Capítulo 27

F

Era sábado por la mañana. Finley cerró los ojos y se concentró en escuchar el resonar de sus pies en la cinta de correr. El zumbido de la máquina la calmaba y eso era algo que necesitaba desesperadamente. La noche pasada, durante la cena, habían tratado lo del ingreso de Tate. Tras dos horas de muchas palabras sinceras y lágrimas por todas las partes, Tate finamente aceptaba ir a rehabilitación. Sus tíos lo metieron de inmediato en el automóvil y lo llevaron a la clínica de Iowa.

Ella y Oliver se quedaron despiertos a la espera de una llamada que les dijera que habían llegado y todo había ido bien. Pero esa llamada no llegó hasta casi las tres de la madrugada, así que hicieron una maratón de películas hasta esa hora. Y, como había sido de Hitchcock, Oliver estaba demasiado asustado como para querer quedarse solo, aunque era algo que no admitiría nunca a plena luz del día. Durmieron en el enorme sofá de la sala de cine, con los pies sobre los lados del sofá y las cabezas a unos pocos centímetros la una de la otra.

Cuando Finley despertó le sorprendió encontrar sus caras todavía más cerca. Oliver parecía tan tranquilo y... adorable. No podía negarlo. Tuvo que moverse muy despacio para bajarse del sofá y salir de la habitación sin molestarlo.

Le sentaba bien correr.

Se sentía sólida, conectada a su cuerpo por medio del flujo sanguíneo constante que corría por sus venas. Sentía que tenía el control sobre sí misma; la adrenalina y las endorfinas intensificaban esa sensación: estaba completamente viva.

Por primera vez desde hacía mucho tiempo todo iba a su ritmo.

Bueno, todo no, pero casi. La relación con su madre no era mejor que antes de la visita. Más bien lo contrario. El recuerdo de verla tan arrepentida y tan turbada la reconcomía por dentro como una úlcera. Pero al menos las cosas con Crawford volvían a ir bien. No habían hablado mucho desde el jueves por la noche, pero sabía que era porque estaba muy ocupado. Además, a Liam le quedaban unas pocas semanas para terminar el curso y entonces se mudaría a Inglaterra para jugar con la división inferior del West Ham. Oliver había solucionado las cosas con su padre, aunque su mirada y su forma de morderse las uñas le decían que ocultaba algo.

Así que no todo era perfecto, pero ella era feliz. Y le gustaba esa sensación.

Cuando llegó a once kilómetros, paró la cinta y subió a la azotea a estirar. El aire helado de la mañana le sentó de maravilla después de la dura carrera. Subió una pierna y la apoyó en la pared de ladrillo al tiempo que miraba a la calle y se flexionaba para estirar mejor. Mientras tanto, sacó el teléfono. Tenía un mensaje de Emma de hacía dos horas. Alguien había madrugado, o se había acostado tarde, conociendo a Emma... Sonrió.

Leyó el breve párrafo y la respiración se le detuvo.

Fin, algunas revistas han difundido un rumor horrible. NO TE CREAS UNA SOLA PALABRA. En unos días los periodistas responsables demostrarán que esto es una gilipollez, te lo aseguro. Harley te quiere y te echa de menos y no habla más que de ti todo el día. ¿Por qué no has venido? AGHHH. Besos.

Frunció el ceño con la vista fija en el teléfono. ¿Qué podía ser tan horrible como para que Emma le advirtiera? ¿Es que había aceptado aparecer en esa estúpida película? Estaba claro que aún no había despedido a su padre, que nunca iba a hacerlo, así que posiblemente fuera eso. Aunque no tenía sentido. ¿A qué venía lo de que «él la quería»? ¿Por si se sentía decepcionada con él?

Apretó los dientes. Desde que Harlan estaba en Nueva York, parecía que no hacía más que tomar malas decisiones. Siempre le decía que ella lo hacía desear ser mejor, pero creía que exageraba. ¿Era por adularla? ¡Como si tuviera que hacer tal cosa! Aunque... a lo mejor hablaba en serio. A lo mejor él la necesitaba algo más de lo que ella pensaba.

Un mensaje apareció en su teléfono.

Estás bien wapa? Llámame si me necesitas. Frost.

Le dieron ganas de poner los ojos en blanco, decirle a la piel de gallina que acaba de brotarle por todo el cuerpo que no pasaba nada. Que era una simple coincidencia.

Pero no se lo creía.

Sintió que le ardía el pecho, se le tensaba la garganta y se le secaba la boca. Una sensación de mareo se apoderó de ella cuando se metió en Internet y tecleó el nombre: Harlan Crawford.

Se dobló sobre sí misma y dejó escapar un sollozo.

Una página web no era suficiente, seguro que no. Sentía que la estaban torturando, que le arrancaban el corazón. Tenía que asegurarse. Buscó en otra página, y en otra, y en otra. La historia era la misma; la prueba, sobrecogedora. Solo vio la camiseta azul marino de Harlan arrugada en el suelo de la limusina, y una nuca y una espalda medio desnuda antes de soltar el teléfono. Era incapaz de seguir viendo más, aunque eso le bastó.

Lo supo.

Harlan la había engañado.

Se dejó caer al suelo, retorciéndose de dolor. ¡Ojalá hubiera estado allí! El mensaje de Emma se burló de ella en letras grandes. Su amiga tenía razón, debería haber ido. ¿Por qué no fue cuando se lo pidió?

¿¿POR QUÉ NO HABÍA IDO??

Se agarró la barriga, ahogada en un repentino llanto. Harlan se había enfadado con ella, más de lo que incluso él admitiría nunca, y así se vengaba. Debería haberse imaginado que haría algo... Volvió a sollozar. No debería haberse quedado en casa cuando él insistió tanto en que fuera.

¿Por qué no había ido?

Se llevó las piernas al pecho y las abrazó con fuerza. El sudor se evaporó de su cuerpo y empezó a temblar de frío. No tuvo energía para moverse y le costaba mucho tragar. ¿Por qué no podía tragar? ¿Se estaba ahogando? ¿Podía respirar? ¿Qué le estaba pasando?

La puerta de la azotea se abrió y apareció Oliver con el pijama y el rostro cubierto de sorpresa.

—Fin...

Ella negó con la cabeza y se cubrió la cara con las manos.

—No... No... no puede ser real —gritó y rompió a llorar de nuevo.

Oliver corrió a su lado y se sentó junto a ella con una mano en su espalda. Finley se acercó a él, que la envolvió fuertemente y dejó que llorara.

Después volvió a abrirse la puerta de la azotea. Apareció Harlan, con los mismos jeans y la camiseta negra de la noche anterior.

Oliver se puso en pie y se acercó a él.

—¿Qué coño haces aquí? ¿No has tenido suficiente?

Harlan parecía atormentado.

—Por favor, Oliver, deja que me explique.

—¿Que expliques qué, pedazo de mentiroso...?

—Ollie, no —Fin lo detuvo, y se puso en pie. Ni siquiera podía mirar a Harlan. Le dolía demasiado—. No se lo merece.

—¡Sí! Deja que me explique —le pidió Harlan, rodeando a Oliver y acercándose a ella. Intentó tomarle las manos, pero ella lo evitó.

—¡No te atrevas a tocarme! —rugió.

—Por favor, Finley —suplicó.

Parecía desesperado, exhausto. Tenía el pelo revuelto y los ojos inyectados en sangre. Cuando se acercó de nuevo, Finley se dio cuenta de algo más.

—¡Estás borracho!

—No, ¡no lo estoy! Estoy... estoy...

—De resaca —le acusó ella, apartándose de él y del pestazo que echaba. Se rodeó el cuerpo tembloroso con los brazos y deseó tener mil capas más encima y estar a un millón de kilómetros de él—. ¡Me dijiste que nunca bebías! Eres un mentiroso.

—¡Deja que te lo explique!

Se obligó a expulsar las palabras del corazón, maldiciendo las lágrimas que corrían por sus mejillas.

—¿Explicar qué? ¿Todas las mentiras que me has dicho?

El actor extendió débilmente una mano hacia ella.

—No, ¡no es lo que piensas, Price! ¡No ha pasado nada!

—Ya, claro. Define «nada».

—Fuimos a una fiesta, y lo que yo creía que era zumo no lo era, y lo siguiente que supe fue que me estaba despertando en mi limusina con Juliette...

—¿Juliette? ¿Llevaste a Juliette? —Retrocedió y se golpeó la espalda contra la pared.

Esa nuca rubia... ¿Podían empeorar aún más las cosas?

—Sí, pero te juro que ninguno de los dos quería que pasara nada. ¡Ni siquiera sé si pasó algo!

Harlan siguió hablando, pero Finley sacó el teléfono, sin importarle que él le suplicara que parara, sin preocuparse por mirarlo ni escucharlo. Indagó en las webs de las revistas, clavándose así el cuchillo más profundamente, retorciéndolo. Hizo clic en el titular «HARLAN CRAWFORD DESCUBIERTO CON UNA RUBIA SEXI» y examinó las fotos.

Eran Harlan y Juliette, sí, y parecían borrachos, sí, uno encima del otro, en la limusina. Se le revolvió el estómago. Iba a vomitar. Miró más y más fotos, acrecentando las náuseas. Harlan y Emma y Juliette, con vasos en la mano, en una fiesta privada. Harlan y Juliette bailando en un pub. Juliette y Emma a cada lado de Harlan, en la fiesta. Y después, Juliette abrazada a él en la limusina.

Fijó la mirada, medio ausente, en el rostro abatido del actor.

—Sabes lo mucho que me enfadé por que no vinieras la semana pasada. Y después pierdes el vuelo ¡y no estás conmigo cuando te necesito! ¡Sabes lo mucho que esta semana significaba para mí! Seguro que tenía todo eso en el subconsciente cuando bebí lo que bebí. ¡Tienes que saber que nunca te haría daño! ¡Conscientemente no!

A Finley se le tensaron los músculos. Harlan verdaderamente parecía aterrado. Destrozado. Pero no estaba diciendo la verdad.

—¿En serio intentas decirme que creías que era zumo? ¡Venga ya!

—¡Hablo en serio! Era la fiesta de Radcliffe, ¡no la de Diddy! ¡Por favor!

Finley entornó los ojos empañados. Sonaba tan serio, parecía tan deshecho. Y ella deseaba con todo su ser que todo fuera un malentendido.

—Así que estás intentando decirme que... ¿Crees que te drogaron? —Odiaba la desesperación en su voz incluso más que la esperanza ciega que albergaba.

—No lo sé. Puede. Ahora mismo todo es una neblina. Si hubieras estado allí...

Detrás de Harlan, Oliver tenía los ojos como platos, como si pudiera disparar misiles con ellos. Finley agradecía su preocupación, pero prefería que se marchara. Esto era entre ellos dos.

—Lo que haya pasado, no habría sucedido si tú hubieras estado allí. Sabes que te quiero, ¿verdad?

—Ya no lo sé —susurró ella.

Finley se sentó en el suelo y apartó el teléfono a un lado, pues no quería seguir viendo más fotos. Ya sabía más de lo que quería. Pero tenía razón: también sabía que él la quería. La quería y había cuidado de ella de un modo que no había hecho nadie desde que su padre murió. Ya no tenía que preocuparse por que nadie le dijera o hiciera nada, porque lo tenía a él. Incluso cuando no lo necesitaba. Eso era lo que importaba.

Era normal que se hubiera enfadado, tanto como para tomarse una bebida de algo cuestionable y despertarse tras haber hecho algo peor. Podía ponerse en su lugar: después de todo lo que había hecho por ella, le fallaba cuando más la necesitaba. Si le había hecho daño, era solo porque ella se lo había hecho a él primero.

Qué estúpida, Finley.

Sintió que el cuerpo le pesaba, como si le hubieran puesto una carga en el pecho y esperaran a que se rompiera. Se abrazó las piernas e intentó recordar cómo se respiraba.

Harlan suspiró, se sentó a su lado y la rodeó con un brazo. Ella cerró los ojos, pero el sonido de la puerta de la terraza al abrirse hizo que los volviera a abrir. Oliver se había ido.

Se acurrucó en la calidez de Harlan y se odió por adorar esa sensación.

—Vamos a estar bien —murmuró él—. Está claro que alguien me echó algo en la bebida y mi subconsciente lo pagó contigo. Lo siento, Fin. No puedo expresarte lo mucho que lo siento.

Finley hipó y asintió. Tenía que perdonarlo. No podía perder a alguien a quien quería. Emma siempre lo decía: la gente la fastidiaba a veces. ¿Podía perdonarle esto? Si de verdad quería estar con ella, si de verdad se disculpaba, lo perdonaría.

—Sé que estarás culpándote por no haber estado allí, pero no lo hagas. Prométemelo, ¿de acuerdo? También es culpa mía, nena.

Esas palabras fueron como un puñetazo.

—¿Nena?

Algo hizo clic en su mente y de repente el oxígeno inundó sus pulmones. Se apartó de él y de su brazo, y se puso en pie.

—¿Sabes, nene? —le dijo, atragantándose con la palabra—. A juzgar por esas fotos, parece que anoche os movisteis mucho y rápido.

Harlan se puso en pie y la tomó de la mano. Ella se apartó con un escalofrío.

—¿A qué te refieres? —preguntó él, desconcertado.

—Me refiero a que primero fuisteis a una fiesta en una casa y después a un pub juntos. ¿O fue primero el pub y después la fiesta? Claro, si te drogaron, probablemente no te acuerdes.

—Tienes razón —juró, pronunciando la frase como si se tratara de una epifanía—. Madre mía, debíamos de estar muy mal, porque solo me acuerdo de la fiesta. Me crees, ¿verdad? Tienes que creerme, Price. No podré vivir con esto, si no me crees.

Permitió que le pusiera la mano en la cara, aunque quería desesperadamente deshacerse de su tacto. Arañarle los ojos.

—Sabes que sí. Aunque... ¿llevabais ropa para cambiaros? Porque Juliette iba con una camiseta blanca transparente con un top brillante en el pub, y en la fiesta de la casa aparece con otro top. Pero juraría que tú llevabas una camiseta azul marino en las fotos del pub... y la limusina. Y esta negra que llevas ahora aparece en las otras que...

Finley detuvo su discurso y Harlan dejó caer la mano y agachó la cabeza. Tenía el rostro destrozado. Abatido.

Deshecho.

Y con cada grieta en la armadura de él, ella se sentía más fuerte.

—No lo sé, Finley. ¿Qué quieres decirme?

Por primera vez la llamaba Finley. Ahora su voz era afilada.

—¡Que eres un capullo mezquino y mentiroso! ¡Has intentado hacerme creer que todo este rollo de «no me acuerdo de nada» es solo por mi culpa, por no estar contigo!

—¡Y es culpa tuya! —gritó—. ¿Por qué no pudiste venir conmigo cuando tu tío te compró el estúpido billete? ¡Esto nunca habría pasado!

Finley alcanzó el teléfono y buscó la foto en la que salía con Juliette en la limusina.

—No, esto nunca habría pasado si no me hubieras engañado. —Un sollozo intentó emerger de ella, pero lo reprimió—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué has hecho esto?

Harlan parecía desesperado, intentando tocarla a pesar de que ella se apartaba.

—¡Yo no quería que pasara! Te lo juro. Ya sabes que me enfadé mucho cuando me dijiste que no venías. Y esa primera noche, cuando nos encontramos con Juliette y Raleigh, no paró de hablar de lo felices que eran y de que no había podido soportar estar lejos de él, ni siquiera ese día que él había estado en Connecticut. Emma la invitó a salir con nosotros. Yo no quería, y me enfadé cuando lo hizo, porque sabía que a ti no te gustaría. Pero ya conoces a Emma. Después, la noche siguiente, Juliette fue horrible conmigo. Muy fría. No me hablaba, ni siquiera me miraba. Me sentía fatal. Me esforcé para que hablara conmigo. Le pregunté si me había perdonado y si estaba bien.

Las lágrimas de Finley eran un flujo constante y ardiente en la cara. Se apartó de él y se abrazó el cuerpo.

—Y por fin conseguí que hablara. Me dijo que me perdonaba, así que fuimos al partido con ella mientras a Raleigh le hacían unas entrevistas. Pero la noche siguiente ni siquiera me di cuenta de que ella pensaba que le había estado dando esperanzas hasta que se me echó encima. Me quedé asombrado. Había paparazzi por todas partes y lo único en lo que podía pensar era en ti al verlo y en lo que creerías. ¡Tenía que evitar que montara un espectáculo! Así que pedí ayuda a los guardias de seguridad para llegar a la limusina. —Sonaba consternado.

—No te creo.

—¡Es la verdad! Después, cuando estábamos en la limusina, tuve que convencerla para que parara y no montara un espectáculo. Coincidimos en que teníamos que mantenerlo en secreto, que lo ocurrido en Nueva York, se quedaba en Nueva York. Por ti y por Raleigh. No quería poner en riesgo lo que tenía con Raleigh justo cuando él estaba a punto de triunfar, y yo sabía que no quería herirte. Por favor, tienes que creer que nuestro primer objetivo era evitar haceros daño.

Se le revolvió el estómago al hacer cuentas.

—Un momento... Eso fue antes de que cancelaran mi vuelo, ¿no? ¿Ibas a dejar que fuera igualmente y mentirme en la cara? Cada caricia, cada palabra... Todas habrían sido una mentira. ¿Cómo puedes hacerme esto?

—¡No! No es así...

—¿Ibas a contármelo? —Harlan no respondió y Finley se quedó unos segundos en silencio—: ¿Sabes? Tu preocupación por mí es sobrecogedora. Qué pena que la prensa haya destruido todas tus buenas intenciones, ¿eh?

Harlan se apoyó en la pared de la azotea y miró al cielo.

—La prensa no. Fue Emma quien nos encontró. Me dijo que había hecho la foto para chantajearnos si cualquiera de los dos hacía de nuevo una estupidez. Es ella quien nos ha arruinado. Está muy enfadada conmigo, ni siquiera puede mirarme a la cara.

—¿Emma? —Le temblaron los labios y la sobrecogió una nueva sensación de traición—. ¿Emma filtró las fotos? ¿Sabía que era verdad cuando me escribió?

—Ella no filtró las fotos, le piratearon el teléfono móvil. —Se apartó de la pared—. Tienes que perdonarme. ¡Solo intentaba evitar hacerte daño! No sabía cómo mantener a Juliette a raya...

—Ahórratelo —concluyó Finley—. Hemos terminado.

—¡No! —gritó Harlan, agarrándola por los hombros. No podía quitárselo de encima—. Escúchame, podemos superar esto, ¿vale? Lo olvidaremos. La gente supera este tipo de cosas.

—No. Yo no puedo —respondió ella con desprecio.

El rostro de Harlan se tornó duro, y su voz, autoritaria.

—Sí, claro que puedes. Finley Price, vas a perdonarme. Tienes que hacerlo. Piensa en todo lo que he hecho por ti: con tu madre, ayudando a tu hermano a conseguir un puesto en el equipo de sus sueños, enfrentándome a Nora y... ¡y Mansfield! ¡Me necesitas, Fin!

—Yo te quería —pronunció Finley, y se dio cuenta de lo triste que sonaba—. Pero no te necesito.

—Price, ¡no! ¡No hagas esto!

—Adiós, Harlan. —Le indicó la puerta, pero él no se movió—. ¡Vete! ¡Ya!

Se puso recta y vio que el rostro Harlan se entristecía, los hombros le caían y los pies lo arrastraban por la azotea. Cuando la puerta se cerró, se dejó caer en el suelo y lloró.

* * *

El sol ya estaba alto cuando la puerta se abrió y la arrancó de sus pensamientos. Se puso la mano encima de los ojos para protegerse de la luz y vio a Emma acercarse. Parpadeó desconcertada cuando su amiga la rodeó con los brazos.

—Lo siento mucho, Fin. Lo lamento muchísimo —le dijo, y Finley se abandonó al abrazo en contra de su buen juicio—. Harley ha sido un idiota. Un idiota estúpido, inseguro y egoísta.

Finley asintió, las lágrimas amenazaban con salir de nuevo.

—Estoy muy enfadada con él —continuó la actriz, apartándola, para ver su rostro—. Muy cabreada. Muy muy cabreada. Pero tienes que saber que él creía de verdad que te estaba protegiendo. Estaba horrorizado cuando lo descubrí. No podía creérselo.

Finley se quitó a Emma de encima, enfadada.

—¿Te estás escuchando? ¡Estaba horrorizado porque lo descubriste! Emma, ¿por qué no podéis entender que esto no está bien? ¡Lo habría perdonado si lo hubieran descubierto con Juliette encima de él en un pub! Pero la llevó a la limusina y se enrolló con ella ¡para así no tener que admitir que era un idiota por haber salido con ella! —Finley levantó los brazos y gritó al cielo—. ¿Cómo puede estar pasando esto?

Emma la agarró de los brazos. Con dureza.

—No seas tan arrogante. Esto también es cosa tuya, no solo de mi hermano. —Finley resopló y se apartó de su amiga—. ¡Y lo sabes! Si no hubieras abandonado a Harley, a lo mejor habría hecho mejor las cosas.

—¿A lo mejor? ¡Eso no me vale! Y yo hice todo lo que pude para ir a Nueva York...

—¡No, no lo hiciste! ¡Podrías haber estado con él todo ese tiempo! ¡El señor Bertram te compró un billete! Tú elegiste quedarte con ellos antes que a él. ¡Admítelo!

Finley negó con la cabeza y bajó la mirada.

—Es cierto, tienes razón. Intenté hacerlo bien por las dos partes, y no pude.

—No pudiste, no. Espero que haya valido la pena perder al amor de tu vida.

Los ojos le ardían.

—Él no era el amor de mi vida.

—Podría haberlo sido. Te sacó de la oscuridad, te convirtió en la chica más popular de tu patético instituto, podría haberte hecho famosa. Mocosa egoísta y consentida.

—¿Egoísta, yo? ¿Cómo...?

—¡No te importa el daño que le estás haciendo! No te importa que Harley esté llorando por primera vez en toda su vida por tu culpa.

—Por mi culpa, no. —Sus palabras acuchillaron el aire—. Si está así, solo puede culparse a él.

Otra voz interrumpió la de Emma.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Oliver, que acababa de salir a la azotea—. ¡Emma!

Emma se acercó a él corriendo y lo rodeó con los brazos.

—¡Oliver! ¡Por fin! ¿Dónde estabas? ¿Por qué no respondías a mis llamadas? Tienes que convencerla de que le dé otra oportunidad a Harley.

Finley se limpió las mejillas y lanzó una mirada asesina a Emma. Oliver la miró.

—¿No lo has perdonado?

—Por supuesto que no —dijo Finley entre sollozos.

—¡Tienes que hacerla entrar en razón, Ollie! —exclamó Emma.

La sombra de una sonrisa apareció en la boca de él.

—Fin, ¿por qué no entras en casa? Tengo que hablar con Emma.

Finley asintió y caminó hacia la puerta mientras la actriz protestaba. Cuando pasó por su lado, Oliver la tomó de la mano y le dio un apretón fugaz. Temblando, abrió la puerta, salió a las escaleras y esperó a que se cerrara.

Después se sentó en el escalón superior. La pesada puerta ahogaba la conversación, pero, aun así, los escuchaba bien.

—No puedo creerme que haya pasado esto —comentó Emma; parecía sincera, arrepentida—. Si no me hubieran pirateado el maldito teléfono y no hubiera salido a la luz esa estúpida foto, nada de esto estaría sucediendo.

La sorpresa de Oliver era evidente.

—¿A qué te refieres? La foto solo demuestra qué pasó, no era ninguna trampa para Harlan.

—¡Pasó, Ollie! Pero tú y Fin pensaríais diferente. Si esa foto no hubiera salido a la luz, ella y Harley estarían bien. Juliette y Raleigh estarían bien. ¡Todos estarían bien! ¿No lo entiendes?

—¡Pero Harlan y Juliette los habrían mentido igualmente! ¿Cómo puedes pensar que ese es el problema? ¿Cómo puede parecerte bien que hagan esto?

—No me parece bien, ¡pero es algo que se puede superar!

—No. Finley y yo, no. No puedes llegar y decir «pasó», y después esperar que los demás lo acepten y sigan adelante. Harlan le ha roto el corazón.

—De acuerdo, ¡pero si no se hubiera enterado, todavía tendría el corazón entero!

Se hizo una larga pausa antes de que Oliver volviera a hablar.

—No puedo volver a verte, Emma.

«¿Qué?», pensó Finley.

—¿Qué? —gritó Emma—. ¡Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver con nosotros!

—Sí. Tiene mucho que ver con nosotros. Tú y yo no nos parecemos en nada y creo que deberíamos separarnos antes de que alguno salga herido.

Emma se rio, un sonido duro e insensible.

—Oh, ya entiendo. Esta es tu excusa perfecta para lanzarte, ¿no?

—¿Para lanzarme? —preguntó él, diciendo en voz alta lo mismo que pensaba Finley.

—Estás enamorado de Finley —escupió la actriz—. Llevas enamorado de ella desde que nos conocimos y esta es la oportunidad que estabas esperando, convertirte en su caballero blanco y salvarla de su lamentable vida. Estas deseando recoger las piezas rotas y volver a juntarlas.

Oliver soltó una carcajada grave y profunda.

—Tienes razón.

A Finley se le paró el corazón. ¿Qué estaba diciendo? ¿Estaba diciendo lo que ella pensaba que estaba diciendo?

—Me gustabas mucho, Emma. Pero la quiero a ella. He intentado convencerme de que no era así, y no es justo para ti. —Emma emitió un sonido de ahogo—. Lo siento.

Las lágrimas arrasaron la cara de Finley por una razón distinta a la que la había asolado toda la mañana.

—Pero también estás equivocada —continuó Oliver—. Nunca he querido salvarla, y no tengo pensado recoger ningunas piezas. De hecho, no voy a acercarme a ella hasta que no esté recompuesta.

Finley había escuchado suficiente. Se levantó del escalón y bajó a su habitación.

Llegó a la cuarta planta justo a tiempo para oír a Emma bajar las escaleras corriendo como una exhalación justo detrás de ella. Se metió corriendo en el dormitorio y se lanzó a la cama, llorando.

Oliver la quería.

Echaba de menos a Harlan.

Pero Oliver la quería.

Le dolía todo el cuerpo por la traición, la nostalgia y la pena.

Oliver la quería.