4
Konstantín Dmitrich pasó varias horas absorto en su tarea, redactando, grabando y revisando el comunicado, mientras analizaba detenidamente cómo expresar los detalles que empezaba a comprender sobre los gusanos-máquina: en qué consistían, de dónde procedían y en qué sentido estaban relacionados con los demás problemas que afligían a Rusia. Se fue a dormir feliz y satisfecho con el proceso de su análisis, impaciente por recibir un comunicado de respuesta de su desdichado y querido compañero en el exilio.
Pero a la mañana siguiente, la conducta del irritante Veslovski no tardó en reavivar sus celos. Durante el desayuno, la conversación que había iniciado el joven con Kitty discurría por los mismos derroteros que la víspera: hablando de Ana, y si merecía la pena situar el amor por encima de otras consideraciones mundanas. El tema disgustaba a Kitty, además de turbarle el tono con que era abordado y el hecho de conocer el efecto que tendría sobre su marido. Pero era demasiado simple e inocente para saber cómo atajar la conversación de raíz, o siquiera ocultar el gozo superficial que le procuraba la evidente admiración que el joven sentía por ella. Deseaba poner fin a todo ello, pero no sabía qué hacer. Sabía que, hiciera lo que hiciera, sería observado por su marido, el cual lo interpretaría de forma errónea. De hecho, cuando Kitty preguntó a Dolly si le ocurría algo a su hija Masha, y Vassenka, esperando a que esa aburrida conversación concluyera, empezó a mirar a Dolly con indiferencia, a Levin le pareció una inaudita y abominable muestra de hipocresía.
—¿Qué os parece si vamos hoy a buscar setas? —preguntó Dolly.
—Muy bien, yo también iré —dijo Kitty, sonrojándose.
Por educación deseaba preguntar a Vassenka si le apetecía ir, pero se abstuvo de hacerlo.
—¿Adónde vas, Kostia? —preguntó a su marido con expresión cariacontecida cuando éste pasó frente a ella con paso decidido. Su aire de culpabilidad confirmó las sospechas de Levin.
—A inspeccionar la mina por si han aparecido los alienígenas —respondió sin mirarla.
—¿Otra vez?
Levin bajó la escalera, pero antes de que tuviera tiempo de abandonar su estudio, oyó los familiares pasos de su esposa corriendo hacia él con temeraria velocidad. No se volvió, sino que salió de la casa y atravesó el jardín que la circundaba, pasando frente al Jardinero/9/II, al que había encargado que explorara visualmente el bosque en busca de los Ilustres Visitantes. Finalmente no tuvo más remedio que darse por enterado de la presencia de su joven mujer.
—¿Qué tienes que decirme?
Levin no la miró a la cara, pues no quería ver que Kitty, en su estado, temblaba de pies a cabeza y mostraba una conmovedora expresión de consternación. Esto es, no quería recordar lo difícil que debía de ser para una mujer encinta verse privada del consuelo especial que sólo un robot Categoría III puede procurar.
—¡No podemos seguir así! ¡Es un tormento! Me siento desgraciada, tú también te sientes desgraciado. ¿Por qué? —preguntó Kitty cuando llegaron por fin a un banco en el jardín situado a la entrada de la avenida de tilos.
—Dime una cosa: ¿había algo en el tono de ese hombre que te resultara impropio, desagradable, profundamente humillante? —inquirió Levin levantándose y plantándose ante ella con las manos crispadas en puños sobre el pecho, en la misma posición que había adoptado la noche anterior.
—Sí —respondió ella con voz trémula—. Pero, Kostia, sabes bien que no soy culpable. Durante toda la mañana he procurado asumir un tono…, pero ese tipo de personas… ¡Por qué habrá venido! ¡Éramos tan felices! ¡Éramos felices y estábamos unidos, no sólo en el amor que nos profesamos, sino debido a nuestros robots, unidos en nuestra devoción a ellos!
Al poco rato, pasaron de nuevo frente al Jardinero/9/II. Los sensores visuales de éste registraron asombro al ver que, aunque nada ni nadie los perseguía, sus amos se dirigían apresuradamente hacia la casa, y que, aunque había empezado a llover, sus rostros reflejaban una expresión de radiante felicidad.