Capítulo 25

O

Por la noche, Tate ya estaba acomodado en la habitación de invitados con suficiente medicación para sedar a una cría de elefante. Cuando Oliver y Finley salían del dormitorio, se encontraron con su padre en el pasillo.

—¿Cómo se encuentra?

—Bien —respondió Oliver, restregándose los ojos—. Está aprovechándose de la herida y nos ha obligado a ver tres horas seguidas de reposiciones de Cops antes de quedarse dormido.

Su padre sonrió.

—Bien. Tu madre también se encuentra mejor. Nora va a venir a pasar la noche con ella. ¿Y si nos tomamos nosotros tres un descanso y vamos a comer al tailandés?

Finley se frotó el estómago.

—Eso suena a música celestial.

Oliver asintió.

—Necesito... comer... Pad... Thai.

—Bien, id a buscar los abrigos.

Cuando salieron, Oliver se fijó en que Finley alzaba la mirada en dirección a la casa de los Grant, en concreto a la habitación de Harlan, a oscuras. Él y Emma se habían marchado la noche anterior y una parte de Oliver se sentía aliviado de que así fuera. La otra se sentía culpable por sentirse aliviado. Apartó ambos sentimientos de la mente.

El paseo fue agradable, la noche apacible insinuaba que pronto haría una temperatura más cálida. Cuando llegaron al restaurante, al final de la calle, la propietaria, Lily, los saludó. A pesar de toda la gente que había un sábado por la noche, les señaló una mesa y envió a un camarero para que los atendiera.

Las paredes rojas estaban adornadas con lotos de teca. Del techo colgaban lámparas chinas que aportaban un ambiente místico al restaurante. El padre de Oliver los llevó a la mesa que solían ocupar y apartó la silla de Finley para que la joven se sentara. El camarero les llevó agua y ensaladas y a continuación tomó nota de los pedidos. No tardó en serviles rollitos de primavera y sopa, un poco picante, que atacaron enseguida.

—Chicos, me gustaría hablar con vosotros dos acerca de todo lo que habéis hecho para ayudar a Tate y a la familia estos días —comenzó a hablar el tío Thomas, dejando los cubiertos en la mesa. El camarero retiró el plato de ensalada y lo reemplazó por otro de Pad See Ew—. Os habéis encargado de muchas cosas, lo cual ha supuesto mucha ayuda para vuestra madre y para mí.

Oliver miró a Finley.

—Creo que a ninguno de los dos nos molesta, papá. Para esto está la familia en momentos así.

Finley asintió.

—Sí, sois muy generosos —dijo el señor Bertrand—. Y, Oliver, siento tener que hacer esto, pero tengo que pedirte aún más ayuda.

—Por supuesto.

—El... accidente de Tate ha afectado al bufete. Nora, tu madre y yo hemos hablado de la situación y creemos que es mejor que tu hermano se tome un descanso en la facultad y de las prácticas de este verano y se centre en recuperarse.

—Te refieres a desintoxicarse —comentó Oliver con una leve sonrisa irónica.

Su padre se aclaró la garganta.

—Me temo que las deudas de juego que ha acumulado tu hermano son... considerables.

A Oliver le pusieron el Pad Thai delante, pero se le había quitado el apetito. A su lado, Finley movía los palillos de forma nerviosa.

El joven asintió.

—He pensado mucho en ello —dijo Oliver—. ¿Estás valorando intervenir? ¿Enviarlo a que haga rehabilitación? Hay un centro muy bueno en Iowa que está especializado en las adicciones al juego. Es un centro de lujo y está lo bastante retirado para alejarlo de todo lo que le recuerde al juego. Tienen varios programas distintos, pero dado el alcance de su adicción, creo que el de tres meses es la mejor opción.

A su padre se le ensombreció el rostro.

—No creo que tenga que ir tan lejos para hacer rehabilitación. Estábamos pensando en una persona de aquí que Nora nos ha sugerido. Es una terapeuta de Chicago, con muy buena reputación. Así podremos mantener las cosas en secreto.

Oliver negó con la cabeza.

—No creo que sea la opción más acertada, papá. Llevo investigando las adicciones al juego desde que ingresaron a Tate en el hospital. Todos los expertos coinciden en que es de vital importancia que no intentemos ocultarlo, por él y por nosotros.

—No considero justo para el resto de la familia airear nuestros trapos sucios.

—Y yo no considero justo para Tate ocultarlos —respondió Oliver—. Si lo encubrimos ahora, no va a entender que pensamos que tiene un problema. Nos convertiremos en cómplices para que siga haciendo cosas todavía peores. Si le hacemos entender que creemos que tiene un problema serio y lo admitimos delante de la gente que nos rodea, servirá para que todos lo aceptemos. Sobre todo él. No supone ninguna vergüenza admitir que tiene una adicción; lo vergonzoso es negarse a ponerle remedio.

El tío Thomas ladeó la cabeza.

—Bien, lo comentaré con tu madre —indicó, aunque no se mostró muy convencido. Oliver sintió que una sensación de decepción se alojaba en su estómago—. Hijo, eso me lleva al siguiente tema. Con Tate...

—Con la adicción de Tate —lo interrumpió.

—Sí. Con eso... necesito tu ayuda.

—¿Ayuda?

—Unas prácticas —dijo su padre. A Oliver se le quedó la boca seca—. Ya contábamos con la ayuda de Tate para este verano. Hemos repartido sus tareas entre los demás becarios, pero, aun así, me gustaría contar con tu ayuda para las tareas más rutinarias. Te prometo que la paga será generosa. —Sonrió.

Oliver se quedó mirando el plato. La pequeña mano de Finley encontró la suya y la apretó con fuerza. El gesto hizo que una sensación cálida le envolviera el corazón.

—Papá, ya sabes que tenía pensado ir a Guatemala.

—Oliver, ¿no crees que hay cosas más importantes que tontear este verano?

—¿Tontear? —ladró—. Voy a construir escuelas para niños huérfanos.

Su padre se acercó a él y bajó el tono de voz.

—Hijo, pensaba que te emocionaría contar con esta oportunidad. Cientos de chicos desearían estar en tu lugar. ¿Sabes cuántos candidatos han solicitado ese puesto? ¿Te das cuenta de lo que supondrá esto en tu currículum para la escuela de Derecho? ¿Lo importante que será un comienzo así para tu futuro?

—¿Qué importa eso, papá? Mi futuro ya está programado, ¿no? Ciencias Políticas, después la carrera de Derecho; ambas las voy a cursar en tu alma máter. Y después, a trabajar en el bufete, ¿verdad?

Su padre se puso recto en la silla, con las fosas nasales dilatadas, aunque parecía cansado.

—Oliver, no soy ningún titiritero que pretende controlar tu futuro. Tu hermano está enfermo y te estoy pidiendo ayuda. Eso es todo. Si no te parece suficiente, piensa en tu novia. ¿De verdad quieres pasar todo un mes lejos de ella cuando te queda tan poco tiempo antes de marcharte a la universidad?

Oliver soltó la mano de Finley. Era lo mismo que le decía Emma una y otra vez desde que comenzaron a salir. Se le agotaron las ganas de resistirse.

—Lo pensaré, papá.

—Bien. —El hombre asintió y tomó los palillos—. Es lo único que puedo pedirte.

Oliver centró su atención a la comida y se esforzó por recuperar el entusiasmo que había sentido tan solo diez minutos antes. Bien podría estar comiendo cartón, pues era a lo único que le sabía. Pasó un buen rato hasta que se dio cuenta de que su padre estaba hablando de nuevo. Esta vez se dirigía a Finley.

—Harlan me ha preguntado si puedes ir a Nueva York con él y con Emma la semana que viene. Me ha comentado que ya lo tenéis todo preparado.

Oliver volvió la cabeza en dirección a Finley. Lo embargó una extraña sensación de traición. ¿Cómo podía marcharse precisamente ahora? Las mejillas se le tiñeron de rojo.

—¿Eso te ha dicho? —dijo Finley.

—Sí, y también me ha recordado que Juliette estará en Nueva York la semana que viene, por lo que decirte a ti que no puedes ir no sería muy justo.

Su padre soltó una carcajada.

La expresión de Finley se ensombreció.

—No debería haberlo hecho. Ya le dije que...

—Ese chico solo intenta mirar por ti —la interrumpió el tío Thomas—. Ya me ha enviado la dirección y el número de teléfono del hotel, así como el número de la habitación que compartirás con Emma. Después de pensar un poco en ello, he llegado a la conclusión de que tiene razón. Sería muy hipócrita por mi parte permitir que Juliette se vaya en medio de todo este drama y no dejarte a ti ir. Así que ya he hablado con el instituto y he comprado los billetes. —Sonrió—. Sales mañana.

A Finley casi se le salen los ojos.

—¿Mañana? Tiene que ser un error. Querrás decir el jueves, ¿no?

—¿El jueves? ¿Por qué iba a ser el jueves? Harlan me dijo que era por una semana.

Finley tensó la mandíbula en un gesto que Oliver nunca había visto en ella. Apretaba los puños por encima de las rodillas. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa, como si se estuviera esforzando por controlarse. Tenía la mirada fija en el plato.

—Él quería que fuera una semana, pero le dije que no me parecía bien abandonar a Tate ni a la familia tanto tiempo...

El tío Thomas la interrumpió, con una sonrisa en los labios.

—Harlan me avisó de que intentarías convencerme de eso mismo. Que no creías que estuviera bien...

—Y yo le dije a él que no se trataba del sentido de la obligación, sino de lo que yo quería —replicó, mirando a su tío firmemente a los ojos—. Deseo ayudar a la gente que quiero, me necesiten o no. ¿Es que a nadie le importa mi opinión?

El hombre parecía sorprendido. Finley no le había hablado con tanto atrevimiento en la vida. Ni a él ni a nadie, por lo que sabía Oliver. Y, a pesar de la expresión de asombro de su padre, le pareció atisbar en el adulto algo similar al orgullo. El mismo orgullo que bullía en el pecho de Oliver. El hombre estiró un brazo por encima de la mesa y posó la mano en el hombro de la joven.

—Claro que sí, Finley. Siento no haberte preguntado antes. ¿Por qué no me dices qué es lo que te gustaría hacer?

Una sonrisa cálida se abrió paso en el rostro de la joven.

Cuando terminaron de cenar, el padre de Oliver tuvo que atender una llamada y dejó que su hijo y Finley volvieran solos a casa. Aunque ella parecía contenta después de concretar los planes para ir a Nueva York, la mirada que tenía en el rostro daba a entender a Oliver que seguía enfadada.

—No puedo creerme que Harlan haya hecho eso —comentó Finley cuando salieron del restaurante—. ¿Cómo ha podido hablar con tu padre a mis espaldas, como si yo fuera una niña? —Oliver no respondió—. Le dije explícitamente que quería quedarme a ayudaros. Decidimos que iría a finales de semana, cuando ya hubiera elegido a otro agente, así podría servirle de apoyo cuando tuviera que despedir a su padre...

Oliver la agarró del brazo.

—¿Qué? Un momento. ¿Va a despedir a su padre?

Finley se volvió hacia él, con el pelo revoloteando a su alrededor por la brisa.

—Sí. Ya lo sé, es un problemón. Pero ya pensaba despedirlo antes de que le dijera que yo lo acompañaría, que sucedió, por cierto, unas dos horas antes de que nos enteráramos de lo de Tate. —Oliver comenzó a caminar de nuevo, asintiendo mientras ella hablaba—. Intentó convencerme de que no tenía por qué quedarme. Era como si pensara que solo porque él me lo propusiera, yo debería querer ir, y no es así.

Oliver no sabía qué decir. Le caía bien Harlan, pero no le sorprendía nada de lo que le estaba contando.

—¿No te has parado a pensar que quizá esta es la forma que tiene de demostrarte que le importas, que piensa que te conoce mejor de lo que te conoces tú misma?

Saludaron con la mano a un vecino cuyo perro estaba haciendo pipí en una farola.

—Pero ¿por qué no puede confiar en que yo si sé lo que quiero?

—A lo mejor es porque no siempre lo has sabido, o no lo has demostrado...

—¿A qué te refieres? —Sus ojos oscuros reflejaban la luz de la calle con un brillo fiero.

—Bueno, prácticamente tuvo que convencerte para que salieras con él, ¿no? —le dijo, y Finley se mordió el interior de la mejilla—. Igual cree que necesita tomar decisiones por ti, porque si tú «empezaras» a elegir por ti misma... —Finley levantó las manos y se detuvo en seco—. Ya, ya lo sé, por eso he entrecomillado la palabra. Si tú tomaras tus propias decisiones, tal vez decidieras que él ya no te gusta.

Finley se dio con la uña en los dientes y echó a andar.

—Juliette piensa que me está usando como armadura.

—¿Armadura?

—Sí, que se escuda en mis problemas para no tener que lidiar con los suyos.

—Vaya. —Asintió lentamente—. Entiendo. Puede ser. Madre mía, mi hermana pasa tanto tiempo haciendo tonterías que casi se me olvida que es brillante.

—¡Ya te digo! —afirmó Finley—. A lo mejor se convierte en la terapeuta de la familia en el futuro, ¿eh? —Oliver puso una mueca—. Vaya, lo siento. No lo decía por eso.

El chico negó con la cabeza.

Ya habían llegado a la casa, pero ninguno parecía estar preparado para entrar. Oliver se sentó en los escalones y Finley hizo lo mismo a su lado.

—Ya —dijo él—. Esto es una mierda.

—No tienes que trabajar para tu padre, Ollie. Tienes casi dieciocho años, vas a empezar la universidad dentro de tres meses. Explícale a tu padre qué es lo que de verdad quieres, haz que te comprenda.

—Pero ¿y si ya no lo sé ni yo mismo?

Finley chocó la pierna contra la de su amigo.

—No me lo creo. He sentido la pasión en tu voz cuando le has contestado que no ibas a hacer ninguna tontería este verano. Te encanta ayudar a la gente.

—Igual que a él —dijo él, con la mirada perdida.

—¡Claro! —respondió ella, sonriendo—. Es estupendo cómo algunas cosas vienen de familia, ¿verdad? Pero solo porque compartas con él un rasgo, no significa que tengas que desarrollarlo de la misma manera. Sé sincero con él, Oliver, y si de verdad quieres ayudarle, ¿por qué no lo haces cuando regreses?

—Vaya, mira quién es la experta en resolver problemas últimamente.

—Una directora digna de respeto tiene que contar con excelentes habilidades de comunicación y organización —bromeó ella, con fingida petulancia en la voz.

—¿Ah, sí?

—Ajá.

—Me parece recordar haber oído que esa es una habilidad indispensable.

—Sí, lo es. Y mucho.

—Entonces ya los tienes en el bote, Finley Price.

La chica sonrió y se quedó mirando las manos entrelazadas. Chocaron las piernas de nuevo, y de repente a Oliver se le aceleró el corazón por el gesto. No. No podía soportar eso. Ahora no. Se puso en pie.

—Voy adentro, ¿vienes?

—No. —Finley sacó su teléfono—. Tengo que encargarme de ese tema de la comunicación y la organización, ya sabes...

—Pobre Harlan.

—¡Pobre Finley! —dijo ella, poniéndose seria—. No va a sentarle nada bien.

—Pero tú estarás bien, ¿de acuerdo?

Esbozó una media sonrisa.

—Ya te diré cómo ha ido.

* * *

F

No fue nada bien.

—¿Así que me estás diciendo que tu tío te ha comprado un billete de avión y aun así sigues negándote a pasar la semana conmigo?

¿Cuándo se habían vuelto las cosas en su contra? ¿En qué momento se había convertido ella en la mala?

—Quiero decirte —continuó Finley, mirándolo desde la pantalla del teléfono— que me ha molestado que hayas organizado esto a mis espaldas. Te dije que quería quedarme y ayudarles. Esta es mi familia...

—No, es la familia de Juliette. Y ella no se va a perder la mierda esa de las Naciones Unidas para cuidar de nadie.

Finley apartó la mirada y deseó, por un momento, no haber hecho una videollamada.

—No quiero volver a hablar de eso —dijo ella—. Harlan, te dije lo que quería, y tú has actuado a mis espaldas, como si fuera una niña pequeña incapaz de tomar mis propias decisiones.

Los bonitos rasgos del actor se deformaron.

—¡A lo mejor es que lo eres! Si no fuera por mí, te habrías doblegado ante tu madre, como haces con Nora y Thomas y toda la gente que hay en tu vida. ¡Me necesitas para que decida qué es lo mejor para ti, Finley! Y por eso lo hice. ¡Admítelo!

El corazón le pesaba una tonelada y las palabras casi se le atascaron en la garganta, pero no podía dejar así las cosas.

—No, Harlan. Te quiero, pero no puedo sentarme a esperar que tomes decisiones con las que no estoy de acuerdo. Quiero quedarme a ayudar a Tate y a todos, y prefiero ir al final de la semana que viene, para estar a tu lado cuando realmente me necesitas.

Harlan se volvió y gritó una maldición que la hizo estremecer. Cuando le devolvió la mirada, parecía herido. Cerró los ojos.

—No puedo creer que me hagas esto. Después de todo lo que he hecho por ti. —Su cuerpo acusó el dolor de sus palabras—. Después de lo que he hecho por Liam... Tuve una discusión enorme con mi padre por él, y lo hice porque es tu hermano. Lleva un mes recordándomelo.

Su tono de voz era tan amargo que apenas lo reconocía.

—Lo siento —susurró Finley—. Ya sabes lo mucho que significa para mí que te importe...

—Ya, pero me gustaría que yo también te importara.

Finley se quedó con la boca abierta.

—No es justo, Harlan. —Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y no se molestó en limpiarlas—. Sí me importas, lo sabes. Me importas. ¿No te das cuenta de lo difícil que es esto para mí? Mi familia me necesita... —Harlan resopló—. Ya sé que crees que no son mi familia, ¡pero lo son! Los quiero, y te quiero a ti, ¡y no sé qué más puedo hacer para intentar ayudaros a todos! ¿Por qué te cuesta tanto entenderlo? —gritó.

El chico seguía sin mirar a la pantalla. Finley evitó mirar el pequeño arañazo que había en la esquina del teléfono y se centró en la cara de su novio.

—Estoy enfadado, ¿de acuerdo? Y decepcionado. Deberías estar aquí, conmigo. Te... te echo de menos. —Sacudió la cabeza y Finley atisbó cómo el enfado flaqueaba, al igual que el suyo. Odiaba verlo sufrir. Harlan volvió a mirar la pantalla—. Además, tengo como cien cosas que me ha encargado mi publicista, y quería hacerlas contigo. Pero ahora voy a tener que aparecer en todos lados con mi hermana y confiar en que todo el mundo crea que la chica morena que aparece en mi Instagram tiene cara. Y una muy bonita, por cierto. Es una tontería que no pueda mostrarte al mundo.

Finley exhaló un suspiro de alivio. Si la razón por la que estaba enfadado era no hacerse fotos con ella, es que no lo estaba tanto.

—Ya. Tu novia es superguapa. —Bromeó ella, y Harlan bufó—. Y cuando vaya el jueves, dejaré que Emma me arregle y podrás hacerte mil fotos conmigo, y enseñaré la cara al mundo entero, ¿de acuerdo? —La voz le falló—. Eso... si todavía quieres que vaya.

Harlan puso los ojos en blanco.

—¡Claro que quiero que vengas! Pero no te puedes hacer una idea de cuánta gente me está preguntando si existes de verdad. ¡Trae tu trasero aquí, ya, Price! Vamos a publicar un montón de fotos.

—Muy bien —respondió, tomando una bocanada de aire.

No le importaba que la gente empezara a investigar quién era ella; todas las personas que le importaban ya sabían que estaban saliendo. Así pues, si tenía que salir a la luz, podía hacerlo por él. Lo haría por él.

—Cuenta con ello. No había pensado en toda la presión que tienes con esto.

Harlan se encogió de hombros, aunque aún parecía molesto.

—Mi publicista le está dando mucha importancia. Después de mi intervención en Tonight Show, cree que estaría muy bien que aparezca con la chica cuyo corazón me he ganado gracias a mi caridad y activismo y toda esa basura.

—¿Basura?

—Ya sabes a qué me refiero. Las revistas están acosándome.

Finley sacudió la cabeza.

—Sí, ya sé a lo que te refieres. —Hizo una pausa—. ¿Estamos bien, entonces?

La mirada del actor se suavizó.

—Estamos bien, Price. Pero más te vale venir el jueves o contrataré a unos secuestradores para que te traigan. —Finley sonrió—. Escucha, ahora tengo que irme. Emma y yo hemos quedado con unos viejos amigos para cenar.

—Nada de chicas guapas, ¿entendido?, que sé dónde vives.

Su novio levantó una mano.

—Eh, tranquila, Price. ¿Hablamos mañana?

—Sí. Te quiero. —Esperaba que Harlan no apreciara la sombra de duda en su voz.

—Yo también te quiero.

Finley colgó y suspiró.

Harlan todavía quería que fuera. La quería. No estaba todo perdido. Pero una parte de ella pensaba que tampoco estaba ganado.

Se puso en pie y se sacudió la parte trasera de los jeans. Era hora de ir a ver cómo estaba Tate.