CAPÍTULO 8

LOS ALEMANES COMIENZAN LA INVASIÓN

Mientras el hidroavión regresaba a la base, Berg no paraba de gruñir. Al principio pensó que el inglés no había alcanzado la cuerda en el momento adecuado, pero luego fue consciente de que lo había hecho a propósito. Aquel maldito profesor inglés había preferido una horda enfurecida de salvajes a regresar con él a la base.

El profesor alemán bajó del hidroavión y caminó a grandes zancadas hasta la tienda del Cuartel General. Allí estaban la mayoría de los oficiales reunidos con von Manstein. Al verle entrar la mayoría hizo el saludo nazi, pero el comandante no levantó la cara del mapa.

—Este mapa es inútil —dijo el comandante.

—Tengo que comunicarle… —comenzó a decir Berg.

—¡Maldito profesor de literatura! Le estoy diciendo que no nos sirve el mapa que usted y el inglés dibujaron —dijo el comandante furioso.

—Da igual el mapa, esta tierra está sin explorar. He descubierto una isla en mitad del camino, además está habitada por una subespecie. Descendimos para inspeccionar el terreno y Arthur Macfarland fue capturado —comentó Berg.

—¿Ha perdido al inglés? Es usted más inútil de lo que pensaba. Ese hombre es un especialista en Verne y en su famoso libro Viaje al Centro de la Tierra. Sin su ayuda estamos perdidos —dijo el comandante.

—Yo puedo sustituirle perfectamente —afirmó Berg.

—Usted es un incompetente. Todos sus cálculos son erróneos. Eso nos ha retrasado durante meses. Primero para encontrar la entrada, después el cálculo de la profundidad y ahora me temo que la distancia a la ciudad de los intraterrestres también es errónea —dijo el comandante.

El profesor alemán comenzó a enrojecer, aquel maldito militar salvaje e inculto quería darle lecciones a él, el descubridor de la Tierra Hueca, pensó Berg.

—Por ahora estará bajo vigilancia. No dará ni un paso sin mi consentimiento. ¿Entendido? —dijo el comandante.

Klaus Berg se limitó a afirmar con la cabeza. No había sido consciente hasta ese momento que seguía siendo un prisionero y que su miserable vida no se diferenciaba en nada a la que tenían antes de embarcarse en aquella aventura. Había vendido su alma al Diablo por un miserable plato de lentejas y ahora tendría que pagar las consecuencias.