CAPÍTULO 22

SACRIFICIO

Arthur miraba por la ventana de su celda la clara noche de la Tierra Hueca. Cada vez que se acordaba de Agatha un escalofrío le recorría la espalda. No quería pensar lo que aquel cerdo podía estar haciendo con ella. Por eso deseaba la muerte y había planeado suicidarse aquella misma noche, para liberarla a ella de las garras de su enemigo.

El profesor inglés comprobó que las sábanas con las que había fabricado una soga eran suficientemente fuertes y después se subió a una de las sillas. Durante unos minutos recordó todo aquel viaje emocionante, pero también las dificultades y desvelos de los últimos meses, mientras era un prisionero de los nazis. Le hubiera gustado ver a su amada por última vez, pero los hombres no pueden elegir su destino, pensó mientras se ponía la soga al cuello.

Mientras tanto Agatha, en la habitación de Berg, abrió con cuidado su anillo, los servicios secretos le habían facilitado una pastilla de cianuro en el caso de que los alemanes la capturaran. Varias veces había estado tentada a suicidarse, pero ahora sabía que aquella pastilla tenía un destino mejor. Arrojó con disimulo la pastilla en la copa del alemán y, cuando este intento tomarla, Agatha, temerosa de que aún no se hubiera disuelto el veneno rodeó con sus brazos al profesor Berg y le dijo:

—¿De verdad reinarás conmigo en este hermoso lugar?

Después le besó durante unos momentos.

—Pero antes brindemos por nuestro futuro —dijo Agatha, parando al hombre y ofreciéndole su copa.

Ambos bebieron de un trago el champán, el hombre tiró la copa de plata al suelo y abrazó de nuevo a la mujer.

—Siempre he soñado con este momento —dijo Berg.

El profesor notó como su vista se nublaba y sentía una fuerte punzada en la cabeza, después miró el rostro de la mujer que se desdibujaba en su mirada.

—¿Qué me has dado? —preguntó mientras aferraba el cuello de la mujer.

Agatha intentó soltarse, pero él hombre le apretaba con fuerza. Comenzó a asfixiarse y notó que sus fuerzas se desvanecían hasta que, justo antes de desmayarse, él comenzó a aflojar las manos y cayó muerto al suelo.