Capítulo 4
El lunes por la mañana entro en la oficina consciente de que el cansancio está dibujado en mi cara y que todos deducirán por mis ojeras que apenas he dormido.
El vuelo llegó tardísimo y yo, además, he estado en vela casi toda la noche, dándole vueltas a lo diferente que es todo en apenas cuarenta y ocho horas.
Al acercarme a mi mesa veo que Rosa y Marla me están esperando y se acercan raudas a mi encuentro. No me he acordado de disculparme por no dar señales de vida desde el viernes y, quizá, estén intrigadas por mi falta de noticias.
―Muy calladito te lo tenías, bonita ―suelta Marla a pleno pulmón cuando por fin llego a mi sitio.
La miro con desconcierto mientras Rosa le pide que baje la voz. La sutilidad y Marla no son precisamente combinables en una misma frase.
―No sé de qué me estás hablando ―respondo―. Si te refieres al viaje a Chicago, no he tenido opción. Supe que debía ir a las siete y media del viernes.
―¿Chicago? ―vuelve a levantar la voz, lo que inmediatamente atrae al atención de los pocos que aún no se habían enterado de que Marla estaba compartiendo chismorreos a las ocho en punto de la mañana―. ¿Chicago, eh? ¿Ahí es donde te ha llevado? ¡Qué suerte, chica!
―¿De qué diablos estás hablando, Marla? ―le pregunto ya un poco enfadada― He estado en Chicago, sí, por trabajo, pero no me ha llevado nadie, he ido yo solita.
Mi cara de pocos amigos parece que hace efecto en las ganas de chismorrear de mi amiga, porque se calla completamente y me mira sorprendida. Nunca he sacado mi carácter con ellas, y supongo que eso es lo que la está descuadrando.
―No quiero que te enfades, Martina ―me intenta tranquilizar Rosa, poniendo un tono de cordura en esta conversación―, pero se está rumoreando por ahí que has pasado el fin de semana con el jefe.
―Sí, lo he pasado con él, ¿qué pasa? ―intento sonar de lo más relajada con la afirmación.
―¿Ves? ―vuelve a casi gritar Marla― Te enfadas conmigo y yo tenía razón.
Hace un mohín como si tuviera tres años y trata de conseguir que Rosa le dé la razón.
―Verás, Martina, no sé si me has entendido… ―intenta explicarse Rosa.
Y de repente la entiendo. ¡Creen que he pasado el fin de semana con Saul en plan romántico! Lo que me faltaba para que se una a mi historial de enchufada...
―He estado en Chicago de apoyo, en la BookExpo America. Me lo pidió el señor Coleman cuando me estaba yendo el viernes, porque no quería molestar a Claire a esas horas. ¡Es mi jefe, por el amor de dios! ¿Cómo podéis creer algo así?
Ambas se acobardan por mi grito final y bajo la voz para hacer las preguntas que más miedo me da hacer:
―¿Quién os lo ha dicho y, sobre todo, quién más lo piensa?
―A mí me lo ha dicho Marla ―responde Rosa rápidamente.
―Y a mí Joe, el de recepción. A él se lo ha dicho Tania, de Compras y a ella, Tommy, de Comunicación. Creo que, a estas alturas, lo sabe todo el mundo...
Giro a mi alrededor para ver lo que me había pasado desapercibido hasta entonces, y descubro que sí, que lo saben todos, porque todos mis compañeros están en grupitos, de cháchara y, ocasionalmente, me miran y siguen con sus cuchicheos. Perfecto, soy la comidilla de la oficina... y ni siquiera he hecho nada... o bueno, no he hecho 'casi' nada...
Porque debo reconocer que el día de ayer fue de lo más intenso y que, sólo desde la aceptación de Dennis Kunnis a formar parte de nuestra plantilla de autores, el día comenzó a mejorar.
Mi jefe casi salta de alegría al escuchar al escritor decir que firmaría sin condiciones ni reparos gracias a mi relación con Kunnis del verano pasado. Porque, seamos sinceros, ¿qué probabilidades había de haberlo conseguido al modo tradicional?
Para celebrarlo, fuimos a tomar una copa con Dennis y, después de hacer que firmara el contrato y amarrarlo por fin a Coleman and Asociated Publishing, nos fuimos corriendo al aeropuerto para no perder el último vuelo a Nueva York. La historia de mi vida, llegué con prisas y me iba igual.
En pleno vuelo, mi jefe se acercó a mi asiento y me pidió que, por favor, le acompañara a primera clase. Estaba ya en plan autoconvencimiento de que volar no era malo y que podría salir de ese avión si quisiera, mi mantra de siempre, cuando su propuesta llegó y me sonó a música celestial. Necesitaba distraerme y no pensar en mi encierro en ese cubículo de metal.
―No sé cómo agradecerte lo que has hecho hoy por la empresa, Martina ―me dijo nada más sentarme en el amplio y cómodo asiento que había junto al suyo.
―Bueno, técnicamente yo no he hecho nada ―le respondí divertida―, simplemente aparecer. El resto lo ha hecho el señor Kunnis.
Me miró como si me viera por primera vez, deteniéndose en los detalles de mi rostro. Parecía que deseaba aprendérselo de memoria y eso empezó a hacer que me volviera a dar un poco de miedo. Sus ojos, siempre azules y fríos, tenían un calor desconocido para mí hasta ahora. Jamás le había visto mirar a nadie con algo parecido al afecto y, realmente, aquello no estaba nada mal. Le hacía parecer cien veces más guapo que cuando en sus ojos sólo había frío y distancia.
Una azafata se acercó a nuestros asientos con una bandeja y dos copas de champagne, y Saul las tomó y me pasó una.
―Dime cómo lo haces ―me preguntó con una sonrisa enorme que llegó al centro de mi corazón, mientras hacía un gesto de brindis y bebía de su copa.
Yo le imité, encantada de estar viajando en primera clase, acompañada de un hombre guapo y bebiendo champagne.
―¿Cómo hago qué?
―Hacer que todo sea tan fácil. Apareciste y, al cabo de unos minutos, Kunnis era nuestro. Es increíble.
―Bueno, ha influido el hecho de que ya nos conociéramos, ¿no?
Me sentía absolutamente cómoda allí con él, y de verdad, apenas unas horas antes no daba un duro por intercambiar ni una sola frase más con mi jefe en lo que me quedaba en la empresa. De hecho, hasta dudaba de tener un futuro en la empresa.
―Es que aún no puedo creérmelo... ¿qué hacías tú en una isla de Croacia?
―Pues lo mismo que hago en Nueva York. Trabajar, vivir, conocer sitios... si supieras en los lugares en los que he estado y trabajado...
―Herencia nómada de tu madre, supongo.
―Sí, seguro. Nunca me ha gustado mucho estar demasiado tiempo en un lugar y he vivido en lugares que ni te imaginarías: he estudiado en Oxford, Madrid y Londres. He trabajado en una heladería en la Alta Sajonia alemana, he sido ayudante de un fotógrafo de mascotas en Tokio, he lavado platos en un restaurante en Islandia, he sido guía turística en Bogotá y, como ya sabes, he repartido el correo a los habitantes de Korčula...
Me miró boquiabierto. Creo que estaba calibrando si creerme o no, sin pensar que estaba loca o, por el contrario, era una valiente. No sé a qué conclusión llegó porque se quedó callado y a sus labios afloró una sonrisa pequeñita y dulce.
―¿De qué te ríes? ―no pude evitar preguntarle divertida.
―De ti. De haber estudiado en un montón de sitios ¿has dicho Oxford, verdad?― preguntó risueño― Y dar vueltas por el mundo sirviendo helados en Alemania o repartiendo el correo en Croacia... eres una caja de sorpresas. ¿Por qué has elegido vivir como una hippy en lugar de buscar tu lugar en el mundo y trabajar seriamente?
Mi rostro se desdibujó entonces. Adoro mi vida tal y como ha sido hasta ahora. No doy por malgastado ni un sólo minuto de mis peripecias por todos esos países en los que he decidido pasar una temporada, así que su pregunta, de algún modo, dejó ver el enorme abismo que había entre ambos a la hora de concebir lo auténtico de este mundo. Él se dio cuenta de que no había sido muy acertado, sobre todo cuando cambié la dirección de mis ojos y los clavé en el asiento que tenía delante.
―No quiero decir que no hayas sacado nada positivo de todo eso... pero ¿qué pretendes hacer con tu vida?
―Siempre he querido vivir el mundo, no verlo, vivirlo en toda su esencia. Al acabar mis estudios me propuse disfrutar de lo que este planeta podía ofrecerme y dejar para más adelante lo de asentarme y trabajar de algo que me permitiera una cierta estabilidad. Hace unos meses, sentí que necesitaba un cambio 'más maduro' y por eso llamé a mi madre. Ella me consiguió el puesto en tu empresa y en ello estoy. Aunque quiero dejar claro que nunca descarto volver a las andadas, la vida que tú llamas 'hippy' me ha enseñado mucho más de lo que te puedas imaginar. Y desde luego, es mucho más enriquecedora que estar sentada en una silla de oficina ocho horas cada día.
―¿Tienes en mente a dónde quieres llegar?
Lo miré sorprendida por la pregunta. ¿Lo sabía? Desde luego que no, esa hoja de ruta nunca se me ha mostrado con mucha claridad.
―Sé que estoy a gusto ahora donde estoy. Y si hago un esfuerzo, hasta me veo en Coleman and Asociated Publishing a largo plazo... aunque me gustaría, cuando demuestre mi valía en este puesto, aspirar a algo más acorde con mi formación.
Asintió complacido con mi respuesta y bebió un sorbo de su copa, apurando el contenido y haciendo un gesto a la azafata para que nos sirviera más.
―¿Y qué hay de ti? ¿A dónde quieres llegar tú?
Ahora el que puso los ojos como platos de la sorpresa fue él. Estoy convencida de que jamás de los jamases nadie le había hecho semejante pregunta.
―¿Yo? ¡No tengo ni idea!― y rompió a reír como si fuera un niño pequeño, con una risa clara y genuina que lo iluminaba entero.
Sentí un escalofrío en mi interior. Por muy diferentes que pudiéramos ser, estaba claro que había dentro de él algo muchísimo más valioso de lo que se esforzaba en mostrar. Y es cierto que tenía un carácter de mil demonios y que era un snob, pero también tenía sentido del humor y había bondad en sus ojos. Supe al instante que podría amarle si me lo proponía y, justo en ese instante, quise interponer dentro de mí una barrera que me impidiera enamorarme de él. “No es buena idea enredarse con el jefe”, pensó mi parte más racional.
―Me conformo con saber a dónde va la empresa y no creas que lo tengo claro. Ayer en la reunión con los comerciales no surgieron ideas nuevas y siento como si Coleman and Asociated Publishing se estuviera estancando, como si nos fuera a atropellar una locomotora. No se lo digas a nadie, pero estoy aterrado por cómo pueden ponerse las cosas en los próximos años si no nos ponemos las pilas. Y tiene que ser ya mismo.
―¿Ideas? ―casi grité― !Yo tengo miles!
Sin duda, tenía toda su atención con tan expresivo y ferviente arranque. Hizo como si se estuviera acomodando y me indicó con un gesto que le contara mis ideas sobre la editorial.
―Verás ―comencé sin, curiosamente, nada de miedo por cómo podría reaccionar él ante mis desvaríos― creo que la empresa debe redefinirse, como bien acabas de decir. Hay que mirar hacia adelante y ahora mismo, deberíamos centrarnos en dos frentes: primero, potenciar la presencia digital, con más títulos, buenos precios y una división especializada en captar autores en la red, y segundo, buscar talento entre los blogueros. Abrir un camino en el que los blogs tengan más presencia y podamos exportar ese modelo a la editorial.
Asintió despacio, como considerando ambas opciones con seriedad. Mi corazón iba a mil por hora y pasamos el resto del vuelo enredados en perfilar estas y otras ideas que fueron surgiendo. En todo ese tiempo, sentía cómo me iba sumergiendo en sus preciosos ojos azules y la sonrisa tonta afloraba a mis labios de forma continua. El champagne también ayudaba en eso.
Al llegar a Nueva York, su chófer, Joseph, le estaba esperando, y se ofreció a llevarme a casa para evitarme la tediosa tarea de coger un taxi. Se lo agradecí, estaba realmente cansada y, además, así aprovechaba algunos minutos más con él.
Cuando el coche paró frente a la puerta de mi casa, él se bajó solícito y me ayudó a subir el equipaje hasta mi piso.
―No puedo alegrarme más de haber decidido llevarte conmigo a Chicago. Gracias, Martina, por todo.
Y en ese momento, en el rellano de mi piso, junto a la puerta sin abrir de mi casa, cansada y emocionalmente disparada, fue cuando se inclinó sobre mí y dejó en mis labios un suave beso de despedida.
*****
A lo largo de la mañana, el tema del supuesto lío con mi jefe es ya trending topic. Nadie queda ya sin saber todos los detalles del tema (inventados al 95 por ciento) y, sobre todo, sin dedicarme sus miradas, disimuladas o no, da igual.
Las chicas se han pasado por mi mesa una a una, en un vano intento de borrarme el cabreo y el bochorno que siento. Todas juran y perjuran que se fían de mi versión y que no me creen capaz de ligarme al jefe para escalar posiciones en la empresa, tal y como se está adornando el rumor.
Intento concentrarme en el trabajo, pero es tarea casi titánica. Y es que entre que apenas he dormido pensando en ese beso junto a la puerta y esto de la oficina, la cabeza no quiere ponerse en modo tranquilo, y estoy que me subo por las paredes.
Claire, por supuesto, también ha oído los chismorreos y se pasa por mi puesto cada dos minutos a darme órdenes estúpidas y sin sentido como que riegue las plantas o que le pida hora en la peluquería. A ambas cosas me niego educadamente y ella, que no es tonta, no hace ningún comentario porque sabe que yo sé que ahora estoy que muerdo y que no son, de ningún modo, mis tareas.
Para centrarme en algo distinto, intento llamar a mi madre, que sigue desaparecida y ya me empieza a preocupar. Su teléfono móvil ni siquiera da llamada. Apagado o fuera de cobertura. Doy un repaso a mi cuenta de correo personal en busca de noticias de mi padre, por si supiera algo de ella. Efectivamente, tengo un correo suyo, respuesta al que yo le envié el viernes.
Para: martinapeleona@mail.com
De: napoleonchef@napoleonrte.com
Asunto: Del Urbaibai a Nueva York
¡Mi querida niña!
Todo igual en el Napoleón, muchas reservas, más allá de Navidad, estamos completos, pero muy contentos, ya lo sabes.
Tengo apenas unos minutos para escribirte, pero no quería pasar la oportunidad de recordarte lo orgulloso que estoy de ti. La entrada sobre Bangladesh en tu blog me pareció maravillosa. No dejes de escribir, hija mía, porque cuando te leo, te veo reflejada en esas palabras y sé que es tu esencia la que queda impregnada en cada artículo.
Y no llames al F.B.I. todavía... ya conoces a tu madre. No te preocupes por ella, algo me dice que está bien allá donde esté, rumiando su particular crisis de los sesenta.
Te quiero, Martina.
A.
Él me pide tranquilidad, no sé si tiene noticias que desconozco o su intuición así se lo dice, pero decido darle un voto de confianza y creer que mamá no está más desaparecida de lo que ella quiere estarlo.
A la hora de comer no sé si quiero escaparme a tomarme mi sándwich de queso y salmón a algún rincón donde nadie se me acerque o si coger el toro por los cuernos y comerme mi sándwich de queso y salmón a plena vista de todos. Escojo la segunda opción porque, por los genes de mi padre vasco, soy un poco de Bilbao, y a mí a bruta no me gana nadie. Así que cuando llega la hora del almuerzo, asiento a los gestos desmesurados de Marla para unirme a ellas en el comedor de la empresa.
―No les hagas caso, Martina ―me recomienda Miriam cuando nos sentamos en nuestra mesa habitual, después de hacer un repaso visual y comprobar que nueve de cada diez usuarios del comedor están, sin duda, hablando de mí.
―Es difícil no hacerles caso. Míralos, parecen zombies, no me quitan ojo, al menos podrían cortarse un poco.
Le doy un mordisco lleno de rabia a mi sándwich y procuro centrarme en otras cosas. Les pregunto qué tal el viernes y ellas, invariablemente, vuelven la conversación al chismorreo general.
―Lo mejor que puedes hacer es no avergonzarte, aunque no haya pasado nada, tú vete como si fueras la reina de la oficina. Seguro que a más de una le bajas los humos ―afirma muy confiada Marla, tras tragarse medio litro de zumo de arándanos de una sentada.
―Chicas... ¿qué tal lo pasasteis el viernes? ―insisto a ver si las alejo del tema.
―Ojalá te lo hubieras tirado de verdad, está muy bueno...
―¡Georgie! ―exclamo ya harta― No tengo interés en tirarme al señor Coleman... ¿cómo tengo que decirlo? Además, el otro día conocí a un chico y...
―¿Conociste a un chico? ―grita Marla sin pudor, total, para qué― Cuenta, cuenta.
No pretendía hablarles de Marie, pero es que me parece que la única manera de no hablar de mi posible lío con un hombre es hablarles de mi posible no lío con otro. Así que les cuento mi encierro en el ascensor y luego, para pena de Georgie que deja escapar un suspiro como si de una novela rosa se tratase, les cuento que el hombre de la longaniza que me dejó tan descolocada, se casa en apenas ocho semanas.
―¡Oh, qué romántico! ―no puede evitar decir Miriam, con el asentimiento general y las lágrimas brillando en la comisura de los ojos de la sensible Georgie, para redondear al escena.
―De romántico nada, no voy a volver a verlo. ¿Qué más da?
Mi historia del ascensor me procura un momento de paz y me permite cambiar de tema, así que acabamos la comida con algo de normalidad, que, de verdad, me viene bien para calmarme un poco.
Después del almuerzo decido que no me importa lo que se piense de mí y de mi jefe, cuando, como no podía ser de otro modo, él aparece, desmontando mis intenciones.
Lo veo entrar y se hace el silencio más absoluto en la oficina. Una cosa es chismorrear sobre la secretaria de la secretaria, algo así como el último mono de la empresa, y otra sobre el director General, máximo poder y presencia imponente donde las haya.
Compruebo, con horror, que no se dirige a su oficina con paso decidido y mirada al frente como cada día, sino que viene directo a mí ¡y con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en los labios! ¡No, por favor, no me hagas esto. No te pares, no me hables, no alimentes más esto! Mi instinto más primario me grita en mi cabeza que me meta debajo de la mesa, como si alguien hubiera gritado ¡terremoto!, y quedarme ahí abajo hasta que Saul hubiera decidido que estoy definitivamente loca, y se hubiera metido en su despacho. Pero a ver quién es la valiente que hace semejante tontería, con la oficina entera mirando como audiencia enganchada a una telenovela.
―Martina ―(sí, me ha llamado por mi nombre y encima en alto, ya veo cómo se hacen quinielas sobre nuestra futura fecha de boda)― Pasa a mi despacho, por favor.
Ya está, la puñalada final. Ya está confirmado por el mismísimo Saul J. Coleman Junior el cliché máximo en cualquier oficina del mundo: el jefe se tira a la secretaria.
Me pongo de pie muy despacio, me atuso el pelo para terminar de darme la estocada mortal y camino todo lo digna que puedo tras mi jefe. Atrás dejo vía libre para lanzarse a la carrera del chismorreo despiadado entre casi cien personas. Tierra, trágame.
―Martina, he estado toda la noche despierto ―empieza mientras me indica con un gesto que tome asiento enfrente de él―. No podía parar de pensar en las ideas de las que me hablaste. Creo que son muy interesantes y deberíamos lanzarnos a por ellas.
―Estupendo ―digo en un susurro apenas audible que hace que, por primera vez, Saul se dé cuenta de que pasa algo y le salten las alarmas.
―¿Te encuentras bien? Creí que estarías más emocionada con esto, son tus ideas al fin y al cabo… ―se para de pronto y me mira muy serio― ¿Es por lo de anoche? ¿Por el beso? Me pasé ¿verdad? Siento mucho si te hice sentir incómoda...
―No, no es eso ―le interrumpo. No quiero que piense que su beso no me gustó. Porque me gustó, me gustó mucho―. Es sólo que yo también he dormido poco.
Se relaja al oír mi disculpa y vuelve a las ideas de las que hablamos ayer, exponiendo algunas mejoras, y aportando él su propia visión sobre alguno de mis argumentos.
―Voy a crear un nuevo organigrama en la empresa, con nuevos puestos de responsabilidad centrados en la división digital, la caza de talentos entre los autores independientes y el seguimiento de blogueros para incorporarlos como autores de interés social. Y uno de esos puestos de responsabilidad, va a ser tuyo.
―¡NO! ―grito como una poseída y me levanto de la silla como si me lanzara un resorte. Él, que en todo momento tenía la mirada teñida de ilusión, se queda boquiabierto y no sale de su asombro.
―¿No? ¿En serio acabas de gritar no a mi propuesta de promoción dentro de la editorial? ―está enfadado, puedo sentirlo. Y lo va a estar más si no se lo explico.
―No puedes ascenderme justo ahora. No con lo que se está comentando hoy en todos los rincones de la oficina.
Sé que él no va a entenderlo, que como hombre todopoderoso al que nadie le tose encima, le va a quitar hierro al asunto, pero es que yo no puedo permitirme que me crean capaz de acostarme con mi jefe para conseguir un ascenso. Es una cuestión de amor propio, el mismo que me hace trabajar el doble y con más ahínco para callar las bocas de los que me acusan de ser favorecida por un enchufe en toda regla.
―Hoy he llegado a la oficina a primera hora y ya era la comidilla de toda la planta mi supuesto romance de fin de semana contigo. No puedes ascenderme, Saul, no después de eso.
―¿Cómo se han enterado tan pronto de que has venido conmigo a Chicago? ¿De dónde ha partido el rumor? ―se le nota clarísimamente enfadado, pero creo que ya no es conmigo, sino con los demás. O quizá con él mismo, por no preverlo antes.
―Según mis indagaciones, la cadena de chismes partió de Comunicación.
―Virginia― no hace falta que diga más.
Nos miramos por un momento, ambos calibrando qué daño puede hacernos que Virginia vaya hablando así de nosotros. A él poco, aunque también lo tuviera a él en el punto de mira, soy yo la más perjudicada. La que ve su nombre arrastrado y todo lo que haga, ya de por sí monitorizado, va a ser mirado al detalle y con lupa.
―No le demos más vueltas. Hablaré con ella y zanjaré este asunto.
Y ya está. ¿Qué es zanjar el asunto para este hombre? ¿Va a someter a un lavado de cerebro a todos en la oficina? Porque si no, ya me dirás tú a mí cómo se zanja el asunto. Que la semilla ya está plantada...
Saul se queda callado, como cavilando la mejor forma de abordar a Virginia y (espero) hacerle pagar la travesura malintencionada. Y yo aprovecho para levantarme y salir del despacho.
―Te llamaba para otra cosa ―me dice deteniéndome a medio camino hacía la salida―. Mi padre me ha pedido que te invite a cenar el sábado. A eso no te puedes negar, nadie en la oficina te verá allí.
Salgo finalmente del despacho tras asentir en silencio. No puedo negarme, aparte de ser amigo de mi madre, Saul Coleman Senior ha sido quién me ha colocado aquí, y no puedo escaquearme o inventarme alguna excusa. Debo ir.