9
La metamorfosis de Rachel fue especialmente horrorosa. Al principio, simplemente creció. Pasó de ser un puntito negro a ser un insecto de metro y medio, con ojos de insecto y pelo rubio saliéndole de la cabeza.
Cassie tiene un talento especial para las metamorfosis. Las realiza mejor que ninguno de nosotros, incluyendo a Ax. Al cabo de unos segundos, parecía del todo normal, excepto por las dos alas que tenía en la espalda. De hecho, parecía un ángel, o un hada.
Me miré las manos. Eran garras peludas, una versión gigantesca de las patas de una mosca. Por fin los pelos desaparecieron para dejar paso a mi propio vello. Los extremos de las garras se abrieron, y mis dedos surgieron poco a poco, como crías de serpiente saliendo de los huevos.
—Respirad hondo un par de veces y transformaros de nuevo —susurró Jake, cuando todos hubimos recuperado nuestros cuerpos: cuatro humanos, un ratonero de cola roja y un andalita.
Pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo. Realizar una metamorfosis es como correr doscientos metros a toda velocidad. No es que se quede uno al borde de un colapso, pero tampoco hay muchas ganas de volverlo a repetir.
Respiré hondo unas cuantas veces y me concentré en la imagen de la mosca. Me imaginé sus dos mil ojos, sus patas peludas, su asquerosa trompetilla.
Jake ya se estaba transformando y se hacía cada vez más pequeño. Los brazos de Rachel se encogían y de ellos salían pelos negros. Las alas de Cassie comenzaban a brotar. Los ojos de halcón de Tobías se doblaban, triplicaban, cuadruplicaban, mientras el pico le crecía hacia fuera hasta convertirse en un tubo.
Ax y yo nos habíamos quedado atrás. Entonces oímos un ligero siseo y nos miramos preocupados.
En ese momento, se abrió la puerta. La suerte del hork-bajir inconsciente se había acabado.
¡Un taxxonita! Un ciempiés del tamaño de un camión con patas de aguja, unas débiles garras, una boca roja y unos ojos como de gelatina.
Me había visto a medio transformar y se había quedado confundido.
Pero luego vio a Ax. Un andalita. El taxxonita ya no estaba confundido, estaba aterrorizado. No ha nacido un taxxonita que pueda enfrentarse a un andalita.
<¡Ax! —exclamó Jake—. ¡Hazle creer que eres Visser Tres!>
<¿Qué significa esta interrupción?>, gritó Ax.
El taxxonita no contestó. No había mordido el anzuelo. Retrocedía en dirección a la puerta, y no lo podíamos permitir.
Justo entonces mis ojos humanos se convirtieron en ojos compuestos de mosca. Ax chasqueó la cola como un látigo.
Yo no lo vi, pero oí el chasquido. A continuación, un ruido sordo, como si alguien hubiera derramado al suelo una papilla.
Un olor apestoso llenó la sala. Yo sabía qué era ese olor.
<Creo que tenemos problemas, príncipe Jake.>
<¿Está muerto?>, preguntó Jake.
<En cierto modo —contestó Ax—. Una mitad está devorando a la otra.>
Los taxxonitas son los caníbales más caníbales del universo. No sólo se comen a otros taxxonitas, sino que se devoran incluso a sí mismos a la primera de cambio. Su mundo está definido por el hambre. Mientras agonizaba, el taxxonita actuaba siguiendo un espantoso instinto.
<Ax —dijo Jake con su tono supertranquilo—, termina de convertirte en mosca. Hay que largarse de aquí. Tenemos que permanecer juntos. ¡Seguidme!>
Salimos de la sala a un largo pasillo. Las paredes y el techo eran negros. El suelo parecía un camino iluminado. Cuatro finos tubos de luz colgaban allí donde el techo se unía con la pared.
<Ax, ¿qué son esas luces del techo?>, preguntó Jake.
<Cada color indica el camino a una zona de la nave. Por ejemplo, en las naves andalitas, si sigues una línea de luz verde llegas a la sala de control. La línea roja lleva a la sala de motores.>
<¿Tú crees que estas luces funcionarán igual?>, quise saber.
<Es probable. Todo lo que tienen los yeerks nos lo han robado a nosotros. Pero con mi vista de mosca no puedo distinguir los colores de las luces.>
<¿Cuál debe de ser la parte más tranquila de la nave, Ax?>, preguntó Cassie.
<Los almacenes de carga. Lo más probable es que estén a popa.>
<¿Sabes en qué dirección avanza ahora la nave?>
<Todavía se dirige hacia el norte, príncipe Jake.>
<Entonces tenemos que ir hacia el sur. Vamos>
<Eh, ¿puedo decir una cosa antes de que empecemos a movernos? —pregunté—. Con esta luz, no veo ni torta.>
<Ni yo>, añadió Tobías.
<Si nosotros no nos vemos unos a otros —terció Rachel— es poco probable que Visser Tres nos vea, creo.>
<¿Estás segura? —replicó Cassie—. Mira quien viene.>
Una conocida masa azul. Un conocido aroma.
<Todos al techo>, ordenó Jake.
Visser Tres pasó de largo. Pero enseguida su voz explotó en nuestras cabezas como una bomba nuclear.
<¡Guardias! —Visser vaciló un instante y terminó sumando dos y dos—. ¡Los bandidos andalitas! ¡Están a bordo!>
El pasillo se llenó de pronto de olor a hork-bajir.
<Ax, ¿qué camino de luces seguimos?> preguntó Jake.
<No sé muy bien cuál es cuál. Tal vez el sentido yeerk del color…>
<¡Elige uno cualquiera!>, gritó Jake.
Jake casi nunca grita, pero cuando lo hace, todos sabemos que hay que obedecer.
<Seguidme>, dijo por fin Ax.
Había cuatro líneas de luz, y todas ellas me parecían del mismo tono gris verdoso. Ax, sin embargo, eligió una.
<¡Atrapad a los andalitas! —bramó Visser Tres en un frenesí de rabia—. ¡Aquí! ¡En mi propia nave espada! ¡Ja, ja, ja! ¡Yo mismo mataré lentamente a los idiotas que me fallen! ¿Me habéis oído? ¡Atrapadlos! ¡Atrapadlos! ¡ATRAPADLOS!>
Salimos disparados todo lo deprisa que nos permitían nuestras alitas de mosca. Seguimos aquella línea de luz, confiando en que no nos llevara a una trampa todavía peor.