Capítulo 75
Viena, 2 de julio de 1914
El salón comedor del hotel estaba completamente vacío a primera hora de la mañana. Hércules y Lincoln habían sido los primeros en bajar a desayunar. Lincoln llevaba una venda apretada alrededor del muslo y, afortunadamente la bala del día anterior había atravesado su pierna limpiamente sin dañar ningún músculo importante. Después de una noche entera de descanso, por primera vez los dos agentes se encontraban despejados. La liberación de Alicia había sido un pequeño desastre, pero la llegada del hombre enmascarado había dado la vuelta a todo el asunto.
Una pareja entró en el comedor y se dirigió hacia ellos. Alicia venía agarrada del brazo de un viejo amigo. Cuando estuvieron frente a los dos agentes, la mujer les sonrió y se sentó al lado de Lincoln. Éste miró de reojo a Alicia, pero intentó parecer indiferente.
—Bernabé me ha estado contando cómo se enteró del secuestro y por qué vino en nuestra ayuda —dijo Alicia con un tono alegre y relajado.
—El sr. Ericeira tiene que explicarnos muchas cosas —dijo Lincoln cortante.
—La verdad es que les debo una explicación —contestó sonriente el portugués.
Alicia se agarró de su brazo y apoyó la cabeza en el hombro de Ericeira.
—Cuéntales Bernabé.
—No fui del todo franco con ustedes. No me encontraron por casualidad en Lisboa y, como es evidente, no regresé a Amberes desde Colonia como les dije.
—Veo que es muy sencillo para usted mentir. ¿Por qué deberíamos de aceptar ahora sus explicaciones? ¿Cómo podemos saber que no nos está mintiendo otra vez?
—Por favor, Lincoln. Bernabé me rescató y recuperó el manuscrito, creo que le debemos algo de agradecimiento.
—¿Agradecimiento? —dijo Lincoln.
—También te protegió a ti de morir acribillado en el suelo —añadió Alicia.
Lincoln refunfuñó, hizo un gesto brusco y la pierna le dio un fuerte pinchazo. Hércules le miró divertido, los celos de su amigo le hacían gracia, aunque sentía la misma desconfianza que él por el portugués.
El camarero sirvió el desayuno y por unos momentos la conversación quedó en suspenso. Todos estaban hambrientos. Comieron en silencio, hasta que Ericeira se limpió la comisura de los labios con una servilleta y continuó explicando su extraño comportamiento.
—Cuando me vieron en Lisboa yo llevaba varios días siguiéndoles.
—¿Por qué nos seguía? —preguntó Hércules después de sorber un cargado café vienés.
—Pertenezco... por favor, esto no puede salir de esta mesa, —comenzó a decir Ericeira—a los Servicios Secretos Británicos.
—¿Un agente secreto inglés? —dijo Lincoln incrédulo—. Pero si usted es portugués.
—Es verdad que nací en Portugal hace cuarenta y tres años, pero mis padres emigraron a Inglaterra cuando era un niño.
—Entonces tampoco es noble ni comerciante —dijo Lincoln indignado.
—Mi padre era un simple camarero, pero gracias a una beca pude estudiar en Oxford, allí me reclutó el SSB, un grupo de espionaje secreto. Al ser originario de Portugal y dominar tanto el español como el portugués, me destinaron a la península como agente. Llevó tres años entre Madrid y Lisboa.
—¿Y qué tiene que ver Londres en todo este asunto? —preguntó Hércules echándose para adelante.
—Desde hace más de un año los servicios secretos británicos habían detectado a un grupo serbio-bosnio investigando algo en la península. Cuando ocurrieron las automutilaciones de los profesores, sospechamos que tenían relación con esos terroristas bosnios.
—¿Por qué iban ellos a atacar a unos profesores? Es ridículo —dijo Lincoln.
—Supimos lo del gas antes que ustedes, también conocíamos que el grupo de serbios acechaba al escritor don Ramón del Valle-Inclán. Robamos los papeles del profesor von Humboldt de la embajada de Austria.
—¿Fueron ustedes? —preguntó Lincoln.
—Humboldt había descubierto lo del libro de las profecías de Artabán. Creía que el manuscrito estaba en Lisboa, de hecho planeaba trasladarse allí cuando sucedió todo.
—¿Por qué no nos dijo nada en Lisboa y compartió su información? —pregunto Hércules.
—Ustedes desconfiaban de mí. Si les hubiera dicho que era un agente británico no me hubiesen creído.
—¿Por qué se separó de nosotros en Colonia? —dijo Lincoln.
—Cuando supe que el manuscrito no estaba en el relicario de los Reyes Magos, seguí una de las pistas de Humboldt, podía estar equivocado pero tenía que asegurarme.
—¿Qué pista? —preguntó Alicia sorprendida.
—La biblioteca de Rodolfo II en Viena.
—¿El rey que se llevó el manuscrito de España? —dijo Hércules.
—El mismo. No encontré nada en la Biblioteca. Entonces decidí ir a Sarajevo y seguir la pista del archiduque, pero el día que salía para allí me enteré del asesinato.
—¿Cómo dio con nosotros y por qué sabía lo de Alicia? —preguntó incisivo Lincoln.
—Les busqué por toda la ciudad con la esperanza de que hubieran venido aquí para encontrar el libro. Imaginé que el archiduque no se habría llevado un manuscrito tan importante de viaje, pero al parecer estaba equivocado. Cuando estaba a punto de tirar la toalla y regresar a España, me di de bruces con todo el asunto.
Lincoln se movió impaciente en la silla. No creía ni una palabra de aquel embaucador portugués. Hércules arqueó una ceja y mirando directamente a los ojos a Ericeira le dijo:
—¿Qué quiere decir con eso de que se dio de bruces?
—Tenía un informador en la policía. Le dije que en cuanto supiera algo de unos españoles en la ciudad me avisara.
—¿Simplemente el policía fue y le informó de dónde estábamos? No creo una palabra, Hércules.
—Bueno Lincoln, deje que termine.
El portugués sonrió a Lincoln y éste le miró desafiante.
—Al parecer unos españoles de viaje de novios y su criado negro habían denunciado un caso de asesinato y estaban en la comisaría declarando. Supuse que eran ustedes intentando ocultar su investigación.
Lincoln le miró indignado y señalándole con el dedo le dijo:
—Entonces ¿vio cuando nos secuestraban los serbio-bosnios y no hizo nada?
—¿Secuestrarles? Yo lo único que vi fue como les liberaban, les llevaban a una casa en las afueras y que media hora después les dejaban de nuevo en la ciudad.
—¿Tampoco fue testigo del secuestro de Alicia? Permitió que se la llevaran y ahora va de rescatador; es indignante.
—Yo no pude evitar el secuestro —dijo Ericeira enfurecido—. Estaba intentando ver qué hacían ustedes con ese anciano. Cuando salí de la casa y les seguí me extrañó que Alicia no estuviera, pero no podía imaginar que la habían secuestrado.
—¿Por qué no se dirigió a nosotros entonces? —preguntó Hércules—. Nos podría haber ayudado a rescatarla.
—A lo mejor me equivoqué, pero preferí mantenerme al margen y esperar. Si las cosas se complicaban estaba decidido a intervenir, por eso cuando observé que los secuestradores se escapaban con Alicia y el manuscrito, les ataqué.
—Lo que usted quería era quedarse con el manuscrito —le acusó Lincoln.
—Si hubiera sido así, ¿Qué me hubiera impedido rematarle a usted en el suelo, disparar por la espalda a Hércules y luego eliminar a Alicia?
—Tal vez, pensó que podíamos saber algo que usted desconocía y que todavía podíamos serle de utilidad.
—No esperaba eso de usted, Hércules.
—Nos ha engañado varias veces, ¿Por qué esta vez iba a decir la verdad?
Se produjo un silencio largo. Ericeira miró indignado a los tres y se puso en pie.
—Si es eso lo que piensan me marcharé, pero se quedarán sin saber algo importante para su investigación y que desconocen.
—Si tienes tan buena voluntad, ¿por qué nos ocultas cosas? —dijo Alicia enfadada.
—Alicia, no oculto nada, pero si todos sospechan de mí...
—Es normal que sospechemos —dijo Alicia.
—Está bien, se lo diré.
Todos dirigieron su mirada hacia la figura delgada del portugués. Allí, de pie, con el ceño fruncido y una mano ligeramente apoyada en el mantel blanco, les observó detenidamente y terminó por decir:
—El profesor von Humboldt no investigaba por su propia cuenta el misterio de las profecías de Artabán.
—¿Qué quiere insinuar? —preguntó Hércules.
—Muy sencillo, el profesor von Humboldt pertenecía al Círculo Ario, había sido enviado por ellos para encontrar el manuscrito y dárselo a sus correligionarios. El profesor era un miembro del Círculo Ario.
—Ellos sabían la existencia del manuscrito y lo estaban buscando, pero ¿cómo se enteraron los serbios? —se preguntó Hércules.
—Los rusos se enteraron a través de sus servicios secretos y enviaron a los serbios a por él. La Mano Negra era un instrumento formidable para una misión de este tipo.
—Entonces la Mano Negra mató a los profesores —dijo Alicia.
Ericeira asintió con la cabeza.
—La Mano Negra intentó matarnos en el tren que nos llevaba a Lisboa —continuó Alicia. El portugués volvió a asentir—. Pero, ¿por qué no nos mató en Viena o en Sarajevo cuando nos tuvo en sus manos?
Hércules intervino de repente y mirando a su alrededor dijo bajando la voz:
—La Mano Negra pensó que se haría con el manuscrito en Sarajevo, pero los rusos se lo llevaron. Intentaron usarnos para que encontráramos el libro.
—Entonces, ahora que lo tenemos intentarán eliminarnos.
—Eso me temo Alicia.