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<¡Tres horas y media de las nuestras! ¿Pero donde vamos, a la luna?>, dijo Tobías.
<No empieces tú también con lo de horas nuestras horas suyas, ¿eh, Tobías?>, le advertí.
<No —contestó Ax—. Para ir a la luna tardaríamos menos. Nuestro viaje será largo porque viajamos a través de la atmósfera del planeta.>
<¿Tienes alguna idea de nuestro punto de destino?>
<El piloto no ha dicho nada. Sin embargo, haré todo lo posible por calcular nuestra dirección.>
<La verdad es que habrías sido un boy scout estupendo, Ax.>
<¿Un qué?>
<¿Qué vamos a hacer?>, preguntó Cassie.
Buena pregunta.
Estábamos atrapados en un caza con nuestro peor enemigo. Y sólo nos quedaban las opciones de revelar nuestra presencia, lo cual era suicida, o de pasar el resto de nuestras vidas convertidos en insectos devoradores de basura.
¡BUUUUM!
<¿Qué ha sido eso? —gritó Rachel—. Jo, esta mosca no quiere estarse quieta.>
<Creo que estamos entrando en la nave-espada.>, contestó Ax.
Si un caza-insecto es como un autobús, una nave-espada es como un jumbo. Tiene la forma de un hacha de la Edad Media. Es la nave personal de Visser Tres.
<La verdad es que esto podría ser bueno —comentó Jake—. Por lo menos, la nave cuchilla es muy grande. Seguro que es posible encontrar un buen escondrijo para transformarnos. En el caza insecto no habríamos podido transformarnos sin ser vistos.>
<¿He dicho alguna vez que odio esta forma? —se quejó Tobías—. Me siento atraído hacia el sudor de Visser Tres. ¡No se me ocurre nada más asqueroso!>
<Sí —convino Cassie—. Apesta. Pero a mi cerebro de mosca le parece un olor estupendo.>
<¡No apesta en absoluto! —saltó Ax a la defensiva—. Esto es un cuerpo andalita, y los andalitas no apestan.>
De pronto, la presión del aire cambió otra vez, ligeramente, pero lo suficiente para hacerme perder el control.
Eché a volar, pero en seguida cancelé la orden y volví zumbando al vientre de Visser Tres.
<Ooops.>
<¿Ooops qué?>, preguntó Jake.
<Ooops, igual Visser me ha notado.>
Paralicé las alas y conseguí calmar el agitado cerebro de la mosca justo cuando seis gigantescas columnas azules caían a mi alrededor, escarbando en la piel y a través del pelaje como enormes arados.
<¡Dios mío, me están rascando!>, exclamé.
<¡Malditos parásitos!>, se quejó Visser.
<Todo el mundo listo —dijo Jake—. ¡Estad preparados para saltar en cualquier momento!>
El primer manotazo me falló. Intentando evitar los dedos de Visser, fui brincando de pelo en pelo a velocidad de vértigo, como si fuera Tarzán.
<¡Marco, estáte quieto!>, gritó Jake.
<¡Eso es fácil de decir!>, protesté.
De pronto los dedos dejaron de buscar y formaron una jaula en torno a mí.
¡Estaba atrapado!
<¡Está a punto de agarrarme!>
<¡Marco!>, exclamó Cassie.
Sentí una ligera brisa, un soplo de aire tan sutil que sólo una mosca podía captarlo. Luego noté una nueva vibración. Eran docenas de pequeños impactos, las patas de aguja de un taxxonita.
<Está dando la bienvenida a Visser a la nave-espada —tradujo Ax—. O tal vez le está diciendo que su hermano es un fragmento de meteoro. He entendido la palabra galard, pero el oído de mosca es muy incierto.>
Visser se apartó las manos del vientre y sus dedos se retiraron.
<¿Están todos los venber a bordo?>, gruñó Visser.
<¿venber? —dijo Ax muy excitado—. Ha dicho venber, ¿verdad?>
<No lo sé —contestó Jake—. ¿Por qué? ¿Importa mucho?>
<Oye, Ax, ¿no nos estarás ocultando nada?>
<Debo de haber entendido mal>, replicó Ax, sin contestar a mi pregunta.
<Excelente —replicó Visser—. Con el doble de venber nuestro proyecto quedará terminado en la mitad de tiempo.>
<Bueno, al menos saben sumar y restar>, comentó Tobías con ironía.
Aquello duró casi una hora. Dicen que el combate consiste en noventa y nueve por ciento de espera y un uno por ciento de absoluto terror. Es verdad. Ahí estábamos, colgando cabeza abajo del pelo del vientre de Visser Tres, intentando no dejarnos llevar por el pánico.
Quiero decir que una cosa es ser mosca cuando uno está ocupado. Pero allí colgado, empezaba a ver salir la saliva que me salía de la trompetilla. Y no era nada agradable.
<Bueno —dije—, ¿alguien ha traído una baraja? ¿Habéis visto alguna película buena últimamente? ¿Alguien tiene algún cotilleo jugoso que quiera contarnos?>
Debíamos estar en la cámara privada de Visser Tres.
Era una habitación sin más muebles que un ordenador. Al fin y al cabo, Viser tenía un cuerpo andalita, y los andalitas no se sientan.
De las paredes colgaban varios objetos como si fuera una colección de arte. Algunos eran grandes y elaborados, hechos de acero o algo parecido. Otros tenían sondas eléctricas, o bien dientes, pinchos o sierras. Pensamos que podrían ser instrumentos de tortura, recogidos por toda la galaxia. Se nos ocurrió esta idea porque reconocí uno de los artefactos. Se llama «doncella de hierro». Es una jaula medieval llena de púas por dentro.
Fue bastante deprimente darnos cuenta de que algún museo de la tierra había hecho alguna contribución, aunque involuntaria, a aquella colección. Pero todavía resultó más deprimente darnos cuenta de que teníamos que enfrentarnos a un individuo que prefería colgar una «doncella de hierro» de la pared en vez de un póster.