Capítulo 9

La planta baja de la casita del billar comprendía una enorme sala decorada con una mesa de billar, un bar, zona de grill, una enorme pantalla de televisión y un sofá. Pero el objetivo de Dex estaba en la planta superior, y no ahí.

Subió unos escalones y llegó a un gimnasio con el suelo de madera. A un lado había ventanales y a otro, espejos, y en el centro diversos aparatos.

Jim estaba de pie sobre una colchoneta, dándole la espalda y levantando pesas. La minúscula camiseta de tirantes se tensó sobre los brillantes músculos bronceados cuando levantó la barra por encima de su cabeza. A través de sus ceñidos pantalones cortos negros, Dex vio endurecerse su trasero. Sujetó la barra contando despacio hasta cinco antes de volver a bajarla a la colchoneta.

Dex pudo oler su ejercicio, el olor a almizcle mezclado con su loción de afeitado. Debajo de la tela de su blusa, los pezones se le pusieron erectos.

Ir allí no había sido buena idea. Dio un paso atrás, hacia las escaleras.

El chirrido de su zapatilla de deporte sobre la madera hizo que Jim girara. El sudor bañaba su frente, y sus párpados se entrecerraron cuando se fijó en la blusa y los pantalones cortos de Dex.

Dex deseó haber llevado algo más discreto. Un sujetador debajo de la blusa, o mejor aún, sudadera y pantalones vaqueros.

¿Piensas hacer ejercicio así? —preguntó Jim, mirando su cintura desnuda.

He cambiado de opinión. He venido a hablar.

Entre ellos vibraron partículas eléctricas. Jim esperó, con las manos en las caderas.

¿Sobre qué?

Annie —Dex tragó saliva y descubrió que tenía la garganta seca—. Sobre su futuro.

Solo han pasado dos días. No saques juicios apresurados.

Una semana o dos no supondrán ninguna diferencia. Tus empleados son agradables, pero no son padres. Tienes que —se aclaró la garganta—, averiguar lo que opina tu novia y si está dispuesta a ocuparse de la hija de otra mujer.

La mujer posiblemente accediera a ocuparse de Annie solo por Jim, pero una respuesta poco entusiasta reforzaría la postura de Dex favorable a la adopción. Y quizá, solo quizá, la dama dijera que ni hablar.

Ya le he contado que tengo una hija —Jim rodeó las pesas, agarró una toalla y se secó la cara.

¿En serio? —Dex no había esperado eso—. ¿Y qué dijo?

Que era una sorpresa.

¿Eso es todo?

Jim se echó la toalla al hombro.

Me dijo que sus actuales investigaciones son sobre bebés y cómo aprenden lenguas extranjeras.

Eso sacó a Dex de sus casillas.

¡Annie no es ningún proyecto de investigación!

No, no lo es.

Jim caminó hacia ella. Dex se puso rígida pensando que la tocaría, pero él pasó de lado y bajó las escaleras. Molesta, ella le siguió.

¿Tenía que oler de forma tan tentadora? ¿Y habría notado la reacción de Dex a su presencia?

Pero ella no quería que así fuera. Era una locura sentirse tan confundida por un hombre con el que no quería tener nada que ver. Pero de todos modos, necesitaban resolver el asunto del futuro de su hija.

Cuando ella llegó a la planta baja, Jim estaba sacando un refresco frío del frigorífico.

Bueno, ¿qué pasa con tu novia? —preguntó Dex—. ¿Está o no preparada para ser la madre de Annie?

Seré realista —Jim quitó el tapón y dio un trago—. Esa boda no tendrá lugar.

¿No?

Jim se encogió de hombros.

Ya me habría dado una respuesta si quisiera casarse. Nancy nunca ha deseado nada aparte de su carrera. Es la mejor amiga que nunca he tenido y una mujer fabulosa. Habría sido una esposa y madre estupenda, pero no creo que lo desee.

Así que él amaba a Nancy, pero ella no lo amaba a él. O al menos no lo amaba lo suficiente. A Dex le sorprendió que alguien pudiera rechazar a Jim Bonderoff.

Aunque ella lo había hecho cuatro meses antes. Pero solo porque sabía que al final, él la dejaría.

¿Entonces no piensas quedarte con Annie? —preguntó Dex.

Él dejó la lata sobre el mostrador.

Creo que tú necesitas analizar tus sentimientos sobre ese tema.

Dex se mantuvo firme.

Yo quiero lo mejor para mi hija.

¿Y estás segura de saber lo que es? —Jim se acercó.

No lo es ser criada por una niñera.

Hablaremos de eso más tarde —Jim le rodeó la cintura con las manos—. Date la vuelta.

¿Por qué?

Quiero ver tu tatuaje.

Ella se giró, especialmente porque no podía soportar la intensidad de quedarse de pie mirándolo mientras él la tocaba.

No es nada especial.

¿Por qué te lo hiciste? —preguntó Jim, dibujando con el dedo la flor en su cadera derecha justo sobre los pantalones.

Un chico con el que salía pensó que sería sexy.

Las mejillas de Jim rozaron su pelo.

Lo es —susurró contra su oído.

Fuera de las puertas de cristal, la luz del sol brilló en la mesa de billar. Una mariposa pasó zigzagueando, dirigiéndose hacia un grupo de lirios.

La fiebre de la primavera golpeó con fuerza a Dex, como una pared de reluciente calor. Se dejó caer contra Jim, y con el trasero notó inmediatamente que no era la única que se había excitado.

Él gimió ante lo inevitable de su unión. Al mismo tiempo, las manos de Jim subieron y le desabrocharon a Dex la blusa por delante. Al quedar libres sus pechos, él los acarició.

¿No se nos ha olvidado algo? ¿Un beso, por ejemplo? —y dejando caer su blusa al suelo, Dex giró y le rodeó con los brazos.

Él estaba reluciente con el brillo del ejercicio y del deseo sexual, y sus músculos se abultaban bajo las caricias de Dex mientras sus bocas se buscaban. Cuando sus labios y lenguas se encontraron, la conexión sacudió a Dex de la cabeza a los pies.

Jim se quitó la camiseta y se apartó lo justo para tirarla. Los dos quedaron desnudos de cintura para arriba.

Entonces, Dex recordó que si alguien regresaba, podrían verles.

¡Las cortinas! —gritó.

Cierto —Jim cerró las enormes cortinas, dejando el lugar en sombras—. ¿Qué tal así?

Te lo diré enseguida —contestó Dex, poniéndole las manos en las caderas y bajándole los pantalones.

En lo más profundo de su mente, Dex pensó que deberían parar. Esa era la forma en la que la gente se metía en problemas.

Pero sabía lo fantásticamente bien que iba a sentirse con Jim dentro de ella. Y además, estaba espléndido desnudo, fuerte y musculoso. Y tenía en el rostro la más maravillosa de las sonrisas.

Te he echado de menos —dijo él, arrodillándose para quitarle a ella los pantalones.

Y yo a ti —susurró Dex.

Demuéstrame cuánto —Jim sonrió, la levantó en brazos y la llevó hasta el sofá.

Dex sabía que solo sería esa vez, que ella no pertenecía al mundo de Jim ni él al de ella. Pero en ese momento nada de eso importaba.

Nunca se había sentido tan viva con nadie, y dudaba que volviera a sentirse igual. Algunos momentos estaban hechos para guardarlos con cariño.

Después de tumbarla en el sofá, Jim buscó en un cajón y encontró protección. Mientras se lo ponía, la miró. Fue un momento de cierta inseguridad, porque ella sabía que no era su tipo de mujer. Pero él parecía disfrutar mirando la redondez de su cuerpo y deleitarse con su respuesta cuando, dispuesto de nuevo para la acción, empezó a acariciar a Dex entre los muslos.

La inseguridad se desvaneció entre oleadas de placer que la envolvieron. Colocando sus poderosos brazos uno a cada lado de ella como si fueran columnas, Jim se inclinó y la besó.

Dex estaba en llamas, y con las rodillas masajeaba los muslos de Jim, animándole. Y entonces, él la penetró con un suave empujón.

Dex se agarró a los hombros de Jim y le rodeó con las piernas. Rodaron juntos, y con un golpe sordo cayeron del sofá sobre la alfombra áspera.

Le pinchó a Dex en un costado, pero no le importó. Estaba atacando a Jim, deseándolo dentro de ella. Él se sujetó a ella, riéndose mientras Dex se ponía encima.

Jim volvió a entrar en ella, y desde esa posición, ella podía sentirle empujar hacia arriba. Era tan grande y estaba tan excitado, que apenas pudo esperar.

Y entonces, terminó.

¡Aún no!— exclamó Dex.

Jim la miró arrepentido mientras se quitaba la protección.

Lo siento, pero han pasado cuatro meses.

¡Para mí también!

Lo repetiremos. Tú piensa ideas creativas mientras yo me recupero, ¿de acuerdo?

En el instante en que la piel desnuda de Dex rozó la alfombra áspera, supo lo que quería hacer.

Tu habitación.

¿Perdón? —preguntó Jim, tumbándose en el suelo.

Tu alfombra. Se rumorea que es mullida y que está llena de cojines —dijo Dex.

¿Dónde has oído ese rumor?

De ti. ¿Qué te parece?

Jim cerró los ojos, y ella se preguntó si se dormiría. Entonces los abrió.

¡Sí! —exclamó, sentándose y recogiendo la ropa.

Dex hizo lo mismo. Sin decirse palabra, hicieron un concurso para ver quién se vestía primero.

Ella casi tropezó intentando ponerse las braguitas mientras se dirigía a la mesa de billar donde habían aterrizado sus pantalones.

¡Eh! —miró a Jim—. ¡No es justo! Tú no llevas calzoncillos.

Sonriendo, él se puso los pantalones.

No es culpa mía si no te vistes de forma eficiente.

¡Oh, sí! —Dex le dio una patada a la camiseta de Jim y la metió debajo del sofá—. ¡Ve a buscarla!

Vaya, no sabía que fueras tan malévola.

Solo intento equilibrar un poco la balanza —Dex intentó cerrarse la blusa, pero sus manos se negaban a hacer bien el nudo y no dejaba de abrirse.

Jim se arrodilló en el suelo para buscar su camiseta, que sacó llena de pelusas.

Tendré que hablar con Grace sobre esto.

¿En serio? ¿Y cómo vas a contarle que lo descubriste?

Dex dio más tirones a su blusa, pero oyó el desgarrón antes de ver el agujero enorme en un dobladillo.

Pensándolo bien, puede que se lo mencione a Rocky y deje que él riña a Grace —Jim se puso la camiseta, pelusas incluidas—. Parece que he ganado. No creo que podamos considerar que tú estás completamente vestida.

Eres cruel.

La blusa estaba destrozada.

Tengo una idea —Jim se quitó la camiseta, la sacudió y se la dio—. Póntela.

Dex dejó caer su camiseta y sintió los pezones endurecerse cuando él la miró. Rápidamente se puso la camiseta de Jim, que olía a él.

A tu habitación —dijo, corriendo hacia la puerta.

Jim había quedado satisfecho con su encuentro momentos antes y a punto de quedarse dormido. Aunque los treinta y cuatro no era una edad avanzada, un hombre no tenía la misma energía que de adolescente.

Hasta ese momento. Al ver los pechos de Dex contra la tela de su camiseta, ningún adolescente se habría excitado más rápidamente que él.

Dex lo miró desafiante, y cuando se dio media vuelta y empezó a correr, él la siguió descalzo. La brisa le enfrió el pecho desnudo, pero ver a Dex corriendo delante le animó.

Jim recordó una imagen que había visto una vez en una urna griega, de un sátiro mitológico persiguiendo a una doncella. En aquel caso, la doncella había agitado un pañuelo por el aire. Y en ese caso, la doncella tiró su blusa destrozada en un cubo de la basura del patio y entró en la casa corriendo.

Cruzaron el estudio, el vestíbulo y subieron la escalera. En lo alto, Dex se dirigió a la habitación de Jim.

Ella se detuvo tan repentinamente que él casi tropezó…

¡Vaya! Tu habitación es más grande que mi apartamento.

Jim se había acostumbrado a los lujos, pero en ese momento vio el lugar con los ojos de Dex, y realmente era grande.

A su izquierda estaba el vestidor, con sus dos cómodas y armario de tres cuerpos. Más atrás, y solo visible en parte, un cuarto de baño enorme.

A la derecha, la zona de entretenimiento dominaba el centro de la habitación. Había lo último en equipos audiovisuales, un bar, frigorífico, un gran sofá… Más atrás, unas estanterías de pared a pared rodeaban la enorme cama.

Pero Dex no se fijó en la decoración. Estaba mirando la alfombra.

La suavidad de la misma acariciaba los pies descalzos de Jim. Había elegido una alfombra de pelo extremadamente mullido sin saber bien la razón… Pero en ese momento lo supo: había estado esperando a Dex incluso antes de conocerla.

Esto sí que es una alfombra —declaró Dex, caminando hasta el sofá y echando un par de cojines al suelo—, como prometiste.

Nunca miento.

¿No? Me prometiste que el sexo en tu alfombra sería lo mejor que nunca me había sucedido.

Como te he dicho, nunca miento —dijo, viendo como se marcaban los pechos y los pezones erectos de Dex—. Déjate la camiseta puesta —añadió acercándose.

La respiración de Dex se aceleró.

¿Y los pantalones?

De eso me ocupo yo.

A pesar de su reputación de mujeriego, Jim no tenía con las mujeres más experiencia que cualquier otro hombre soltero. No se consideraba un fuera de serie ni tampoco un seductor de mujeres inocentes.

Pero en cuanto conoció a Dex, descubrió al hombre desenfrenado que había en su interior. Aquella primera noche, él se había dado cuenta de lo poco que tenían en común pero, aún así, la había perseguido sin pensarlo dos veces.

Y en ese momento volvía a desearla.

Dos pasos les pusieron cara a cara. Jim metió la mano bajo la cintura de sus pantalones, por la piel desnuda de sus caderas. Al mismo tiempo, su lengua exploró la suya.

Dex gimió. Él pudo sentir sus pezones contra su pecho a través del tejido mientras ella se relajaba contra él.

Una intensa alegría le inundó al poder paralizarla de ese modo. Dex era una criatura escurridiza, pero él la había capturado, y no tenía intención de dejarla escapar.

Se echaron sobre la alfombra y se desnudaron con facilidad. Los labios de Jim hicieron dibujos sobre el pecho de Dex hasta que ella le sujetó las nalgas con dulce urgencia.

Esa vez él estaba más controlado. Se puso protección y luego jugueteó con ella un poco antes de abrir sus piernas y entrar.

La forma en que se retorcía Dex bajo él, le hizo difícil mantener el control, aunque consiguió medir el ritmo de sus empujones hasta que los movimientos de Dex se volvieron más rápidos y ardientes.

Dex se sujetó a sus hombros y gimió. Su presión rítmica contra su miembro provocó el éxtasis en su cuerpo, y los ojos de Dex brillaron.

Entonces ella bajó los párpados y gritó antes de dar un último empujón. Jim se quedó quieto, apoyado en sus brazos, disfrutando de las oleadas de satisfacción que le envolvieron y también a Dex.

Al final, se tumbó a su lado. Los dos se quedaron callados, con su ansiedad satisfecha.

Era raro que Jim perdiera el control. Había sido maravilloso, pero debía calmarse.

En el esplendor del acto, habían olvidado todo lo demás. Pero les faltaba resolver el problema del futuro de Annie.

Muchas parejas divorciadas conseguían criar a sus hijos con cooperación mutua. Ya que el hielo entre ellos se había evaporado, quizás Dex aceptara un acuerdo maduro y civilizado de ese tipo.

Y si de vez en cuando, la pasión les abrumaba. ¿Quién era él para oponerse?

Dex se acurrucó contra un cojín e intentó encontrar sentido a lo que quedaba de su universo.

Incluso aunque su cuerpo estuviera satisfecho, no ocurría lo mismo con sus sentimientos. ¿Cómo podía haber bajado la guardia por segunda vez con el mujeriego más famoso de la ciudad? ¿Cómo se había vuelto tan vulnerable a ese hombre?

La última vez, había desaparecido y mentido para asegurarse de no volver a verlo. Pero ahí estaba esa vez, más implicada y más asustada de sus sentimientos.

Deseaba regresar a la seguridad de su vida anterior, aunque nada le parecía seguro. Anhelaba a Jim, quería acurrucarse contra él, deseaba su amor y su aprobación. Pero también sabía que no debía demostrar sus sentimientos.

No podría soportar ver el desprecio en su cara. Y seguro que ocurría si él descubría que ella había sido una tonta al dejarle entrar en su corazón.

A su lado, Jim se estiró lánguido y contento. No mostraba ninguna señal de sufrir una tempestad como la que rugía dentro de Dex.

¿Sabes? —dijo él—. Creo que podremos encontrar una solución a lo de Annie.

¿Una solución?

Un miedo repentino se apoderó de ella, temiendo que Jim hubiera planeado ese encuentro para manipularla y cediera a sus deseos, aunque en el fondo no creía que Jim pudiera caer tan bajo.

Él se puso de lado, mirándola.

Has estado preocupada temiendo que Annie fuera criada por extraños, por gente que no la amara. Pero ya no es necesario.

Tú dijiste que te ibas a casar, que ella tendría una madre —replicó Dex—. Bueno, no lo harás. Así que nada ha cambiado.

Podríamos educarla juntos.

Dex se quedó sin respiración. A ella le encantaría estar cerca de su hija. Sería maravilloso guiarla a través de los difíciles años de la adolescencia. Y Jim parecía tener madera de padre cariñoso.

Pero no de marido. Al menos no para Dex. Él no le estaba pidiendo la mano, y ella no quería que lo hiciera. No cuando amaba a otra mujer.

Aunque las cosas no hayan funcionado con Nancy, no hay razón para que Annie no se quede aquí —continuó Jim—. La adoro. Mis empleados también. Y tú podrías estar cerca, visitarla siempre que quisieras. Te daría una llave de la casa.

¿Era posible que ellos realmente pudieran educar juntos a su hija? Dex no tenía la intención de ser la amante más a mano de Jim, pero si accedían a mantener una relación platónica…

Pero Dex se recordó que ella era incapaz de resistirse a él, y además, podría no vivir siempre en Clair de Lune.

Tendré que irme fuera después de conseguir mi doctorado y encontrar trabajo en la enseñanza. Entonces Annie se quedaría sin madre…

Jim se apoyó sobre un codo.

Yo puedo ayudarte a conseguir trabajo aquí.

No podría aceptarlo.

¿Ni siquiera por tu hija? No, olvida lo que he dicho. Respeto tu orgullo. Pero podrías aceptar billetes de avión, para venir a verla siempre que quisieras.

Dex se sentó y se abrazó las rodillas. Él estaba siendo muy razonable, y ella deseaba desesperadamente estar cerca de su hija. ¿Por qué no aceptar su propuesta?

Pero su cabeza no dejaba de poner impedimentos.

¿Cómo se lo explicarías a tus amigos? Yo no encajo en tu círculo social.

Jim pasó una mano por su pierna. Fue un gesto posesivo, pero sin poder evitarlo, a Dex le gustó.

Lo que ella realmente deseaba era una declaración de amor apasionada. Deseaba que Jim se dejara llevar por sus sentimientos sin importarle lo que pensaran los demás. Aunque era una idea ridícula, claro.

Te subestimas. Una mujer que ha conseguido un doctorado puede tener la cabeza bien alta en cualquier círculo social de Clair de Lune.

¿Ésa era su respuesta? Sonó más bien como hablarían sus padres en lugar de un amante.

Dex no quería un hombre que solo la aceptara porque había conseguido alguna titulación. Tenía que aceptar la realidad de que su relación nunca iría más lejos de lo que habían alcanzado.

¿Cómo podrían ser las cosas de otro modo? Para su círculo social era ella demasiado vulgar, demasiado baja y muy poco elegante. Con su cantidad de celulitis le prohibirían la entrada en el Club de Campo de Clair de Lune.

Tampoco estaba gorda. Pero no era flaca como una modelo.

En el piso de abajo, se oyó abrirse una puerta. Alguien había llegado.

¡Oh, Dios mío! —Dex agarró su ropa, y entonces se dio cuenta de que no tenía blusa—. ¡Será mejor que vuelva a mi habitación!

Jim le sujetó la muñeca.

Prométeme que pensarás en lo que te he dicho.

Es posible, pero no te garantizo nada —Dex se soltó.

Y mientras salía al vestíbulo, pensó que su marcha había carecido totalmente de elegancia. Posiblemente Jim estaría pensándoselo mejor.