13

Diez minutos después estábamos sentados en un Blimpie Base de Broadway, planeando la perpetración de nuestro delito. Esto nos diferenciaba del resto de los clientes, que parecían haber superado tiempo atrás la fase de los planes.

Empecé diciéndole a Doll que no quería tener que ver con ello. Llevaba más de un año alejado del robo y, de pronto, cuando no había hecho más que pensar en desvalijar un piso, me había encontrado pasando una noche en la cárcel.

—Me gustaría ayudarte —dije—. Has dejado algo de ropa en el piso de Luke y como es natural quieres recuperarla. Sin embargo, me parece que hay un par de opciones además del allanamiento de morada. Podrías esperar a que regrese y llamarle, o pedirle un préstamo a Marty e irte de compras.

—Será mejor olvidarse de la ropa —dijo.

—Eso es. Olvídala y cómprate ropa nueva.

—Olvídate de que he mencionado la ropa —repuso.

La principal razón por la que quería entrar en el piso de Luke era recuperar los cromos de Marty. Si Luke había salido de la ciudad para responder a una oferta de trabajo, era probable que se hubiera marchado apresuradamente, antes de poder convertir la colección de cromos en dinero. Quizá no tuviera ninguna prisa y prefiriera dejar que se tranquilizase la situación mientras decidía la mejor manera de venderla.

Doll estaba segura de que si lográbamos entrar en el piso de Luke, encontraríamos los cromos. Y si lográbamos devolvérselos a Marty, yo quedaría libre de la acusación del robo de su piso. Retirarían los cargos, lo cual sería algo estupendo.

—Sí, desde luego, eso estaría muy bien —le dije—, pero, según mi abogado, probablemente tengan que retirar los cargos de todos modos, ya que no tienen pruebas suficientes para procesarme, y menos aún para declararme culpable. ¿Y encima sabes qué estaría haciendo? Estaría cometiendo un delito a fin de exculparme de uno que no he cometido. No merece la pena.

A decir verdad, prosiguió ella, era posible que hubiera alguna ventaja para mí. Estaba prácticamente segura de que había una recompensa. Al fin y al cabo, Marty era una persona generosa. La colección de cromos era algo muy valioso para él. Podía tener la seguridad de que obtendría unos pingües beneficios por el riesgo asumido.

¿Cuánto de pingües?, me pregunté. La cantidad que me pagara Marty, fuera la que fuese, saldría de su propio bolsillo, y él ya había pagado en una ocasión por los cromos. No iba a soltar la pasta una vez más por ellos, ¿no?

—El caso es que ya ha informado a la compañía de seguros de la pérdida —dijo—, por lo que supongo que ya estarán tramitando la demanda. Si me reuniese con él en privado y le dijera que te las has arreglado para recuperar los cromos, quizá no se tomara la molestia de llamar a la compañía de seguros.

—Creo que ya lo entiendo.

—No sería exactamente robar —dijo ella—, sino dejar que las cosas sigan su propio curso, ¿no? Si los del seguro pagan medio millón para satisfacer la demanda, que es una cantidad justa, ya que los cromos han sido realmente robados, Marty dispondría de esa cantidad para reponer su colección. Y si para hacer esto te comprara a ti una colección casi idéntica por, pongamos, un cuarto de millón, él saldría ganando.

—Y yo también.

—En efecto. Los dos saldríamos ganando.

—Los dos, ¿eh?

—A medias —dijo—. Yo te necesito para que abras la puerta de Luke y tú me necesitas para que llegue a un acuerdo con Marty. Serían más de cien mil dólares por cabeza.

—No sé si me convence el porcentaje —dije.

—¿Hay un porcentaje más justo que el cincuenta por ciento?

—¿Pero es realmente el cincuenta por ciento? Que tú y yo nos dividamos lo que Marty pague es una manera de plantear la situación. Pero el pastel entero es medio millón de dólares…

—Y Marty se queda con una mitad y nosotros con la otra.

—Eso si consideras que tú y yo formamos un equipo, Doll.

—Creo que formamos un gran equipo, Bernie.

—Ya, pero hay otra manera de plantearse esta cuestión: que tú y Marty ya forméis un equipo, y que tu equipo acabe ganando las tres cuartas partes de medio millón de dólares.

Permanecimos veinte minutos discutiendo sobre el dinero que una compañía de seguros no había pagado todavía por una colección de cromos de béisbol que aún no habíamos visto. Ella cedió terreno de mala gana, y al final llegamos al acuerdo de dividirlo en tres partes. Marty nos pagaría a cada uno una tercera parte de lo que obtuviera del seguro.

—Pero ya puedes olvidarte de entrar allí esta noche —dije—. El público tiene la romántica idea de que el robo de casas es una actividad nocturna, cuando en realidad es el momento más peligroso. Cuanto más tarde se hace, más complicado resulta. Ahora mismo son más de las doce, y no hace falta que una persona haga nada para parecer sospechosa a esta hora.

—Pero…

—Mira alrededor —dije—. Aquí tenemos un grupo de personas absolutamente normales tomando café y rosquillas, pero el mero hecho de que sea una hora avanzada de la noche los convierte en chusma y gentuza.

—Eso es lo que son, Bernie.

—¿Lo ves? Caso cerrado.

—Pero…

—Mañana por la tarde —dije—. El vaquero y la chaqueta te quedan estupendamente, pero no te los pongas mañana. Vístete bien y ve a buscarme a la librería a las dos. Iremos directamente desde allí.

A la mañana siguiente llegué a la librería a las diez menos diez. Lo primero que hice fue llamar a Carolyn.

—Estoy en la tienda —le dije—. Me dijiste que ibas a venir a dar de comer a Raffles.

—Todavía estoy tomando la primera taza de café.

—Está comportándose como si estuviera famélico —dije—, pero he aprendido a no fiarme de él, de ahí que haya pensado que sería mejor comprobarlo. Voy a darle de comer, así no tendrás que hacerlo tú.

—Tenía pensado ir a las once. ¿Cómo es que has abierto? Siempre cierras los domingos.

—Bueno, es posible que haya estado cometiendo un error durante todos estos años —dije—. Puede que cerrar los domingos me haya costado una fortuna.

—¿Lo dices en serio?

—No, pero es que he quedado aquí con una persona a las dos.

—Pues has llegado cuatro horas antes.

—¿Y qué? Todo el mundo tiene que estar en alguna parte. Acércate a hacerme compañía si te apetece.

—No lo sé —dijo—. Ayer pasaste la noche tranquilamente en casa, ¿verdad? Por eso estás tan animado y espabilado. No sé si podré soportarlo.

—¿Soportar qué?

—Tu buen humor.

Pensé en esto.

—Tú no pasaste la noche tranquilamente en casa, ¿verdad? —dije.

—Iba a hacerlo —dijo—, pero fui a DT’s Fat Cat con la idea de que dormiría mejor si tomaba una copa.

—¿Y has dormido mejor?

—He dormido bien —dijo—, pero no regresé a casa hasta que cerraron el local. No sé si voy a ir, Bern, pero mañana te veré seguro. Ve a dar de comer al gato, debe de estar muriéndose de hambre.

Llené el platillo de la comida y le puse agua fresca, tiré de la cadena, regresé y le contemplé comer. Esto me recordó que lo último que había comido era el cerdo moo shu de la noche anterior, por lo que fui a la tienda y compré un par de bollos y un vaso de café. Cuando hube sacado la mesa de las ofertas, me senté detrás del mostrador y desayuné. El gato se acercó y se quedó un rato sentado en mi regazo, viéndome comer. Pero la comida sólo le suscitaba interés cuando era él quien la comía, de manera que saltó al suelo y se quedó allí sentado como esperando a que sucediera algo.

Terminé un bollo y arrugué el papel del envoltorio. El ruido llamó la atención de Raffles, que reaccionó como suelen hacerlo los gatos. Le dejé que mirara fijamente hacia donde yo estaba. En cuanto apartó la vista, volví a arrugar el papel y lo arrojé detrás de él. Mejor dicho, lo arrojé, pero no detrás de él, ya que Raffles dio un brinco y cogió la bola al vuelo. La empujó de un lado a otro, persiguiéndola por un pasillo y dándole golpes sin cesar. Finalmente decidió que estaba muerta y que no iba a resucitar, por lo que se alejó de ella.

—Si me la traes —dije—, la tiro de nuevo.

Juro que me lanzó una mirada, y también que el pensamiento no expresado con que la acompañó fue algo así: «¿Pero qué demonios te piensas que soy, un jodido labrador perdiguero?».

Era su juego, y él dictaba las normas. Desenvolví el otro bollo, arrugué el papel y puse la bola en juego.

Carolyn no apareció, lo cual significaba que tenía algo en común con la mayoría de la humanidad. Pasé un par de horas arrugando hojas de papel y tratando de arrojarlas detrás de Raffles. A las dos menos cuarto, la puerta se abrió y apareció Doll.

Iba arreglada tal como su nombre daba a entender y ataviada con un vestido azul marino y zapatos de tacón alto. El vestido que había elegido era perfecto: le hacía parecer tan respetable como un miembro de la asociación de mujeres voluntarias, pero no arrojaba ninguna duda sobre su condición de hembra y sobre el hecho de que pertenecía a la especie de los mamíferos.

—Estás elegantísima —dije—. Es el atuendo perfecto.

—¿Te parece bien? Me he probado el pantalón ceñido de cuero y la camiseta de los Grateful Dead, pero se encogió la última vez que la lavé. Temía que me resaltara demasiado el pecho.

—Eso no habría servido.

—No —dijo—. Tú también estás muy elegante. Deberías ponerte chaqueta y corbata más a menudo. Bernie, ¿por qué está el suelo cubierto de bolas de papel?

Busqué a Raffles con la mirada, pero se había escondido. Arrugué una hoja de papel y su cabeza apareció a la vista.

—Fíjate —dije, y arrojé la bola.

El pequeño bribón dio un salto y la cogió en el aire.

—Tienes un gato —dijo Doll.

—No lo tengo exactamente —repuse—. Sólo trabaja aquí. No es un animal doméstico ni nada por el estilo.

—¿Qué es?

—Un empleado.

—¿Y esto qué significa? ¿Los domingos el ayudante puede jugar a la pelota con el jefe?

—No estamos jugando —dije—. Lo hago para que mejore los reflejos. —Fui a recoger las bolas; no era la primera vez que lo hacía—. No me las devuelve —expliqué.

—No es un perro, Bernie.

—Eso es precisamente lo que él diría si supiera hablar, quiero decir. —Le arrojé una bola—. ¿Te has fijado? Estoy seguro de que podría jugar de medio.

Ozzie Smith se habría sentido orgulloso del movimiento que acaba de hacer. Aunque, claro, Ozzie habría girado rápidamente y arrojado la bola a la primera base en lugar de intentar matarla. Por eso él está jugando en primera y Raffles está cazando ratones en una librería.

—¿Qué le ha ocurrido en la cola?

—Como sabrás, los gatos están siempre cazándose la cola, y ya has visto los reflejos que tiene. Un día estaba cazándose la cola y se la pilló.

—¿Y la mató?

—No; la recogió en el mismo movimiento y la lanzó a la primera base. ¿Por qué te ríes?

—Porque eres muy divertido.

—Es por los nervios —le aseguré—. Me tranquilizaré en cuanto lleguemos.

El trayecto en taxi hacia el norte no contribuyó mucho a tranquilizarnos. Tuvimos la mala suerte de que nos llevara un taxista que evidentemente ponía sus esperanzas en reencarnarse, y cuanto antes mejor. Doll y yo apenas hablamos, excepto quizá para nuestros adentros en forma de oración, hasta que nos detuvimos justo delante del 304 de West End Avenue. Yo no creía que el portero fuera a poner obstáculos a una pareja bien vestida que llegaba en taxi y, en efecto, el tipo que estaba de servicio apenas se fijó en nosotros, ya que su atención estaba monopolizada por una anciana menuda que quería saber a qué se había debido todo el barullo armado aquella mañana.

—Había policía en los pasillos —decía—. Un domingo por la mañana encima… Con lo respetable que ha sido siempre esta casa.

Se habían marchado, le dijo él, antes de que comenzara su turno. Estábamos esperando el ascensor cuando la anciana dijo:

—¿Qué ha hecho ella entonces? ¿Matar a su marido? ¡Qué estúpida! ¿Acaso piensa que los maridos crecen en los árboles como la fruta?

La puerta se abrió y subimos al séptimo piso. Doll me preguntó si sabía de qué estaba hablando la mujer. Le respondí que de violencia doméstica, al parecer. Aunque también era posible, sugerí, que a la mujer le faltara un tornillo. No había dejado de hablar de los policías que había visto en los pasillos, y yo desde luego no había visto ninguno. Si el portero no le daba importancia, ¿por qué habríamos de dársela nosotros?

Cuando salimos al séptimo piso, doblé en la dirección equivocada. Doll me cogió del brazo y me condujo por el camino correcto. La cerradura de Luke Santangelo cedió a mis requerimientos como si de una antigua amante se tratara. Entramos en un abrir y cerrar de ojos.

—Parece que sigues teniendo buena mano —musitó ella.

Flexioné los dedos.

—Una vez se aprende —le respondí en voz baja—, no se olvida nunca. Es como ahogarse.

—Como nadar, querrás decir.

—O como caerse de una bicicleta —dije—. Lo mismo. —Me puse los guantes de plástico, cerré la puerta con llave, eché la cadena y encendí la luz. Doll señaló mis guantes e hizo con las manos como si se ponía otro par.

—Lo siento —dije—. No he pensado en ello. Sólo he traído un par. De todos modos, no creo que hayas llevado guantes las otras veces que has venido aquí, por lo que debe de haber huellas tuyas por todo el piso. No importará que haya unas pocas más.

—Supongo que tienes razón.

—Además, Luke no va a buscar huellas dactilares en el piso, ¿no te parece?

—Sí, pero…

—Entonces será mejor que busquemos lo que hemos venido a buscar y que nos larguemos.

No fue tan fácil hacerlo como decirlo. Lo primero que hizo Doll fue mirar de arriba abajo el armario, y llevó a cabo una labor encomiable: arrancó prendas de vestir de las perchas y tiró las cajas que había en el estante de arriba. Supongo que así se registra un sitio cuando se tiene prisa, aunque esa nunca ha sido mi forma de hacer las cosas. Yo acostumbro a moverme con discrección, sobre todo si me encuentro en una casa ajena.

—Esto es mío —dijo, cogiendo un par de jerséis y unos vaqueros—. Pero ¿qué más da? —Los arrojó a una silla de madera y se giró para clavar la mirada en el armario abierto con los brazos en jarras—. Vamos, Bernie. Creía que ibas a registrar la cómoda.

—Ya lo he hecho.

—¿Por qué no has vaciado todos los cajones en medio de la habitación? ¿No suelen hacer eso los ladrones?

—Supongo que habrá algunos que lo hagan. El que tienes delante no, en cambio.

—Bueno, tú eres el experto —dijo—, aunque me parece que…

—No tan rápido —repuse—. Tómate un respiro.

—Sé que están aquí —prosiguió—. Supongo que me había imaginado que ibas a abrir la puerta e íbamos a encontrar los cromos ahí, bien a la vista. Esperaba ver el humidificador de palisandro de Marty sobre la mesa de centro de Luke. Pero, claro, el humidificador lo dejó allí, ¿no?

—¿Cómo se llevaría los cromos? No pudo simplemente metérselos en los bolsillos.

—No lo sé. Quizá los puso en una bolsa de ultramarinos.

—¿Y luego salió del edificio de esa manera?

—¿Por qué no? Es posible que… ¡Bernie, el maletín! Eso es lo que utilizó.

—Espero que los cromos no acaben oliendo a carne.

—¿A carne? Ah, claro, ayer te conté que lo utilizó para robar en la tienda. Bueno, estoy segura de que fue el maletín lo que utilizó. Se puso el único traje decente que tiene, se afeitó su carita de ratero, cogió su maletín y…

—¿Qué ocurre?

Fue corriendo al armario.

—¿Dónde está su traje? Mierda. Qué hijo de perra.

—¿Qué ocurre?

—El traje ha desaparecido. Tú no ves ningún traje aquí dentro, ¿no? El muy hijo de perra se lo ha llevado.

—Dijiste que probablemente tuviera un trabajo de actor fuera de la ciudad. Puede que le dijeran que el papel requería que llevara un traje.

Ella negó con la cabeza.

—Mal reparto. Si el papel requería un traje, deberían haber buscado a otro actor. ¿Se llevó el maletín? Esa es la pregunta que nos importa, ¿no?

—¿Dónde solía guardarlo, Doll?

—En el armario. ¿No es ahí donde lo guardarías tú?

—Quizá. ¿Qué otro equipaje tenía?

—No lo sé. Nunca fuimos a ninguna parte juntos. Todo lo que él quería era ir a la cama… ¡La cama!

—¿Qué pasa con la cama?

—Tal vez esté debajo —dijo agachándose.

Permanecí a su lado mientras ella sacaba cosas: una bolsa de lona verde oliva, una mochila marrón rojiza y un bolso azul de nailon. También había otras cosas: un par de zapatillas de deporte, una raqueta de tenis, un calcetín… Pero no había ningún maletín.

—Mierda —exclamó—. Me doy por vencida. No están aquí. Es posible que nunca los haya tenido.

—¿Eso piensas?

—No sé qué pensar. Antes estaba segura, pero ahora… De todos modos, si los robó, ahora no los tiene aquí.

—Eso no lo sabemos.

—¿Cómo que no? Este es un piso diminuto de una única habitación, Bernie. Lo hemos registrado de arriba abajo, ¿por qué me miras de esa manera?

—Siéntate —dije—. Voy a enseñarte cómo se registra un piso.

Lo importante es no precipitarse. Hay que proceder con método, yendo pausadamente de habitación en habitación. No inviertes necesariamente más tiempo de ese modo, pero lo inviertes sabiamente, y cuando te marchas del piso, sabes que no se te ha pasado nada por alto.

Dentro de lo razonable, claro está. Si uno le dedica algo de esfuerzo y concentración, puede esconder cosas que nadie podrá encontrar, excepto un equipo de profesionales que dispongan de tiempo. Está claro que un perro preparado para el trabajo descubrirá drogas o explosivos en un abrir y cerrar de ojos, pero, por lo demás, uno puede estar tranquilo.

De todas formas, yo me inclinaba a pensar que Luke no había llamado a un carpintero para construir un buen escondrijo en un rodapiés, por ejemplo, o un fondo falso de una alacena o un armario. El hecho de que tuviera tres grandes frascos de pastillas en el congelador y una bolsa de plástico llena de cierta hierba seca metida en el bote del azúcar me dio a entender que probablemente seguía los métodos de toda la vida. Es lo que hace la mayoría de la gente.

Invertí media hora en el registro, y cuando acabé, estaba dispuesto a jurar que en aquel piso no había ni maletines ni cromos de béisbol. No abrí la boca en toda la media hora, como tampoco lo hizo Doll tras realizar unas pocas incursiones en el terreno de la conversación. Cuando finalmente me di por vencido y dejé caer los hombros en señal de derrota, me di cuenta de que ella estaba mirándome con una expresión cercana al pasmo. Le pregunté qué sucedía.

—No es la primera vez que haces esto —respondió.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que estoy impresionada. Salta a la vista que eres un profesional. ¿Qué pensabas que quería decir?

Me encogí de hombros.

—No lo sé —dije—. Esto resulta muy frustrante. El mejor robo es cuando sabes exactamente qué estás buscando y dónde se encuentra. Vas, lo coges y te vas.

—Así era como pensaba que iba a ser esto.

—Yo también lo pensaba. El segundo mejor robo es cuando entras en un piso sin ninguna expectativa, y encuentras algo y sientes la emoción del descubrimiento. Sin embargo, esta es la peor clase de robo, porque… no, no es cierto. La peor clase es cuando te cogen.

—¡No vuelvas a decir eso, Bernie!

—Si exceptuamos ese caso —continué—, la peor clase es cuando estás buscando algo y encuentras otra cosa, pero en realidad te importa un pimiento porque no es lo que estabas buscando. Mira.

—¿Qué es esto?

—Son ciento veinte dólares —dije—. Exactamente la mitad de lo que tenía guardado en un tarro de mermelada en el frigorífico. También había algo de cambio, pero lo he dejado donde estaba. Vamos, cógelo. Somos socios, ¿recuerdas?

—Me resulta extraño cogerlo.

—Sería una estupidez dejarlo. Creo que deberíamos largarnos de aquí. Has mirado dentro de las bolsas ¿verdad? Y también en la mochila.

—He metido la mano en ellas. ¿Por qué?

—Hay que mirar bien —dije—. Una de las razones por las que he hecho un registro tan minucioso es que no sé exactamente qué estamos buscando. —Cogí la bolsa de lona, abrí la cremallera larga y pasé la mano por su interior—. Puede que Luke haya guardado el maletín con los cromos en alguna taquilla o que lo haya dejado en una consigna y le hayan dado un resguardo.

—¿No lo tendría en su cartera?

—Probablemente —contesté. Dejé la bolsa de lona y cogí el bolso de nailon—. Mira en la mochila. Tiene un montón de compartimientos, igual que este trasto. Más vale que seamos minuciosos.

Me puse a buscar minuciosamente, al igual que Doll.

—Bernie —dijo ella, dejando caer la mochila al suelo y volviéndose hacia mí con algo en la mano—. Bernie, ¿qué es esto?

—¿A ver? —dije—. Pero bueno, si es un cromo de béisbol. Y además uno de los viejos, por la pinta que tiene. Reproduce una foto en blanco y negro. La impresión es terrible, pero el cromo está en buen estado, ¿no te parece?

—Bernie…

¡Un triple de pie!. Y aquí está nuestro héroe: de pie en tercera base. ¿No lo reconoces?

—¿A cuál de ellos?

—Bueno, no es ni el tercera base ni el árbitro, sino el otro, el que está plantado en la tercera base con las manos en la cadera y expresión beligerante en la cara. Yo no llegué a verle jugar, pero puedo reconocerle. —Di la vuelta al cromo—. «Mostazas Chalmers». ¿Puede olerse la mostaza? No, pero juraría que huele a tabaco habano.

—Del humidificador de Marty.

—No creo que quepa duda al respecto —dije—. El cromo pertenece a una serie especial de Ted Williams. Es un artículo de especialista; no vale una fortuna, pero es una rareza. Pertenece a Marty, o al menos así era hasta que tu amigo Luke fue a visitarle. —Lancé una mirada de tristeza al sello y luego me lo metí en el bolsillo de la pechera—. La mitad de esto es tuya —añadí—, pero por el momento prefiero mantenerlo intacto. Los cromos han estado aquí, Doll. Esto es una prueba de ello. Luke los robó y los trajo aquí —suspiré—. Luego el muy hijo de perra se los llevó a otra parte.