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La respuesta está dentro, no fuera
Un día, mientras estaba pasando consulta en el hospital, me sucedió algo que marcaría en gran medida el desarrollo de mi futuro profesional en el mundo de la formación. Acude a verme una mujer que trabaja en un departamento que se dedica a las fusiones y a las adquisiciones. Me sorprende ver la bolsa tan grande que trae, y de la cual extrae un extensísimo historial médico con múltiples informes y un gran número de radiografías. Aquel voluminoso historial refleja de alguna manera su paso por múltiples médicos a lo largo de tres años.
Esta sonriente mujer empieza a contarme las frecuentes molestias que tiene en su aparato digestivo y que son especialmente intensas a nivel del epigastrio, que es el lugar de referencia típico de las patologías del estómago. Lleva tres largos años sufriendo de dolor de estómago sin que nadie le haya encontrado la causa. Al final parece que es «cosa de nervios» y está en tratamiento con una medicación que se llama genéricamente omeprazol. El omeprazol, al actuar sobre la denominada bomba de protones, localizada en el estómago y que se encarga de la producción de ácido clorhídrico, tiene un efecto muy potente a la hora de reducir dicha secreción ácida.
Durante más de una hora, reviso uno a uno todos los informes, los estudios gastroduodenales y las múltiples endoscopias que se le han realizado. Los estudios son impecables en extensión y profundidad y, en efecto, en ninguno de ellos se aprecia nada patológico. Por otro lado, resultaba sorprendente que a pesar de que lleva con omeprazol varios años, siga con tantas molestias.
Me parece absurdo volverle a pedir una endoscopia cuando tiene hecha la ultima hace tan solo tres meses, la cual es, además, completamente normal. Tampoco tiene sentido que le cambie la medicación porque el omeprazol es la medicación más efectiva que existe. Entonces, para su sorpresa, decido probar un abordaje completamente diferente y comienzo haciéndole una pregunta:
—Dígame, ¿hay algo en su día a día que le produzca mucha tensión, que le genere un alto grado de ansiedad?
Ella se queda totalmente desconcertada con la pregunta, porque me imagino que al acudir a la consulta de un cirujano no esperaba encontrar a alguien que actuara tal vez más como un psicólogo.
—Doctor, ¿a que se refiere, a algún tipo de conflicto o de grave preocupación familiar? —me contesta.
—No, no me refiero solo a eso, me refiero a algo que de manera diaria y más o menos continua le quite el sosiego y la paz, —le insisto.
Ella se queda unos instantes reflexionando y de repente me dice:
—Ya he encontrado algo.
—¿Qué es? —le pregunto.
—Es mi jefe, doctor, no lo soporto.
—Que bien, ya tengo el tratamiento para usted, aquello que le va a permitir vivir sin esos dolores en el estómago —le respondo.
Curiosamente, a pesar de que le había dicho que no hacían falta más endoscopias, ella me pregunta:
—¿Qué es, doctor, otra endoscopia y tal vez un nuevo tratamiento?
—No, no es eso, lo que quiero que haga es que desde mañana, hasta que nos volvamos a ver en un par de semanas, cada vez que se encuentre con su jefe le sonría.
Observo la expresión con la que se me queda mirando. Tal vez esté pensando que es bastante desgraciada, no solo porque tiene un jefe tan malo, sino porque además y para colmo se ha encontrado con un cirujano que está completamente loco.
—No se lo merece, doctor, mi jefe no merece que le sonría —me contesta.
—No lo haga por él, hágalo por usted —le respondo.
—No me va a salir —argumenta.
—Entonces finja, —contraataco yo.
La mujer me mira y me dice que lo que yo le pido es imposible. Es entonces cuando la llevo a recordar el impacto que sus dolores de estómago están teniendo en su vida. Todos sabemos que las molestias gástricas afectan mucho a la emocionalidad de las personas y por eso acarrean tanto sufrimiento a quien las padece.
Me despido de ella diciéndole que solo le pido que lo intente durante dos semanas, y que lo haga con un poco de fe, como los que confían en sí mismos, como los que creen que puede ocurrir algo extraordinario, como los que sostienen que es posible. Han pasado dos semanas, mi enfermera sale de la consulta para llamar al próximo paciente, que en este caso es ella, quien desde la puerta sin avanzar se me queda mirando y me dice:
—Doctor, si no lo veo no lo creo.
—Pase, pase, por favor —le digo invitándola a que se siente. Me quedo mirándola. Hay algo muy diferente en su rostro, a diferencia del primer día en que nos vimos, ahora transmite mucha más serenidad y alegría—. ¿Cuénteme, por favor, es lo que ha pasado?
—Mire, doctor, llegué a la oficina resuelta a probar su extraña terapia durante dos semanas. Reconozco que al principio me costo mucho y que cuando veía a mi jefe, tenía que hacer un ímprobo esfuerzo para esbozar una débil sonrisa. A medida que pasaron los días, cada vez me costaba menos sonreírle y curiosamente el estómago también empezó a dolerme menos. Al cabo de unos días, como el estómago ya no me dolía, mantuve el omeprazol, pero deje de tomar los sobrecitos de Almax que tomaba con tanta frecuencia. Mis compañeros se dieron cuenta de que ya no lo tomaba y me preguntaron que si ya no me dolía el estómago. Les dije que no, que mi médico, usted, me había dicho como quitarme el dolor de estómago. Prepárese, doctor, porque le viene toda la oficina —comenta animada.
Me río mucho con sus últimas palabras. Aquella mujer tan valiente y excepcional pudo dejar por completo la medicación y volver de nuevo a disfrutar de una vida sin aquel incomodo dolor.
¿Cómo es posible que dos semanas sonriendo a otro ser humano puedan tener un efecto tan potente y tan superior a una de las medicaciones más potentes que hay en el mercado? ¿Cuál es la relación entre una sonrisa y un dolor de estómago?
¿Qué proceso tuvo lugar en aquella extraordinaria mujer que no solo afecto a su nivel de alegría, sino también incluso a la forma de relacionarse con su jefe? Cuando sentimos que estamos en un ambiente hostil, nuestro cerebro se posiciona en un modo de alarma. Como consecuencia de ello se activa el sistema nervioso simpático. Al activarse el sistema nervioso simpático dificulta tanto la motilidad del estómago como su vaciamiento, por lo cual la comida que ingerimos comienza a fermentar en su interior produciendo una enorme cantidad de gas, que distiende las paredes del estómago, que como todos sabemos es un órgano hueco. Al distenderse las paredes del estómago, de manera automática este aumenta su producción de ácido. La distensión del estómago producida por el gas provoca dolor. Si además hay un aumento de la secreción de ácido clorhídrico, entonces se puede explicar muy bien la problemática que se genera.
Por otra parte, al activarse el sistema nervioso simpático se produce un cambio muy significativo en el riego sanguíneo de todo nuestro cuerpo. Los músculos reciben mucha más sangre porque el organismo se siente en un estado de alarma y podemos tener la necesidad de correr con una velocidad muy superior a la habitual, a fin de poder escapar de la amenaza. Por otro lado, en una situación de alarma no tiene sentido que nos preocupemos de lo que hay para comer o para cenar. Nos imaginamos lo que sería que nos persiguiera un leopardo por la selva africana y que de repente viéramos un zarzal del que brotaran sabrosas moras y dijéramos: «¡Que ricas, voy a tomarme unas cuantas!». Esta situación sería del todo absurda y, por tanto, no se produciría. La implicación de ello es que cuando estamos en modo de alarma, el tubo digestivo y también los órganos sexuales reciben mucha menos sangre. De ahí la frecuencia de los trastornos digestivos y sexuales cuando se vive de manera continuada con ansiedad.
Cuando aquella resuelta mujer decidió sonreír aunque no le apeteciera, empezó a mandarse a sí misma un mensaje, que no era otro que el de que todo por fin ya estaba bien, ya estaba resuelto. Este mensaje apagó el «piloto de alarma» que estaba encendido en su cerebro.
Nosotros tenemos un solo cuerpo y, por tanto, los mensajes que se originan en una parte del cuerpo afectan al resto. Nadie sonríe en situación de alarma y por eso su sonrisa, por sorprendente que parezca, tuvo el poder al desactivar su sistema de alarma, el sistema nervioso simpático. El estómago volvió a tener un riego sanguíneo normal, su capacidad de contraerse y de vaciarse se recupero, con lo que dejo de formarse gas y el dolor desapareció. La secreción gástrica al no estar ya distendido el estómago se normalizó.
Las personas tenemos mucho más poder para afectar a nuestra salud, a nuestros niveles de vitalidad y de energía del que muchas veces tan siquiera se nos pasa por la cabeza. Lo que nos dificulta acceder a ese poder y ponerlo en marcha es nuestra tendencia a reaccionar, en lugar de responder ante lo que nos sucede. Cuando simplemente reaccionamos a las circunstancias, nos convertimos en esclavos de ellas. Cuando en lugar de reaccionar, respondemos, nos convertimos en generadores de nuestras propias circunstancias. El escritor Maquiavelo, tan conocido por su obra El príncipe, decía: «la fortuna es árbitra de la mitad de nuestras acciones, pero nos deja gobernar la otra mitad a nosotros». Por otra parte, el emperador romano y filósofo Marco Aurelio decía que la sabiduría consistía en aceptar aquello que no puede ser cambiado, en cambiar lo que sí puede ser cambiado y sobre todo en conocer la diferencia. Yo sé que no puedo desplazar con mis propias fuerzas las paredes de mi habitación, lo que sí puedo hacer es cambiar mis muebles y con ello he cambiado la habitación. Hay muchas cosas que todos podemos hacer para estar alertas sin estar en alarma. Son muchas las oportunidades que pueden aparecer cuando tomamos las riendas de nuestra vida. Si queremos ser más felices y gozar de una mejor salud, la búsqueda ha de dirigirse hacia dentro, no hacia fuera.
Dos sugerencias me gustaría hacer, la primera es que si se padece alguna enfermedad, si uno se siente exhausto cuando llega a casa, si siente que le falta alegría y vitalidad, me parece muy inteligente y muy oportuno consultar con un especialista de la salud. Esto es muy necesario y a la vez no suficiente. Hemos de tomar más protagonismo en nuestra recuperación, cuidar nuestra nutrición, hacer ejercicio físico, dormir un mínimo de siete horas al día, adquirir de forma progresiva una actitud más positiva y desarrollar un sentimiento hondo de agradecimiento por todas las cosas valiosas que nos suceden a diario y somos incapaces de apreciar. Es también importante que nos acostumbremos a compartir nuestros sentimientos con alguien en quien tengamos confianza y que nunca nos avergüence pedir ayuda a aquellas personas que nos la pueden dar.
La segunda sugerencia es que desafiemos algunas de nuestras ideas. Es absurdo pensar que la forma en la que se mueven los músculos de nuestra cara, la posición de nuestro cuerpo al movernos y nuestro tono de voz al hablar no tiene ningún impacto sobre nuestro bienestar. Sonreír con más frecuencia, moverse con energía y hablar con entusiasmo tiene un impacto claro y notorio, no solo en nuestra salud, sino también en la salud de aquéllos que nos rodean.