23. LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA
Lo ocurrido en Rusia en 1917, aunque enmascarado inicialmente por el estruendo de la guerra mundial, fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX, no sólo por haber cambiado los destinos de una gran potencia —que en lo futuro todavía lo sería más—, sino por la «vocación mundial» de la revolución leninista, imbuida de un sentido mesiánico de proyección al mundo entero. Cuando durante la guerra Vladimiro Iliich Ulianov que se hacía llamarLenin, fundó la III Internacional, proclamó el alemán como idioma oficial, pensando, y no ilógicamente, que Alemania acabaría siendo el núcleo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas «la revolución comunista pasa necesariamente por Alemania», declararía todavía en 1922. Sin embargo, el único país donde se implantaría el «socialismo real» sería la patria de Lenin, quizá el menos preparado para asumirlo. El marxismo era una doctrina pensada para imponerse en sociedades industriales, dominadas hasta entonces por la burguesía, pero en que las masas obreras la desbordaban en número. Rusia era un país eminentemente rural y campesino, donde la burguesía era muy débil y la industria solo empezaba a desarrollarse. Lo que tenían que hacer los trabajadores rusos no era apoderarse de las fábricas, sino construirlas. Pero Lenin, revolucionario nato, supo arbitrar un modelo especial de revolución para el pueblo ruso, aun sin dejar de soñar en la expansión universal.
Las tres revoluciones
Rusia perdió la guerra no solo en el frente de batalla, sino en la retaguardia. Había perdido millones de hombres, y desde 1915 se veía la victoria imposible. Los servicios no funcionaban, la maquinaria del Estado se agarrotaba, y no llegaban al frente armas, municiones ni aprovisionamientos. Los soldados estaban desmoralizados y hambrientos, y otro tanto sucedía a la inmensa mayoría de la población civil. Paralelamente a lo ocurrido al fin de la guerra rusojaponesa, se veían llegar al mismo tiempo la derrota y la revolución. Esta última más compleja que la de 1905, porque estaban descontentos los militares, los burgueses, los pequeños intelectuales, los empleados, los obreros, los campesinos. Así fue como Rusia sufrió espectacularmente en solo ocho meses tres revoluciones distintas: una liberal y burguesa, como la francesa de 1789; otra socialista como la del ciclo europeo de 1848, y la tercera comunista, de nuevo cuño y a estilo siglo XX, destinada a imitarse en otros países. La propia estructura social de Rusia, la desunión entre los diferentes grupos y la audacia inteligente de Lenin dieron lugar a este espectacular desenlace.
a) El 27 de febrero de 1917 (8 de marzo en el calendario occidental) se produjo una sublevación obrera en San Petersburgo, ayudada por algunos soldados: la ciudad había vivido un tremendo invierno de hambre. El zar Nicolás II, que se encontraba en su cuartel general cerca del frente, ordenó reprimir, la revuelta, y al mismo tiempo hizo disolver la Duma, asamblea semidemocrática. Este hecho sirvió para que los políticos liberales, intelectuales o burgueses, se unieran a los trabajadores. Ambos elementos tenían miras muy distintas, pero en el fondo se necesitaban. Lo que para unos era una revolución política, para otros era una revolución social: pero al fin y al cabo para todos era la revolución. Fue la «revolución de febrero».
El triunfo fue más fácil de lo que se pensaba. El zar partió del cuartel general de Mohilev para San Petersburgo, pensando que su sola presencia bastaría para poner fin a la revuelta. El tren imperial quedó detenido en Pskov. porque los revolucionarios habían cortado la vía. Nicolás II aceptó los hechos consumados y abdicó en su hermano el Gran Príncipe Miguel que no aceptó la corona hasta que la Duma elegida democráticamente, le confirmara como zar. En realidad, ni la Duma sería elegida democráticamente, ni los Romanov volverían a reinar en Rusia San Petersburgo se convirtió en Petrogrado, y allí se estableció un gobierno provisional presidido por un prócer el príncipe Lvov, e integrado por un hombre de negocios, Teretchenko, un intelectual, Miliukov, y un socialista autoritario, Alejandro Kerenski. Primero en Petrogrado, luego durante las semanas siguientes en toda Rusia, se formaron soviets o comités locales, integrados por trabajadores o campesinos y dirigidos por pequeños burgueses o intelectuales, de, segunda fila, muchas veces maestros de escuela. De ellos, unos eran socialistas y confiaban en Kerenski; otros mencheviques o marxistas moderados, y otros —de momento los menos— bolcheviques o marxistas radicales que no pensaban más que en la dictadura del proletariado. La libertad de los presos políticos, ordenada por Lvov, permitid el regreso de Siberia del bolchevique Josif Dugashvilli «Stalin», y el regreso desde el destierro de León Trotski y Vladimiro Iliich Ulianov. «Lenin», los más importantes jefes bolcheviques, que fueron inclinando la balanza a su favor. Ni estaban ni necesitaban estar en mayoría para imponerse, porque no pensaban hacerlo por métodos democráticos.
El gobierno del príncipe Lvov se sumía en la impotencia. Fue imposible controlar el país o contener el avance alemán, que se operaba ya casi sin resistencia. El régimen seguía siendo teoricamente monárquico pero sin cabeza visible, y los soviets, muchas veces cada uno por su cuenta, dominaban el país más que el propio gobierno. Se dio una situación de «doble poder» que recuerda un tanto al caso de la revolución francesa, correspondiendo a los soviets el papel de los «clubs» revolucionarios (Lenin era admirador de los jacobinos). El príncipe Lvov dimitió el 20 de julio.
b) Llegó el momento de Kerenski. Este hombre, inteligente y decidido, parecía entonces el eje central de la revolución, y tal vez el único capaz de vertebrar sus muy diversos impulsos. Rompió del todo con el régimen anterior proclamó la república, e intentó encauzar la revolución dirigiéndola desde arriba, pero ya sin contar con los elementos moderados. La clave sería la fusión del poder revolucionario oficial con el oficioso, es decir, apuntarse el control de los soviets a cambio de acceder a sus demandas sociales. Rusia era ya una república socialista, pero bajo una concepción aún socialdemócrata. Kerenski se lanzó resueltamente a resolver los dos problemas más acuciantes: la organización interior del nuevo estado y la guerra exterior. Fracasó en ambos empeños. La burguesía, y no digamos ya las clases privilegiadas, le abandonaron por su socialismo —él inició los repartos de tierras—, mientras los soviets, agitados por los bolcheviques, se escapaban de su control. Se quedó casi solo. No menor fue el fracaso de sus ideas de unir a los rusos mediante una ofensiva victoriosa; le fallaban la mayor parte de los mandos, y los soldados desertaban. El proyecto de proseguir la guerra fue justamente el más impopular.
Kerenski tuvo así que hacer frente a los golpes de la derecha y de la izquierda. En julio consiguió reprimir una sublevación de los bolcheviques de Petrogrado, dirigidos ya por Lenin. Poco después vino la sublevación militar del general Kornilov, el «Bonaparte fracasado» de la revolución rusa. Descartados los burgueses y el ejército, a Kerenski no le quedaban más que los obreros y campesinos. Pero los obreros y campesinos estaban ya controlados por los líderes bolcheviques, decididos a llegar mucho más lejos.
c) Los bolcheviques, aunque constituían una minoría, eran un grupo extraordinariamente bien organizado y entrenado en las tácticas revolucionarias. Sobre todo contaban con tres cabezas extraordinarias: Lenin era una mezcla casi inclasificable de misticismo y pragmatismo, de exaltación y frialdad, y estuvo desde el primer momento rodeado de una aureola muy especial. Trotski era un hombre de masas, extraordinariamente movilizador con clara visión militar; y Stalin, un hombre todo cálculo, sin escrúpulos, tenaz y con la cabeza admirablemente bien organizada. La filosofía leninista, expresada poco antes en un libro muy difundido, El Estado y la Revolución, toma muchos elementos de Marx. pero los lleva hacia su extrema radicalidad, hasta el punto de que que produce una apariencia, tal vez falsa, de ingredientes del anarquismo bakuninista. Para Lenin, la revolución ha de pasar necesariamente por cuatro estadios; el primero es el golpe de estado, que derriba el viejo orden y todos sus presupuestos; el segundo, la dictadura del proletariado, personificada en un Estado omnipotente, que precisa tener una fuerza inmensa para transformar todas las estructuras en beneficio de la clase trabajadora; en el tercero el Estado, cumplida su misión, abdicará en el «pueblo en armas», custodio de esas reformas y de la nueva situación; finalmente, cuarto estadio, el pueblo abandona las armas, ya innecesarias, y empuña sus instrumentos simbolizados en la hoz de los segadores y el martillo de los obreros, en un paraíso de los trabajadores que ya no puede ser turbado. Es difícil precisar hasta que punto un hombre tan enigmático como Lenin creía en la sucesión necesaria de los cuatro estadios en su punto final, carente ya de una dirección desde arriba. De hecho, la Unión Soviética nunca pasó del segundo, el Estado omnipotente, al servicio o no de los trabajadores.
Mientras que los socialistas se afanaban en encauzar la revolución, Lenin era él mismo la revolución, y sus propios postulados le permitían llegar tan lejos como fuera posible. Cierto que los bolcheviques leninistas nunca consiguieron mayoría en el seno de los soviets: en abril de 1917 eran 80.000; en junio, 200.000; y cuando alcanzaron el poder en octubre no parece que pasaran de 240.000; pero eran los más activos, los mejor organizados, y sobre todo —lo que en las revoluciones suele ser importante— los más decididos a llegar a las últimas consecuencias.
En aquellos «diez días que conmovieron al mundo» (J. Reed) —25 de octubre a 3 de noviembre del calendario ruso; 10 a 15 de noviembre en el occidental— los bolcheviques en una serie de golpes de mano bien calculados, se apoderaron de 1os centros de correos y telégrafos, de las estaciones de ferrocarril, del Banco, del Estado, de las centrales eléctricas y almacenes de municiones, para culminar con el asalto a la fortaleza de Pedro y Pablo y el Palacio de Invierno, dentro de los cuales ya contaban con elementos coadyuvantes. Fue la «Revolución de octubre». Kerenski huyó, y los soviets establecieron un comité director en Petrogrado. Conquistada la capital, se fueron asegurando, resistencia, organizada, el control del resto .de .Rusia, por más que no lo conseguirían de forma definitiva sino a través de una serie complejísima de guerras civiles.
La narración detallada de estas guerras se haría interminable. Por de pronto, los soviéticos triunfantes hicieron la paz con los alemanes —paz de Brest-Litowsk, 1917-18— para tener las manos libres contra los antirrevolucionarios. Pero éstos estaban divididos, y nunca llegaron a coordinar sus esfuerzos: había monárquicos zaristas, liberales demócratas, socialdemócratas, mencheviques. Contra ellos el genio organizador de Trotski montó la poderosa maquinaria del Ejército Rojo, que llegó a contar con tres millones de hombres, a los que se inculcó la idea de que estaban luchando por su Patria, su familia y sus tierras (aunque más tarde se les convenció de que lo mejor era colectivizar aquellas tierras). La familia imperial fue fusilada en Ekaterinenburgo; ya no existía la menor posibilidad de regreso a lo de antes. Las potencias democráticas, Francia e Inglaterra, apoyaron a los antirrevolucionarios con una ayuda más testimonial que efectiva; y este hecho, por demás, pudo resultar contraproducente, por cuanto los «rojos» unieron al carácter social de la lucha —por la propiedad de las fábricas y de las tierras— el sentido de una guerra patriótica.
Por el Norte, el general «blanco» Yudenich estuvo a punto de recobrar Petrogado (más tarde Leningrado); por el Sur Denikin conquistó Ucrania y amenazó Moscú, y por el Este Kolchak ocupó toda Siberia, atravesó los Urales, y le faltó poco para llegar a la capital; pero en todas partes el Ejército Rojo consiguió mantener los puntos vitales y rechazar más tarde a sus enemigos. Los años 1917-1921 fueron terribles en Rusia, reunidos la guerra, el caos y el hambre: murieron muchos millones de seres humanos, sin que sea posible evaluar el número exacto. Al cabo triunfaron los soviets, y Lenin y sus sucesores mantendrían, a través de un bien organizado aparato de represión, la dictadura comunista por espacio de setenta años. Había comenzado la Unión Soviética.