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Como somos tan listos, teníamos dos planes. El plan A exigía que Visser Tres saliera de la habitación. Entonces nosotros nos quedaríamos, recuperaríamos nuestros cuerpos y nos volveríamos a transformar.

Pero el tiempo pasaba y Visser Tres no parecía tener intenciones de marcharse. De modo que cada vez estaba más claro que tendríamos que usar el plan B.

A mi me parecía bien. Si no hacía algo pronto me iba a volver loco. La inactividad te deja demasiado tiempo para pensar en cosas como la muerte, el dolor y la violencia. La inactividad acaba provocando miedo.

Una buena defensa contra el miedo es el sentido del humor.

Desde mi punto de vista, cuando uno no se ríe es porque está llorando. El humor te ayuda a aguantar.

Además, yo consideraba que era mi trabajo mantener la moral en estas situaciones. Entretener a la tropa.

<Oye, Rachel, te voy a contar un chiste.>

<Ni hablar>

Yo, ni caso.

<Dos rubias se encuentran cada una a un lado de un río…>

<Eh —interrumpió Tobías—, que yo también soy rubio. Rubio ceniza, pero rubio al fin y al cabo.>

<Sí, durante un par de horas a la semana —repliqué—. Bueno, el caso es que una le dice a la otra: «¿cómo puedo pasar al otro lado?»>

<Eso tiene mucha gracia, Marco>, comentó Ax muy animado.

<Todavía no he terminado, Ax. Y la otra rubia le contesta: «Pero si ya estás al otro lado».>

<Ya está bien —saltó Rachel—. Ha llegado el momento de usar el plan B>

<Yo ya lo había oído>, dijo Tobías.

<Me temo que yo no lo he entendido>, terció Ax.

< Tobías, ¿dónde habías oído ese chiste? —pregunté—. ¿Acaso te dedicas a intercambiar chistes con los gorriones?>

<Ax, ¿tienes alguna idea de donde estamos?>, nos interrumpió Jake.

<Creo que nos dirigimos hacia el norte.>

<¿Todavía? ¿Cuánto tiempo nos queda antes de transformarnos?>

<Unos veinte minutos. De vuestros minutos>, añadió Ax, yo diría que a posta, para provocar.

<Bien. Plan B. Tenemos que hacer algo. Lo que sea.> Era Rachel, por supuesto.

<Sí, supongo que sí —respondió Jake sin mucho entusiasmo—. Ax, ¿estás listo?>

<Creo que sí, príncipe Jake>

Todo quedó en silencio durante unos segundos. De pronto, nuestros cerebros fueron bombardeados con el ruido de una telepatía muy potente.

<¡Guardias! ¡Venid de inmediato!>, gritó Ax, en una imitación bastante buena de Visser Tres.

En el aire capté el olor de un guerrero hork-bajir.

El respingo de Visser Tres fue como un terremoto.

<¿Qué haces, idiota? —bramó Visser—. ¿A qué viene esta interrupción?>

El hork-bajir masculló algo.

<¡Fuera! ¡Fuera de aquí inmediatamente, si no quieres ser comida para los taxxonitas!>

El hork-bajir se retiró.

<Otra vez, Ax>, ordenó Jake.

Ax gritó de nuevo.

Otro soplo de brisa. El olor de otro hork-bajir. Visser Tres temblaba de rabia.

<¿Qué?>, chilló. Era como estar en un concierto, pegados a los altavoces. Creí que me iba a explotar la cabeza.

De pronto noté un espasmo y supe que Visser Tres había chasqueado la cola. Al cabo de un segundo…

¡BUUUM!

Algo muy grande cayó al suelo. Yo no quise pensar qué sería, o más bien quién sería.

<Una vez más y lo conseguiremos, Ax>, dijo Jake, aunque se notaba que tenía sus dudas.

Casi sentí lástima de los hork-bajir. No son más que esclavos de los yeerks. Todo lo hacen obedeciendo las órdenes de los malditos yeerks que tienen en el cerebro. De hecho, antes de que los yeerks los conquistaran eran una raza pacífica. No son más que unos lagartos vegetarianos, grandotes y estúpidos, y bastante tiernos, la verdad.

Víctimas inocentes de aquella guerra, como tantas otras.

Ax gritó por tercera vez. Esta vez entraron dos hork-bajir. Supongo que pensaron que era mejor ir de dos en dos.

Pero no les sirvió de nada.

Visser se lanzó contra ellos, loco de rabia.

<¡Fuera!>

<¡Salid todos! —ordenó Jake—. ¡Volad bajo!>

Salí volando justo cuando la enorme masa azul desaparecía por la puerta y la cerraba.

<¡Recuperad vuestro cuerpo y volveos a transformar lo más deprisa posible!>

Me posé en el suelo y comencé a transformarme de inmediato.

Las metamorfosis nunca son lógicas. Nunca suceden de la misma forma. Esta vez, lo primero que cambió fueron mis ojos. Miles de ellos chasquearon a la vez, de golpe. Enseguida recuperé mis ojos humanos.

Lo cual no era necesariamente una ventaja, porque así tuve ocasión de ver las transformaciones de todo el mundo, incluida la mía. También vi de cerca al pobre hork-bajir que estaba en el suelo. Por lo menos seguía de una pieza. A lo mejor sobrevivía. Los hork-bajir son tipos duros. Sí, quizás éste sobreviviría.

Si los taxxonitas no lo encontraban primero.