10
<¿Qué clase de compañía?>, preguntó Jake.
<Unas quince, tal vez veinte personas avanzan en nuestra dirección.>
<Oh, oh, y por el sudeste también —informó Rachel—. Y… además ¡vienen acompañados de un grupo de hork-bajir! ¿Cómo se atreven a sacarlos al exterior? ¡Si ni siquiera ha anochecido del todo!>
<Está claro que quieren atrapar a nuestro amiguito cueste lo que cueste —añadí—. Con esta luz es fácil distinguirlos. Se están arriesgando demasiado.>
<Os están acorralando —informó Cassie—. Desde mi posición, veo también una pequeña tropa de hork-bajir. Esto no me gusta nada. Ahora mismo os encontráis prácticamente rodeados. En cinco minutos los tendréis encima.>
<Hablando de la hora, es casi la hora de cenar —señaló Marco—. Si llego tarde a casa, mi padre me meterá bronca.>
Jake se echó a reír y yo también. Así es Marco, preocupado por la regañina de su padre cuando estábamos a punto de ser rodeados por los yeerks.
<Podemos transformarnos en algún animal o pájaro pequeño —sugirió Ax— y escabullirnos con facilidad.>
<Ya, pero eso no ayudaría demasiado al pobre Jara Hamee>, replicó Marco.
<Hay que hacer una maniobra para despistarlos —dijo Jake—, debemos encontrar una forma de distraer su atención.>
<Los yeerks están buscando al hork-bajir a conciencia —observó Ax—. ¿Por qué iban a seguirnos a nosotros? Serían idiotas si lo hicieran.>
<Es nuestra única esperanza —replicó Jake fríamente—. Nosotros podemos escapar, pero no creo que debamos abandonar a Jara Hamee.>
Por mi mente, sin embargo, cruzó otra idea. Era una locura, sobre todo porque ponía en peligro la vida de mis amigos. Yo no podía participar en aquella clase de misiones.
<Escuchad… —vacilé. Odio no poder estar en las mismas condiciones que los demás—, esto…, puede que haya otro modo…>
<¿Cuál?>, me preguntó Jake.
<Quieren un hork-bajir, ¿no? Pues vamos a dárselo.>
<¿Estás diciendo que nos transformemos en uno? —inquirió Marco—. Arrgghh.>
<Jara Hamee no es ningún animal —objetó Cassie—. Tiene sensibilidad y se da cuenta de lo que pasa.>
<Ax adoptó mi cuerpo una vez —señaló Jake—, y, Cassie, tú te convertiste en Rachel.>
<Lo que quiero decir es que primero debemos contar con su consentimiento —aclaró Cassie—. Pero, sea lo que sea, ¡decididlo ya!>
<Yo lo haré. Me transformaré en hork-bajir —propuso Rachel, y, acto seguido, descendió rozando los árboles con sus enormes alas de águila—. De todas formas, tengo que cambiar de forma ya. Está demasiado oscuro para los ojos del águila.>
<No, debo hacerlo yo>, replicó Ax de inmediato.
<Ni hablar —objetó Rachel, que ya había empezado a recuperar su estado natural—. Yo tengo más derecho.>
<¿Derecho?>
<Yo lo dije primero>, explicó Rachel.
Ax aceptó y miró al hork-bajir.
<Los yeerks se acercan. Uno de mis amigos está dispuesto a transformarse en ti para engañar a los yeerks. ¿Qué dices?>
—Jara Hamee odia a los yeerks —contestó la gigantesca criatura. Aquello respondía a la pregunta.
<De acuerdo. Ahora, date la vuelta, Jara Hamee —le ordené al hork-bajir—. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te lo diga. Si los abres antes de tiempo, el hruthin… este andalita de aquí te hará picadillo. ¿Lo has entendido? Bien, y ahora cierra los ojos.>
El hork-bajir se giró obediente. Me habría reído de no haber sido porque estaba terriblemente preocupado por Rachel. La situación resultaba un poco ridícula, un monstruo de dos metros aceptaba órdenes de un pájaro de cincuenta centímetros de longitud.
Pero en aquel momento mi sentido del humor se había esfumado. Rachel se iba a transformar en un hork-bajir para distraer la atención de los perseguidores.
Me sentía fatal. Había sido idea mía. Una idea genial que pondría en peligro la vida de mi amiga.
La verdadera Rachel empezó a emerger del águila. Su cuerpo humano crecía con rapidez y, poco a poco, iba conformando una extraña criatura que parecía surgida de una pesadilla y que combinaba la pálida piel humana, con las plumas oscuras, un pico amarillo chillón y unas piernas cada vez más largas.
Habría dado cualquier cosa por estar en su lugar, pero yo no podía transformarme. Mientras ella se jugaba la vida en un intento por despistar al enemigo, yo me encontraría a salvo en lo alto de un árbol.
Siempre igual. Mis amigos se exponían a todo tipo de peligros, y yo me limitaba a observarlos desde una posición privilegiada, y todo porque no podía cambiar de forma.
Al cabo de un minuto, Rachel había recuperado su estado natural por completo. Incluso en aquel momento, en el que todos estábamos muertos de miedo, Rachel parecía estar posando para una foto de revista, siempre sonriente.
<Rachel, no tienes por qué hacerlo>, advertí.
<Qué va, pero si lo está deseando —comentó Marco—. ¿Transformarse en hork-bajir? Por fin va a poder mostrarse tal y como es.>
<Cierra el pico, Marco>, le espeté.
Rachel intentó tranquilizarme con su mirada, sus ojos parecían decir: «No te preocupes, Tobías». No lo dijo en voz alta porque ya era humana, y no queríamos que el hork-bajir descubriese por la voz que éramos humanos.
El hork-bajir no se inmutó cuando Rachel posó sus finos dedos sobre su espalda. Como era habitual, el monstruo languideció unos segundos cuando Rachel comenzó a absorber su ADN con el fin de adquirirlo.
<Chicos —llamó Cassie desde el cielo—, ahora en serio. Esto se está poniendo feo. Están muy cerca. Los veo desde aquí>
Hasta mi oído de ratonero llegaba el sonido producido por aquellas pesadas criaturas avanzando a golpes y arrasando el bosque a su paso. También percibí el chasquido metálico del roce de las armas contra los cinturones y el susurro de órdenes entre controladores humanos y hork-bajir.
<Cassie tiene razón —confirmé—. Nos quedan dos minutos máximo.>
Rachel asintió. Me hizo un guiño y después cerró los ojos y se concentró.
Los cambios se hicieron ver de inmediato. No quería mirar pero, de algún modo, sentía que era mi obligación para con ella. Al fin y al cabo, yo había sido quien la había metido en esto.
No podéis imaginaros qué extraño resultaba todo aquello. En el bosque ya casi era de noche y las sombras acechaban desde todos los rincones. Ni siquiera mi vista de ratonero traspasaba aquellas sombras tan oscuras. Por encima de nosotros, el cielo se teñía de un azul oscuro con pinceladas rojas y anaranjadas; todavía faltaba una hora para que anocheciera del todo, pero bajo la sombra de los árboles era ya noche cerrada.
Todos formábamos parte de aquella parada de monstruos: un hork-bajir con los ojos cerrados; un andalita, agitando su cola mortal ante la inminencia de la batalla; un tigre descendiendo de las rocas y deslizándose sinuoso en un alarde de poder casi líquido; un gorila erguido que utilizaba sus enormes puños como si fueran pies adicionales; y yo… el chico pájaro.
En medio de todo aquello Rachel crecía sin parar. Rachel es alta para su edad, pero en aquel momento estaba alcanzando la estatura de Michael Jordan.
Su piel oscureció, se tornó casi negra con una tonalidad verdosa. Sus delicados pies humanos se convirtieron enseguida en los pies con espolón y tres dedos de los hork-bajir. Aquellos pies se asemejaban a mis garras, salvo en el tamaño.
Su rostro se alargó y la mandíbula se proyectó hacia delante hasta alcanzar un aspecto similar al de la superficie de una bala. Sus ojos se estrecharon y acabaron convertidos en ranuras de color rojo. Y, entonces, empezaron a despuntar las cuchillas.
¡SHUUPP!, cuchillas en forma de cuernos le brotaron de la frente.
¡SHUUPP!, más cuchillas emergieron en sus muñecas y codos.
¡SHUUPP!, y más en sus rodillas.
Rachel se había convertido en una cuchilla andante, en dos metros de potencia muscular mortal.
<Vaya —comentó Rachel—, así que esto es un hork-bajir.>