Capítulo 26
F
La tarde siguiente Finley también habló con Harlan por llamada de vídeo, antes de que este se fuera con Emma a un pub.
—Había olvidado lo mucho que echaba de menos Nueva York —le decía él—. ¿Por qué no hacemos este tipo de cosas en Chicago?
—No lo sé, ¿porque tenemos dieciséis años y no podemos entrar a la mayoría de los pubs?
El chico la miró de forma inexpresiva.
—Soy Harlan Crawford. ¿Crees que no me dejarían entrar a mí y a mis acompañantes?
—Oh, así que ahora soy una acompañante, ¿no?
Él sonrió.
—Ya sabes a qué me refiero... Oh, y el viernes ya estarás aquí. Vamos a ir a una fiesta en la casa de Daniel Radcliffe en Manhattan...
Todos y cada uno de los huesos de su cuerpo amenazaron con derretirse.
—¿Daniel Radcliffe? No bromees, por favor. ¿Hablas en serio? ¿Daniel Radcliffe?
Su novio entornó los ojos.
—¿Debería ponerme celoso, Price? Y sí, hablo en serio. Nos han invitado a una fiesta de Jay Z, pero he pensado que igual es demasiado para presentarte al mundo.
Finley se esforzó por evitar quedarse con la boca abierta.
—Vaya.
Se abrió una puerta al fondo de la habitación del hotel de Harlan y enseguida apareció Emma, que llevaba un vestido dorado de lentejuelas y más maquillaje del que había visto nunca en una chica. Estaba hablando por teléfono, curiosamente con Oliver.
—Ollie, me parece muy egoísta por tu parte querer ir a Guatemala cuando tu hermano está en tan mal estado. —Hizo una pausa—. Bien, ya hablaremos de ello. —Otra pausa—. De acuerdo. Besos, que voy a arruinar la cita telefónica de Fin y Harley.
Agarró el teléfono de Harlan con los ojos en blanco y lanzó el suyo a un sofá de color dorado y crema.
—¡Fin! —Apartó a su hermano de la pantalla—. ¿Cómo estás, cariño? ¿Cómo está Tate? ¿Puede moverse? ¿Es cierto que Ollie está intentando convencer al señor Bertram de que lo envíe a rehabilitación? Eso sería un golpe muy duro para la familia, ¿no?
Finley parpadeó ante la sucesión de preguntas. ¿Esperaba una contestación para todas? Cuando se calló, le respondió.
—Sí, pero no es asunto nuestro.
Emma se encogió de hombros.
—No entiendo por qué la cagada de Tate tiene que afectar a los demás. Todos la fastidiamos alguna vez. Mantenedlo en familia. —En ese momento le sonó el teléfono—. Juliette está de acuerdo. Nos lo dijo en el almuerzo, ¿a que sí, Harley? —Harlan murmuró algo—. Oh, perdona, tengo que responder. ¡Te quiero! ¡Nos vemos pronto! —Retrocedió y respondió a su llamada al tiempo que se dirigía a otra habitación de la suite—. Misha, ¡pedazo de puta! ¿Cómo estás?
Harlan volvió a aparecer en la pantalla.
—Ah, mi hermana... Tan chispeante como siempre, ¿eh?
—Como siempre —coincidió Finley, que intentaba reprimir el enfado al enterarse de que Harlan y Juliette habían comido juntos. Y con Emma, ¡su amiga!, por dejar que eso sucediera—. Por cierto, ¿qué tal ha ido la reunión con el agente? Creía que ibas a almorzar con él, pero...
—Ya. He cambiado la reunión a mañana. —Harlan se rascó la nariz—. Hoy había una subasta benéfica en el Guggenheim, y mi publicista y yo hemos pensado que era bueno para mi nueva imagen. Por cierto, nos hemos encontrado a los de Naciones Unidas allí.
—Qué bien —respondió ella, fingiendo entusiasmo.
—Sí, ha estado muy bien. Lo ha organizado Simon Cowell, y me ha pedido que sea el juez representante de los famosos en la próxima. ¿No es estupendo?
—Sí. Totalmente. Estupendo.
Emma volvió a entrar en la habitación.
—Hora de irse, amorcito —gritó y se despidió de Finley desde lejos—. Mantén a Ollie alejado de los problemas, e intenta convencerlo de que se quede este verano a ayudar a tu tío, ¿de cuerdo? ¿Lo harás por mí?
Finley no tuvo ni que responder.
—Bueno, me tengo que ir —intervino Harlan, levantándose. Se oyó un tintineo cuando alcanzó las llaves.
—Te quiero —le dijo Finley.
—Yo también te quiero, nena.
La cara de Harlan se quedó congelada en la pantalla unos segundos antes de que finalizara la llamada. Le estaba sonriendo y el fondo se veía borroso. Se quedó allí sentada varios minutos, pensando en lo distinta que estaba Emma después de un par de días en Nueva York. Parecía tan... falsa.
Negó con la cabeza. No estaba siendo justa. Solo quería ver a sus amigos y ¿comprimía todo un semestre de diversión en una semana? Emma no había sido más que una mancha de lentejuelas al otro lado de la pantalla de Harlan hasta que Finley la vio, pero ¿quién era ella para juzgarla?
Se puso las chanclas y salió de su habitación para bajar a ver como se encontraba Tate.
Cuando abrió la puerta de Tate, Oliver estaba sentado en la silla junto a la cama de su hermano, y había un tablero de Conecta 4 entre los dos.
—¡Eh, no puedes echar dos fichas al mismo tiempo y creer que no me voy a dar cuenta! —Oliver levantó una ficha roja y se la lanzó al regazo a su hermano, que inmediatamente alzó la moneda y se puso a juguetear con ella—. Tramposo.
Tate se rio y se llevó la mano al abdomen, dolido.
—Ten misericordia, hermanito.
—Conque esperando ganar por pena, ¿eh, Tate? —le dijo Finley al entrar.
—Aceptaré toda la pena que pueda darte, Fin —replicó él con una sonrisita, y miró a Oliver—: ¿Qué ha pasado con nuestra chica? ¿Cada vez que me voy tiene que ponerse más y más guapa solo para hacerme daño? Qué cruel eres, Fin.
La joven puso los ojos en blanco y se sentó a los pies de la cama.
—No tienes que hacer trampas para ganar a Oliver en el Conecta 4.
—¡Shh... calla! —le gritó Oliver.
—¿Ah, no? —preguntó Tate con interés renovado.
Finley arqueó una ceja.
—No. Siempre sigue... ¡Eh, para! —se quejó, agachándose ante una avalancha de M&M que le estaba cayendo encima.
Oliver la señaló con el dedo.
—Aprende la lección, Fin. Los chivatos serán castigados.
—Muy gracioso —dijo Tate.
Riendo, Finley tomó un M&M de la cama y se lo metió en la boca.
—De acuerdo, de acuerdo... Tus secretos morirán conmigo, Ollie —dijo ella.
—Nunca lo olvides —matizó Oliver.
Oliver apartó el juego a pesar de las protestas de su hermano y encendió la televisión. Finley se tumbó al lado de Tate, y este descansó la cabeza en el hombro de la joven. A ella le pareció ver que Oliver fruncía el ceño, pero un segundo más tarde la expresión desapareció. Durante la siguiente hora fueron pasaron los canales mientras hacían comentarios sobre todo lo que veían.
Cuando Tate empezó a quedarse dormido, Oliver la miró y le hizo un gesto en dirección a la puerta. Finley asintió y siguió a su amigo de puntillas. Apagaron la luz y cerraron al salir.
—¿Te has fijado en lo nervioso que estaba mientras jugábamos? —preguntó Oliver—. Como si estuviera deseando encontrar el modo de ganar incluso en un juego tan estúpido como el Conecta 4. Mi hermano necesita ayuda.
Finley frunció el ceño.
—Tengo que convencer a mi padre para que lo envíe a rehabilitación —añadió.
—Puede que tengas razón.
—Sé que la tengo. —Oliver se pasó la mano por la frente—. Por cierto, mientras hablaba con Emma oí que os interrumpía a Harlan y a ti. ¿Cómo lo lleva?
Oliver estiró un brazo y movió la mano de un lado a otro.
—Bien, creo —respondió Finley.
Le contó lo de la subasta benéfica y que había cambiado la cita con el agente. Oliver parecía decepcionado.
—Qué pena. Aunque, con suerte, eso le ayudará a afianzar su imagen con el siguiente agente, ¿no?
—Sí, es una buena forma de verlo...
En ese momento le vibró el teléfono, lo que la sacó de su ensimismamiento. Volvió a vibrar. Y una vez más. El de Oliver hizo lo mismo. Ambos se dedicaron una mirada de extrañeza y sacaron los teléfonos para leer los mensajes.
—Oye... ¿por qué todos mis amigos me están preguntado si Harlan y tú habéis roto?
Finley gruñó y le enseñó los mensajes que le acababa de mandar a ella su novio.
—Un momento. Porque... se ha encontrado a... Juliette en un pub —le explicó Finley, leyendo su pantalla. Le llegó una fotografía de los dos abrazándose, y Raleigh aparecía en el fondo—. Y ya la han publicado en unas seis páginas web distintas.
—Qué tontería.
Finley se quedó sin aliento.
—Ya me advirtió de que estaban acosándolo en busca de información sobre su novia. Supongo que lo decía en serio. —Llegó otro mensaje con una imagen de una web en la que se leía: «¿EL AMOR VERDADERO DE HARLAN AL DESCUBIERTO?». Cerró los ojos con fuerza—. Qué pesadilla.
—No, no lo es. Ese tipo de cosas pasan cada dos por tres. La gente hablará de ello cinco días, y después empezarán a salir fotos de vosotros dos y nadie se acordará ya de que vio a Harlan con una rubia de pacotilla.
Finley se rio por la descripción que había hecho de su hermana. Oliver la rodeó con un brazo y ella se apoyó en él. Su presencia la reconfortaba de una forma que ninguna otra cosa hacía desde que Harlan se había ido.
—Todo saldrá bien, Fin. Ya lo verás.
Finley inspiró profundamente y dejó la mejilla apoyada en su pecho.
—Sí. Seguro que tienes razón.
El teléfono de Oliver vibró con otro mensaje.
—Es de Emma. Dice que ahora mismo está con él y que están los dos lívidos por la basura de periodistas. —Otro mensaje—. Me ha mandado un enlace a su comentario. Al parecer, sale en la mayoría de las páginas. Ah, le dice al periodista que la chica con la que Harlan estaba esta noche solo es una buena amiga. Pone: «HARLEY ESTÁ MUY ENAMORADO DE SU NOVIA, Y ESTÁ EMOCIONADO PORQUE PRONTO LA PRESENTARÁ A TODO EL MUNDO». ¿Ves? Todo saldrá bien.
Finley asintió, aliviada.
—¿Crees que en realidad estoy preparada para ser presentada al mundo entero?
Oliver le dedicó una media sonrisa.
—Preparada o no, ¡a por ello!
* * *
O
Durante los siguientes días Tate parecía cada vez más ansioso. La herida estaba sanando bien, pero su adicción se volvía cada vez más evidente. Al menos para Oliver. Pero tuvo que descubrirlo su padre jugando al póquer en Internet, en su ordenador portátil del trabajo, con varios miles de dólares en juego. Solo entonces el hombre admitió que su hijo necesitaba ayuda de verdad.
Después de clase Oliver encontró a su padre sentado al piano de la sala de música, todavía con el traje que se había puesto para las pocas horas que consiguió trabajar en el bufete esa mañana.
Oliver abrió las puertas acristaladas y lo escuchó tocar Gota de lluvia, de Chopin.
Hacía meses, tal vez más, que no veía a su padre frente al piano. Cuando era pequeño y no podía dormir por la noche, solía bajar a hurtadillas cada vez que lo oía tocar. Se sentaba al otro lado de la puerta y simplemente escuchaba, dejaba que la música lo arrullara hasta que se quedaba dormido, acurrucado. Y muchas veces se despertaba cuando su padre lo llevaba a su habitación, aunque siempre fingía seguir dormido.
Oliver se perdió en la melodía y en los recuerdos mientras los dedos de su padre se deslizaban sobre las notas con pasión y precisión. Cuando la música avanzaba hacia acordes más bajos, la esperanza daba paso al remordimiento. Las notas incesantes hablaban de desolación y le llegaban al corazón de manera más precisa que cualquier palabra.
Pero entonces se equivocó en una nota y el error sacó a Oliver de su ensoñación. El hombre dejó de tocar y se encorvó sobre el piano, dejando escapar un sollozo. Apoyó un codo en las teclas y una enorme disonancia resonó en el aire.
Oliver avanzó lentamente por la alfombra persa y se sentó junto a su padre en el banco, pero este no reaccionó. El joven retomó la melodía donde su padre lo había dejado, aunque su técnica no era tan buena. Tocó las notas, armándose de seguridad en sí mismo conforme avanzaba. Poco a poco el anhelo implícito de la canción se desvaneció y dio lugar a un consuelo que inundó la sala. Cuando los dedos abandonaron la última tecla, su padre le dio una palmadita en la espalda. Estaba asintiendo.
—Tenías razón, Oliver —le dijo.
—Ojalá no la hubiera tenido, papá.
—Lo sé. —Seguía asintiendo—. Lo sé. Mándame por correo electrónico la información de ese centro de rehabilitación, ¿de acuerdo? Tengo que hacerles una llamada.
—Claro, ahora mismo. —Se le aceleró el pulso—. Papá, necesito decirte una cosa.
—Lo que quieras, hijo —respondió él y sus dedos regresaron al piano para seguir tocando Claro de luna.
Sintió como se le aceleró el pulso e hizo acopio de todo el valor que residía en su interior.
—No quiero ser abogado, quiero ser terapeuta. —Las manos de su padre se detuvieron solo un instante antes de seguir tocando. Presionaban las teclas con delicadeza, de forma atractiva, como animando a Oliver a continuar—. Quiero ayudarte este verano, pero también deseo ir a Guatemala. Me gustaría hacer las dos cosas. Ir allí primero y ayudarte cuando regrese. Y trabajaré a tiempo completo para terminar todas las tareas que necesitas que haga.
Los dedos de su padre se pusieron rígidos, pero no emitía ninguna señal de que hubiera escuchado a su hijo. Los dedos danzaban sobre las teclas, tocando sin detenerse. Las notas sonaban ligeras y livianas, e inundaban la habitación. Cuando la sintonía llegó a su fin, con una cadencia tranquila, Oliver sintió la aceptación de su padre. Su consentimiento.
El silencio inundó la sala y Thomas se limitó a sonreír.
Oliver le devolvió la sonrisa.
Cuando abandonaron la sala, Oliver le mandó el enlace a la clínica y después salió a por comida para llevar de un restaurante griego que había en el vecindario. Abrió la puerta y lo recibió una ráfaga de viento que casi lo devuelve adentro. Una voz lo llamó y se quedó quieto, sin saber con seguridad de dónde procedía.
—¡Ollie! —volvió a gritar la voz, transportada por el viento. Se dio la vuelta y vio a Finley saliendo de casa de los Grant.
Bajaron los escalones al mismo tiempo y se encontraron en la acera. Ella llevaba una boina que un momento después salió volando y aterrizó de lleno en la cara de Oliver. Este se rio y se la devolvió. Fin sonrió y el pelo se le enredó en la cara, dándole el aspecto de un león de melena negra.
Sin pensárselo dos veces, Oliver se acercó y la abrazó con fuerza.
—¡Lo he hecho! Le he dicho a mi padre que quiero ser terapeuta y lo de este verano, ¡y ha aceptado!
No le importó estar abrazándola de la misma manera que tocaba a su novia. No le importó el hecho de que estaba oliéndole el pelo o de que no la habría soltado nunca más. Quería compartir este momento con ella, y solo con ella.
—¡Me alegro mucho por ti! —le dijo ella al oído, aferrada también a él.
Cuando se soltaron, demasiado pronto para Oliver, Finley se llevó las manos a la boina para sujetársela a la cabeza.
—¡Es nueva! —gritó Oliver para hacerse oír por encima del viento, señalando la boina de su amiga.
—Estoy haciendo pruebas.
—Me gusta. Mucho —dijo, agradecido de pronto por el viento, que disimulaba sus mejillas ruborizadas.
—Gracias. ¿Adónde vas?
—A por comida para llevar. —Señaló la dirección y Finley empezó a caminar a su lado. Se dio cuenta de que ella llevaba una bolsa pequeña en la mano—. ¿Qué es eso?
—Emma me ha mandado un mensaje y me ha pedido que recoja un pintalabios que se olvidó, para que se lo lleve cuando vaya en un par de días. Me ha dicho que es de Francia y que se siente desnuda sin él.
«Mi novia, señores y señoras», pensó él.
Miraron a un lado y a otro de la calle, y cuando no pasaba ningún automóvil, cruzaron. Subieron a la acera.
—¿Cómo están hoy?
—Ocupados, que yo sepa. Crawford solo me ha enviado unos pocos mensajes a lo largo del día. Creo que los de Naciones Unidas van a ir a un partido de los Yankees esta noche, y Emma y Harlan se unirán a ellos.
—¿Cómo han ido las reuniones con el agente hoy?
Una nube negra oscureció el cielo, a juego con la expresión de el rostro de Finley.
—Le está costando mucho cuadrar las citas. Anoche le insistí, así que hoy, al menos, ha hablado con uno de ellos y me ha dicho que le ha gustado mucho. Pero le preocupa que se entere su padre, así que ahora piensa que mañana debería de quedar con él.
—¿Para despedirlo o...?
—No lo sé.
Oliver frunció el ceño.
—Pero ¿no era esa la razón por la que ibas a Nueva York, para estar con él cuando despidiera a su padre? ¿Por qué lo hace antes?
Finley bufó. Por lo que Harlan y Emma le habían contado a Oliver acerca de su padre, estaba seguro de que ese almuerzo iba a ser un desastre, daba igual de lo que hablaran. Y eso era lo que, si lo pensaba bien, probablemente Harlan buscaba: una respuesta por parte de su padre. Pero no podía decirle eso a Finley.
—¿Y Emma? —Oliver cambió de tema.
—¿No has hablado con ella hoy?
Oliver se encogió de hombros.
—Está muy ocupada con sus amigos. Ya la veré cuando vuelva.
Finley le dedicó una mirada de sospecha. La verdad era que ni siquiera había intentado ponerse en contacto con ella. Ahora que le había dicho a su padre lo de Guatemala, prefería no contárselo a ella antes de lo necesario. Seguro que se iba a enfadar, y una Emma enfadada equivalía a una Emma con la que era prácticamente imposible razonar. No le apetecía echar a perder su buen humor.
Llegaron al restaurante y enseguida los atendieron. En los pocos minutos que tuvieron que esperar, no obstante, las nubes se oscurecieron y el viento se volvió más agresivo. Apenas pudieron hablar de camino a casa debido al temporal, así que se quedaron en silencio y regresaron todo lo rápido que pudieron.
* * *
El jueves a mediodía, el día que en teoría Finley se iba a Nueva York, la lluvia caía con fuerza, provocando inundaciones en muchas zonas de la ciudad. Y las predicciones prometían más tormentas. De hecho, Oliver había oído unos cuantos truenos mientras escuchaba al ponente de la última clase.
Uno de sus compañeros se acercó intrigado a él.
—Eh, ¿entonces... han roto Fin y Harley o qué?
—No —le respondió en un susurro—. ¿Por qué lo preguntas?
—He oído rumores. Si era cierto, pensaba pedirle salir.
La mano de Oliver se tensó alrededor del boli.
—¿Estás de broma?
—No, ¿por qué? Es muy guapa. Un par de chicos del vestuario piensan que...
—Sabes que no es de verdad mi prima, ¿no? —le aclaró al compañero con dureza.
Su amigo retrocedió, mirándolo como si estuviera loco. A lo mejor sí que lo estaba. Se sentía como si lo estuviera. Una cosa es que estuviera saliendo con Harlan. En cierto modo, básicamente Oliver la había convencido para que lo hiciera, del mismo modo que se había convencido a sí mismo para salir con Emma. Pero ¿esto? ¿Sus amigos esperaban que Finley estuviera disponible para salir con otros? Ni hablar. Cuando ella y Harlan rompieran, él sería el primero en la cola.
No, no podía pensar así. Él estaba con Emma. Emma.
Cuando sonó el timbre Oliver se puso en pie. Salió del salón de actos, esquivó a sus compañeros y bajó las escaleras para ver a Finley en la taquilla antes de que se marchara. La encontró cerrando la mochila y riendo con una amiga. Se detuvo abruptamente y respiró profundamente para relajarse. Cuando ella se puso de pie, se acercó con aire informal e indiferente.
Finley lo vio y sonrió.
—¿Qué pasa contigo? —le preguntó ella.
—¿A qué te refieres?
—Andas muy raro. ¿Te has hecho daño en el pie, o algo?
—No —respondió, reprendiéndose mentalmente por sus estúpidos andares—. ¿Te has hecho daño tú en... la cara, o algo?
Finley chocó la cadera con él.
—Yo sí que te voy a hacer daño en la cara como me vuelvas a faltar al respeto.
Bajaron juntos las escaleras a la planta principal. A su alrededor los jóvenes sonreían y los saludaban. Finley les devolvía el saludo alegremente, respondiendo de vez en cuando a quien se le acercaba. Casi habían llegado a las puertas de salida cuando uno de sus compañeros, un chico guapo con el pelo teñido de rubio, se acercó a ella.
—Finley Price. Madre mía, chica, qué guapa estás.
La aludida miró a Oliver y arqueó las cejas de modo que solo él se diera cuenta.
—Hola, Frost —le respondió ella.
—He visto a Crawford en todas las revistas con tu prima. ¿Has dejado ya a ese perdedor?
Finley sonrió como si aquello fuera lo más bonito que le hubiera dicho nadie.
—No. Todavía no, pero no te preocupes, serás el primero al que llame en cuanto lo deje.
—Más te vale.
Salió, y cuando abrió el paraguas, casi le da en la cara a Frost. Este se agachó, pero ella se limitó a sonreír más ampliamente.
Oliver se metió bajo su enorme paraguas negro al tiempo que las gotas de lluvia se estrellaban contra ellos desde casi todos los lados. Ya tenía empapados los pantalones.
—¡Ha sido lamentable! —gritó Oliver para hacerse oír por encima de un trueno—. ¿Te pasa mucho?
—Sí —bufó—. Desde hace un mes o así. Desde que Crawford y yo empezamos a salir. Aunque normalmente la gente habla directamente con él.
—Parecías sorprendentemente cómoda con ese idiota.
Alguien los llamó a lo lejos antes de que Finley pudiera responder, y lo saludaron. Cuando llegaron al semáforo se juntaron todavía más para evitar acabar completamente mojados. Otros compañeros hacían lo mismo a su alrededor.
A Oliver se le aceleró el pulso por la cercanía, algo muy inadecuado. El semáforo cambió y empezaron a cruzar la carretera. Se apartó de ella todo lo que le fue posible en esas condiciones, pero no tanto como debería. Por suerte, el vuelo a Nueva York salía en unas horas, y cuando regresara, su novia también estaría de vuelta. Salir con Emma era como salir con un desfile de carnaval: algo divertido, radiante, escandaloso y el final podía llegar en cualquier momento. Era la distracción perfecta.
Cuando él y Finley saltaron un charco enorme riendo, sintió que realmente necesitaba una distracción. Porque él tenía novia, y ella tenía novio, y nada había cambiado.
Excepto ella.
Ya en casa Finley subió corriendo los escalones de la entrada y abrió la puerta, sacudiendo el paraguas. Oliver entró detrás de ella y cerró la puerta; metieron los abrigos en el armario. Cuando Finley alzó la mirada, lo descubrió mirándola.
—Oye, ¿qué te pasa hoy? ¿Te encuentras bien? —le preguntó ella. El chico frunció el ceño y se quitó las Vans con estampado de tablero de ajedrez, que estaban empapadas—. Ollie, puedes contarme cualquier cosa. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, soy como un hermano para ti.
Habría deseado que el sonrojo en las mejillas de ella fuera por él y no por la carrera que se habían dado para llegar a casa. Su amiga le hizo una pedorreta.
—¡Qué va! Si fueras como mi hermano, nos daríamos coscorrones y nos pegaríamos. —Posó una mano en su hombro—. Pero eres mi mejor amigo. ¿Estás preocupado por Tate? ¿O es por Emma?
Finley tenía los ojos tan grandes y serios, y la mano en su hombro era tan suave... No podía soportarlo. Tenía que subirse a un avión e reunirse con Harlan ya. Y al pensar en Harlan todos los nervios de su cuerpo se sublevaron. No. No podía pensar en Harlan abrazándola. En sus labios unidos. No podía subirse a un avión para ir a estar con él.
Un trueno resonó en la casa, seguido, casi instantáneamente, de un relámpago que vieron a través de las ventanas. La tormenta estaba casi encima de ellos.
Finley frunció el ceño. Sacó el teléfono y se puso a buscar algo. Abrió mucho los ojos y luego los cerró, derrotada.
—Oh, no. Crawford va a matarme.
—¿Por qué?
—El alcalde acaba de decretar el estado de emergencia. Los aeropuertos O’Hare y Midway han cancelado más de mil vuelos... incluido el mío. —Soltó una palabrota mientras navegaba por la aplicación—. No dicen nada de que los hayan retrasado a otra fecha.
Oliver se obligó a poner mala cara, pero por dentro estaba celebrando una fiesta, con piñata y todo.
—¿Qué vas a hacer?
—Llamarlo. No sé qué más puedo hacer. —Parecía tan desolada que la alegría de Oliver estuvo a punto de decaer, pero incluso se animó un poco más—. ¿Te puedes... quedar conmigo cuando lo llame? Se va a enfadar mucho.
El corazón se le aceleró.
—Claro. Pero, Fin, ¿crees que tiene derecho a enfadarse contigo por una situación así?
Finley se mordió el labio.
—No. A estar decepcionado, claro, pero no enfadado. Yo no he hecho nada malo.
No pudo resistirse. La tomó de las manos, convenciéndose a sí mismo de que era su mejor amiga. Esa era la belleza de los mejores amigos. Podían tomarse de la mano sin sentirse incómodos, sin que creciera una tensión entre ellos destinada a culminar, en cualquier momento, con Oliver abrazándola y besándola con tanta intensidad que acabaran derretidos en el suelo.
—Bien, pues recuérdalo, ¿de acuerdo? —aseguró él.
—Muy bien. —Entraron en la cocina, donde Finley eligió el tercer número de la lista de marcado rápido del teléfono. El primero era el de Liam. El segundo, el de Oliver.
Oliver reprimió una sonrisa.
La cara de Harlan apareció en la pantalla un instante después. Oliver se apartó enseguida de la cámara.
—¡Nena! —gritó, y sonaba excepcionalmente feliz, incluso para tratarse de un Crawford. Estaba en la calle, iba con gafas de sol y caminaba por una vía concurrida—. ¡Buenas noticias! Voy a conocer al productor que mi padre tanto me ha insistido en que conozca esta noche, justo después de que llegues, y cuando le he hablado de ti, me ha dicho que se moría por conocer a la hija de Gabriel Price. ¡Así que vas a acompañarme! Es estupendo, ¿verdad?
Finley parecía, porque no había otra palabra para describirlo, muy afectada.
—¿Te refieres al de Go-Bots? ¿Blaise Kane?
—Sí. En realidad no está tan mal. Está dispuesto a cambiar el guion si yo quiero, con la condición de que participe en la película. Incluso adaptarían las agendas para que pueda hacer también la de Ben Affleck. ¿No es fabuloso?
Finley arrugó la nariz.
—Pero, Crawford, dijiste que representa todo lo malo de Hollywood, aunque lo dijiste con unas cuarenta palabrotas más. Odias a ese hombre. Yo misma odio a ese hombre.
Harlan salió de una tienda. Se veían tres guardaespaldas de fondo.
—Mi padre cree que sería un maleducado si rechazara el papel sin reunirme con él.
Finley sacudió la cabeza.
—Pero vas a despedir a...
—¿Podemos discutir todo esto esta noche cuando lo conozcas?
Finley agarró con más fuerza el teléfono.
—Precisamente te llamo por eso. —Harlan se quitó las gafas de sol y la miró fijamente desde el otro lado de la pantalla—. Aquí las tormentas están azotando fuerte, Chicago está en estado de emergencia y... han cancelado mi vuelo.
Oliver no podía creerse la variedad de expresiones que aparecieron en la cara de Harlan, todas ellas, variantes de enfado o decepción.
—Lo siento mucho —continuó ella—. Voy a mirar si puedo ir en tren. Tarda como un día entero, pero estaría allí mañana por la noche, si salen, claro...
Harlan sacudió la cabeza y se hizo claramente con el control de sus emociones.
—No, no te preocupes, Price. Soy un tipo duro y este no es mi primer rodeo. Nos veremos cuando vuelva el lunes.
—No, Crawford. Quiero ir...
—Ya tienes suficientes problemas en casa. Quédate. —Sonrió—. Te quiero. Nos vemos el lunes, ¿de acuerdo?
—¿Estás seguro?
—Absolutamente.
El ceño fruncido de Finley se suavizó un poco y una sonrisa le iluminó el rostro.
—Te quiero. Gracias por ser tan comprensivo. Pero no permitas que Blaise Kane, ni tu padre, ni nadie te obligue a hacer una película de mierda, ¿entendido? Tú vales mucho, mucho más. ¿Me llamas cuando termines?
—¡Claro! —le prometió.
Finley colgó y sintió que todo el cuerpo se le destensaba.
—Besaría a ese chico ahora mismo —dijo ella.
«Y yo me daría una buena patada —pensó Oliver—. ¿De verdad deseaba que se pelearan y rompieran? ¿Qué me está pasando?»
Finley dijo algo sobre subir arriba a cambiarse.
La observó atravesar el pasillo dando saltitos. Estaba más feliz de lo que la había visto en años. Más segura de sí misma. Más fuerte. ¿Cómo podía querer arrebatarle eso? Una cosa era estar celoso de Harlan, aunque no era solo eso. Se sentía resentido con él. Resentido porque había ayudado a Finley a encontrarse a sí misma, cosa que él no había podido lograr. Después de años animándola y apoyándola, debería ser él quien estuviera ahora a su lado.
«Pero no es así.»