Capítulo 10

 

Vale, ropa cómoda. Espero que no me lleve a hacer senderismo a las nueve de la noche. Me decido por unos shorts vaqueros con puntilla blanca en la parte delantera (cómodo, sí, pero también sexy y con un toque chic) y una camiseta negra de tirantes (sencillo, pero de nuevo, sexy). Completo el conjunto con unas botas planas de cuero negro, y una cazadora vaquera por si acaso refresca, aunque llevamos dos semanas en lo que podríamos llamar una ola de calor tempranera.

A las nueve en punto suena el timbre de mi casa y mis nervios se disparan. No sé qué espero de esta noche, pero desde luego, una invitación como la que me envió ayer Marie, para un plan de sábado noche, no puede ser nada inocente.

Me he debatido mucho entre llamarle y anular lo que tuviera pensado o dejarme llevar por lo que ese chico me hace sentir desde el encierro en el ascensor. Ha ganado la segunda opción, porque aparte de atraerme de una manera más que evidente, soy curiosa por naturaleza y quiero saber cuál es ese regalo de cumpleaños que tiene para mí.

Seguro que no se parece en nada al regalo que las chicas me han hecho esta tarde durante nuestra comida.

Ha sido una comida genial en una terraza cerca del Flatiron, con muchas risas y mucha complicidad, a pesar del bochorno con el que he llegado por culpa de mi “indisposición” de ayer. Pero todas se han apiadado de mí, me han felicitado con besos y abrazos y me han asegurado que fue gracioso verme perder los papeles por una vez.

Hemos comido, reído, comentado mi desafortunada llamada a Saul y, sí, les he hablado de la cita que Marie me ha propuesto para esta noche. Todas me han felicitado, salvo Rosa, que muy seria, mucho más de lo habitual, me ha prevenido y pedido que vaya con cuidado. He querido tranquilizarla, pero ni yo misma estoy tranquila, así que he optado por darle las gracias de forma silenciosa por preocuparse por mí, y seguir con la comida como si nada.

Con el postre ha llegado un chessecake gigante con treinta velas encendidas encima. Casi hay que llamar a los bomberos para evitar la tragedia, pero al final he conseguido acabar con todas y pedir mi deseo: No equivocarme.

Marla se ha ausentado un momento y ha entrado en el restaurante a buscar mi regalo. Ha vuelto con la que ha resultado ser la sorpresa más agradable que podía imaginarme: ¡un gatito! Han decidido que sí, que debo empezar a coleccionar mi propia camada de gatos si soy tan desastrosa en mi vida amorosa como el mensaje que le dejé a Saul demostró, o eso es lo que me han dicho entre burlas y risas.

Es precioso. Pequeñito y suave, con el pelo blanco y gris oscuro, y los ojos también grises, pero del color del cielo cuando hay tormenta. Es súper cariñoso y enseguida me he enamorado de él. Bueno, de ella, que ha resultado ser chica.

―¿Cómo la vas a llamar? ―me pregunta Marla impaciente, dando saltitos y palmas de la emoción que le da que me haya gustado tanto el gatito.

―Hummmmm… ¡Buffy! ―exclamo tras un segundo de vacilación― Cuando era adolescente siempre quise tener una mascota, pero no paraba mucho tiempo en el mismo lugar. Pero una cosa era constante, estuviera donde estuviera, en casa con mi padre o por el mundo, con mi madre, siempre podía encontrar en las teles de todos los sitios por los que pasaba a Buffy la Cazavampiros. Me daba una especie de seguridad seguirla… y como esta pequeñaja me va a defender del mundo y de la soledad, además de ayudarme a convertirme en un bicho raro, pues no se me ocurre mejor nombre para ella.

Todas se ha quedado satisfechas con la explicación y hemos seguido nuestra celebración improvisada hasta bien entrada la tarde, cuando la cercanía de la noche y los planes y compromisos adquiridos, nos han obligado a separarnos.

Al llegar a casa, he visto un sobre en el buzón y enseguida he pensado en mi madre.

Si mi madre está bien y a salvo, da igual en qué rincón del planeta se encuentre, sé que va a ponerse en contacto conmigo hoy. Me he acercado con miedo al buzón, como evitando acelerar el momento de romper esa burbuja donde he instalado mi esperanza, y he abierto despacio la puertecilla.

Había un sobre. Blanco, pequeño y con la dirección escrita en color violeta. Es la letra de mi madre… ¡Es la letra de mi madre! He querido gritar cuando he comprendido que sí, que es ella realmente quien está detrás de esas palabras que me han llegado al buzón en un día tan importante. Sabía que no era posible que se olvidara o que lo dejara pasar.

He abierto el sobre ahí mismo, incapaz de esperar más para saber algo de ella, y he roto a llorar al leer lo que tenía que decirme:

 

Hija…

Sé que estas últimas semanas no he estado ahí para ti. Para nadie en realidad. No me encuentro muy bien (no te alarmes, es un padecimiento meramente anímico) y he decidido retirarme a meditar para encontrarme a mí misma. Creo que debo reconsiderar muchas cosas, empezando por esta forma de vida nómada, que tantas alegrías me ha dado.

No soy la misma. Siento que ya no tengo las ganas ni la vitalidad de seguir con este ritmo, y la vida me está empezando a enseñar, quizá demasiado tarde, que hubo muchas cosas que no supe apreciar.

Ahora estoy tratando de saber qué quiero. Y ya casi lo tengo claro. Cuando lo sepa con toda seguridad, iré a por ello y no lo dejaré escapar.

Mientras tanto, tú disfruta de Nueva York y de esa etapa tan bonita. Cumples treinta años y entras en la mejor edad de tu vida. Si quieres plantarte, si deseas parar y contemplar lo que te queda de vida desde ese único escenario, hazlo. No eres como yo… no tienes que seguir buscando algo que, quizá, ya has encontrado.

Te quiero, hija. Te quiero y te echo de menos. Muy pronto nos veremos. Mientras tanto, sé feliz. Prométemelo.

Te quiero.

A.

             

Las lágrimas que caían por mis mejillas me iban impidiendo ver por dónde pisaba, mientras intentaba subir por las escaleras cargando con la caja donde iba metida Buffy sin caerme.

Ahora, mientras bajo esas escaleras de nuevo para encontrarme con un chico que me hace sentir tan especial, pienso en ella. En mi madre y en el regalo de su presencia en la distancia, y no puedo evitar dibujar una sonrisa que me llena de paz y amor.

Cuando llego a la calle lo veo esperándome apoyado en una moto enorme. Se incorpora y se acerca a mí, entregándome el casco que tiene en la mano.

―Veo que me has hecho caso en lo de la ropa cómoda. Temía que te hubieras puesto un vestido de gala y tuvieras que montarte en la moto como las amazonas en las películas de época ―dice por todo saludo.

―¿A dónde piensas llevarme? ―pregunto recelosa mientras examino el casco -negro, discreto, liviano- que descansa entre mis manos.

―Es una sorpresa ―sonríe y se dirige hacia su moto, invitándome a subirme detrás de él.

Coge otro casco, idéntico al mío, que está apoyado en el manillar y se coloca en la moto, esperando a que yo haga lo mismo. Pero es que necesito que alguien pulse la tecla de play para volver a poner en marcha esta escena de tan anonadada como estoy. Él me mira impaciente y yo, resignada, me pongo el casco y me subo a la moto con él.

―Por cierto, Feliz Cumpleaños ―me susurra justo antes de poner la moto en marcha e irnos de allí a un destino incierto.

Recorremos la ciudad hacia el este. Primero por Houston Street y luego por Bowery. Parece que nos dirigimos al Puente de Manhattan, uno de mis puntos favoritos de la ciudad, con vistas privilegiadas sobre su hermano, el Puente de Brooklyn. La noche acaba de caer y todo está iluminado con esas luces que hacen tan popular todas las estampas nocturnas que se toman de la ciudad desde el East River.

Nueva York de noche es un espectáculo bellísimo y excesivo, marcado por el skyline que escogen las luces y las sombras para remarcar la ciudad contra el cielo oscuro.

Atravesamos el puente y llegamos a Brooklyn. No he estado muchas veces aquí, pero siempre me he sentido a gusto. Creo que si viviera permanentemente en Nueva York, escogería Brooklyn como mi lugar de residencia. Me gusta su ambiente, su frescura, su calma y la manera de reinventarse tan auténtica que ha tenido.

Cuando llegamos a la otra parte del puente, Marie dirige su moto a los muelles, a la zona conocida como DUMBO, donde se tienen las mejores vistas entre los puentes. Se para en el Main Street Park y me ayuda a bajar de la moto.

Es un lugar increíble. Había estado una vez, un domingo que salí a pasear y atravesé el Puente de Brooklyn en busca de esas vistas de postal. Pero nunca he estado aquí de noche y lo que contemplan mis ojos en estos momentos no puede gustarme más.

Hay unos bancos dispuestos hacia el Puente de Brooklyn, dándole la espalda al de Manhattan. Y delante, una escalinata de piedra, ancha y enorme, que está llena de parejas y de turistas, en busca de la foto que llevarán de regreso a sus casas. Y frente a nosotros, en los muelles del otro lado de una pequeña bahía que se mete en tierra cerca de nosotros, el famoso carrusel de Jane, que da vueltas y vueltas con sus luces antiguas encendidas.

Marie y yo nos sentamos entre el resto de parejas y observamos en silencio la grandiosidad de Manhattan. Sus altos edificios, su solemnidad de piedra y metal. Y me siento pequeñita y feliz, porque eso es lo que esas vistas te hacen sentir irremediablemente.

Marie me mira y me sonríe. Y yo le sonrío a él y le digo gracias por señas, sin articular palabra, por este regalo, por este escenario de película para darles la bienvenida a mis treinta años.

―Has acertado de pleno con el regalo ―le digo tras un largo silencio.

―¿Quién ha dicho que esto sea mi regalo? ―pregunta con una falsa inocencia pintada en sus ojos, que brillan de una manera intensa y preciosa.

Nos quedamos mirándonos un tiempo demasiado largo y por mi columna vertebral me suben escalofríos de miedo y de ganas. Me gustaría tocar su cara risueña, besar sus labios siempre curvados en una sonrisa, volver a oler su cuello como en nuestra anterior despedida. Y vuelvo a contenerme con él, porque es sólo mi amigo. Aunque tontee conmigo, aunque me traiga a sitios mágicos, aunque me vuelva loca. Sólo es mi amigo porque, a mes y medio de su boda, está claro que no puede ser nada más.

Se pone en pie y me ofrece su mano. El contacto hace que surjan chispas invisibles, pequeñitas y llenas de una electricidad cargada de vatios. No sé si ha sido buena idea acceder a esto, me siento demasiado vulnerable y sé que podría pasar cualquier cosa sin que mi racionalidad intentara siquiera intervenir.

Me da el casco otra vez y montamos en la moto rumbo al interior de Brooklyn. Tras cinco minutos callejeando, nos paramos delante de una típica taberna de barrio, de la que salen risas y mucho ambiente. Entramos y me sorprende un estallido de gritos y colores. Esto es una auténtica locura, pero me encanta.

Hay gente de todas las edades sentados a unas mesas al fondo, pasando la barra. Todos llevan camisetas de colores llamativos y se nota que el alcohol, las ganas de divertirse y la camaradería, son los protagonistas allí.

Nos dirigimos directamente a una de las mesas, donde cuatro hombres, vestidos todos de naranja, se levantan al vernos llegar.

―Chicos, esta es Martina ―me presenta― el arma secreta de la que os hablé.

¿Qué? ¿De qué va todo eso? ¿Soy un arma secreta? ¿No me habrá metido en algún rollo raro, un juego de rol o algo así? Mi cara ahora mismo debe de ser todo un poema, y no sé si tomar asiento o salir corriendo.

Aún estoy decidiendo qué opción escoger, cuando el más alto del grupo, un chico risueño, con gafas y muy poco pelo, me tiende una camiseta naranja igual que la que ellos llevan, y le da otra a Marie, que se la pone mientras me presenta a los chicos.

―Martina, estos son Victor, Marcus, Fred y Ronnie, el equipo a batir esta noche.

―El equipo ¿de qué? ¿Qué es todo esto, Marie? ―le digo en bajito, procurando que los demás no se enteren de lo perdida que me encuentro ahora mismo.

―Somos los actuales campeones del barrio de Trivial Pursuit. Te lo dije en el ascensor. Y tú dijiste que podrías con todos tú sola, que eres buenísima. Palabras textuales. Pues bueno, no tienes que ganarnos, tranquila, sólo ayudarnos a ganar ―y se queda tan satisfecho con su sonrisa blanca e inocente pintada en los labios.

Recuerdo exactamente el momento en el que mantuvimos esa conversación durante nuestro encierro en el ascensor y se me contagia su buen humor inmediatamente. Estallamos ambos en unas carcajadas que sus amigos creo que no alcanzan a entender.

―Te cuento rápidamente, aunque lo irás viendo sobre la marcha ―trata de explicarme Marie―. Victor es bueno es Geografía. A Ronnie le va el Arte y la Historia. Fred es nuestro hombre de los Deportes. Yo me quedo con las Ciencias y Marcus… bueno, Marcus es bueno en todo. Tú puedes cubrir sus lagunas en Espectáculos y Literatura ¿te parece?

Asiento divertida mientras me pongo la camiseta naranja y Victor, el alto, nos cede su sitio para que podamos sentarnos al lado. Vaya camisetas, naranjas chillonas, imposible huir con esto puesto. En la espalda pone nuestro nombre y la forma en la que han decidido llamar al grupo: Brooklyn Peaches. Incomprensible.

―¿Melocotones de Brooklyn? ¿En serio? ¿Quién eligió este desafortunado nombre? ―pregunto muy seria mirándoles a los cinco uno por uno.

―Culpable ―dice el que me han presentado como Ronnie, un hombre de mediana estatura y ojos vivaces remarcados por las cejas más espesas que he visto en mi vida.

―No le tortures, que bastante le hemos dado nosotros ya con el tema ―intercede Marie―. Fue a estamparlas y como no habíamos escogido nombre, pensó lo primero que se le vino a la cabeza.

―Los melocotones son naranjas ―intenta justificarse Ronnie encogiéndose de hombros y causando las risas de todos nosotros.

―No os metáis más con el nombre, que nos ha dado dos victorias consecutivas y puede que hoy revalidemos título ―tercia Victor, aunque es imposible que se apaguen nuestras risas.

De inmediato, esta pandilla de hombres que juega a Trivial un sábado por la noche, me gusta. Son agradables desde el primer vistazo. Victor es atento y servicial y nos trae algo para beber; Ronnie es inocente y jovial y deja que los demás se rían de sus ocurrencias, sabiendo que no lo hacen con maldad. Fred es el más mayor, rondará los cincuenta y cinco años, y es el más calmado de los cinco. Marcus está gordito y la camiseta le aprieta mucho, pero su rostro enrojecido y su pelo aplastado, le dan un aspecto entrañable que hace que quieras achucharlo al momento. Es, además, el cerebrito del grupo, el de sobresalientes, el sabelotodo… es la verdadera arma (no tan secreta) de los Brooklyn Peaches.

Está previsto que la partida empiece a las diez y media, así que nos da tiempo justo a pedirnos unas hamburguesas y cenar a todo correr. Están deliciosas, con su pan tostado, su carne en el punto justo y unas salsas muy sabrosas que le dan un toque francamente especial.

No sé ni cómo me atrevo a comer una comida que puede perjudicar inmediatamente mi imagen pública, después de lo que me pasó en Chicago con el perrito de Kevin Hickey. Pero siento que aquí nadie está para juzgarme, y paso olímpicamente de lo que esa hamburguesa pueda hacerle a mi reputación.

Nos las acabamos justo cuando bajan las luces tenuemente y una mujer de unos 45 años y entrada en kilos, sube al pequeño escenario que se ve al fondo y coge un micrófono que le tienden.

―¡Bienvenidos a la final de Trivial Total de Brooklyn! ―grita y hace que todos a mi alrededor comiencen a silbar y aporrear las mesas como cavernícolas.

Detrás de ella se ha encendido una pantalla de tela donde se proyecta un panel gigante de Trivial. Los chicos me explican que cada categoría conquistada vale dos puntos, y completar el juego central, una vez conquistadas las seis categorías, diez más.

―¿Estáis preparados para preguntas realmente complicadas, mucha emoción y un trofeo que es el orgullo de todo Nueva York?

―¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ―corea todo el mundo en el local.

―Pues vamos a empezar, los diez equipos tirarán el dado por orden de puntuación obtenida en la liguilla anual, así que empiezan los Fishermen.

Veo que los primeros en jugar son los del equipo morado -los diez equipos los conforman los colores blanco, negro, amarillo, rojo, azul, verde, rosa y turquesa, además de los morados y nosotros, los naranjas- y noto que mis compañeros de equipo miran con suspicacia hacia el lugar donde se inicia el juego.

―Creía que erais los mejores y que veníais a revalidad el título ―digo con sorna mirando a Marie.

―Y es verdad. El título nos lo vamos a llevar, aunque esos tíos de ahí nos van ganando ahora mismo por tres miserables puntos― se lamenta él.

―La verdad es que es más interesante así. La temporada pasada no tuvimos rivales dignos, pero este año los Fishermen están haciendo interesante la competición ―interviene Fred con una mirada llena de ganas de ganar, pese a que hasta ahora sólo había demostrado candor e inocencia.

Me echo a reír porque, de repente, la cosa se ha puesto emocionante. Es evidente el pique que hay entre morados y naranjas, y eso va a hacer que la partida sea intensa. ¡Estoy deseando que empiece!

Comienzan los morados y aciertan tres preguntas seguidas, ninguna con opción a puntos. Nosotros somos los siguientes y nos toca azul. Es una casilla simple, así que tampoco puntúa. Geografía. Victor es nuestro hombre en esta categoría.

―¿Dónde se encuentra el delta del Okavango?

¡Dios! Sí que se han tomado en serio la dificultad de las preguntas en esta final de barrio. ¡Eso no lo sabe nadie! Nos tocará esperar a la siguiente ronda, diez equipos después.

―En Bostwana, África ―responde Victor con mucha seguridad, dejándome muda.

Lo miro como si fuera un extraterrestre y él se encoje de hombros.

―Es Patrimonio de la Humanidad, tampoco es tan difícil.

Vale. Estoy rodeada de auténticos profesionales del Trivial Pursuit. Al lado de estos figuras yo pareceré una estudiante de preescolar. Empiezo a rezar a todos los dioses a los que alguna vez les he prometido mis creencias y mi fe para que la categoría de Espectáculos nos toque lo menos posible.

―¡Espectáculos! ―bien, me siento ninguneada por los dioses― ¿Cuántos años después del debut  de Mickey Mouse se presentó a Minnie Mouse?

Mierda. No me la sé. Es difícil. Los chicos me miran con la cara esperanzada, como si yo fuera la Wikipedia o un diccionario enciclopédico Larousse. Pero no, no soy más que una chica normal sin esos conocimientos en la cabeza. Yo de Disney conozco sus películas, no la cronología exacta de creación de sus personajes.

Les devuelvo la mirada compungida, sobre todo a Marcus que, al ser considerado el arma secreta, quizá se lo sepa y así nadie recuerde que yo no tenía ni pajolera idea. Pero él también está en blanco, sin nada que aportar, y finalmente claudicamos.

―La respuesta correcta es: Ninguno. Los dos debutaron el mismo día, el 15 de mayo de 1928.

Perdemos nuestro turno y yo agacho la cabeza intentando pasar desapercibida.

―Era difícil ―intenta disculparme Marie. Qué mono… la verdad es que es adorable lo mires por donde lo mires.

Para evitar sentirme mal y que ellos se encuentren en la obligación de disculpar mi ignorancia, me presto voluntaria para ir a por otra ronda de cervezas. No debería beber mucho después del espectáculo de ayer, pero la cerveza no suele sentarme mal. Soy una gran bebedora de cerveza y me digo a mí misma que puedo aguantar. Aunque, siendo sincera conmigo misma, lo mejor sería que moderara todo uso de alcohol en compañía de un hombre que me hace sentir como lo hace Marie y con el teléfono móvil a un sólo toque de distancia, y con ello, la posibilidad de cagarla aún más con Saul.

A medida que avanza la noche, todo se vuelve más divertido y comienzo a sentirme realmente a gusto. No logro contestar a todas las preguntas que me asignan, pero en las de Literatura no fallo, lo que me hace sentirme más integrada y eufórica.

Contesto correctamente cuando me preguntan quién fue el Primer Premio Nobel de Literatura -Sully Prudhomme en 1901-, cuántos cantos componen el poema Don Juan de Lord Byron -diecisiete- y cuál fue la primera novela de Miguel de Cervantes -La Galatea.

Tras casi dos horas de juego, hemos acumulado ya diez puntos y sólo nos falta la categoría de Deportes, tenemos los nervios a flor de piel. Estamos empatados con nuestros máximos rivales, los Fishermen, a los que les falta por conquistar la categoría de Ciencia.

En la siguiente ronda, ellos aciertan la categoría que les falta y toman la delantera, pero fallan en una pregunta sin puntos, cuando se dirigen a la casilla central a por la ronda completa y los diez últimos puntos. Ahora no podemos fallar.

Perseguimos con ahínco la categoría que nos falta y logramos caer en Deportes. Estamos con los nervios al máximo. Todos miramos a Fred y él parece sentirse confiado. Creo que nunca, en toda mi vida, he estado más tensa que en este momento. Marie me mira con algo parecido a la ansiedad en sus ojos y creo que los míos le devuelven el mismo sentimiento. No hay nada en este momento más que la concentración de Fred y la ayuda puntual que pueda llegar de Marcus.

―En toda la historia del deporte profesional norteamericano ¿qué equipo cuenta con el mayor récord de victorias consecutivas?

Se hace el silencio y en nuestra mesa se puede cortar la tensión con un cuchillo. Parece que todo sucede a cámara lenta y mis ojos van de mis compañeros, a la mesa de nuestros rivales, donde están cuchicheando en busca de la posible respuesta entre ellos, o haciendo apuestas sobre si nosotros la contestaremos correctamente, vete tú a saber.

Fred duda entre los equipos de fútbol americano New York Giants y de baloncesto Los Angeles Lakers. Es Marcus quien cree tener el dato exacto. Y pide permiso para ser el quien dé la respuesta bajo su cuenta y riesgo. Todos confiamos en él, incluso Fred, que le da un pequeño apretón en el hombro como muestra de apoyo.

―Los Angeles Lakers, ganaron 33 partidos consecutivos entre noviembre del 71 y enero del 72.

El silencio se hace en todo el local. La precisión de la respuesta nos hace tener esperanzas, pero la pregunta se las trae y no podemos dar nada por seguro. La conductora del juego se hace de rogar y vemos a los morados, más nerviosos si cabe que nosotros, mirando con ansiedad hacia ella.

―¡Es correcto! ¡Los Brooklyn Peaches han conseguido su sexta categoría y juegan ahora por llegar al círculo central y ganar el juego!

Saltamos de alegría y felicitamos a Marcus por su respuesta. Sí señor, ahí está la utilidad de las armas secretas cuando se las necesita, justo en ese momento en el que hay que jugárselo a todo o nada en una sola respuesta.

Con los nervios en el cuerpo y la mayor cautela del mundo, vamos dando cuenta de las tres preguntas que nos hacen -Ciencias, Historia y Geografía- hasta alcanzar, sin fallar, el círculo central.

Ha llegado el momento crucial de la noche. Los chicos están listos para enfrentarse a esas seis preguntas finales y demostrar a todos que, si han flaqueado en algún momento durante la liguilla de los meses anteriores, era sólo para dar emoción a esa gran final que, hasta yo estoy viviendo como si la vida me fuera en ello. Es emocionantísimo, y sólo deseo que estos chicos se lleven el trofeo a casa por tercer año consecutivo.

―Os haremos, a continuación, seis preguntas, una por categoría y sólo se admitirá el pleno para poder conseguir los diez puntos y acabar el juego. Si falláis, deberéis logar llegar, de nuevo, a esta casilla central para poder volver a intentarlo.

No se oye ni una mosca en todo el bar. La conductora del juego es consciente de que estamos en el momento culminante de la noche, cuando los vigentes campeones pueden revalidar su título o ponerle en bandeja la posibilidad de arrebatárselo a su máximo rival.

Me bebo lo que me queda de cerveza de mi jarra y me dispongo a escuchar las preguntas y a ayudar a mis compañeros, si es que tengo la oportunidad.

―Primer pregunta. Geografía. ¿En qué región italiana podemos visitar la ciudad de Mantua?

Victor cree que es el Veneto, porque es la ciudad a la que huye Romeo tras matar a Tebaldo desde Verona, y Verona pertenece al Veneto. Pero Marcus, de nuevo nuestros salvador Marcus, discrepa y le damos la palabra.

―Lombardía.

―¡Correcto!

¡Fantástico! Este chico está salvando la noche, qué portento. Veo cómo los Fishermen se retuercen nerviosos en sus sillas. No es para menos. Vamos a por la siguiente que es mi categoría.

―Espectáculos. ¿Qué grupo musical europeo tuvo que cambiar su nombre de masculino a femenino para publicar su trabajo en Estados Unidos por culpa de un registro previo del nombre?

¡Dios mío! ¡Esta me la sé! En mi época de Islandia era uno de los grupos más seguidos y escuchados y todos comentaban esa curiosa anécdota que sólo les afectó en su primer álbum.

―Es el grupo finlandés HIM, que tuvo que publicar aquí con el nombre de HER su álbum Razorblade Romance.

―¡Correcto!

¡Sí! Ya nos hemos quitado dos de encima, y muy difíciles las dos. Me siento genial por haber contribuido en la ronda final con esta respuesta que, para mí, ha sido tan sencilla. Marie me sonríe de forma enigmática, seguro que pensando en que al menos por esto, ha merecido la pena traerme.

―Arte e Historia. ¿Qué museo francés se encuentra situado en la orilla izquierda del Sena?

―Esa es fácil ―asegura Ronnie convencido y, dirigiéndose a la conductora del juego, grita― El Museo de Orsey.

―¡Correcto!

¡Venga que ya tenemos la mitad del camino recorrido! Chocamos las manos unos con otros y felicitamos a Ronnie, que le quita importancia al asunto. Los morados se están poniendo poco a poco de ese color. Debe de ser desesperanzador estar tan cerca de arrebatarle la victoria a los campeones y ver que, poco a poco, se te escapan… aunque aún no hemos ganado, no vendamos la piel del oso antes de cazarlo.

―Literatura ―otra para mí― ¿Quién fue el ilustrador con el que contó Lewis Carroll para dibujar a sus personajes de Alicia en el País de las Maravillas?

Buffff, voy a fallar una pregunta de literatura, justo cuando más falta nos hace una respuesta correcta. Si fallo, nos despedimos de las tres respuestas que ya tenemos y nos enfrentamos a la posibilidad de perder delante de los morados.

―John Tenniel ―exclama en alto Victor, sin que ninguno de nosotros sospechara que una cosa así pudiera saberla el experto en Geografía del grupo.

―¡Correcto! ―grita la conductora y los seis exhalamos con alivio todo el aire contenido. Esto va a acabar conmigo.

―Las ilustraciones de este dibujante alcanzaron hace poco una cifra astronómica en una subasta. Y se me quedó el dato. Nada más ―se explica Victor.

Creo que hablo por todos cuando digo que tenemos ganas de besarlo y achucharlo hasta acabar con el poco pelo que le queda. Nos ha salvado y de qué manera. Quedan dos.

―Deportes. ¿Por qué fue sancionada Martina Hingis en 2007?

―Qué fácil. Dio positivo en cocaína durante su participación en Wimbledon ―exclama Fred. Y luego, más bajo, para nosotros― Menuda la pequeña Martina, cómo le daba a la farlopa.

―¡Correcto!

Nos falta una y está todo en manos de Marie. No me lo puedo creer, estos chicos son increíbles y yo estoy muriendo por culpa de los nervios. Nos queda una, nada más que una. Si fallamos ahora, nos sentiremos tan decepcionados que no sé con qué animo jugaríamos la siguiente ronda central. Eso, si los morados nos dieran esa opción, claro.

―Ciencia. ¿Quién formuló el principio que dice que las cargas en un conductor sólo se sitúan en su superficie sin influir en el interior?

No puede ser verdad. No. La casualidad no puede darse a esta escala. Me niego a creerlo. He entendido la pregunta y sé la respuesta. Miro a Marie que me está mirando a su vez, fijamente, con una intensidad increíble, y sé que piensa lo mismo que yo. Que es imposible. Que no pueden habernos hecho esa pregunta.

―Michael Faraday― dice en alto Marie, para que todos lo oigan. Pero no desvía su mirada. Sus ojos en los míos, y una sensación de miedo y alegría me recorre toda entera.

―¡Correcto!

Hemos ganado. Sí, hemos ganado gracias a una caja de Faraday, una caja como un ascensor cualquiera, como uno en el que nos quedamos encerrados ambos y donde, justamente, hablamos de este principio que dice que a un avión no le pueda afectar un rayo o un ascensor no puede tener cobertura.

Nos seguimos mirando mientras nuestros compañeros saltan de alegría a nuestro alrededor y los demás participantes se acercan a felicitarnos. Cuando, finalmente, nos unimos a la celebración, nos abrazamos durante un rato que parece eterno y en el que vuelvo a sentirlo cerca y me dan ganas de retenerlo así para siempre.

La alegría nos embarga y todo el mundo en el local está gritando y saludando. La música empieza a sonar de fondo y nos acercamos a recoger el trofeo que, de nuevo, se va con los Brooklyn Peaches para descontento de los Fishermen.

Alguien trae un par de botellas de champagne para inmortalizar el momento con un brindis y una foto. Marie me coge de la mano por un instante y es como si todo el barullo desapareciera y sólo estuviéramos él y yo. Y no sé cuánto tiempo hubiera durado esa sensación, si no fuera porque el mundo, de repente, estalla en mi cabeza.

En mi cabeza no. En mi ojo derecho que, inesperadamente, se ve bombardeado por un proyectil envenenado. Es la primera botella de champagne que Marcus abre en su vida y como tal, le tengo que perdonar que haya atentado contra mi ojo, el cual no sé muy bien si sigue formando parte de mí.

El golpe, que en un principio me sorprende y que no consigo comprender del todo, finalmente me afecta con toda la fuerza con la que me ha impactado y caigo redonda al suelo.