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La sutil chispa que enciende la pólvora

Llevo hora y media encerrado en un atasco, ¿cómo no voy a estar estresado? Llego a casa agotado y encima mi mujer, mi marido, mis hijos quieren que hable con ellos cuando lo único que me apetece es tirarme en el sofá y ver un poco la televisión.

A mí ya me llaman por el móvil incluso cuando todo el mundo sabe que estoy comiendo, y así no hay manera ni de comer a gusto ni de poder mantener con mis compañeros de mesa una simple conversación.

Llega el viernes y mi única ilusión es la de poder descansar un poco durante el fin de semana. Sin embargo, sé que tengo que dedicar unas horas a dar un empujón al proyecto que tenemos en la empresa. Además, hay que llevar a los niños a algún sitio para que practiquen algún deporte y no se pasen todo el tiempo con los videojuegos o viendo la televisión.

No me cabe duda de que en nuestra sociedad existen muchas causas por las que los hombres y las mujeres sufrimos los efectos del distrés. Hay una profunda falta de sintonía entre el tiempo que tenemos y el que querríamos tener. Hay una gran discordancia entre aquellas cosas que queremos hacer y entre las que tenemos tiempo de hacer. Por eso, si hubiera que señalar a un culpable, solo a uno, al principal, creo que nuestro dedo acusatorio lo señalaría a él, al señor Tiempo.

Tal vez algunos no estén del todo de acuerdo con esta decisión y consideren que tan culpable como el señor Tiempo, lo es la pobre comunicación que existe entre las personas, y que genera incontables momentos de tirantez. En mi opinión, ambos tendrían razón. Aun así, llegados a este punto querría establecer una distinción fundamental que nos va a permitir diferenciar la causa de algo de su origen. Y me gustaría explicarlo a través de una metáfora:

Un médico caminaba por la orilla de un ancho río. De repente empezó a oír unos gritos procedentes del agua. Alguien que se estaba ahogando pedía socorro. Aquel médico sin pensárselo dos veces se lanzó al agua y después de hacer un esfuerzo ímprobo, consiguió acercarla hasta la orilla. Mientras le prestaba asistencia comenzó a oír nuevos gritos de auxilio. Otro más, ¿cómo era posible? De nuevo se lanzó al río y salvó a aquella segunda persona. A pesar del cansancio y de los frenéticos latidos de su corazón, el médico estaba satisfecho porque había salvado dos vidas. De pronto, nuevos chillidos lo sacaron de su estado de complacencia. Un tercer individuo imploraba su ayuda desde el río. El médico que estaba exhausto no se planteó nada, simplemente se lanzó al agua y rescató a aquel hombre. Lo que en ningún momento el médico se imaginó fue la posibilidad de que hubiese alguien tirando a la gente al río.

La causa del agotamiento de aquel médico era que se pasaba el día apagando fuegos, solucionando problemas, rescatando gente. El origen del problema era que había alguien en la parte alta del río que se estaba encargando de tirar a la gente al agua. Hasta que ese médico no se las ingenie para encontrar el origen del problema, las causas de su agotamiento no desaparecerán.

A muchos de nosotros nos pasa lo que le sucedía al protagonista de nuestra historia, vamos de manera apresurada con la lengua fuera a todas partes, hasta que no podemos más. Sin embargo, que pocas personas se paran y van más allá, que pocos seres humanos intentan comprender el origen de su falta de tiempo y de las angustias y las tensiones que se generan en sus interacciones con los demás.

Como cada uno de nosotros podemos fácilmente reconocer y por tanto saber cuales son las causas de nuestra tensión, de nuestro distrés, lo que urge es ir más allá y entender el origen de ese mismo distrés. Como iremos descubriendo, este tiene una apariencia múltiple. Uno de los principales orígenes de nuestro distrés es nuestra incapacidad para decir «no» sin sentirnos culpables. El segundo de los orígenes es que con frecuencia no tenemos claras nuestras PRIORIDADES y dejamos que sean otras personas las que las decidan por nosotros. El tercero de los orígenes residiría en nuestra falta de coraje para dar la cara por nuestros VALORES. El cuarto de los orígenes es que nos cuesta muchísimo hablar con HONESTIDAD de nuestro sentir y a base de no mantener una conversación clara de forma inminente, solemos esperar a que llegue la ocasión propicia, la cual nunca acaba de llegar. Esta dificultad para expresar nuestra emocionalidad va acumulando en nuestro interior un resentimiento que a nadie ayuda. Por otro lado, si transmitimos como nos sentimos sin ningún tipo de cortapisas, lejos de ayudar a que se produzca un entendimiento, sucede justo lo contrario.

Para nosotros, y especialmente en ciertas culturas del mundo, decir «no» es un enorme desafío porque nos arriesgamos a ser rechazados, y cuando estamos fuera de un grupo nos sentimos muchas veces solos y perdidos. De pequeños el rechazo del grupo hubiera significado nuestra muerte y de alguna manera ese registro, esa asociación en mayor o menor medida sigue viva en nosotros.

Como muchas veces no tenemos claras nuestras prioridades, carecemos de aptitudes para distinguir en nuestro día a día aquello que nos lleva hacia donde queremos ir, de aquello que nos lleva hacia donde no tenemos interés en llegar. Pretendemos entonces que todo sea prioritario y como si todo es prioritario nada es prioritario, invertimos nuestro tiempo, ponemos vida en muchas cosas que por ser intrascendentes, dejan que poco a poco muera la ilusión y con ello la alegría de sentirnos vivos. Hemos de reflexionar sobre que va a ser prioritario y que no lo va a ser en ese tesoro tan hermoso que es nuestra vida.

Los valores que guían nuestra existencia los ven los demás no por lo que decimos, sino por como actuamos, ya que al fin y al cabo nuestra vida es nuestro mensaje. El hecho de decidir que va a ser valioso para nosotros nos lleva a descubrir aquello que se convierte en prioritario y nos da la fortaleza para saber decir que «no» a algo que sin ser valioso ni prioritario nos pide no solo tiempo, sino que también hace que nos olvidemos de todo aquello que paradójicamente daría el verdadero sentido a nuestras vidas.

Recuerdo muy bien lo que comento un directivo durante un curso. Al parecer estaba tan ocupado con el trabajo que prácticamente no veía a su familia. Estaba casado y tenía dos niños de corta edad. Una noche al regresar a casa su mujer le dijo que no podían seguir así, y él le prometió que al día siguiente, que además coincidía con el cumpleaños de uno de los niños, llegaría antes a casa y los llevaría a cenar a un restaurante para celebrarlo.

Llegó el momento y el directivo cumplió su promesa y efectivamente llegó antes a casa, a las nueve de la noche. Su mujer y sus hijos estaban listos para salir cuando sonó el móvil. Quien lo llamaba era su director general, que le urgía a tener inmediatamente una reunión en su despacho. El directivo preguntó alarmado que es lo que había pasado. Su jefe le contestó que no se asustara, que no había pasado nada grave, pero que dada la situación del mercado internacional era fundamental que se vieran. En aquellos momentos difíciles, el hombre miró a los ojos de su mujer y de sus hijos y le contesto: «Mira, tengo un compromiso de tal naturaleza que no lo puedo romper, aun así te ofrezco que nos veamos en lugar de a las nueve y media, que es cuando llegaría a la oficina, dos horas después».

Aquel hombre calculaba que ése era el tiempo que necesitaba para poder cenar con su mujer y sus hijos. Lo interesante es lo que ocurrió después de aquella conversación. Se produjo un silencio al otro lado del teléfono y su director general le contestó que entonces mejor dejaban la reunión para el día siguiente.

Si queremos avanzar hacia otra realidad en lo que se refiere a salud, eficiencia y bienestar, comencemos a trabajar para definir mejor esa escala de prioridades que tal vez ahora no tenemos demasiado clara. Descubramos que es aquello que de verdad valoramos y que vamos a ver reflejado en las personas que más admiramos. En aquellas formas de ser que más nos inspiran.

Cerremos nuestros ojos, usemos nuestra mente y percibamos como sería nuestra existencia si el velero de nuestra vida navegara siguiendo el rumbo que marcan nuestras prioridades y las velas las impulsara el viento de nuestros valores.