Capítulo 10
F
El papel dorado de las paredes de la tercera planta de Vows parecía distinto al de las dos primeras, al menos bajo el suave tacto de los dedos de Finley. Se preguntó si sería más nuevo o más viejo. No iba a bajar a comprobarlo hasta que tuviera que irse y, para entonces, seguramente estuviera demasiado cansada como para preocuparse por ello.
Pasó junto a grupos de gente riendo y parejas que se besaban apoyados en las paredes. Asomó la cabeza en salas con música house y comercial. En el salón tocaba en directo un grupo local. Allá por donde se asomaba había tres constantes: gente, música alta y alcohol. Demasiado alcohol.
Sin embargo el ala de la tercera planta, apenas iluminada, fue todo un descubrimiento: estaba completamente vacía. Después de tres horas al borde de un ataque de pánico, al fin podía respirar, profunda y lentamente, deleitándose con el aire, libre del empalagoso olor a alcohol y a sudor. Estuvo paseando por el recibidor y los pasillos del teatro un rato, tratando de no disfrutar demasiado de la atmósfera y probando su resistencia. Habían pasado más de dos años desde que se mudó con los Bertram y aún sentía la necesidad de salir corriendo cuando las cosas se volvían incómodas, de acurrucarse, como esa noche, al mínimo olor a alcohol.
Miró el teléfono que le había regalado Emma junto a un pase VIP. Eran las 12:26 de la madrugada. Había sido una noche desastrosa, aunque la obra había estado genial. Seguía repasando en la mente las actuaciones; el modo en que había salido Harlan del paso cuando se tropezó fue realmente muy profesional. Había sido todo un placer verlo actuar, excepto cuando recordó quién era la persona a la que estaba viendo.
Daba igual lo que Oliver le dijera. Ella sabía que estaba evitándola, y le encantaría saber por qué. No le gustaba que no hubiera charlado con ella en toda la noche, le hubiera encantado hablar con él... de todo. Como siempre lo hacía. Pero sobre todo de su padre. Era imposible entrar en un teatro sin echarlo de menos. Esa noche, con los constantes recuerdos del alcoholismo de su madre, había sido especialmente difícil. Y encima, Oliver solo tenía ojos para Emma.
Eso le dolía.
Gracias a Dios, estaba Tate. Hasta hacía una hora, él había sido su única distracción, su único apoyo en una noche diseñada para activar todos los síntomas de un trastorno de estrés postraumático.
Finley estaba doblando una esquina cuando creyó oír una risita y luego murmullos. Se detuvo al escuchar una voz familiar.
—Mmm, Harley... —Aunque no debía hacerlo, asomó la cabeza por la esquina y vio los dedos de Juliette enroscados en el pelo de Harlan—. Ya sabes que tengo novio.
En el pasillo tenuemente iluminado, vio a Harlan sonreír. Juliette le estaba besando el mentón.
—Yo claro que sé que tienes novio, pero ¿y tú?
La chica echó la cabeza hacia atrás, hacia el lado del pasillo donde Finley se encontraba.
—Podría tener uno nuevo si quisieras —le dijo, coqueta.
Hubo más y más besos. Finley cerró los ojos y se disponía a retroceder por el pasillo cuando la voz de Juliette, en un tono más elevado, la detuvo de nuevo.
—¿Me has oído? —le preguntó a Harlan entre beso y beso.
—Mmm... —murmuró él.
—Te he dicho que podría tener un nuevo novio si tú quisieras. —La voz sonaba más clara ahora.
—Venga, Jules. No tenemos que buscarle una definición a esto. Te gusto, me gustas, centrémonos en esto. Ahora.
—¿Me estás diciendo que no quieres salir conmigo?
—No, solo estoy diciendo...
—Que no quieres que sea tu novia.
—Jules, no quiero tener novia. Eso no va conmigo.
La risa de la joven sonó brusca.
—No puedo creerme que haya estado a punto de romper con mi novio por ti.
Harlan resopló.
—No rompas con Raleigh por mí. Rompe con él porque es un idiota.
Juliette espiró sonoramente.
—Eres increíble. Después de semanas detrás de mí, ¿esto es lo único que quieres? ¿Alguien con quien acostarte?
—Yo no he sido el único que ha ido detrás de alguien, nena.
—No me llames nena. ¡Y vete a la mierda, Harley!
El sonido de unos pasos furiosos hizo que Finley se pusiera en movimiento. Cruzó corriendo el pasillo y se metió en un baño antes de que la vieran. Se dejó caer en una silla azul y se miró los pies sobre la alfombra bermellón. «Pobre Juliette», pensó. Pobre Raleigh.
Inmersa en sus pensamientos, se quedó en el baño hasta la una de la madrugada, y le sacó de su letargo un mensaje de teléfono:
Fin, Emma me ha dicho que tienes su móvil. Emergencia abajo. Tate.
Se puso rápidamente en pie y salió de su escondite en la tercera planta. El sonido de un bajo resonaba en sus oídos y tronaba en su pecho. Los pasillos estaban llenos y tenía que esquivar a toda esa gente para llegar a la sala principal, donde una pista de baile ocupaba ahora todo el espacio. Los bancos y las mesas reemplazaban a las anteriores butacas. Atravesó el anfiteatro, iluminado únicamente por unas luces de neón. No encontró a Tate por ninguna parte. Pero vio a Harlan y a una de sus compañeras actrices en mitad de la pista, rodeados por gente ansiosa por bailar con él, por tocarlo. Los ojos de Finley siguieron buscando; el corazón le latía al ritmo de la música frenética. Esperaba que Tate estuviera bien.
Una escalera conducía desde el anfiteatro hasta la pista de baile, y Finley se apresuró, chocando con una pareja por el camino.
—¡Eh! —gritó una voz lo bastante fuerte para que se la oyera por encima de la música.
Finley se detuvo y se volvió hacia las escaleras. La pareja eran Juliette y Raleigh. Su prima estaba muy seria, y Raleigh demasiado feliz limpiándose el pintalabios de la boca.
—¿Qué tal, Fin? ¿Te lo estás pasando bien? —le gritó él.
Finley subió dos escaleras y le habló a Juliette al oído.
—¿Has visto a Tate? Me ha mandado un mensaje urgente.
La joven puso los ojos en blanco. Ahuecó una mano alrededor de la oreja de Finley y con la otra libre señalo en dirección al bar.
—Está en la barra, cómo no.
Finley asintió y bajó las escaleras. La pista de baile estaba abarrotada. Atravesó la masa de cuerpos sudados desesperada por llegar hasta Tate. Si no hubiera sido por el miedo a que pasara algo malo, se habría hecho un ovillo en el suelo. Se sentía muy pequeña, tremendamente atrapada. Los olores y la presión de tantas personas le resultaba sofocante. Las luces estrambóticas la desorientaban y la hacían sentir que estaba sumergida en una pesadilla.
Por fin llegó hasta el bar. Tate, riendo, estaba sentado con un chico menudo que parecía enfadado. Finley se acercó a Tate y lo tomó del brazo.
—¿Estás bien? —le gritó.
El rostro de Tate se iluminó, relajadamente.
—Fin, ¡qué exquisita criatura! —exclamó con los ojos demasiado abiertos y una sonrisa ladeada.
Estaba feliz, lo cual significaba que solo estaba ligeramente bebido, por suerte; porque un Tate borracho de verdad era un Tate deprimido. Él posó una mano en un lateral de su cara y trazó círculos con el pulgar en su sien. Finley respiró por la boca y permitió que la sensación le calmara el corazón agitado.
—Este es mi amigo, recientemente pobre, Yates.
Yates apenas la miró, pero no le importó. Tenía la mirada fija en Tate.
—¿Seguro que te encuentras bien?
Tate frunció el ceño y, por un instante, la neblina que le cubría los ojos azules pareció desaparecer. Se inclinó hacia ella y acercó tanto la cara que Finley podría haber saboreado su aliento si no hubiera estado ocupada evitando todas las interferencias de su alrededor.
—¿Has venido corriendo por mí? —preguntó Tate.
—Claro que sí —respondió ella, y se dio cuenta demasiado tarde de lo sincera que había sonado. A Tate no pareció importarle.
Su primo le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y le dejó una sensación de hormigueo en las zonas donde la había acariciado. Después llevó la mano libre a la otra mejilla, sin apartar la vista de ella. La caricia era tan tierna y su mirada tan íntima... «Esto va más allá de los tonteos de siempre», pensó Finley.
¿Qué estaba pasando?
Sus alientos se mezclaron y Finley no pudo evitar estudiar cada ángulo del bonito rostro de Tate, cada luz multicolor que se reflejaba en sus ojos. Y él hacía lo mismo con ella. Después de semanas ignorada por su mejor amigo, le gustaba sentir que alguien la hacía tanto caso; que alguien la veía. Cuando él se inclinó más, Finley no se apartó, a pesar de que sabía el riesgo que eso conllevaba.
Tate mantuvo la mirada.
Finley aguantó la respiración.
Poco a poco Tate acercó más la cara. Más y más cerca. A continuación ladeó la barbilla de la chica lo suficiente como para acariciarle la oreja con los labios. Su aliento le hizo cosquillas en el cuello y le provocó un temblor que subió y bajó por todo su cuerpo.
—Podrías salvar a cualquier chico. ¿Lo sabes, Fin? Eres increíble.
La muchacha cerró los ojos y se empapó de la sensación tan relajante que le producían sus palabras, dejando que el caos de su alrededor se desvaneciera.
Pero un instante después un brazo la agarró y la apartó de Tate, arrancándola de ese dulce momento.
—¡Fin! —gritó Oliver para hacerse oír por encima de la música—. Justo la chica que estaba buscando.
Finley parpadeó y de repente sintió que el salón se volvía nítido. Miró a un Oliver con los ojos empañados y después de nuevo a Tate. Este le acarició la cara con el pulgar una vez más, pero ya se estaba diluyendo el estupor... o volviendo a él.
—Me parece que alguien necesita que lo salven —dijo Tate.
Oliver la tenía agarrada del brazo e intentaba tirar de ella, pero Finley se resistía.
—¿Seguro que estás bien, Tate? Me has dicho que era una emergencia. —Finley levantó el teléfono de Emma como recordatorio.
Tate asintió exageradamente y esbozó una sonrisa. Habían desaparecido todas las pruebas de la intensidad del momento que acababan de experimentar.
—Oh, eso. No era por mí, era por Oliver. —Señaló a su impaciente hermano—. Estaba preguntando por ti.
Por un instante la sonrisa de Tate se volvió real una vez más. Después parpadeó y devolvió la atención a su amigo Yates.
Finley dejó de resistirse y se dio la vuelta hacia Oliver, que prácticamente la arrastraba hasta un semicírculo formado por sofás que había a unos veinte metros.
—¡Necesito sentarme! —se quejó Oliver por encima de la música al tiempo que esquivaban a la multitud.
Sin duda, esa noche Oliver estaba actuando de forma muy rara, incluso desagradable, y casi lamentó no haber acudido a él directamente. Casi. Llegaron a los sofás y él se sentó sobre los cojines, tirando suavemente de ella para que se acomodara a su lado. Echó la cabeza hacia atrás y se empezó a reír. Más bien se trataba de una risita nerviosa.
—¿Qué pasa, Finley? —dijo, mirando al techo—. Dejas que Tate rompa las reglas, pero cuando yo lo intento, sales corriendo, ¿no? ¡Eso no es justo!
La chica frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué reglas? ¿Estás bien? Tate me ha dicho que me estabas buscando.
—Ah, claro. Siempre acudes corriendo en busca de Tate —indicó con tono burlón.
Finley arqueó las cejas. Lo agarró por la cabeza y lo encaró frente a ella, pero entonces le sobrevino un repentino rechazo: Oliver apestaba a alcohol. No tenía nada que ver con el aliento con olor a vodka de Tate; esta vez era de Oliver y olía a cítricos en mal estado. Se puso tensa de inmediato y se le cortó la respiración. La adrenalina le invadió el cuerpo, los músculos se tensaron más y más, ansiosa por encontrar una salida que sabía que no podía tomar. No podía creerse lo traicionada que se sentía.
—Ollie, ¿has... has bebido?
—No, Fin —farfulló él—. Sabes... sabes que yo no bebo.
Pero su aliento era puro veneno. Finley sintió náuseas. Tragó saliva y se tapó la nariz. No podía sufrir una crisis nerviosa. Ahora no.
—¿Dónde está tu bebida, Ollie? ¿Qué has pedido?
El chico agitó una mano al aire.
—Les dije que me pusieran esa bebida brasileña afrutada. Esa que te gusta tanto.
—¿Guaraná?
Oliver dejó caer la cabeza hacia atrás, sobre el cojín.
—¡Esa! No me acordaba del nombre, así que me la pidió Emma. Pero tengo que confesarte que esta sabía muy raaaaaara.
Finley cerró los ojos y se acordó demasiado bien del brebaje preferido de su madre. Cuando llegaba borracha gritando cosas sobre la carrera fallida de su marido y de su muerte tan injusta, decía que el guaraná es lo único bueno que venía de Brasil. A Finley le quemaron las lágrimas en los ojos.
—¡Te han servido una caipiriña, Ollie! ¡Es alcohol!
El chico intentó ponerse recto y se rio.
—Oh, eso explica el sabor...
Pero se desplomó hacia delante, encima de ella, y Finley lo sujetó. Después lo tomó del brazo y lo volvió a sentar en el sofá, pero él ya no la soltó. Se derrumbó a un lado. El olor amargo era tan fuerte que tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no salir corriendo. Le temblaba el cuerpo cuando apartó las manos de Oliver.
—Estoy fien, Finney. —Soltó una carcajada. El ritmo de los altavoces acentuó su risa—. Me siento fien, Fienly. ¿Fienly? Finley. —Se puso muy recto y ladeó la cabeza hasta apoyarla en el lateral de la suya. Finley tenía que respirar por la boca para reprimir las ganas de vomitar.
—Tranquilízate, Ollie. Necesitas beber agua y dormir. ¡Hay que volver a casa! —le dijo al oído.
—Qué bien... Fin, qué bien... que estés aquí para cuidar de mí, ¿verdad? Normalmente, siempre es al revés, ¿verdad? —Casi le tocaba la mejilla con la nariz—. Emma piensa que eres una hermana para mí. Mejor que la que tengo, ¿a que sí? —Resopló—. Pero tú no eres mi hermana. Eres más que eso para mí. Tal vez demasiado. Demasiado, Fin...
Oliver le agarró la cara y la acercó hasta que las frentes de ambos se tocaron. Tenía los ojos fijos en los de ella y parecía cansado. Destrozado.
—Pero no puedo seguir con esto, Fin. No puedo ser tu protector. No puedo cuidar de ti y apoyarte y actuar como tu hermano cuando no me dejas romper las reglas. No puedo más.
Finley se deshizo del contacto y las lágrimas acabaron brotando.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso, Ollie? ¿Qué te he hecho?
Él negó con la cabeza.
—¡Nada! —gritó, pero enseguida su ánimo se desvaneció—. ¡Ese es el problema! ¡Que nunca has hecho nada! Pero yo sigo ahí igualmente, cuidando de ti. Te digo que quiero que seas fuerte, pero al mismo tiempo estoy esperando a acercarme. ¡Esperando a que me necesites! No puedo seguir así. No puedes seguir necesitándome de esta forma si yo quiero pasar página. —Agachó la cabeza—. Necesito que no me necesites.
Finley se rodeó con los brazos y se sintió más expuesta de lo que se había sentido en la vida. Un sollozo le rasgó el pecho. Se puso en pie y echó a correr.
—¡Finley! —gritó Oliver detrás de ella, esquivando los sillones.
La chica se abrió paso a empujones sin preocuparse por limpiarse las lágrimas. Miraba el recinto desesperada por encontrar un lugar en el que esconderse. Por fin atisbó la sala VIP de los Crawford. Agarró el pase que le colgaba del cuello.
Pasó junto al portero enseñándole la tarjeta. Una vez dentro se dejó caer en un sofá y aplastó la cara contra un cojín, haciendo un esfuerzo por no quebrarse. Se estaba ahogando con el olor a alcohol, pero incluso esa agonía quedaba eclipsada por lo que Oliver le acababa de decir.
«Necesitaba que ella dejara de necesitarlo. Quería pasar página...»
Y ella sabía, a pesar de que él no lo había mencionado, que era por Emma Crawford.
Odiaba a esa chica con una pasión extraña y fiera. Odiaba su estúpido pelo y sus estúpidas piernas largas y su estúpido rostro adorable. Odiaba el hecho de haber empezado a considerarla una amiga. Una buena amiga. Y odiaba que, incluso en ese momento, no fuera capaz de odiarla.
Pero Emma no sabía que Finley estaba enamorada de Oliver.
—¡Señorita Price! ¿Eres tú? ¿Estás bien?
Finley levantó la cabeza y vio a alguien a su lado: Harlan. Se hundió en el sofá aún más.
—¡No te acerques! Si huelo una vez más el alcohol, me desmayaré —vociferó ella.
El actor se sentó en el sofá, a su lado, y colocó una mano en la frente de la chica. Esta retrocedió de un salto.
—Te estás comportando de una forma extraña. ¿Has bebido algo? ¿Te encuentras mal?
Finley frunció el ceño y se limpió las lágrimas.
—Claro que no he bebido nada. Pero no bromeo, tienes que alejarte. Creo que voy a empezar a hiperventilar.
Harlan parecía desconcertado.
—Tranquila. No estoy borracho. No he probado ni una gota de alcohol —explicó todo lo cerca de su oreja que ella le permitió.
—Ya, claro. —Se llevó las manos a la boca y se concentró en regular la respiración.
—¿Y por qué iba a mentirte?
—No lo sé, ¿para mantener intacta tu fachada? Te he visto actuar como un idiota ahí fuera, bailando como si tuvieras a un animal salvaje encerrado en los pantalones.
—¿Un animal salvaje? ¿En serio? Entonces supongo que no tengo futuro en Dancing with the Stars. —Esbozó una sonrisa—. No. Yo no bebo, y no estoy borracho, señorita Price.
—He visto fotos en las que sales borracho de los pubs, señor Crawford.
—Me halaga que prestes tanta atención —señaló—, pero me sorprende que una persona como tú se crea todo lo que dice la prensa. Las revistas de cotilleos no son preciosamente el bastión del periodismo ético.
«¿Bastión?» Finley examinó su rostro; las luces multicolores danzaban a su alrededor.
—¿De verdad no estás borracho?
—Huéleme el aliento. Hazme una prueba de alcohol. Lo que tú quieras. Te juro que no bebo.
Finley bajó las manos.
—Entonces... ¿Por qué mentir sobre ello? —dijo ella, secándose las lágrimas.
—Publicidad. Mi padre es mi agente, como ya sabes, y él me dice adónde ir y cómo comportarme para promocionar la película en la que estoy inmerso en ese momento. Si es una comedia romántica, me tienen que ver públicamente con una novia seria. Ya sabes, cenando en un restaurante, agarraditos de la mano, en partidos de baloncesto... Si se trata de una película de acción, me tienen que pillar pasándome de la velocidad permitida o saltando de un acantilado o cualquier estupidez similar. ¡En fin...!
—¿Y por qué no bebes? Y si no bebes, ¿qué es eso?
Harlan miró el vaso de cristal que llevaba en una mano y lo levantó para que ella lo oliera. De cerca, Finley se dio cuenta de que su ron con Coca-Cola era virgen; sólo había Coca-Cola.
—A mi mentor lo mató un conductor borracho hace unos años. Me prometí a mí mismo que nunca pondría la vida de nadie en peligro por algo tan estúpido.
Finley se mordió el labio.
—¿Tu mentor?
—Era el actor con más talento y el más amable con el que he trabajado nunca. Él es la verdadera razón por la que estoy en Chicago ahora mismo y no en Nueva York.
—¿Qué quieres decir? —El temblor de su voz nada tenía que ver con el hecho de que tenía que gritar para hacerse oír.
Harlan se acercó más a ella.
—Hace unos cinco años hice una película sobre un perro que hablaba, como amablemente señalaste cuando nos conocimos. Y fue terrible. La prensa me vapuleó. Estuve a punto de dejar de actuar. Pero entonces mi mentor me dio algunos consejos que siempre recordaré. Me dijo: «Mira, Harley, cuando sientas que te están robando el alma, desaparece en algo que te haga encontrarla de nuevo». Para él, era el teatro. Cuando empezó toda esa mierda con mi familia en Nueva York, la presión en busca de exclusivas, las peticiones de que desvelara toda la basura que sabía de mis propios padres... Aquello se volvió insoportable. Pensé que tenía que hacer lo que él, mi mentor, habría hecho.
Finley se quedó mirando el vaso abstraída, la forma en la que las manos de él se aferraban como si fuera un ancla.
—Vaya. Ese hombre seguro que era alguien muy especial. ¿Cómo se... llamaba?
Harlan se quedó un instante en silencio, hasta que tras unos segundos Finley lo miró y se encontró con sus ojos.
—Era tu padre.
La chica apartó la mirada y negó con la cabeza.
—¿Lo sabías? No me puedo creer que Emma te lo haya contado.
—Emma no me ha contado nada. Llevo un tiempo sospechándolo; hablas portugués y eres una fanática de todas las cosas relacionadas con el teatro. No quería sacar el tema si no lo hacías tú primero.
Un grupo de chicas se acercó al cordón de terciopelo que separaba la sala VIP.
—¡Harlan, Harlan! ¡Has estado estupendo, Harlan!
—¡Nos ha encantado! ¡Eres el mejor!
—¡Te queremos!
El portero se cernió sobre ellas, pero Harlan le hizo un gesto con la mano y se acercó al cordón. Tomó los rotuladores que le ofrecían y les firmó piernas y escotes mientras reían nerviosamente y sacaban fotos con sus iPhones.
Unos minutos más tarde regresó al sofá y se sentó más cerca de Finley que antes. La joven se inclinó hacia él.
—Has sido muy considerado.
—¿Por qué? ¿Por firmarles autógrafos?
—No, me refiero a lo de mi padre. Por no darle demasiada importancia.
Harlan se encogió de hombros.
—Él también significaba mucho para mí. ¿Lo dices porque no he evitado hablar de él aunque me resulta muy duro?
Finley lo observó.
—No lo sé, pero no me sorprendería.
El actor sonrió.
—¿Siempre dices lo que piensas? —le preguntó Harlan.
—La verdad es que no —respondió, con el ceño fruncido.
—¿Debería sentirme halagado?
—Por supuesto que no.
—No te gusto, ¿verdad? —preguntó entre risas.
Finley dudó. Puede que su cuerpo ansiara escapar corriendo, pero su mente estaba lista para pelear. Sentía una necesidad imperiosa de gritar a alguien. Nunca había tenido esa sensación.
—¿Debería? Has besado a Juliette cuando sabías que tiene novio y te has echado atrás cuando ella ha propuesto romper con él. ¿Cómo podría gustarme alguien que trata a la gente como algo que fuera de usar y tirar?
Para su sorpresa, Harlan puso una mueca.
—No me puedo creer que te lo haya contado. Por si no te has dado cuenta, Juliette no es que estuviera precisamente poco dispuesta. Además, yo no estaba intentando que rompieran.
La música ensordecedora aumentó su rabia.
—¡Eso es todavía peor! Si no querías estar con ella, ¿por qué hiciste todas esas cosas?
—¡Porque es lo que sé hacer! —gritó—. ¿Te imaginas que todo lo que hubieras visto de tus padres fuera una puñetera mentira? ¿Que fueran de una determinada manera ante el mundo, y otras personas completamente diferentes en la intimidad, a puertas cerradas? —Finley empezó a temblar—. Cuando era pequeño idolatraba a mi padre. Era famoso y encantador, ¿sabes? Pero eso cambió, empezó a pensar que se lo merecía todo. Incluso a la gente. No sabes cómo es eso. Esto es lo único que puedo hacer para no convertirme en él.
Finley cerró las manos en puños, apenas capaz de contener una furia que la aterrorizaba.
—Harlan, no tienes ni idea de lo que estás diciendo. No tienes que actuar como tu padre, lo has elegido porque es la vía fácil. Y seguro que te has decantado por lo fácil, en lo que a toda tu vida respecta. Te has alejado del foco de atención para restablecerte, pero sigue siendo por tu propio beneficio, ¿verdad? En el mundo real las personas tienen que trabajar duro para ser lo que quieren ser. ¡Tienen que sacrificar lo que es fácil por lo que está bien! Pero tú solo tienes que actuar como tu padre quiere que hagas varias veces más antes de empezar a convertirte en esa persona. Y si quieres saber mi opinión, estás a punto de hacerlo. —Al decir esto se levantó, dispuesta a alejarse.
—¡Vaya! —exclamó Harlan. Tomó a Finley de la mano para hacer que se sentara. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba de pie. Apartó la mano y Harlan reculó—. Eh, lo siento, ¿de acuerdo?
—No es conmigo con quien tienes que disculparte. Es con Juliette. Y con Raleigh. Y probablemente con cientos de otras Juliettes y Raleighs...
—Muy bien, entendi...
Unos gritos y el sonido de alguien vomitando los interrumpió. Finley y Harlan se apartaron cuando el cordón de terciopelo y el atril cayeron al suelo. A sus pies, inconsciente en un charco de vómito, yacía Oliver.