5

<¡Hork-bajir!>, bramó Rachel.

Hace un año aquel nombre habría carecido de significado para mí.

Pero ahora conozco de sobra lo que era un hork-bajir. El andalita que nos otorgó el poder de la transformación nos explicó que hace tiempo los hork-bajir habían sido una especie pacífica y honesta, pero que la raza entera había sido esclavizada por los yeerks y todos sus miembros se habían convertido en controladores, es decir, transportan un gusano yeerk en el cerebro.

A partir de entonces, y con el cerebro controlado por un yeerk, los hork-bajir se convirtieron en máquinas de matar con vida propia, increíblemente rápidos y resistentes. Con el cuerpo blindado y cubierto de cuchillas, no conocen el miedo. Han pasado a constituir las tropas de choque del imperio yeerk.

Los hork-bajir habían estado muy cerca de matar a Rachel en varias ocasiones, y todos hemos experimentado alguna vez el tacto de esas cuchillas.

<¿Qué hace un hork-bajir saliendo al exterior en plena luz del día?>, inquirió Rachel.

Observé la escena con detenimiento. El hork-bajir ascendía por una especie de escalera. Al alcanzar la superficie, parpadeó varias veces ante la luz del sol. Aquel monstruo parecía el mismo demonio en persona. Entonces vi, que detrás de él, subía otro hork-bajir.

<¡Son dos!>, exclamó Rachel.

<Sí, ¿y sabes una cosa? Para mí que tienen miedo de algo.>

Y justo en ese momento…

¡Ppppiiii! ¡Ppppiiii! ¡Ppppiiii! Aquel sonido taladraba mis oídos de ratonero.

La alarma provenía del interior del agujero abierto en la tierra. Los hork-bajir pegaron un bote. No se lo esperaban y, desde luego, estaban aterrorizados. Uno de ellos agarró al otro y pareció como si lo abrazara durante un par de segundos. Sin más tiempo que perder, se lanzaron a la carrera por en medio del bosque. Corrían como si en ello les fuera la vida.

Una cosa es cierta, los hork-bajir corren, y mucho, podéis creerme. Aquellas largas y enormes piernas avanzaban con pasos agigantados, arrancando todo lo que pillaban a su paso, al tiempo que con las cuchillas de sus brazos podaban arbustos, espinos y árboles pequeños, como una trilladora en un campo de trigo.

<¿Cómo vas de tiempo?>, le pregunté a Rachel.

<Me queda por lo menos una hora todavía>, contestó.

<¿Seguimos a esos dos?>

<Adelante.>

Batimos las alas para recuperar la altitud perdida y así no perder la pista a los hork-bajir, algo no muy difícil de conseguir puesto que dejaban una estela tan visible que hasta un ciego sería capaz de seguirla.

<No se andan con remilgos, ¿verdad?>, observó Rachel.

Fue entonces cuando la cosa se animó, porque del agujero salió un chorro de humanos armados hasta los dientes.

Hombres y mujeres vestidos con ropas humanas.

Eran controladores, por supuesto, aunque por el aspecto jamás lo diríais. Pero yo sabía con certeza que ese agujero conducía al estanque yeerk. Aquellos humanos eran controladores, esclavos del yeerk que tenían en el interior de sus cabezas. Y para colmo, llevaban rifles automáticos, pistolas y escopetas.

Los yeerks perseguían a los dos hork-bajir, sin embargo eran lo bastante inteligentes como para enviar sólo a controladores humanos en su búsqueda. No querían arriesgarse a que la gente normal viese más criaturas extrañas.

Del agujero salieron unos veinte… o treinta controladores humanos.

<Jamás los atraparán>, vaticinó Rachel.

<Ya, pero ¿no te parece un poco raro que huyan dos hork-bajir? ¿Qué está pasando aquí?>

Acto seguido, del agujero surgieron unas máquinas que parecían levitar hacia el exterior. Cuando vi lo que eran, casi me echo a reír.

<¿Motocicletas? ¿Los yeerks en motocicleta?>

Aquello resultaba un tanto extraño, cómico incluso. Los yeerks pilotan naves más rápidas que la velocidad de la luz ¿y ahora andaban con motocicletas?

<Oh, oh —dijo Rachel—. Los hork-bajir son rápidos pero no tanto.>

¡Brrruuummm! ¡Brrruuummm! ¡Brrruuummm! Los controladores calentaban motores. El rugido de las máquinas resonaba por todo el bosque. En total, salieron de allá abajo quince Yamahas y Kawasakis.

¡Brrrruuummm! ¡Brrraaa! ¡Brrraaa!, las motocicletas arrancaron. En algunas sólo iba el motorista, y en otras iban dos personas, una que conducía y otra para disparar.

Los hork-bajir les habían sacado una ventaja de unos cientos de metros, pero jamás podrían vencer a aquel pequeño ejército.

Mientras yo contemplaba la escena a salvo, las motos rugían bosque adentro, levantando polvo y hojas secas, y rompiendo el silencio.

En poco tiempo ganaron terreno a los dos fugitivos.

¡BAM! ¡BAM! ¡BAM! ¡BAM!, escupían los rifles.

El sonido de las motos retumbaba en el bosque y los hork-bajir corrían sin detenerse un minuto, pero las motos saltaban obstáculos y serpenteaban a toda velocidad en dirección a ellos.

¡BAM! ¡BAM! ¡BAM! ¡BAM!

¡BAMBAMBAMBAMBAMBAMBAMBAMBAMBAM!, rifles, armas automáticas y escopetas escupían fuego a destajo, y segaban los troncos que se interponían en su camino. Disparaban contra todo lo que se moviera. Aunque desde su posición no alcanzaban a ver a los hork-bajir, los pequeños destellos que éstos emitían eran motivo suficiente para abrir fuego.

<Les quedan diez segundos de vida —observó Rachel en un tono funesto—. ¿Qué vamos a hacer?>

<¿Quieres ayudar a los hork-bajir?>, pregunté incrédulo.

<¿No has oído nunca aquello de que «el enemigo del enemigo es tu amigo»? Los yeerks quieren matar a esos dos hork-bajir, ¿no? Pues para mí, ya es razón suficiente>

<Para mí también —añadí—. Tendremos que comunicarnos por telepatía y hablar con ellos directamente>

<Adelante>, replicó Rachel.

De haber tenido boca, habría sonreído. Rachel es tan valiente que, a veces, llega a ser imprudente. Eso es lo que me gusta de ella.

<Hey, vosotros, los hork-bajir de allá abajo.>

Las dos criaturas vacilaron, como si les sorprendiera recibir un mensaje por telepatía. Cualquiera diría que aquél era su problema principal.

<Os quedan diez segundos de vida —informé—. Haced lo que yo os diga si queréis salir de ésta.>