12

Aterrizamos unos seis metros más abajo, en un amasijo de piel, garras, alas y pezuñas. Yo caí de narices y me encontré bajo cientos de kilos de humanos transformados y un alienígena.

La nave-espada, siguiendo las órdenes de Visser Tres, intentaba ganar altura. En muy mal momento. Yo le oí gritar: <¡No! ¡No! ¡Abajo! ¡Abajo!>

Intenté salir del montón de cuerpos. Pero el suelo estaba resbaladizo y no pude levantarme.

Era hielo. La piel correosa de mi pecho ardía pegada a él.

A pocos centímetros de mi cara, veía las garras de Jake, intentando aferrarse al hielo.

Traté de incorporarme de nuevo, para salir de debajo del oso pardo que tenía encima. Pero ni siquiera la fuerza del gorila podía apartar a Rachel. Hasta que, por fin, ella misma decidió bajarse. Entonces me incorporé.

Al levantarme del suelo me desgarré la piel, que se había quedado pegada.

<¡Ay, ay, ay!>, grité.

Pero, en ese momento, vi el pie de Rachel. Bueno, el lugar donde tenía que estar su pie. Rachel se estaba transformando a toda prisa. Los osos pardos soportan bien el dolor. Pero perder un pie debía de ser horroroso.

Cassie se estaba recuperando, y movía el morro de un lado a otro como una persona en medio de una pesadilla.

<¡Ah! ¡Ay! ¿Dónde estamos?>

<En un sitio muy frío —contesté—. Helado. Más vale que recuperes tu cuerpo y te vuelvas a transformar a toda prisa.>

La nave-espada se había elevado entre las nubes y se alejaba. Pero podía volver.

<Marco tiene razón —convino Jake—. ¡Hace un frío horrible!>

Yo estaba perdiendo movilidad en los brazos. La sangre que me salía del pecho emitía una nube de vapor en el aire helado.

El gorila era una criatura de la jungla, un animal grande y peludo. Pero está adaptado a ambientes cálidos y húmedos. Y ese lugar estaba muy lejos de ser cálido.

Cassie era humana de nuevo, y estaba descalza en el hielo.

—C-c-creo que me vo-voy a transformar —tartamudeó. Rachel estaba detrás de ella.

—¿Qué es esto? ¿Alaska? —preguntó. Una nube de vapor salía de sus labios. Nadie parecía más fuera de lugar allí que Rachel con forma humana.

<Podría ser Alaska —contestó Tobías—. A un kilómetro más allá he visto una especie de base, o tal vez una ciudad. En todo caso, hay un montón de edificios grises de metal. Uno es más grande que los demás, con puertas enormes. En el tejado hay algo que parece un cuenco gigante. Y aquí se acaba la información del halcón, chicos. Voy a transformarme antes de ser comida congelada.>

<Entonces está claro —comenté—. Esto no es Hawai.>

No distinguía con claridad la base de la que hablaba Tobías. Sólo veía una vaga silueta a lo lejos.

A mi derecha se extendía una especie de lago medio congelado, como un puzzle de hielo. A la izquierda, a unos cien metros de la orilla, había un montón de rocas. Era una estribación de una enorme cordillera que se extendía a lo lejos, sin árboles, sin hierba. Sólo una masa de rocas negras y nieve blanca.

<Y tampoco es el Caribe>, dije intentando ignorar el hecho de que mis pies de gorila se estaban congelando.

<¡Ah! —exclamó Cassie—. No había tenido tanto frío en la vida. ¡Soy un lobo y tengo frío!>

<¡ Tobías!>, gritó Rachel.

Tobías se había desplomado. Yacía en el suelo moviendo débilmente las alas.

<No puedo volar… no me puedo… transformar.>

Rachel lo estrechó contra su pecho, con sus manos medio humanas medio de oso. Se estaba transformando de nuevo, sin dejar de abrazar a Tobías contra su pelaje.

Yo me froté los brazos y las manos, para recuperar la sensibilidad. La nave-espada era una amenazadora sombra negra entre las nubes.

<La nave no va a volver —aseveró Ax—. Seguro que se dirige a su base.>

Nos teníamos que haber sentido mejor al oír aquello. Pero ni por un momento creímos que Visser Tres nos iba a dejar escapar.

No, lo que pasa es que no tenía prisa. Sabía donde estábamos. Sabía que no llegaríamos muy lejos.