27

Al día siguiente era lunes. Rachel recibiría el premio de la fundación Packard a la mejor estudiante.

Aparte de ella, habían sido elegidos otros cuatro niños. La ceremonia tendría lugar en el gimnasio del colegio y a ella asistirían todos los padres, orgullosos de sus hijos. Los niños condecorados eran los más felices porque la entrega les había librado de la última hora de clase.

Me perdí la primera parte de la ceremonia. Debía ir con cuidado y prestar mucha atención a la hora. Sólo disponía de dos horas justas, lo sabía por experiencia. En aquellas dos horas, tenía que caminar desde las afueras del bosque hasta el colegio y reservarme tiempo suficiente para volver.

Estaba asustado y nervioso. Me colé por la parte del fondo del auditorio. Una profesora me lanzó una mirada, como si le sonara mi cara pero no supiese de qué.

Permanecí en la sombra. Me molestaba el techo del auditorio. Siempre que no podía ver el cielo me sentía incómodo. Pero aguanté todo lo pacientemente que pude, observé el acto a través de mis débiles ojos humanos y escuché el bla, bla, bla, a través del débil oído humano.

Sólo al final, cuando los premiados desfilaron, abandoné la zona de sombras.

Rachel era la última en desfilar. Estaba guapísima, como siempre. Y caminaba con paso decidido, típico en ella.

Cassie le guiñó un ojo al pasar por su lado. Rachel puso los ojos en blanco, burlándose de sí misma, y Cassie se echó a reír.

Cuando pasó cerca de Marco, éste hizo una falsa reverencia. Ya sabéis, como si estuviera adorando a algún ídolo. Rachel se rió y movió la cabeza de un lado a otro.

Después, pasó por mi lado, me miró de pasada, y continuó indiferente en dirección a la salida.

De repente, se detuvo.

Se dio la vuelta. Tenía los ojos abiertos como platos.

—Hola, Rachel —saludé con voz humana.