Capítulo 10
El lunes por la mañana, y después de haber pasado una mala noche, Dex se despertó a las seis. Y fue debido a que alguien estaba tocando una trompeta fuera.
Gruñendo, corrió a su terraza y se asomó.
Debajo, en una pequeña zona de aparcamiento de invitados delante de la casa, estaba Grace de pie, con pijama militar, y tocando diana. Las notas rompían la quietud matinal.
Era peor que el gallo que tenía uno de sus vecinos cuando Dex vivía en Florida. El sonido era tan ensordecedor, que una noche, una persona no identificada entró en el patio y estranguló al desafortunado animal. Dex había sentido pena por el pobre gallo, que solo había estado obedeciendo a su naturaleza.
Pero Grace no tenía esa excusa. O quizás sí. Las tradiciones militares parecían ser muy importantes para ella.
Cuando murió la última nota, la mujer le hizo señas a Dex.
—¿Ha dormido bien?
—No mucho —admitió Dex.
—Debería levantarse antes —Grace se golpeó el pecho—. El aire matinal es estimulante. Eso y unas cuantas vueltas a la manzana le ayudarían a dormir mejor por las noches.
Un chillido de la habitación contigua hizo que Dex entrara. La trompeta debía haber despertado a Annie.
La niña se animó en cuanto vio a su madre. De pie sujetándose a los barrotes de la cuna, extendió los brazos, perdió el equilibrio y cayó de culo sobre el colchón.
Empezó a arrugar la carita, pero cuando Dex la levantó, decidió no llorar y empezó a jugar con el pelo de su madre.
Mientras Dex le cambiaba el pañal, pensó que era absurdamente temprano. Luego ella se puso unos vaqueros y una blusa y llevó a Annie a la planta baja a desayunar. Como se había duchado la noche anterior, no tenía nada que hacer durante dos horas antes de entregar los exámenes corregidos a Hugh Bemling.
—¿No protestan los vecinos por la trompeta? —le preguntó a Rocky, que estaba haciendo una tortilla con algunas de las especias de Marie Pipp.
—No tenemos vecinos.
—¡Seguro que la gente la oye desde la ciudad!
—Nadie se ha quejado —dijo Rocky sacando un tarrito de comida para Annie, que estaba dando golpes en la mesita de su trona—. ¿Le importa si le pregunto algo?
—Adelante —Dex tomó un poco de tortilla, estaba deliciosa.
—Es sobre Marie Pipp —Rocky le dio a la niña una cucharada de compota de manzana—. Ya sabe, alguien como ella, una persona intelectual… ¿se molestaría si un hombre como yo fuera a visitarla?
—Le gustaría —Dex encontró un trozo de pan de centeno—. Seguro que ayer lo pasó muy bien.
—Eso pareció —Rocky vaciló—. ¿Vive… alguien con ella?
—No. Su marido murió hace mucho y no tuvieron hijos. En mi opinión, pasa demasiado tiempo sola.
Marie pertenecía a un club de salud y asistía a algunos actos universitarios como miembro emérito. Y ahí terminaban sus actividades.
—Marie es una dama agradable —dijo Rocky—. Me gustaría saber cómo ella…
—¿Cómo ella, qué? —Grace entró en la cocina llevando un impecable delantal blanco sobre un vestido negro—. Estás haciendo el tonto, babeando detrás de esa mujer mayor.
—¿Y a ti quién te ha preguntado? —Rocky siguió dando de comer a Annie—. Y para su edad tiene mejor aspecto que tú.
—¿Estuvo bien el torneo de tiro? —le preguntó Dex a Grace, intentando evitar un combate de boxeo en medio de la cocina.
—¡Oh, sí! Ese profesor Hugh es un estupendo acompañante —Grace olisqueó la tortilla, arrugó la nariz y se sirvió un poco de la tostada de Dex—. Se asustó como un conejito cuando estuvimos tirando en el campo de prácticas, pero creo que se divirtió.
—Un conejito, sí —declaró Rocky—. A eso me recuerda.
—Los conejitos son monos —Grace le quitó el tarrito de la mano—. Ve a comerte tu tortilla olorosa. Yo seguiré con esto.
Dex llevó su café y tostada al comedor. Estaba sentándose cuando apareció Jim anudándose la corbata.
—¿Cómo estoy? —preguntó—. Tengo una reunión con el encargado de urbanismo y otros empleados para construir una segunda nave para mi empresa.
—Estás impresionante.
Llevaba el pelo engominado y perfectamente peinado. Y sobre su cuerpo musculoso un elegante traje gris.
Dex apenas conocía a ese Jim Bonderoff. Pertenecía a la clase más elevada de la sociedad, lejos de ella.
Se le encogió el corazón. En algún lugar entre la mañana del día anterior y esa mañana, se había enamorado de él. Era alarmante.
—¿Has pensado en lo que hablamos sobre Annie? —preguntó Jim.
—De hecho, no he dormido en toda la noche.
—¿Y tu conclusión?
—No he llegado a ninguna.
Su instinto le gritaba que se alejara lo más posible de esa casa. Pero no sabía cómo iba a soportarlo.
Jim tomó un trozo de su tostada.
—Perdona que coma y me marche, pero es una reunión para desayunar.
—Si vais a desayunar, ¿por qué no dejas mi comida? —protestó Dex, pero fue demasiado tarde, ya que él se había marchado en dirección a los garajes.
Con el ceño fruncido, Dex regresó a la cocina a hacerse otra tostada. Rocky y Grace estaban sentados mirándose fijamente, y los dos tenían una cuchara llena de compota. Annie miraba de uno a otro, desconcertada.
—Igual que unos niños —declaró Dex.
—Ella es demasiado vieja —gruñó Grace.
—Y él un cagueta —replicó Rocky.
Se abrió la puerta del lavadero y apareció Kip llevando un ramo de flores. Dex pensó que era la primera vez que lo veía dentro de la casa.
—¿Cree que le gustarán? —le preguntó a Dex.
Ella olió las flores.
—Le encantarán. ¿Qué tal el concierto?
—Me dio la mano —dijo Kip, que daba la impresión de estar flotando.
—¿De quién habla? —preguntó Grace.
—De Cora —contestó Kip—. Es puro oro.
—¿Ha cambiado todo el mundo de color? —preguntó Dex mientras sacaba la tostada de la tostadora—. He oído que el amor lo vuelve todo sonrosado.
—Los colores no han cambiado —dijo Kip—. Pero mi corazón sí —y con una tímida sonrisa, tomó un trozo de tostada y se marchó.
—¡Espera! —gritó Grace—. ¡Son casi las ocho!
Dex recordó que era la hora de izar la bandera. Se llevó el último trozo de pan y Rocky se puso a Annie en la cadera para salir fuera.
En la esquina delantera de la casa, Grace izó la bandera y luego tocó unas notas en su trompeta. Los adultos saludaron. Tras observarles, Annie hizo lo mismo.
Cuando terminaron, Kip pasó montado en la bicicleta de Jim. Les saludó con el ramo de flores y se marchó.
El amor estaba en el aire.
Después de asegurarse que Rocky y Grace se ocuparían de su hija, Dex fue a su habitación a buscar los exámenes. Cuando salió, oyó un timbre en el vestíbulo, cerca de la habitación de Jim.
Era su teléfono móvil, que estaba abandonado en el suelo. Se debió caer de su bolsillo cuando se marchó corriendo.
La llamada podría ser importante. Dex le dejaría el mensaje a su secretaria en el trabajo.
—Residencia Bonderoff —contestó.
Tras una pausa, habló una mujer.
—¿Está Jim?
—Lo siento, se marchó y se olvidó el móvil en casa. ¿Le dejo algún mensaje?
—¿Con quién hablo?
—Con Dex. Estoy aquí por el bebé.
—¡Oh! —la mujer pareció aliviada—. ¡Eres la niñera! Me alegra conocerte. A partir de ahora nos conoceremos mejor. Bueno, soy Nancy Verano. Jim y yo vamos a casarnos.
A Dex le temblaron las rodillas, y se sentó en un banco a su lado.
—No sabía…
Se oyó una risita al otro lado.
—Él no lo sabe aún. Lo siento, debe sonarte raro, ¿verdad? No sabes lo bien que me siento, como si me hubieran quitado un peso de encima. He tenido demasiadas cosas en la cabeza. ¡Estoy siendo incoherente de nuevo!
Muy a pesar suyo, Dex simpatizó con esa mujer. Parecía tan confusa como ella se sentía.
—¿Entonces has decidido casarte con él?
—Jim me lo pidió hace meses, y no pude decirle que sí o que no, porque me estaban retirando la ayuda económica y había enviado solicitudes a varios lugares. Estuve a punto de marcharme a Alaska, ¿puedes creerlo? ¡Pero es perfecto! ¡Iré a la universidad de Lune! De hecho, ahora mismo voy a subir a un avión, y me he dado cuenta de que debía llamar y decirle que estaré allí esta noche.
A Dex se le partió el corazón. Cualquier pequeña oportunidad que hubiera tenido con Jim, había desaparecido. Él amaba a Nancy desde hacía años. Nadie podría interponerse entre ellos.
Pero aún quedaba otra cuestión.
—¿Y qué pasa con su hija? —preguntó Dex.
—Oh, sí, ¿cómo se llamaba la pequeña…? ¡Ayoka! Estoy segura de que nos las arreglaremos. Tengo muchos hermanos y hermanas menores que ayudé a criar. Y además, soy psicóloga.
Entonces Dex recordó que Jim había mencionado algo sobre unos experimentos.
—Una niña no es… el tema de un examen. Ella necesita una madre —declaró, esperando una respuesta acalorada.
Pero en lugar de eso, Nancy suspiró.
—Suenas a una buena niñera. ¡Qué suerte haberte encontrado! Para ser sincera, no estaba segura de querer tener hijos, pero ahora todo me parece parte de un plan divino. Había poquísimas posibilidades de que yo consiguiera trabajo en Clair de Lune, y menos aún de que Jim tuviera de pronto una hija. Estaba destinado a ser así. Lo siento, debo marcharme. ¡Pero estoy deseando conocerte!
—Yo también —dijo Dex, aunque no había nadie en el mundo a quien deseara conocer menos.
Esa noche Nancy estaría allí. Con Jim, en sus brazos, y sin duda, también en su cama.
Se le puso un nudo en la garganta, y pasaron unos instantes antes de que recordara apagar el teléfono.
Quería culpar a Jim, pero no podía. Él había dejado claro que amaba a Nancy, pero que había renunciado a intentar conseguirla. Dex lo había sabido antes de echarse en sus brazos.
No se arrepentía de lo que había ocurrido entre ellos. Una vez que desapareciera el dolor, guardaría los recuerdos para el resto de su vida.
Dejó el teléfono móvil en el banco, fue a su dormitorio y empezó a hacer el equipaje. No podía quedarse en esa casa ni un minuto más.
¿Y Annie? ¿Debería llevarse a su hija?
Su sentido común le dijo que no. La niña no podía pasar los días montada en una bicicleta y acompañando a clase a su madre.
Nancy no había sonado muy entusiasmada con la idea, pero tenía experiencia con sus hermanos. En cuando viera a Annie, no podría evitar enamorarse de ella.
Las lágrimas le llenaron los ojos. Solo un rato antes, había abrigado la esperanza de que ella y Jim pudieran criar juntos a su hija, y en ese momento…
Tenía que renunciar al hombre al que amaba y a la hija de su corazón.
Pero se juró que protegería a su hija. Vigilaría a Nancy, y si no resultaba ser una madre apropiada, insistiría en la adopción.
Cuando salió al vestíbulo de la planta alta, ni siquiera podía mirar en dirección del dormitorio de Jim sin ponerse a llorar. Le echaría de menos más de lo que él nunca sabría.
Dex respiró profundamente y bajó las escaleras. Vio a Grace, que estaba desinfectando el enorme salón.
—Ha llamado la novia de Jim. Llegará esta noche —se tragó las lágrimas y se dirigió hacia la puerta de la calle—. Grace, me ha gustado conocerla.
Y se fue corriendo.
El encargado de urbanismo y su personal estuvieron de acuerdo en la propuesta de Jim de construir una nueva nave en un almacén abandonado. Más tarde, en su despacho, Jim encontró un montón de mensajes felicitándole por su triunfo en el mercado de valores. Ese lunes había sido uno de los mejores días que podía recordar.
Mientras se dirigía a casa en su coche deportivo, apenas podía esperar para ver a Dex. A pesar de su negativa inicial, estaba seguro de poder convencerla para que se ocuparan juntos de Annie.
Esa mujer encontraba formas nuevas de fascinarle cada vez que hacían el amor. Él nunca había conocido a nadie tan sensual.
Todo estaba encajando. Eso confirmaba su teoría de que si un hombre tenía iniciativa, la vida iría con suavidad.
Al llegar al garaje, vio un ramo de flores marchito tirado en una plaza de aparcamiento vacía. Alguien había dejado su bicicleta fuera, de mala manera. Perplejo, aparcó y guardó la bicicleta. No vio la bicicleta de Dex, pero todavía no había anochecido, así que estaría terminando su trabajo en el campus.
Subió por las escaleras al jardín y se encontró a Kip, muy desanimado sentado en un muro bajo y retorciendo su gorra entre las manos.
Jim sospechó que él había montado en su bicicleta y tirado las flores.
—¿Qué ocurre?
Despacio, el jardinero lo miró.
—Cora no quiere verme.
—¿Por la diferencia de edad? —preguntó, recordando que le había parecido muy joven cuando la vio en el patio.
—No, no, dice que sería desleal.
—¿A quién?
—A… a… —y con una mueca, el hombre desapareció entre los arbustos.
Jim pensó que Grace tenía razón. Ese hombre estaba cada día más excéntrico.
Una vez dentro, el olor a canela quemada le asaltó.
En la cocina encontró a Rocky removiendo un guiso con carne y verduras que no parecía nada apetitoso…
Ese hombre, hasta entonces, no había estropeado una comida.
—¿Qué ocurre?
—De acuerdo, no soy un profesor. ¡Eso no significa que no pueda descubrir solo como usar las especias! —gruñó, con el delantal llenó de manchas oscuras y grasa—. Si los griegos o algunos usaron canela con la carne, ¿por qué yo no?
—No es griego —observó Jim.
—Ni tampoco esa Pipp —gruñó Rocky—. Pero no me deja su libro de cocina.
—¿Por qué no?
—Porque soy el enemigo —dejó con fuerza la cuchara de madera en la mesa, salpicando con la grasa—. Un día somos los mejores amigos, y al siguiente soy el tipo malo.
En ese momento, apareció Grace y le puso a Jim a la niña en los brazos.
—Tome.
Jim miró a la mujer.
—No me diga que tiene problemas con su nuevo novio…
—¿Hugh? —dijo la mujer, a quien no podía oír muy bien porque Rocky estaba dando golpes en el mostrador—. Bah, las personas curtidas tenemos que estar juntas contra los intelectuales.
Jim notó que algo faltaba en esa conversación. O mejor, alguien faltaba.
—¿Dónde está tu mamá? —le preguntó a Annie.
Por supuesto, no esperó que ella contestara, pero le sorprendió ver que tampoco lo hicieran Grace ni Rocky.
Entonces se oyó el motor de un coche fuera. Todos se quedaron paralizados.
—¿Pero qué sucede? —Jim se acercó a la ventana y vio un coche detenerse—. ¿Alguien sabe quién es?
—¿Me pregunta a mí? —preguntó Grace—. Siempre soy la última en enterarme de las cosas.
—Me ocurre lo mismo —dijo Rocky—. Imaginamos que deben gustarle las sorpresas.
—Considerando el modo en que nos ha sorprendido a nosotros —añadió Grace.
Jim nunca había visto a sus empleados comportarse de ese modo antes. Se preguntó si se habría quedado dormido en el despacho y estaría teniendo un sueño raro.
—¿Sorprender con qué?
—Por ejemplo, nadie mencionó que fuera a casarse —dijo Rocky.
—Ni que Dex fuera a largarse —replicó Grace.
—¿Dex se ha ido?
Más abajo, Jim vio a una rubia majestuosa salir del coche y sacar dos maletas del maletero. Reconoció a Nancy.
El ordenador en su cerebro intentó encajar las piezas. Había olvidado su teléfono móvil… y ella había prometido que las cosas estarían resueltas en una semana…
Pero ese lío podría arreglarse, aunque lo último que quería era avergonzar a Nancy delante de sus empleados. Tendrían mucho tiempo para aclarar las cosas en privado.
Le dio la niña a Rocky y corrió hacia la puerta. Nancy solo había visitado su casa dos veces, una cuando estaba en construcción y otra durante la fiesta de inauguración. No quería que ella tuviera que andar buscando la puerta.
Estaba en lo alto de las escaleras de piedra cuando él salió.
—¡Hola, Jim! —dejó sus maletas sin ceremonia y corrió a sus brazos—. ¡Cada vez que te veo estás mejor!
Al momento, Jim se sintió muy cómodo con su vieja amiga.
—Y tú también —abrazó a Nancy y se apartó para mirarla.
Los ojos grises de la mujer brillaban entusiasmados y el pelo rubio flotaba alrededor de los hombros, tan suave como la miel. Llevaba una americana azul y gris a rayas y una falda a juego, con una blusa rosa claro del tono de sus mejillas.
—Supongo que esto será una sorpresa, ¿verdad? —dijo Nancy—. Llamé antes y hablé con la niñera. ¡Es encantadora! ¿Está aquí?
Jim sólo tardó un instante en entender sus palabras.
—Te refieres a Dex.
—¡Correcto! No estaba segura de haber oído el nombre correctamente. No es corriente —se agachó para recoger las maletas pero Jim se le adelantó.
—Dex no es la niñera —dijo llevando las pesadas maletas hacia el invernadero.
—Dijo que estaba aquí por el bebé. Por cierto, ¿dónde está Ayoka?
—La llamamos Annie. Está en la cocina —contestó Jim, que había olvidado lo difícil que era seguirle el hilo a una conversación con Nancy—. Y en cuanto a Dex…
—Por aquí, ¿no? —Nancy atravesó el invernadero, el vestíbulo y apareció en la cocina—. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué bonita! ¿Está babeando? Entonces será mejor que no la tome en brazos. ¡Pero si es una muñeca!
Rocky y Grace miraron a Nancy con clara hostilidad.
—Ya conocen a la señorita Verano —les dijo Jim por encima del hombro de Nancy—. En la inauguración —les recordó Jim.
—Había mucha gente —dijo tirante el mayordomo.
—Las mujeres flacuchas me parecen todas iguales —murmuró Grace.
Nancy indicó la olla.
—¿Quién está cocinando? Huele… interesante.
—¿Cocina usted? —preguntó Rocky, mostrando la primera señal de interés.
—¡Sé recalentar casi todo! —exclamó, moviendo el dedo como si apretara un botón en el microondas—. Es horrible el poco tiempo de que disponemos para las cosas buenas de la vida. Me alegra que haya alguien aquí que sepa cocinar.
—Si piensa que eso huele bien, tenemos pasta en lata que podría tomar —gruñó Grace.
—¿Esas pequeñas formas redonditas? —preguntó Nancy—. Son mis favoritas. Espero que aquí haya una licuadora. Básicamente me alimento de eso, zumo de naranja y zanahoria con salsa de soja. Soy fácil de complacer.
Nancy salió de la habitación y Jim la siguió por las escaleras. ¿Qué había metido en las maletas, yunques?
—Es una casa impresionante —declaró Nancy—. Estoy orgullosa de ti, Jim. Siempre dije que lo conseguirías.
—Es cierto. Tú me animaste como nadie —admitió Jim.
—¿Qué habitación? —preguntó Nancy al llegar arriba y mirar el amplio vestíbulo.
Jim tenía claro que no iba a dormir con él. No tenía ningún interés en intimar con Nancy, y además, ellos siempre habían mantenido las distancias.
Y tampoco iba a dormir en la habitación de Dex.
—Annie duerme ahí —dijo indicando su puerta—. ¿Qué tal uno de los dos dormitorios de la parte de atrás? Le diré a Grace que lo prepare.
—No necesito que me sirvan —dijo Nancy, dirigiéndose hacia las habitaciones que había sugerido Jim y eligiendo la más grande—. Oh, cielos, espero que esas maletas no te vayan a provocar una hernia. Mi ordenador portátil está dentro de esa y mis libros en la otra.
—¿No has traído ropa? —preguntó Jim dejándolas encima de la cama.
—Algo. La demás la he enviado —dijo alegremente—. ¡Oh, Jim, es estupendo estar aquí!
Una vocecilla le dijo a Jim que ese era el momento de decírselo. Así que respiró profundamente antes de empezar.
—Nancy, las cosas han cambiado.
—Es cierto —Nancy dejó su bolso en la cama y se giró para tomar las manos de Jim entre las suyas—. Jim, ¿podrás perdonarme por haber tardado tanto en responderte?
—No hay nada que perdonar.
—Sí que lo hay —Nancy le miró suplicante—. Estaba confundida. Tenía sentimientos mezclados en lo referente al matrimonio y a los niños. No fue hasta que me llamaste y me hablaste de Ayoka cuando las cosas empezaron a aclararse —continuó—. Verás, he pensado mucho en esto. Tengo treinta y cuatro años, ¿y qué quiero de la vida? ¿Un puñado de artículos académico con mi nombre y que nadie lea?
—Tu investigación es muy valiosa para las personas —dijo Jim, aunque si saber si era cierto o no.
—Quizá, pero no es bastante —Nancy movió las manos entre ellos como si fueran niños—. Quiero lo mismo que todas las mujeres. Quiero tenerlo todo: marido, familia y carrera. Pero no me di cuenta de ello hasta que me hablaste de tu hija. ¡Fue como si me hubiera hablado el destino!
—Nancy…
Pero ella continuó, sin dejarle hablar.
—Siempre me he sentido forzada, como si hubiera algo que tuviera que conseguir en esta vida y tuviera que hacerlo a la perfección. ¿Puedes entenderlo?
—Sí —Jim sonrió—. Yo también soy así.
—Lo sé. Y ahora se ha impuesto una niña entre nosotros. Es como si Dios estuviera intentando decirnos que es hora de parar y oler las rosas. Necesitamos a esa niñita, Jim, y nos necesitamos el uno al otro. Siempre ha sido así. Solo que tú fuiste más listo y te diste cuenta antes.
Jim sintió una presión en el pecho. Nancy no despertaba en él los mismos sentimientos alegres, explosivos y deliciosos que le provocaba Dex. Pero estaba prometiendo estar a su lado, estar ahí para Annie mientras la niña creciera. Y él sabía que lo decía en serio.
Dex pensaba mudarse de Clair de Lune en cuanto consiguiera el doctorado. Y había insistido en que quería que Annie creciera en una familia con un padre y una madre.
Bueno, pues eso era lo que le estaba ofreciendo Nancy. ¿Tenía él derecho a ignorar los intereses de su hija y herir a esa amiga que confiaba en él, simplemente por sus sentimientos confusos?
Ojalá supiera lo que sentía Dex. Hasta que tuviera la oportunidad de hablar, era mejor que no hablara de ella con Nancy. Excepto, por supuesto, para revelarle la única verdad que su futura esposa terminaría sabiendo de todos modos.
—Hay algo que deberías saber.
Nancy le soltó las manos y sonrió.
—No hay nada que no puedas contarme. Seguimos siendo buenos amigos y siempre lo seremos. Así que dispara.
—Dex no es la niñera. Es la madre biológica de Annie.