que el recuerdo de Leonardo le pesaba demasiado—.
Seguramente yo no soy la más apta para decirte las cosas pero si
para hacerte saber lo que es tener una segunda oportunidad de
vivir. Leonardo nunca me faltó, él era perfecto, merece que lo que
me reste de vida lo dedique a guardar su memoria como lo más
sagrado y aún así me doy otra oportunidad, una que sólo Rick puede
darme y con quien decido tomarla. ¿Y tú? ¿Sólo porque un estúpido
te rompió el corazón decides cerrar las posibilidades a otros?
¿Piensas envejecer habiendo perdido el tiempo en el que pudiste
volver amar y dejar que te amaran? ¿Vas a dejar pasar la
oportunidad que la vida te brinda de ser feliz, conocer el amor y
formar tu propia familia?
Las lágrimas de Aurora se desbordaron por
sus mejillas y el mismo nudo que ahogaba a Minerva la estrangulaba
también a ella, nada era sencillo. No sólo era de decidirse por uno
y probar tener una relación, no sabía cuán pasajero o perdurable
podía ser pero la cruz que ella cargaba era demasiado pesada, una
que sabía ningún hombre iba a entender por el estigma que
significaba y volver a sufrir era algo que no estaba para ser
negociado.
Minerva al ver que ella no dijo nada más se
secó una lágrima y caminó rápidamente hacia su habitación, nada era
más doloroso para ella que el que le tocaran el recuerdo de
Leonardo, era muy egoísta en cuanto a eso. Aurora bajó la cabeza y
limpiándose las lágrimas subió a su habitación también, Diana quiso
detenerla pero se lo impidió, ya no quería hablar más. La menor de
las Warren comenzó a llorar también sintiéndose mal, una tonta
discusión infantil causada por ella terminó hiriendo a sus hermanas
y eso no iba a perdonárselo.
Esa noche cada quien lloró por su
lado.
Luego de fingirle estar bien a Maximiliano
cuando lo llamó para decirle que ya estaba en la casa, Aurora se
desahogó soltando todo lo que tenía encima acostándose en su cama a
llorar. Todo lo tenía revuelto y sentía que estaba demasiado
sentimental, lloró por Maximiliano y su padecimiento, lloró por la
plática que había tenido con Raissa en donde de nada valía
arrepentirse de algunas cosas y también lloraba porque una simple
broma de su hermana las había distanciado por hablar de más. Le
dolía su pecho, le dolía su corazón al haber herido a Minerva y
reconocía que sus palabras eran muy ciertas pero ¿y que de ella?
¿Quién la entendía a ella? ¿Por qué no podía compartir con sus
hermanas lo que le pasaba? ¿Por qué había decidido sufrir sola y
llevar de esa manera ese peso? ¿Es que no había solución? Empapó la
almohada con sus lágrimas, algunas situaciones no eran justas y eso
ella lo vivía en carne propia. Después de desahogarse y
tranquilizarse lo pensó, no iba a poder dormir así, limpiándose la
cara y saliendo de la cama se dirigió a la recámara de Minerva.
Estando frente a la puerta exhaló impulsándose valor y sin tocar
abrió lentamente.
—¿Minerva? —susurró con voz baja al ver que
todo estaba en oscuras.
Entró aún sin obtener respuesta y se acercó
a la cama con la sola claridad de la ventana.
—¿Mina? —volvió a decir tocándole un
hombro.
El cuerpo de su hermana se giró hacia ella
soñolienta.
—¿Aurora? —se desconcertó, perdió la noción
del tiempo.
Se incorporó encendiendo su lámpara y miró
su reloj en la mesita, faltaban quince minutos para la una de la
mañana.
—Minerva perdóname. —Aurora la abrazó con
desesperación volviendo a llorar.
—Aurora tranquila —la abrazó también
acariciándole el cabello—. Fue algo sin importancia, no te
preocupes.
—Si hubiese sido así no te habrías molestado
por mi comentario y dada por terminada la conversación dejándonos
en la sala. Yo tuve la culpa, no debí herirte.
Se miraron de frente y se sujetaron las
manos.
—Hablamos de más, eso fue todo y también
tuve la culpa —contestó Minerva quitándole las lágrimas a su
hermana—. Reconozco que no medí mis palabras, eres como eres y
debemos respetarte
así como dijiste, sé que seguramente no soy
el ejemplo para decirte algunas cosas…
—No hermana —la interrumpió—. Tienes todo el
derecho de decirme tu opinión y tus consejos que sé, que son para
mi propio bienestar.
—Pero no lo hice bien.
—Pero me dijiste una gran verdad, Leonardo
merece todo lo que decidas hacer por él aunque ya no esté y yo, no
tengo porqué seguir con mis estupideces por las experiencias que
tuve. Eso no debe frenarme al contrario, deben hacerme crecer y no
hundirme.
—Me alegra que pienses así, el reconocerlo
ya es un gran paso para ti. Debes vivir Aurora, vive, no tengas
miedo de volver a enamorarte, arriésgate. Tanto Alonso como el
médico te inquietan, conócelos a ambos pero… tampoco les hagas
crecer esperanzas porque luego tendrás un buen lío.
—Y ese es el problema, Alonso… me ha
confesado que le gusto y Maximiliano también, el problema con
Alonso no es que sea sólo primo de Lucas sino que él todavía hace
unos días estaba interesado en Ariadna que fue a la que conoció
primero. A mí me conoció en el aeropuerto de Los Ángeles el mismo
día que te fuiste con Rick y aunque según él está consciente de
nuestras diferencias, también dice estar seguro de lo que siente y
según él, yo le atraigo más.
—Vaya, al menos es sincero y no te ocultó
eso pero recuerda lo que hay de por medio, peleó por ti y parece
que se siente muy a gusto por eso, no es fácil reconocerlo pero eso
en parte te compromete con él.
—Alonso está en Cucamonga en reposo y creo
que el sábado se va de regreso a Toronto, me dijo que tiene una
oportunidad, algo así como una beca con una empresa de allá y le
interesa mucho, no puede desaprovecharla.
—Está bien que piense en su futuro pero no
creo que a distancia logre algo más contigo y menos, si tienes muy
cerca al médico, ¿qué de él? Diana no se cansa de alabarlo,
realmente esperaba buenas noticias.
—Apenas y uno sabe algo del otro, no voy a
decirles más.
—Aurora… lo que debes hacer es pensar muy
bien la clase de relación que quieres con ellos, si es sólo amistad
no hay problema pero si ellos van tras otra cosa… si tienes menudo
lío y lo mejor es que te sinceres con cada uno.
Aurora bajó la cabeza, eso le preocupaba más
y peor estando ya los padres de Alonso de por medio, al parecer se
había ganado la simpatía de Deborah y el saber que no iba a poder
corresponderle a su hijo iba a meterla en problemas.
—Tú tranquila —insistió Minerva—. Trata de
descansar, piensa en lo que sientes por cada uno y decide con
tiempo, es tu vida y vívela como quieras.
—Gracias y prometamos que no volveremos a
pelear —la abrazó Aurora.
—Olvídalo, nuestros lazos son más fuertes
que una tonta pelea —sonrió—. Ya será otro día, otro comienzo y
siempre seguiremos siendo hermanas por encima de lo que sea.
—Y aunque tengamos diferencias siempre
estaremos unidas.
Las chicas se apretaron en un solo abrazo y
después de eso Aurora volvió a su cama. Pensó en ir a despertar a
Diana pero sonriendo con picardía desistió, ese sería su pequeño
castigo si no lograba dormir por lo que había hecho esa
noche.
