Día 18
EN CASTELO NOVO
Hace más de treinta años escribí:
Castelo Novo es una de las más conmovedoras memorias del viajero. Tal vez un día vuelva, tal vez no vuelva nunca, tal vez evite volver, porque hay experiencias que no se repiten. Como Alpedrinha, está Castelo Novo construido en la falda del monte. Desde allí hasta arriba, en línea recta, se llegaría al punto más alto de la Gardunha. El viajero no volverá a hablar de la hora, de la luz, de la atmósfera húmeda. Pide sólo que nada de esto sea olvidado mientras por las empinadas calles sube, entre las rústicas casas, y otras que son palacios, como éste, seiscentista, con su pórtico, su balconada, el arco profundo de acceso a los bajos, es difícil encontrar construcción más armoniosa. Queden, pues, la luz y la hora ahí paradas en el tiempo y en el cielo, que el viajero va a ver
Castelo Novo. También escribí sobre personas concretas hace treinta años: a una viejecita que a la puerta aparece le pregunta el viajero dónde queda la Lagariça. Es sorda la viejecita, pero comprende si le hablan alto y de frente. Cuando entendió la pregunta, sonrió, y el viajero se quedó deslumbrado, porque sus dientes eran postizos, y pese a ello la sonrisa era tan verdadera, y tan contenta de sonreír, que daban ganas de abrazarla y pedirle que sonriera otra vez. De José Pereira Duarte, una de las personas más bondadosas que he conocido en mi vida, escribí que mira al viajero como quien mira a un amigo que no apareciera por allí desde hace muchos años, y toda su pena, dice, es que la mujer esté enferma, en cama: «Si no me habría gustado que viniera un poco a mi casa». Hoy estuvimos con la hija y el yerno de José Pereira Duarte, la viejecita ya no está, pero otras personas amables aparecieron en Castelo Novo y volví a salir con el mismo espíritu de hace treinta años. Si el elefante Salomón hubiera pasado por aquí, las personas que componían la comitiva sentirían lo mismo. Acogidas como éstas no se improvisan.