Capítulo 36
Viena, 21 de junio de 1914
La habitación estaba repleta de baúles a medio cerrar, vestidos y cajas de sombreros. Las sirvientas corrían de un lado a otro o se dedicaban a planchar los trajes antes de guardarlos. Las damas de honor elegían con la archiduquesa algunos de los modelos que luciría en su próximo viaje a Sarajevo. Sofía no quería hacer aquel viaje, pero desde hacía años intentaba pasar el mayor tiempo posible con su marido y alejarse lo más posible de la Corte. Nunca la habían querido, los Habsburgo podían ser una familia cruel y distante cuando se lo proponían. No soportaban que fuera checa, una simple dama de compañía de la archiduquesa Isabel, pero lo que no aguantaban era que ahora, una advenediza como ella pudiera convertirse en la próxima emperatriz del Imperio Austro-Húngaro. Pero esa no era la única razón por la que cada vez quería permanecer más tiempo con su esposo. En los últimos tiempos algo estaba cambiando en él. Desde que su sucesión al trono era segura, su carácter cariñoso y amable se había transformado en huraño, susceptible y airado. Cualquier cosa le alteraba y pasaba horas solo, encerrado en su gabinete. Cuando ella le había interrogado sobre su cambio de actitud, él siempre contestaba con evasivas y cambiando rápidamente de conversación, pero algo le pasaba a Fernando, y no descansaría hasta descubrir que era.
—Querida, nos vamos sólo para unos días —dijo el archiduque entrando en la habitación. Se armó un gran revuelo entre las sirvientas y las damas de compañía que comenzaron a hacer reverencias al archiduque. Cuando éste las despidió con un gesto, la media docena de mujeres salió formando un gran alboroto de cuchicheos y grititos.
—Sabes que lo correcto es que anuncies tu visita antes de presentarte de improviso en mis habitaciones —dijo Sofía frunciendo el ceño.
—Mi Sofía, ¿no escuchaste el sonido de mi corazón al aproximarse al tuyo? —contestó teatralmente su esposo.
—Fernando, te estoy hablando en serio. Ya conoces lo rígida que es tu familia, si además te tomas estas familiaridades, nunca me respetarán.
—Cuando seas emperatriz tendrán que rendirte homenaje les guste o no. Al viejo no le queda mucho, dentro de poco descansará en paz y nos dejará descansar a nosotros.
—Sabes que no apruebo que hables así de tu tío. Francisco José es un buen hombre, aunque viva anclado en unas costumbres que hace décadas que desaparecieron.
—Se te olvida como te trató y lo que nos costó casarnos. Pero si hasta el emperador Guillermo y el zar Nicolás tuvieron que interceder por nosotros.
—Esa es agua pasada Fernando, lo que me preocupa ahora es qué te ronda la cabeza últimamente. Desde que volviste de tu viaje a Alemania algo ha cambiado.
—¿Qué iba a cambiar, querida esposa? Cada vez tengo que llevar más asuntos de gobierno y esta visita a Sarajevo me pone un poco nervioso.
—¿Por qué querido? Apenas pasaremos dos días en la ciudad y antes de que te des cuenta estaremos de regreso en Viena.
—Tú lo desconoces, pero en los últimos tiempos las tensiones con Serbia no han dejado de aumentar. Preferiría que no me acompañaras en este viaje.
—Ya hemos discutido ese asunto —dijo Sofía dando la espalda a su esposo y comenzando a mirar unos vestidos.
—Querida, el viaje entraña sus riesgos. Además, Sarajevo no es una ciudad adecuada para una dama como tú.
—Sarajevo no es el fin del mundo.
—Es una ciudad llena de turcos, anarquistas y delincuentes.
—Fernando, tú eres la única esperanza para el Imperio. Muchas regiones reclaman su independencia y tu tío no sabe o no quiere hacer nada.
—Olvidas que no me gusta hablar de política antes de almorzar. Para eso venía, ¿quieres acompañarme? El más exquisito de los bocados me parece insípido sin tu presencia.
—Mira como está todo. Sólo quedan unos días para el viaje y tenemos el equipaje a medio hacer.
—Eso puede esperar —dijo el archiduque levantando su brazo para que lo agarrara su esposa.
—Está bien —contestó ella tomando el brazo. La pareja salió de la habitación en medio del desorden y recorrió los metros que les separaban del salón. Juntos del brazo cruzaron el umbral y desaparecieron por la puerta.